Realmente, Martin es un enigma
Se oyó el débil chasquido del auricular al ser colgado de nuevo y luego los pasos en el corredor, de regreso al aula, unos pasos apresurados. La puerta se abrió de golpe y entró Julian radiante, con los ojos chispeantes y una sonrisa en los labios.
—Todo va bien —anunció—. Buenas noticias. Todo va bien.
—¡Viva! —gritó Elizabeth, deseando poder llorar. Luego aporreó el pupitre para expresar su júbilo.
—¡Bravo, oh, bravo! —aulló Jenny.
—¡Qué contento estoy! —proclamó Harry, pataleando en el suelo. Parecía como si los niños necesitasen hacer mucho ruido para expresar su felicidad. Muchos aplaudían. Jenny palmeó la espalda de Belinda sin saber por qué. Todos demostraban así su alegría.
—Me alegro mucho por ti, Julian —le expresó la señorita Ranger—. Estábamos muy preocupados todos y ahora ya ha pasado. ¿Está mucho mejor tu mamá?
—Sí, mucho mejor —exclamó Julian, siempre radiante—. Y todo se debe a la nueva medicina en la que papá y otros dos doctores han estado trabajando durante años. Ha sido la gran oportunidad de mamá, sólo una oportunidad, y esta mañana, de pronto, ha hecho un cambio para bien. Bueno, creo que esta mañana no podré aguantar ninguna lección más.
La señorita Ranger se echó a reír.
—Bien, sólo quedan cinco minutos de clase antes del recreo. Será mejor que guardéis los libros y tengáis cinco minutos más de descanso, a fin de que podáis despejaros los ánimos. Todos nos alegramos mucho por ti, Julian.
De esta forma, el primer grado guardó los libros y se precipitó al jardín. Las demás clases se sorprendieron cuando oyeron jugar a los pequeños antes de la hora.
Elizabeth arrastró a Julian hacia un rincón tranquilo.
—¿No es maravilloso, Julian? ¿No vuelves a sentirte dichoso?
—Mucho más que antes —asintió el muchacho—. Es como si a mí también me hubiesen concedido otra oportunidad, una más, para demostrarle a mamá que puede sentirse orgullosa de mí. ¡Oh, ya verás cómo estudiaré ahora! Pasaré todos los exámenes con sobresaliente y ganaré todas las becas que pueda. Quiero examinarme para médico lo antes posible. ¡Voy a usar mi talento como nunca lo hice antes!
—Serás el primero de la clase antes de una semana —rió Elizabeth—. Pero no dejes de inventar trucos, Julian, por favor.
—Bueno, no sé… —rezongó el niño—. Tal vez pensaré algunas bromas y trucos en mis horas libres, pero no quiero perder mi tiempo ni que nadie pierda el suyo con tonterías. Ya verás. Cambiaré de la noche al día, seré un tipo muy grave y sesudo, tal como tú querías.
—No, eso no me gusta —replicó Elizabeth—. Me gusta la gente estudiosa, pero no grave ni sesu… seso…, ¿cómo has dicho?, sesuda. ¡Oh, Julian, inventa algunas bromas y trucos para que nos divirtamos! ¡Alguna vez tendrás que descansar de tanto estudio!
Julian se echó a reír y ambos fueron a reunirse con los demás. El niño parecía loco de contento. Todos sus temores habían desaparecido, su madre estaba mejor, pronto volvería a verla, y todavía quedaba bastante curso para poder mejorar sus notas y progresar en sus estudios.
Durante un rato, Elizabeth se olvidó de Martin. Luego le vio. Parecía, como había dicho Rosemary, muy abatido. Daba vueltas en torno a Julian con irritante pesadez, y éste, que no le apreciaba, no podía deshacerse de él.
«Oh, caramba, me había olvidado de Martin —se dijo Elizabeth—. Bueno, hoy no le contaré nada a Julian. No quiero estropearle el día con la perversidad de Martin. Además, ya me han ocurrido demasiadas calamidades por querer arreglar los asuntos ajenos. No quiero meterme en éste. Sólo conseguiría verme en otro lío».
De modo que trató de no pensar más en Martin. Pero éste no tardó en dejar de dar vueltas en torno a Julian para empezar a darlas en torno a Elizabeth. Parecía completamente desorientado. Elizabeth se alegró cuando llegó la hora de acostarse y pudo librarse de él.
La excitación de aquel día había sido excesiva para Elizabeth, por lo que no pudo conciliar el sueño hasta muy tarde. No hacía más que dar vueltas, ya a un lado, ya a otro, ahuecar la almohada, arrojar al suelo el edredón, volver a colocarlo en la cama ¡y sin conseguir dormirse!
Empezó a meditar en el enigma de Martin.
«¿Cómo puede una persona tener dos personalidades distintas a la vez? ¿Cómo puede ser egoísta y espléndido, malvado y generoso, bueno y malo? Me gustaría saberlo».
Empezó a recordar todas las Juntas escolares a las que había asistido. Recordó las cosas extrañas que hacían los niños y cómo, cuando se averiguaban sus motivos, era posible ayudarles.
«Por ejemplo, Harry, que era tramposo, pero sólo porque no quería que su padre supiera que era el último de la clase. Y Robert, tan travieso en el curso pasado, sólo porque había sentido unos celos terribles de sus hermanos menores y necesitaba descargarse de sus celos mostrándose malo con los demás pequeños. Y yo, yo que era una revoltosa y ahora soy mucho mejor, aunque este curso haya caído en desgracia».
Se acordó de repente del gran libro en el que William y Rita anotaban todas las sesiones de las Juntas. Allí había relatos relativos a muchos chicos y chicas malos y buenos, que habían pasado por Whyteleafe durante varios años, que habían tenido faltas y defectos, los cuales habían sido estudiados firme y amablemente, para quedar curados al fin.
«No creo que exista ninguna curación para Martin —añadió Elizabeth—. Pero tal vez en el libro de William haya algo que explique la curiosa conducta de ese tonto. Me gustaría verlo. ¡Oh, Dios mío! Me gustaría que fuese ya de mañana para ir a hojear el libro».
A los niños se les permitía mirar el «gran libro de William», como lo llamaban, cuando querían. Había tantas cosas de sentido común en él.
«Iré a leerlo ahora —decidió Elizabeth de repente—. De lo contrario, no podré dormir. Ahora allí no habrá nadie. Sólo me pondré la bata y bajaré al salón en busca del libro. De todos modos, será una distracción».
Se puso la bata y las zapatillas. Luego se deslizó fuera del dormitorio, donde todas las niñas dormían profundamente y bajó al salón. En el estrado había una mesa y en uno de sus cajones guardaban el libro.
Elizabeth llevaba una linterna, ya que no se atrevía a encender la luz. Abrió el cajón y sacó el libro. Estaba atiborrado de escritura de diferentes caligrafías, ya que el libro lo habían redactado tres o cuatro jueces distintos desde la inauguración de Whyteleafe.
Elizabeth buscó un poco al azar. También ella estaba en el libro, sí, aquí.
«La Valiente Salvaje», tal como la había llamado Harry dos cursos atrás, cuando era la niña más revoltosa del colegio.
Y aquí volvía a aparecer, cuando fue nombrada monitora por su buena conducta ¡y, oh, Dios mío, Dios mío, aquí también, casi al final, cuando le habían quitado la dignidad de monitora por su mala conducta!
«Elizabeth Allen perdió su condición de monitora porque acusó equivocadamente a un alumno de su clase de ladrón, y porque su conducta en clase no era la más propia de una monitora», leyó interesada, en la clara y pulcra escritura de William.
«Caramba, aparezco bastante en este libro», se admiró Elizabeth.
Luego fue volviendo las páginas hacia el principio y leyó con interés casos relativos a otros alumnos que habían sido buenos o malos, difíciles o admirables, alumnos que ya habían dejado el colegio años atrás. Por fin, la historia de una niña le interesó. Se parecía mucho a la historia de Martin.
Leyó todo el caso y finalmente cerró el libro y meditó profundamente.
«¡Vaya historia rara! Muy parecida a la de Martín. Esa chica, Tessie, también cogía dinero, pero no lo gastaba en sus cosas, sino que lo regalaba tan pronto como lo robaba. Y arrancaba flores del jardín, haciendo ver que las había comprado, para obsequiar a las profesoras. Y todo lo hacía porque nadie la apreciaba y ella intentaba comprar su amistad y su afecto con esos regalos. Robaba para poder aparentar que era buena y generosa. Es probable que Martin sea un caso igual».
Regresó andando muy despacio a su cama, sumida en un mar de confusiones.
«Qué terrible es no tener amigos cuando se desea tenerlos. Tal vez sería bueno que mañana hablase con Martin. Hoy parecía muy desgraciado. Pero ya estoy harta de intervenir en las cuestiones de los demás. Sólo le haré unas cuantas preguntas y abandonaré el asunto. Que haga lo que quiera. No me importa».
Después de estas reflexiones, consiguió dormirse y, cuando despertó a la mañana siguiente, se sintió muy cansada. Bajó bostezando a desayunar, le sonrió a Julian y se sentó ante su plato de sopa. ¿Qué le había estado preocupando la noche anterior? ¿El francés? No, afortunadamente sabía su lección y hasta la poesía de la route et le goutte á goutte. ¿Y Julian? No, esa preocupación ya se había esfumado.
Naturalmente, había pensado en Martin. Ahora dirigió una fortuita mirada a su pálido rostro y le pareció más bajo y delgado, como encogido, arrugado.
«Es un chico espantoso —pensó—. Realmente espantoso. Nadie le aprecia, ni siquiera Rosemary, aunque él se portó muy bien con ella. Es curioso que no tenga ningún amigo o amiga. Pues yo, a pesar de haber sido a veces muy mala, siempre tuve verdaderos amigos, siempre hubo alguien que me apreciase».
Elizabeth tuvo ocasión de hablar a solas con Martin después del desayuno. La niña tenía que dar de comer a sus conejos, y Martin a su conejillo de Indias. Las jaulas estaban contiguas y los dos niños pronto estuvieron muy atareados.
—Martin —empezó Elizabeth, yendo directamente al grano como era su costumbre—, Martin, ¿por qué regalabas el dinero y los caramelos que robabas, en lugar de quedártelos? ¿Por qué robabas las cosas, si no las querías?
—Porque quería que la gente me apreciase, y no es posible que te quiera nadie si no eres amable y generoso —repuso Martin quedamente—. Mi mamá siempre me lo dice. No eran verdaderos robos, oh, no digas eso, Elizabeth, porque regalaba todas las cosas enseguida. Es como… bueno, lo mismo que hacia Robin Hood, que robaba a los ricos y se lo daba a los pobres, ¡y ya ves, hasta han hecho una película sobre él!
—Oh, sí, fue una película estupenda. Sobre todo, al final, cuando saca la espada y empieza a luchar con el traidor y… ¡Oh, no me vengas con cuentos! —se interrumpió Elizabeth de repente—. Lo tuyo no es igual. En absoluto. Tú no tienes ni pizca de Robin Hood. Robabas y bien lo sabes. ¿Cómo puedes soportar ser tan malvado y deshonesto, Martin? ¡Yo me moriría de vergüenza!
—Bueno, creo que sí me estoy muriendo de vergüenza desde que ayer me llamaste malo y ladrón —confesó Martin con voz temblorosa—. ¡Oh, estoy desesperado, no sé qué hacer!
—Sólo puedes hacer una cosa, una cosa que un cobardica como tú no hará jamás —replicó Elizabeth—. Puedes ponerte en pie en la próxima asamblea y declarar que tú fuiste el ladrón y que quisiste echarle las culpas a Julian. ¡Esto es lo que deberías hacer!