Arabella formula una queja
Arabella había fruncido la nariz a todos los chicos y chicas de Whyteleafe desde el día en que llegó. Y le había dicho a Rosemary que no le importaba resultar simpática o no.
¡Pero era difícil no ponerse nerviosa cuando todos arrugaban la nariz ante ella! Para Arabella era de gran importancia poder despreciar a todo el mundo, menos a Rosemary. ¡Pero le producía una sensación muy diferente sentirse despreciada por todos los demás!
Sus condiscípulos no se hubiesen cebado tanto en ella si Arabella no se hubiese comportado tan estúpidamente desde el principio. ¡Y ahora se daba cuenta de que la estaban friendo a fuego lento!
—¡Me tratan como si apestase! —se quejó a su fiel Rosemary—. ¡Si hasta ese horrible Julian contiene la respiración cuando se cruza conmigo!
Lo cual era cierto. Julián se tapaba la nariz con el índice y el pulgar cuando pasaba junto a Arabella. Esto la molestaba terriblemente. Estaba tan acostumbrada a saberse admirada y adulada por sus amigos y a ser alabada por los mayores que, simplemente, no comprendía esa conducta. Y eso la ponía furiosa.
Arabella no sospechaba por qué todos la trataban de esa manera. No sabía que era por haber sido deshonesta y falsa con su dinero. Estaba segura de haber sido lista y que nadie se había dado cuenta de sus maniobras. No sabía que Jenny había registrado su estuche de música y había visto que allí tenía escondida una gran cantidad de caramelos.
Jenny también se dedicó a burlarse de Arabella. Su modo de hacerlo era hablarle de manera suave y cortés, exactamente como acostumbraba hacer Arabella, de las extraordinarias vacaciones que solía disfrutar, tal como Arabella las relataba.
Jenny tenía dotes para la mímica. Podía imitar cualquier voz y también la risa. Y lograba que todos los niños se echasen a reír cuando la oían hablar con Arabella, en presencia de ésta.
—Queridos y queridas mías —se burlaba Jenny—, mis últimas vacaciones fueron las más maravillosas de todas. Cuantío salimos, lo hicimos con tres autos, ¡y el último era sólo para transportar mis vestidos! Oh, y también debo contaros cómo lo pasé cuando estuve una temporada con mi abuela. Me permitía cenar con los mayores todas las noches y me servía quince platos diferentes en cada comida y cuatro clases diferentes de… de ¡cerveza de jengibre!
A estas palabras seguían gritos y carcajadas incontenibles.
La única que no reía era Arabella. No lo encontraba divertido. Pensaba sencillamente que era horrible. En su antiguo colegio a todas sus amigas les gustaba escuchar sus relatos. ¿Por qué tenían que burlarse de los mismos en este colegio nauseabundo?
A Arabella le ocurrió otra cosa muy inquietante. Estaba, por ejemplo, sentada en la sala común, cosiendo o escribiendo, y de repente Jenny o algún otro exclamaba:
—Oh, fijaos, ¿no es un avión? —o también—. ¿No es un moscardón? —y al mismo tiempo señalaban fuera de la ventana o hacia el techo.
Al momento todos, incluida Arabella, giraban la cabeza y, cuando la muchacha volvía a concentrarse en su costura o su escritura, se encontraba con que le había desaparecido la pluma o las tijeras. Al momento empezaba a buscar por el suelo hasta que de pronto oía unas risitas.
Entonces comprendía que alguien se las había escamoteado hábil y rápidamente, dejándolas en el antepecho de la ventana o en una mesita del rincón, sólo para fastidiarla.
Le contó a Rosemary todas estas burlas y la niña la escuchó con simpatía.
—Qué pena, Arabella. No sé por qué lo hacen.
—Bien, si tú se lo preguntas, te lo dirán —decidió Arabella—. ¿Lo entiendes? No te olvides, y no digas que te lo he pedido yo.
De forma que, cuando Arabella salió más tarde de la sala común, Rosemary reunió todo su valor para dirigirse a Jenny.
—¿Por qué sois tan malos con Arabella?
—Porque se lo merece —fue la concisa respuesta de su compañera.
—¿Y por qué se lo merece? —insistió Rosemary.
—¿Acaso no crees que es una chica engreída y falsa? Ya sé que te pasas la vida dando saltos a su alrededor como un perrito faldero, pero tienes que saber que no es honrado guardarse dinero y gastarlo en tonterías sin entregarlo al fondo común, ¡y después contar un montón de mentiras al respecto!
Los agudos ojos de Jenny estaban fijos en la pequeña Rosemary, pero ésta abatió su mirada y no se atrevió a plantarle cara a Jenny.
Era demasiado débil para defender a su amiga y para afirmar que no sabía de qué hablaba Jenny, ni que fuese verdad lo que decía, aunque ahora que Jenny lo mencionaba, a Rosemary sí le parecía que su amiga Arabella había sido una falsa.
—Sí, eso estuvo mal hecho —reconoció la niña al fin—. Oh, Dios mío, ¿por qué os burláis tanto de ella?
—Bueno, supongo que ya lo sabe, ¿verdad? —masculló Jenny con impaciencia—. No creo que sea tan estúpida como para ignorarlo.
A Rosemary no le gustaba confesar que Arabella no tenía idea de por qué todos se burlaban de ella. Ni tampoco quería contarle a su amiga por qué los demás la zaherían tanto. Era como una hoja al viento, que bailaba de este lado y luego del otro.
«¿Debo decírselo? Claro, será lo mejor. No, no puedo. Se pondrá furiosa. Bien, entonces no se lo diré. Oh, tal vez sería preferible contárselo. No, verdaderamente no puedo».
Al final, Rosemary no se lo contó y, cuando Arabella le preguntó qué había averiguado, por toda respuesta sacudió la cabeza.
—Se… se burlan de ti porque piensan que es divertido —se limitó a decir—. Lo hacen porque son muy malos.
—Oh. —Exclamó Arabella, muy encolerizada—. Bien, me quejaré en la Junta. ¡Quiero que esto termine!
—Oh, Arabella, no lo hagas —le suplicó Rosemary alarmada—. Son capaces de decir tales mentiras que quizá te metas en un lío peor. Cuéntaselo antes a tu monitora y comprueba si ella piensa que debes exponerlo en la Junta.
—¡Ni hablar, no le diré nada a Elizabeth! —proclamó Arabella—. ¿Pedirle consejo a ella? ¡No gracias!
Y la tonta de Arabella, sin sospechar el huracán que se le venía encima, estuvo toda la semana refunfuñando, odiando a los demás y aguardando la hora de la Junta.
Por fin llegó. Cuando Arabella contempló a todos los alumnos presentes de su clase, apretó fuertemente los labios.
«Esperad —parecían decir sus ojos—. Esperad y veréis lo que os ocurre».
La hucha fue pasando de uno a otro, pero poco dinero metieron dentro. Arabella no echó nada. Después le fueron entregados a cada uno los dos chelines y empezó la sesión normal.
—¿Alguna petición?
—Por favor, ¿podrías darme cinco peniques más, William? —suplicó Belinda, levantándose—. Esta semana me entregaron una carta sin sello y tuve que pagar el doble, o sea cinco peniques. Era una de mis tías que seguramente se olvidó de poner el sello.
—Cinco peniques para Belinda —ordenó William—. No fue culpa suya tener que pagar el doble.
A Belinda le dieron los cinco peniques y la niña se sentó muy contenta.
—¿Podría recibir seis peniques más para comprar una pelota nueva? —preguntó un chico que se puso en pie tímidamente—. La mía fue rodando hasta la zanja del ferrocarril y, como no podemos bajar a las vías…
—Ve a ver a Eileen, ella te dará una de nuestras pelotas viejas por dos peniques —le manifestó William—. Pero tendrás que pagarla de tus dos chelines.
No hubo más peticiones. Los niños comenzaron a susurrar entre sí y William golpeó la mesa con su martillo. Todos cesaron en sus charlas.
—¿Alguna queja?
Arabella y otra niña se levantaron casi instantáneamente.
—Siéntate, Arabella. Serás la siguiente —decidió Rita—. ¿Qué pasa, Pamela?
—Es una queja un poco tonta —se disculpó Pamela—, pero se trata de algo engorroso. Mi mesita se halla junto al ventanal de mi dormitorio y mi monitora dice que el ventanal debe quedar abierto cuando no estamos allí. Es lógico, pero los días de viento todas las cosas de mi mesita salen volando por la ventana y siempre me cuesta un horror encontrarlas fuera.
Todos se echaron a reír. Rita y William sonrieron también.
Joan, que era la monitora de Pamela y estaba en su misma clase, se dirigió a Rita.
—Pamela tiene razón. Todas las de aquel dormitorio tienen el mismo problema. Pero podríamos apartar la mesita de la ventana si el ama no se opone.
—Pregúntaselo mañana —decidió Rita. El ama era la que se encargaba de esta clase de asuntos, y ella ordenaría que moviesen la mesita.
—Bien, ahora Arabella —pidió William, observando el rostro encendido, colérico, de la niña, que esperaba su turno. Arabella se puso en pie graciosamente, sin olvidarse de su aire de princesa ni de su rabia.
—Por favor, William —empezó con su voz suave aunque levemente estremecida por los nervios y la ira—, por favor, se trata de una queja muy grave.
Todos alargaron el cuello. Esto podía ser interesante y excitante. Las quejas graves siempre se escuchaban atentamente. Los de primer grado se miraron entre sí, con cara de extrañeza. ¿Pensaba Arabella quejarse de ellos? Bien, si era bastante tonta para ello, adelante, pero de este modo su secreto quedaría al descubierto.
—¿Cuál es tu queja? —preguntó William con aire de importancia.
—Bueno, desde que llegué a este colegio, los chicos y chicas de mi clase, todos, excepto Rosemary, se han portado conmigo de una manera completamente malvada. ¡No puedo repetir todo lo que me han hecho!
—Creo que debes contarlo —repuso William—. De nada sirve quejarse y no explicar detalladamente a qué se debe la queja. No creo que toda la clase se porte tan mal contigo.
—Pues así es —afirmó Arabella, casi llorando—. Y Julian es el peor de todos. Cuando paso por su lado… se tapa la nariz.
Hubo unas cuantas risitas. Julian se rió a carcajadas. Arabella le miró. Elizabeth, que estaba en el estrado de los monitores, pareció muy sorprendida. Ella era la única que no conocía el verdadero motivo del trato que la primera clase daba a Arabella, y pensaba que la niña era muy tonta al quejarse por unas vulgares burlas. Ignoraba la verdadera razón de las mismas. Pero ahora empezó a sospechar que se trataba de algo grave.
—Y Jenny. Me imita y se burla de mí siempre que puede. Yo soy nueva en el colegio y creo que esto es muy poco amable. Y no he hecho nada para que se comporten así conmigo. Y esto me hace muy, muy desdichada. Se lo escribiré a mamá. Se lo…
—Cállate —le aconsejó Rita, viendo que Arabella iba a meterse en un lío muy serio—. Calla y siéntate. Ya veremos. Tendrás ocasión de hablar luego si quieres. Pero espera un momento antes de continuar: ¿le has contado todo esto a tu monitora?
—No —contestó Arabella—. Tampoco me quiere.
Elizabeth se puso encendida como la grana. Eso era verdad. Había dado a entender que no apreciaba a Arabella, y ésta no había ido a pedirle consejo o ayuda antes de quejarse en la Junta. ¡Oh, Dios mío, qué lástima!
Oh —exclamó Rita, mirando a Elizabeth—. Bien, veamos. Primero oiremos a Jenny. Jenny, por favor, ¿quieres explicarnos a qué se debe tu conducta tan poco amable, si es que hay algún motivo para ésta?
Jenny se puso en pie.
¡De acuerdo, Arabella lo había querido! Y empezó a contar lo que sabía.