7

La primera junta escolar

Aquella tarde, después del té, se celebró la primera Junta. Toda la escuela asistió. La señorita Belle, la señorita Best y el señor Johns entraron también. Sentados en la última fila, parecían no prestar mucha atención a lo que sucedía.

—Nunca se pierden nada —informó Ruth a Belinda, algo asustada de esta primera reunión.

Los dos jefes de la escuela, una niña de semblante grave llamada Rita y un chico alegre llamado William, ocupaban la mesa grande del gimnasio, donde se celebraba la reunión. Eran los jueces. Doce niños más, seis chicos y seis chicas, que constituían el jurado, lo harían alrededor de una mesa delante de ellos.

Al principio, Elizabeth pensó en no asistir a la Junta. Pero le venció la curiosidad y decidió ir. Antes había leído un aviso en el tablón de anuncios que decía: «Traed todo el dinero que tengáis». Acudió con su monedero, si bien decidida a no entregar ni un céntimo.

Los asistentes se pusieron en pie en cuanto los jueces entraron en la sala, ¡menos Elizabeth! No obstante, se alzó a toda prisa al sentir los duros dedos de Ruth que se clavaron en su espalda. Furiosa, miró a Ruth. Iba a decir algo, pero entonces se oyó un martillazo sobre la mesa.

—Siéntense, por favor —invitó uno de los jueces.

Todos obedecieron. Elizabeth vio una maza de madera sobre la mesa delante de los jueces, un gran bloc de notas, algunas hojas de papel y una caja grande, parecida a una hucha.

—Los doce niños reunidos en la mesa más pequeña son los monitores —le susurró Helen a Elizabeth—. Son elegidos por nosotros cada mes.

Nora estaba en la mesa del jurado, así como el muchacho del columpio. No conocía a nadie más, excepto a Eileen, la niña que había sido amable con ella.

La niña juez se alzó de su asiento y habló claramente:

—Es nuestra primera reunión —dijo—. Tenemos muy poco que hacer hoy, pues la escuela empezó ayer, pero debemos explicar nuestras reglas a los niños nuevos y también hacernos cargo del dinero. No precisamos elegir otros monitores, pues los actuales lo fueron en la última Junta celebrada antes de las vacaciones. Ya les ven alrededor de la mesa del jurado. Serán monitores durante un mes, a menos que la Junta decida sustituirlos por otros. Los monitores son elegidos por su sentido común, lealtad al colegio, ideas y buen carácter. Deben ser obedecidos, porque nosotros mismos les hemos elegido.

La niña juez miró un papel que tenía delante, con notas sobre lo que tenía que decir. Luego observó a los reunidos.

—Tenemos muy pocas reglas —siguió—. Una exige que guardemos todo nuestro dinero en esta caja, pudiendo cada uno retirar dos chelines a la semana. El resto se usa para comprar lo que alguno de vosotros necesite en especial, pero hay que solicitarlo en la reunión semanal y el jurado decide entonces si lo autoriza.

Algunos hicieron sonar sus monedas como si ya quisieran introducirlas en la caja. Los jueces sonrieron.

—Entregaréis vuestro dinero enseguida —continuó la niña juez—. Antes sigamos con nuestras reglas. La segunda se refiere a las quejas. Éstas deberán ser expuestas en la reunión, donde todos las oirán y se decidirá lo qué se debe hacer. Cualquier avasallamiento, grosería o desobediencia, debe denunciarse ante la reunión, para su correspondiente castigo. Aprended a diferenciar una queja real del mero chismorreo, pues éste se castiga también. Si no estáis seguros, preguntad a vuestro monitor antes de exponerlo aquí.

La niña juez se sentó. El chico juez se alzó y sonrió al atento auditorio.

—Ahora entregaréis el dinero. Después os daré a cada uno dos chelines y luego estudiaremos si alguien necesita algún extra esta semana. Thomas, por favor, pasa la caja.

Elizabeth, convencida de que nadie podría obligarla a entregar su dinero, se sentó encima del monedero en un gesto de firme resolución.

Thomas llegó hasta ella. El dinero, chelines y monedas de seis centavos, medias coronas, resonaban en la gran caja, en la que incluso había uno o dos billetes de diez chelines.

Elizabeth no puso ninguna moneda. Thomas, el monitor, lo advirtió enseguida.

—¿Es que no tienes nada de dinero?

Ella fingió no oírle y Thomas sin decir más continuó su recorrido.

La niña se sintió complacida de sí misma.

«¡Me he salido con la mía y no han podido impedírmelo!», pensó.

Thomas entregó la caja al niño juez. Pesaba mucho. Una vez la depositó sobre la mesa, el monitor habló en voz baja.

William, el chico juez, golpeó la mesa con su martilló. Todos guardaron silencio.

—Elizabeth Allen no depositó su dinero en la caja. Elizabeth, ¿no tienes dinero?

—Sí, tengo —contestó desafiante—. Pero me lo quedo.

—Ponte en pie cuando me hables —ordenó el juez.

Elizabeth sintió los gruesos dedos de Ruth que volvían a pellizcarla por detrás y se alzó. Ruth vio el monedero sobre el banquillo y, rápidamente, lo cogió.

—¿Por qué deseas guardarte el dinero? —preguntó William—. ¿Tan egoísta eres?

—No. Sólo que me parece una idea tonta.

—Oye —respondió William, paciente—. En este colegio nos desagrada pensar que hay quien dispone de mucho dinero cuando otros carecen de él. Todos tenemos lo mismo y, si necesitas algo extra, lo tendrás si la Junta lo aprueba.

—Bueno, no estaré mucho tiempo en este colegio —replicó brusca y desafiante la niña—. Necesitaré el dinero para el tren. Así que no quiero entregarlo.

Se alzó un murmullo de sorpresa y estupor. Los jueces y el jurado miraron a Elizabeth como si se tratase de un bicho rarísimo.

Las dos profesoras levantaron sus cabezas con sumo interés, preguntándose qué decidirían los jueces. William y Rita hablaron en voz baja. Luego golpearon la mesa con la maza. Todo volvió a quedar en silencio.

William habló con voz grave.

—Creemos que Elizabeth está equivocada y es necia. Sus padres pagaron mucho dinero para tenerla en este magnífico colegio y aun cuando regrese a su casa dentro de poco, tendrán que abonar todas las tarifas del curso. También opinamos que es muy débil al no tratar de comprobar si le agrada o no Whyteleafe.

—Si no me mandan a casa, ¡huiré! —gritó Elizabeth, enojada de que le hablasen en aquel tono.

—No sueñes en imposibles —dijo William—. Preocuparías a tus padres y a todos en el colegio. Sólo eres una niña tonta y egoísta. Ruth, ¿es el dinero de Elizabeth lo que me muestras? ¡Tráelo!

Elizabeth estiró el brazo para coger su dinero, pero no lo alcanzó. Ruth llevó el monedero y vació seis chelines, dos medias coronas y cinco monedas de seis peniques en la caja. Elizabeth parpadeó. Casi lloró, pero se esforzó en no hacerlo.

—No consentimos que lo retengas, por si acaso eres tan boba como para emplearlo en la huida —comentó Rita, amable, pero severa.

Un miembro del jurado se puso en pie. Era un chico alto llamado Maurice.

—Este jurado considera que Elizabeth Allen no debe tener ningún dinero para sus gastos durante esta semana, debido a su conducta.

Todos los miembros del jurado alzaron la mano en señal de acuerdo.

—Muy bien —dijo el juez—. Elizabeth, no te diremos nada más. Eres nueva y queremos darte una oportunidad. Procura hacer méritos durante esta semana. Nos complacerás mucho si lo haces.

—Entonces no lo haré —gritó, furiosa—. ¡Esperad y veréis lo que haré!

—¡Siéntate! —gritó William, perdiendo su paciencia ante la terca chiquilla—. Ya tenemos bastante de ti para una reunión. Nora, reparte el dinero a todos, por favor.

Nora entregó dos chelines a cada uno, excepto a Elizabeth, que permaneció malhumorada en su puesto, odiando a todos. ¿Cómo se habían atrevido a coger su dinero? ¡Ya se vengaría de Ruth por haberle quitado el monedero!

Cuando todos hubieron recibido su parte, los jueces golpearon la mesa en demanda de silencio.

—¿Alguien precisa de algún extra para esta semana? —preguntó William.

Un niño de corta edad se puso en pie.

—Necesito seis peniques más.

—¿Para qué?

—Me han dicho que debo dar algún dinero al club de la escuela para la compra de un tocadiscos nuevo.

—Entrégalo de tus dos chelines —respondió William—. Denegada la petición.

Entonces se alzó una niña.

—¿Puedo retirar un chelín y nueve peniques para el pago de una bombilla que rompí por accidente en la sala de juegos?

—¿Quién es tu monitor? —preguntó Rita.

Un miembro del jurado se puso en pie, era Winnie.

—¿Fue un accidente fortuito, Winnie, o hacía el tonto? —preguntó Rita.

—Sucedió lo siguiente —explicó Winnie—: Un colgador que cogió del perchero se le escapó de la mano y rompió la bombilla.

—Dale un chelín y nueve peniques de la caja —ordenó Rita.

Winnie cogió el dinero y lo dio a la niña, que se mostró muy contenta.

—¿Más peticiones? —preguntó William. Nadie se levantó.

—¿Quejas o discrepancias? —preguntó Rita. Elizabeth se sintió incómoda. ¿Se quejaría Nora de ella? El monitor, ¿se quejaría también? ¡Cielos, aquella Junta duraba demasiado!