Llega la madre de Joan
Dos días más tarde, el estado de Joan se había agravado y el ama y el doctor estaban preocupados.
—Avisaremos a su madre —decidió la señorita Belle.
—La niña suplica que no lo hagamos —confesó la matrona—. Resulta incomprensible, pero no sé hasta qué punto convendrá que la vea. A Joan le asusta que venga su madre.
—Hay que hacerlo por la misma madre —opinó la señorita Belle—. Se enojará mucho si no la avisamos. Podemos decirle que Joan se comporta de un modo muy raro en cuanto a ella. Quizá la causa de esa actitud sea su enfermedad.
Sin embargo, la señora Townsend llegó antes de que la llamasen. Después de recibir la extraña carta de Elizabeth, cogió su maletín de viaje y se trasladó en tren a Whyteleafe.
Elizabeth vio el taxi que llegaba al colegio, pero ignoraba que la señora Townsend fuese en su interior. No la vio salir, pagar al taxista y tocar el timbre.
La señora Townsend fue introducida en la salita de la dirección del colegio, donde la señorita Belle y la señorita Best se sorprendieron al verla.
—¿Qué le sucede a Joan? —preguntó la señora Townsend.
Era baja, de aspecto triste, muy bien vestida y con grandes ojos azules iguales a los de Joan.
—¿Cómo se encuentra Joan? —insistió—. Me temo que no ha mejorado —contestó la señorita Belle—. ¿Cómo supo usted que estaba enferma?
—Recibí una carta de una niña llamada Elizabeth Allen. En ella me cuenta cosas extrañas sobre el cumpleaños de Joan. ¿Les habló de ello?
—No —respondió la señorita Belle, asombrada—. No sabemos nada. ¿Podemos ver la carta?
La señora Townsend les entregó la carta de Elizabeth. La leyeron en silencio.
—Así que fue para eso para lo que Elizabeth utilizó el dinero —exclamó la señorita Best, mostrando su encantadora sonrisa durante un momento—. Bien, los niños a menudo son sorprendentes, pero Elizabeth es la niña más sorprendente que hemos tenido. Es traviesa y, al mismo tiempo buena; desafiante y de excelente corazón, así como de carácter justo.
—Ahora comprendo por qué Joan se niega a que le avisemos a usted, señora Townsend —explicó la señorita Belle—. Está avergonzada, aturdida y dolida porque usted no le envió los obsequios.
—Antes de que me juzguen será mejor que sepan unas cuantas cosas —rogó la señora Townsend—. También se las explicaré a Joan.
—Sí, por favor; sólo así podremos ayudar a Joan —dijo la señorita Best.
—Joan tuvo un hermano mellizo. Michael fue un niño guapo y cariñoso. Su padre y yo no supimos evitar quererlo más que a Joan. Ambos deseábamos un niño. Michael era audaz, fuerte y siempre se reía. En cambio, Joan ha sido siempre algo cobarde. Al lado de Michael se la veía malhumorada y egoísta.
—¿No sería porque ustedes no ocultaban sus preferencia por el niño y olvidaban a Joan? —preguntó la señorita Belle—. Los celos hacen que los niños se comporten de un modo extraño.
—Puede que tenga razón —dijo la señora Townsend—. De todos modos, tenían tres años cuando se pusieron enfermos. Michael falleció. Y nosotros deseamos, deseamos…
—¿La muerte de Joan en vez de la de Michael? —preguntó suavemente la señorita Best—. Lo comprendo, señora Townsend. Eso causó un gran daño a la pobrecita Joan. Y ustedes nunca le han perdonado que se salvara. ¿Sabe Joan que tuvo un hermano mellizo?
—No tardó en olvidarlo. Tampoco se lo dijimos cuando creció. Tal vez ni se acuerde de que tuvo un hermano.
—Señora Townsend, debiera contarle eso a Joan —dijo con firmeza la señorita Best—. Ella la quiere a usted mucho y se siente desgraciada porque no comprende por qué usted no la quiera a ella.
—Sí la quiero. Sólo que me resulta difícil demostrárselo. Cuando leí en esta carta que alguien le compró obsequios a Joan fingiendo ser yo, me sentí muy mal. Deseé venir enseguida a ver a mi pobrecita niña.
—Pues no lo demore —dijo la señorita Belle—. Cuéntele lo que nos ha dicho a nosotras. Joan la comprenderá y en cuanto esté segura de que usted la quiere, no le importará su aparente frialdad. La verdad es que resultaba difícil no querer a una niña como Joan, tan gentil y amable.
—¿Y Elizabeth? —preguntó la señora Townsend—. Quiero hablar con ella. Debe de ser una niña muy cariñosa. Le agradezco su intento de hacer feliz a Joan.
—Ahora vaya a ver a su hija —recomendó la señorita Best.
La señora Townsend se dirigió a la enfermería. La matrona abrió la puerta y la dejó pasar.
—Joan duerme ahora —susurró—. Siéntese junto a su lecho hasta que se despierte.
La señora Townsend fue junto a la cama. Miró a Joan. La pequeña estaba delgada y pálida y su carita dormida mostraba tanta infelicidad que no pudo soportarlo. Se inclinó y la besó suavemente en la mejilla.
Joan se despertó. Sus ojos se agrandaron cuando vio a su madre. Luego preguntó:
—¿Estás aquí realmente? ¿Fuiste tú quien me besó?
—Fui yo, querida. ¡Mi pobrecita Joan! Me apenó mucho saber que estabas enferma.
La madre rodeó con sus brazos a la niña, que se abrazó a ella muy contenta.
—¡Oh, mamá! ¡No quería que vinieses! ¡Pero ahora soy muy feliz!
—Siento no haberme acordado de tu cumpleaños, cariño. Tenemos tantas cosas que decirnos. ¿Por qué no querías que yo viniese?
—Porque…, porque…, ¡oh! Temí que no te gustase saber que alguien fingiese que tú me mandabas cosas. Y porque tenía miedo de verte.
—Joan, quiero decirte algo —la señora Townsend acunó en sus brazos a Joan y le habló de su hermano fallecido. Luego siguió—: Su muerte me causó tanta pena, que casi olvidé a mi hijita. Tú siempre has sido pacífica y tímida. Además, nunca me pediste nada, ni expresaste tus deseos. Quizá por eso no supe que te preocupases tanto. Tampoco me lo dijiste.
—No podía —explicó ella—. Ahora soy muy feliz, mamá. Ésta es la sorpresa mayor de mi vida. Ahora entiendo las cosas. ¡Ojalá me lo hubieses dicho antes! Pero no importa. Nada importa ahora, salvo que estás a mi lado, que me quieres y que no volverás a olvidarte de mí.
—Nunca te olvidaré, cariño. Sabiendo cuánto has pensado en ello, seré la madre cariñosa que deseas. Ahora debes reponerte, ¿sabes?
—¡Oh!, ya me siento mucho mejor.
Y ciertamente, así era. Cuando entró el ama, se sorprendió de su aspecto feliz.
—Hoy comeré mucho, ama —dijo Joan—. Mamá estará conmigo y quiere ver cuánto como.
Mientras Joan comía, hablaron de Elizabeth.
—En cuanto supe que no fuiste tú quien me mandó aquellas cosas, comprendí que fue Elizabeth. Ésa es la clase de cosas locas y amables que ella es capaz de hacer. ¿Sabes, mamá?, es la primera amiga de verdad que he tenido. Es maravillosa, aun cuando durante las primeras semanas que pasó aquí, fue la peor y más grosera niña del colegio. Pero está decidida a marcharse mediado el curso. ¡No la tendré por mucho más tiempo!
—Quiero ver a Elizabeth —pidió la señora Townsend—. Me escribió una carta muy curiosa y triste. De no ser por su carta y lo que hizo por tu cumpleaños, nosotras no hubiéramos llegado a entendernos, Joan. Y aun cuando ella crea que ha hecho una cosa muy mala, resultó un gran bien, porque su intención fue buena.
—¿Puede Elizabeth visitarme mientras está aquí mi madre? —preguntó Joan al ama, que en aquel momento le tomaba la temperatura.
—Veamos cómo estás de fiebre. ¿Es posible? ¡Estás normal! —exclamó sorprendida la mujer—. Desde luego, Elizabeth puede venir. Mandaré por ella.
Elizabeth practicaba su dúo con Richard cuando llegó el mensaje. Una de las camareras del colegio se lo trajo.
—La señora Townsend está en la enfermería con Joan y dice que le gustaría verte. El ama te concede veinte minutos.
El corazón de Elizabeth se encogió. ¡La señora Townsend había venido al pensionado! Había recibido la carta y estaba allí. ¡Quería verla!
—¡Oh, no iré a la enfermería! —casi gritó—. Por favor, excúsenme.
—Creí que Joan era tu amiga —exclamó Richard, sorprendido.
—Lo es. Pero… ¡oh, cielos, no puedo explicarlo!, las cosas han ido mal, eso es todo.
Apartó su cuaderno de música, con aspecto lúgubre.
—Alégrate —dijo Richard—. Las cosas no son tan malas cuando uno se enfrenta a ellas.
—Bien, me enfrentaré a ellas —decidió Elizabeth, echando hacia atrás sus rizos—. Pero ¿qué va a sucederme ahora?