Una sorpresa para el colegio
La última Junta que se celebró antes de llegar a la mitad del curso se reunió a la hora de siempre en el gimnasio. Todos estaban allí, excepto Joan, que seguía en la enfermería, convaleciente.
Elizabeth se acomodó entre Harry y Belinda, estaba muy excitada.
Los asuntos ordinarios se desarrollaron como siempre. Se repartió el dinero de la caja, pero no ingresó ninguno. Todos esperaban recibirlo cuando sus padres viniesen a medio curso. La próxima semana la caja volvería a estar repleta.
Hubo algunas quejas de menor cuantía. Doris, la de los conejillos, no ocultó su alegría cuando su monitora informó de que no se había olvidado de ellos.
—Tienen mejor aspecto que nunca —acabó diciendo la monitora.
—Bien —aceptó Rita—. Procura que sigan así, Doris.
Después de los informes le llegó el turno a Elizabeth. Rita golpeó la mesa y todos enmudecieron.
—No tengo mucho que decir sobre Elizabeth Allen esta semana. Salvo que William y yo sabemos por qué se gastó tanto dinero y en qué. Estamos conformes y esperamos que el jurado y vosotros aceptéis nuestra palabra de que todo es satisfactorio. No hay nada más que añadir. Sabed, sólo, que si obró mal, hizo bien en no decírnoslo entonces.
—Un momento, Rita —intervino William—. ¡Tenemos más que decir! En esta reunión debemos preguntar a Elizabeth si quiere abandonarnos. Por nuestra parte, mantenemos la palabra dada. Si ha decidido irse, tiene nuestro permiso. La señorita Belle y la señorita Best hablarán con sus padres y, si están conformes, puede volver con ellos cuando lleguen mañana.
Elizabeth se puso en pie. Sus mejillas llameaban y su voz no era la habitual.
—Tengo algo que decir. No es muy fácil… y no sé cómo explicarlo. Pero…, bueno…, es… es… ¡que no me voy!
—¡No se va! —gritaron todos sorprendidos, volviéndose para mirar a Elizabeth.
—¿Por qué no te vas? —preguntó Rita—. Te creía decidida a marcharte y también creía que nunca cambiarías de opinión.
—William me dijo que admitir los errores y corregirlos es privilegio de los fuertes. Y yo reconozco que estaba equivocada. Al principio fui mala porque me molestó que me mandasen al colegio cuando no era mi deseo. Por eso prometí regresar a casa cuanto antes. Bien, me gusta Whyteleafe. Es un colegio magnífico. Y deseo quedarme. ¡He cambiado de parecer! Me quedaré, si me aceptáis después de todo lo que hice.
Todos empezaron a hablar a la vez. Harry golpeó suavemente a Elizabeth en la espalda. Estaba muy contento. John hizo un movimiento afectuoso con la cabeza. Ahora tendría quien le ayudase en el jardín. Richard le susurró a Elizabeth acercándose:
—¡Eres de buena pasta! Sabes hablar tan bien como tocar el piano.
William golpeó con la mano en la mesa.
—¡Richard, vuelve a tu sitio!
Richard obedeció. Belinda y Helen sonrieron a Elizabeth. Todos parecían satisfechos.
—¡Elizabeth! —gritó William—. Estamos muy complacidos contigo. Has cometido una serie de tontos errores, pero los has compensado todos y te admiramos por haber sido capaz de cambiar de idea, de admitir que estabas equivocada y decírnoslo. Eres el tipo de persona que necesitamos en el colegio. Esperamos que te quedes unos años y te esfuerces en comportarte lo mejor que sepas.
—Así lo haré —prometió ella convencida.
Se sentó feliz y exultante. Resultaba muy agradable que todos se mostrasen contentos. Ya no era la Valiente Salvaje, sino Elizabeth Allen, la clase de niña que la escuela Whyteleafe necesitaba. ¡Se sentía orgullosa y feliz!
La Junta terminó poco después. Elizabeth se apresuró a ir a la enfermería. Joan, sentada en una butaca, leía.
—¡Hola! ¿Qué ha sucedido en la Junta? ¿Algo interesante?
—La Junta dijo que podría irme a casa con mis padres. ¡Conseguí mi propósito!
—¡Cuánto te echaré de menos!
—No seas así. Verás, ¡no me voy! ¡Me quedo! He cambiado de idea, Joan. Amo Whyteleafe y no lo dejaré durante años y años. Seremos monitoras algún día. ¿No te parece eso algo importante?
—¿Qué dices? —exclamó Joan tan ilusionada que saltó fuera de la silla, con sus brazos extendidos hacia su amiga—. ¡No puedo creerlo! ¡Oh, cuánto lo celebro!
El ama entró en la habitación y vio horrorizada que Joan estaba fuera de la butaca.
—¿Qué haces? —gritó con severidad—. ¡No dejaré entrar a Elizabeth si te vas a comportar así, Joan!
—Es que Elizabeth me dio una gran alegría al decirme que se queda en Whyteleafe.
—¡Dios me valga! ¡Mira que alegrarse porque una niña traviesa decide quedarse con nosotros! —exclamó la buena mujer, haciendo un guiño.
Las niñas se rieron. Querían al ama, era alegre y amistosa, aunque severa. Le dio una medicina a Joan y salió de la habitación.
—Ahora sí que tendremos una fantástica celebración de medio curso —dijo Elizabeth—. ¡Oh, Joan!, pidamos a nuestras madres que nos lleven juntas. Eso sería mucho más divertido que ir solas.
—Sí, lo haremos —prometió Joan, feliz—. Estoy segura de que mañana ya estaré totalmente repuesta y podré levantarme. Ahora tienes que irte. Se oye el timbre para la cena, Elizabeth.
—Bueno, mañana nos veremos. ¡Qué contenta estoy de no irme a casa con mamá mañana! No sé qué dirá cuando se entere de que he decidido quedarme. En todas las cartas le he dicho lo contrario.
La señora Allen se sorprendió cuando vio a su hija. La niña tenía un aspecto alegre y feliz. De su boca había desaparecido el rictus de terquedad y ya no fruncía el ceño. Elizabeth se lanzó a los brazos de su madre.
—Es estupendo volver a verte, mamaíta. Ven a visitarlo todo: la sala de juegos, mi clase, nuestro dormitorio, que es el número 6, el jardín, todo.
Su madre la siguió por todos los sitios, maravillándose del cambio operado en la pequeña. ¿Era realmente su Elizabeth, aquella niña de buenos modales, cortés y feliz? Parecía que gustaba a todos. Tenía muchos amigos, especialmente la gentil Joan.
—Eres una niña totalmente distinta —dijo al fin su madre—. ¡Oh, la señorita Best! Tengo que hablar con ella.
La señora Allen caminó en actitud decidida hacia la profesora.
—Buenos días, señorita Best. Elizabeth me está mostrando todo el colegio. Parece muy alegre y feliz. ¡Cómo ha cambiado! Me siento orgullosa de mi hija.
—El mérito es de ella —afirmó la señorita Best, sonriendo—. Al principio fue la niña más traviesa del colegio, ¡de veras! Resultaba difícil tratarla, pero ella supo rectificar a tiempo. No tardará mucho en ser la mejor niña del internado y entonces sí que se sentirá usted orgullosa.
—¿Significa eso que has decidido quedarte, Elizabeth? —preguntó su madre, atónita—. Bien. Lo celebro. ¡Qué sorpresa!
La señora Townsend llegó en aquel momento. Elizabeth corrió a comprobar si Joan estaba a punto. Había desayunado en la cama, pero tenía permiso para salir en el coche de su madre. Halló a Joan tremendamente entusiasmada.
—¡Es la primera vez que salgo a mitad de curso! —parloteó excitada—. ¡Y todo gracias a ti, Elizabeth!
—Calla, boba, y date prisa. ¿Cuánto rato necesitas para ponerte las medias? Comeremos en un hotel. Espero que nos sirvan helados de fresa. ¿Te gustan?
Por fin Joan estuvo lista y las dos niñas fueron a reunirse con sus respectivas madres, que ya habían trabado amistad. Luego se acomodaron en el automóvil de la señora Townsend, que se ofreció a llevarlas.
—¡Hoy sí que es nuestro día! —exclamó Elizabeth mientras el coche rodaba entre la arboleda.
Miró satisfecha al colegio.
—¡Adiós por poco tiempo! —gritó tras un corto silencio—. ¡Volveré!