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Elizabeth habla con Rita y William

Escogieron una nueva monitora en lugar de Elizabeth. Era una chica del segundo curso, llamada Susan.

Ningún alumno ni alumna del primer grado había votado a una chica de su clase. Quedaba claro que todos pensaban que era preferible que la monitora fuese mayor que ellos.

—Arabella, fuiste muy valiente al confesar lo de la fiesta —se admiró Rosemary.

Los demás opinaban lo mismo. Arabella estaba muy contenta de sí misma. Realmente, lo había hecho sin egoísmo alguno, cosa que a ella misma la admiraba. Era muy agradable saber que los demás la consideraban una chica estupenda.

Pero había alguien que se sentía angustiado. Y era Julian. Estaba sumamente contrariado con Elizabeth por haber presentado una queja tan injusta e infundada contra él, pero sabía que sus trucos eran la causa de que a la pobre niña la hubieran expulsado dos veces de clase y, como resultado, destituido del cargo de monitora.

«Naturalmente, William y Rita dijeron que esto se debía a la queja que presentó contra mí —se reprochó Julian—, pero estoy casi seguro de que la peor acusación contra ella fue la de haber sido expulsada dos veces de clase. Bien, Elizabeth no merece ser monitora, por tanto, ¿por qué preocuparme?»

Pero estaba preocupado a su pesar porque, al igual que Elizabeth, era muy justo y, aunque ya no apreciase a la pequeña, sabía que su desprecio no era excusa para portarse mal con ella. Había salido bien de todo el asunto gracias a Arabella. Pero no así Elizabeth. Incluso Harry, Robert y Kathleen, sus mejores amigos, no le habían dirigido ninguna palabra amable en aquellos duros momentos.

La asamblea terminó con la elección de la nueva monitora y todos los niños fueron saliendo mientras comentaban lo sucedido. Era imposible predecir qué ocurriría en una Junta.

—Todo sale a la luz en el colegio Whyteleafe —exclamó Eileen, una de las mayores—. Más pronto o más tarde los defectos y faltas salen a relucir, y todo marcha bien. Y más pronto o más tarde son conocidas nuestras virtudes y recompensadas. Y todo esto lo hacemos nosotros mismos. Es una gran cosa.

La señorita Belle y la señorita Best habían asistido a la Junta y escuchado con sumo interés todo lo acaecido.

William y Rita se rezagaron para hablar con ellas unos instantes.

—¿Hemos sido justos, señorita Belle? —me preguntó William.

—Creo que sí —asintió la aludida. La señorita Best hizo otro tanto—. De todos modos, William, habla con Elizabeth lo antes posible y deja que descargue de su pecho todo lo que le ha pasado con Julián, porque en esto hay algo muy extraño, Elizabeth no suele tener ideas tan fijas sin algún motivo. Creo que en todo esto aún queda algo que no sabemos.

—Bien, enviaré a buscar a Elizabeth ahora mismo —ofreció Rita—. No sé dónde está.

La niña estaba en los establos, sollozando y acariciando la cabeza del caballo que montaba cada mañana. El animal la contemplaba resoplando y preguntándose qué le pasaba a su querida amiga. Elizabeth no tardó en secarse los ojos y sentarse sobre un cubo puesto boca abajo en un rincón.

Estaba muy intrigada y lamentaba profundamente lo que había dicho de Julián. También estaba avergonzada de sí misma y horrorizada ante la pérdida de la dignidad de monitora. Jamás podría volver a enfrentarse con los demás. Y, sin embargo, sabía que tendría que hacerlo.

«¿Qué me pasa? —se preguntó en voz alta—. Había decidido ser buena y justa, ayudar a todo el mundo, y acabo de hacer todo lo contrario. He perdido la calma, he dicho cosas terribles y todos me odian. Especialmente Julian. No entiendo lo de Julian. Yo misma vi mi chelín marcado en sus manos. Y vi caer uno de mis caramelos de su bolsillo. Por eso pensé que estaba robando las galletas. Pero no era así. ¿Pero robó todo lo demás?»

Alguien la estaba llamando en voz alta.

—¡Elizabeth! ¿Dónde estás?

Los mensajeros la habían hallado por fin y la informaron de que Rita y William la estaban buscando. No la habían encontrado en el colegio, por lo que Nora había salido con una linterna en su busca.

Al principio Elizabeth creyó preferible no contestar. Le resultaba imposible enfrentarse a todos los demás.

Pero por fin se envalentonó y se puso en pie.

«No soy cobarde —se dijo—. Rita y William me han castigado por algo que no he hecho, puesto que yo no gasté ninguna broma en clase, aunque lo otro sí fue culpa mía: acusé injustamente a Julian, aunque cuando lo hice creí que estaba en lo cierto. Por tanto, es mejor que vaya a ver qué quieren».

—Elizabeth, ¿estás ahí?

—Sí —repuso la niña—. Ya voy.

Salió del establo, secándose los ojos. Nora dirigió el haz de la linterna hacia ella.

—Te he estado buscando por todas partes, idiota —la increpó—. Rita y William te llaman. Deprisa.

—Está bien —contestó Elizabeth, sintiendo que se le oprimía el corazón. ¿Iban a amonestarla otra vez? ¿No era suficiente que la hubiesen reñido en público, para que continuaran en privado?

Se pasó el pañuelo por la cara y corrió hacia el colegio. Luego se dirigió al despacho de William. Llamó a la puerta.

—Adelante —invitó la voz del juez.

Elizabeth entró y halló a ambos jueces sentados en sendos sillones.

Los dos levantaron la cabeza, su semblante era grave.

—Siéntate —la invitó Rita con amabilidad.

Estaba apenada por aquella niña tan tozuda que siempre se metía en líos. Elizabeth agradeció de corazón la cortesía de Rita y se sentó.

—Rita, lamento terriblemente haberme equivocado con Julian. Creí que estaba en lo cierto. Lo digo de veras.

—Por eso hemos querido hablar contigo —repuso Rita—. No podíamos permitir que siguieras acusando a Julian en público si estabas equivocada también en lo demás. Pero ahora tienes que contarnos todo lo ocurrido y lo que tanto te ha hecho dudar de Julian.

Elizabeth lo explicó todo: las pérdidas de dinero de Rosemary y Arabella, de qué modo había desaparecido su propio chelín señalado y había aparecido en manos de Julian cuando hizo girar las monedas; y cómo le había caído uno de sus caramelos del bolsillo.

—¿Estás completamente segura de todo esto? —preguntó William preocupado.

Estaba convencido de que en el primer grado había un ladrón, un pequeño ratero, pero no estaba tan seguro como Elizabeth de que se tratara de Julian. Tanto él como Rita pensaban que a pesar de sus modales y de su indolencia, Julian no era ningún ladronzuelo.

—Por esto, William y Rita —terminó Elizabeth—, debido a todas esas circunstancias, me imaginé que Julian estaba robando las galletas cuando le sorprendí abriendo la taquilla anoche. Sí, me equivoqué completamente, pero fue debido a todo lo demás.

—Elizabeth, ¿por qué pensaste que podrías solucionarlo tú sola cuando el dinero empezó a desaparecer? —preguntó Rita—. No era asunto tuyo. No debiste tender ninguna trampa. Debiste venir directamente a nosotros y dejar que nos ocupásemos de ello. Tú como monitora, tenías la obligación de informarnos de todo y dejarlo en nuestras manos.

—Oh —exclamó Elizabeth muy sorprendida—, pensé que siendo monitora debía solucionarlo, y que sería estupendo arreglarlo todo sin tener que llevar el asunto ante la Junta.

—Elizabeth, debes empezar a comprender la diferencia entre las menudencias y las cosas de importancia —repuso Rita—. Los monitores pueden ocuparse de cosas tales como que nadie encienda la luz después de ser apagada, aconsejar en las riñas sin importancia y cosas por el estilo. Pero cuando se trata de un asunto de importancia, hay que dirigirse a nosotros. Fíjate en el lío que has armado al querer arreglarlo todo tú sola. Has presentado una queja horrible contra Julian, has hecho que Arabella revelase su secreto y has perdido la dignidad de monitora.

—Era para mí un honor tan grande serlo —suspiró Elizabeth, secándose dos lágrimas de sus mejillas.

—Sí, demasiado honor para ti —concedió Rita—. Tanto, que creíste que podías solucionar un asunto que hasta las señoritas Belle y Best encontrarían difícil de resolver. Bien, tienes aún mucho que aprender, Elizabeth, pero siempre sigues el camino más difícil, ¿verdad?

—Sí, es cierto —reconoció Elizabeth—. No medito bastante. Me precipito, pierdo la calma… mis amigos… ¡y todo!

Volvió a suspirar profundamente.

—Bien —la tranquilizó William—, posees una virtud, y es que tienes el coraje de reconocer tus propias faltas, lo cual es el primer paso para corregirlas. No te preocupes. Pronto recuperarás lo perdido si eres sensata.

—Creo que lo mejor será llamar a Julian y explicarle todo lo que nos ha contado Elizabeth —propuso Rita—. Tal vez podrá arrojar alguna luz en lo del chelín marcado y lo del caramelo. Casi aseguraría que él no robó nada.

—Oh, dejadme marchar antes de que venga —suplicó la pobre Elizabeth, puesto que la última persona que deseaba ver era Julian. Le pareció ver ya sus ojos verdes mirándola con desprecio. No, no podría soportarlo.

—No, debes quedarte y escuchar lo que él diga —se opuso Rita con firmeza—. Si Julian no cogió esas cosas, hay algo muy raro en este asunto. Y debemos descubrir qué es.

Elizabeth, por tanto, tuvo que permanecer sentada en el despacho de William, esperando la llegada de Julian. ¡Oh, qué día más terrible era aquél!