Arabella viene para quedarse
Una noche de las vacaciones de Navidad, la madre de Elizabeth le dio una sorpresa a su hija. La Navidad había pasado ya y Elizabeth había asistido al teatro, al circo y a tres fiestas.
Ahora empezaba a considerar su vuelta a la escuela. Era muy aburrido estar sola todo el día, cuando estaba acostumbrada a convivir con tantos muchachos y muchachas en el colegio Whyteleafe. Echaba de menos las risas y las conversaciones, las diversiones y los juegos que allí disfrutaban todos juntos.
—Mamá, me gusta estar en casa, pero echo de menos a Kathleen y a Belinda, a Nora, a Harry, a John y a Richard —se quejó—. Joan ha venido aquí a verme un par de veces, pero ahora hay una prima suya que pasa unos días en su casa y ya no espero que vuelva por aquí en lo que queda de vacaciones.
Y fue entonces cuando su madre le dio la sorpresa a Elizabeth.
—Bien. Ya sabía que te encontrarías muy sola, de forma que he conseguido que una personita venga a hacerte compañía durante las dos últimas semanas de vacaciones, Elizabeth.
—¿Quién, mamá? —exclamó la niña—. ¿La conozco?
—No —replicó la mamá—. Es una jovencita que irá al colegio Whyteleafe el curso próximo, una chica llamada Arabella Buckley. Estoy segura de que te gustará.
—Cuéntame algo de ella —pidió Elizabeth sorprendida—. ¿Por qué no me lo dijiste antes, mamá?
—Bueno, se me ocurrió de repente —se excusó la madre—. Ya conoces a la señora Peters, ¿verdad? Tiene una hermana que debe marcharse a América y no quiere llevarse consigo a Arabella. Su deseo es dejar a la niña en un internado durante un año o tal vez más.
—¡Y ha elegido el colegio Whyteleafe! —dijo Elizabeth—. Bueno, yo creo que es el mejor colegio del mundo.
—Eso es lo que dije a la señora Peters —asintió su mamá—. Ella se lo contó a su hermana, y la señora Buckley fue inmediatamente a ver a las directoras, la señorita Belle y la señorita Best.
—«La Bella y la Bestia» —sonrió Elizabeth.
—Acordaron que Arabella comenzaría este curso en Whyteleafe —continuó la madre—. Y como la señora Buckley tenía que partir para América inmediatamente, me ofrecí a tener aquí a Arabella, en parte para que te hiciese compañía y, en parte, para que pudieras contarle cosas de Whyteleafe.
—Mamá, espero que sea una chica estupenda. Será muy divertido pasar las vacaciones con alguien que me guste, pero sería terrible si ella no me gustase.
—He visto a Arabella —la tranquilizó su madre— y es una muchacha de modales perfectos, que va vestida de un modo muy apropiado.
—Oh —exclamó Elizabeth, que a menudo vestía concierto descuido y se mostraba poco dispuesta a demostrar buenos modales—. Mamá, no creo que me guste demasiado. Normalmente, las chicas que van demasiado emperifolladas no sirven para jugar ni para nada.
—Bien, ya veremos. Además, llegará mañana, de modo que recíbela con simpatía y cuéntale todo lo que puedas de Whyteleafe. Estoy segura de que le gustará.
Elizabeth comenzó a preocuparse por la inminente llegada de Arabella, porque temía que no acabara de gustarle. Puso unas flores en el dormitorio destinado a su nueva amiga y, en la cabecera de la cama, varios de sus libros favoritos.
—Sí, será bastante divertido contarle a una novata cosas del colegio —se dijo—. Estoy tan orgullosa de Whyteleafe. Pienso que es maravilloso. ¡Además, el próximo curso seré monitora!
Elizabeth, de temperamento nervioso, se sentía impaciente ya que había sido elegida monitora para el próximo curso. Fue una gran sorpresa que le proporcionó la mayor felicidad de su vida. A menudo, durante las vacaciones, había pensado en ello y en lo excelente, leal y prudente que sería en el desempeño de su nuevo cargo.
—Sin reñir con nadie, ni mal humor, ni estallidos tontos —se repetía una y otra vez.
Conocía sus defectos. En realidad, todos los alumnos y alumnas de Whyteleafe conocían sus propios defectos y, como parte de la educación del colegio, tenían la oportunidad de corregirse, pues ¿cómo iba nadie a corregirse sin conocer sus defectos?
Al día siguiente, Elizabeth estuvo mirando por la ventana para ver aparecer a Arabella. Por la tarde, llegó un enorme coche que se detuvo delante de la puerta de la casa. El conductor salió y abrió la puerta, y del vehículo surgió alguien que más parecía una princesa que una colegiala.
—¡Caramba! —exclamó Elizabeth, al observar su blusa escolar de color azul marino con su insignia amarilla—. ¡Caramba! ¡Nunca podré compararme a Arabella!
La recién llegada llevaba un precioso abrigo azul con un cuello de piel blanco. Lucía unos guantes blancos, también de piel, y un sombrero de la misma piel que el cuello del abrigo encima de sus rizos rubios. Tenía ojos muy azules, y oscuras y rizadas pestañas. Su expresión era bastante altanera cuando descendió del coche.
Contempló la casa de Elizabeth como si no le gustase mucho. El chófer tocó el timbre y dejó un baúl y una maleta en un peldaño.
Elizabeth había previsto bajar rápidamente y darle a la recién llegada una alegre bienvenida. Había decidido llamarla «Bella», porque Arabella era más bien un nombre estúpido, «un nombre de muñeca», pensaba. Pero ahora tampoco le complacía lo de «Bella».
«Arabella le sienta mejor —decidió—. En realidad, parece una muñeca con sus rizos rubios, sus ojos azules, el abrigo y el sombrero. Creo que no haremos buenas migas. Más bien la temo un poco».
Era extraño, porque Elizabeth casi nunca se asustaba de nadie ni de nada, pero jamás había conocido a nadie como Arabella Buckley.
«Aunque no es mucho mayor que yo, parece ya una mujer hecha y derecha, muy remilgada y aseada, y estoy segura de que habla como una persona mayor —volvió a pensar Elizabeth—. Oh, no, no tengo ganas de bajar y hablar con ella».
Y no bajó. La doncella abrió la puerta y la señora Allen, la mamá de Elizabeth, se apresuró a recibir como era debido a su visitante. Besó a Arabella y le preguntó si había tenido un buen viaje.
—Oh, sí, gracias —contestó Arabella con voz clara y suave—. Nuestro coche es muy cómodo y tenía muchos bocadillos para comer y entretenerme. Ha sido usted tan amable, señora Allen, al admitirme en su casa. Sé que tiene usted una hija de mi edad.
—Sí —afirmó la señora Allen—. Debería haber bajado a darte la bienvenida. Dijo que lo haría. ¡Elizabeth! ¿Dónde estás, Elizabeth? ¡Ha llegado Arabella!
Elizabeth tuvo que bajar. Descendió por la escalera según su costumbre, saltando los peldaños de dos en dos, y aterrizando en el vestíbulo con un salto extraordinario. Luego, le tendió la mano a Arabella, que pareció muy sorprendida ante aquella súbita aparición.
—Baja la escalera como es debido —le increpó la señora Allen.
Era algo que le decía al menos dos veces al día, pero Elizabeth no se acordaba jamás de obedecer. La señora Allen esperaba que Arabella, con su exquisita educación, le enseñaría a Elizabeth algo de su placidez y su buena conducta.
—Hola —saludó Elizabeth, y Arabella le tendió una mano demasiado blanda para poder estrecharla con la debida fuerza.
—Buenas tardes. ¿Cómo estás?
«¡Qué graciosa! —pensó Elizabeth con sorna—. Parece la Princesa Todopoderosa yendo de visita a la cabaña de uno de sus súbditos. Dentro de un momento me ofrecerá un plato de sopa caliente o un chal para abrigarme».
Sin embargo, era posible que Arabella sólo estuviese un poco cohibida. Algunas personas se muestran envaradas y demasiado corteses cuando se hallan en esta situación. Elizabeth pensó que era preferible dar a Arabella la oportunidad de tranquilizarse antes de pronunciarse respecto a ella.
«Al fin y al cabo, yo siempre doy por sentado que una persona es de determinada manera y luego tengo que rectificar mi opinión —razonó Elizabeth—. En los dos últimos cursos, cometí toda clase de equivocaciones en Whyteleafe. Ahora tendré más cuidado».
Sonrió a Arabella y la condujo a su dormitorio para que se lavase y poder charlar con ella.
—Supongo que no te habrá gustado despedirte de tu madre cuando se ha ido a América —comenzó a decir Elizabeth con voz meliflua—. Sí, para ti ha sido una mala suerte, pero has acertado al elegir el colegio Whyteleafe. ¡Te lo aseguro!
—Yo juzgaré si es buena suerte o no cuando esté allí —contestó Arabella—. Espero que haya chicas decentes.
—Por supuesto que sí y, si son horribles cuando llegan, pronto las hacemos cambiar —explicó Elizabeth—. Tuvimos un par de chicos espantosos, pero ahora son mis mejores amigos.
—¿Chicos? ¿Has dicho «chicos»? —se horrorizó Arabella—. ¡Creí que iba a ir a un colegio de señoritas! ¡Odio a los chicos!
—Es un colegio mixto: chicos y chicas juntos —le contó Elizabeth—. Es muy divertido. Dentro de poco ya no odiarás a los chicos. Pronto te acostumbrarás a ellos.
—Si mamá hubiese sabido que iban chicos a Whyteleafe, estoy segura de que no me habría matriculado en él —sentenció Arabella con voz firme y dura—. Oh, son unos seres sucios, de malos modales, desaseados, con unas voces chillonas y…
—Oh, bueno, a veces también las chicas se ensucian y chillan —la interrumpió Elizabeth con paciencia—. Precisamente, respecto a chillar, ¡tendrías que oírme cuando voy a ver un partido en el colegio!
—Me temo que es un colegio terrible —gimió Arabella—. Quería que mamá me enviase a Grey Towers, donde estás dos amigas mías. Oh, es un colegio maravilloso. Tienen unos dormitorios magníficos y la comida es excelente. En realidad, allí las chicas son tratadas como princesas.
—Bien, si piensas que vas a ser tratada como una princesa en Whyteleafe, pronto verás qué equivocada estás —dijo Elizabeth—. Serás tratada como lo que eres, ¡una chica igual que yo, que tiene que aprender muchas cosas! ¡Y si empiezas a quejarte por todo, pronto lo sentirás, eso sí que te lo aseguro, señorita Todopoderosa!
—Creo que te comportas con mucha rudeza conmigo, teniendo en cuenta que estoy de visita en tu casa y acabo de llegar —la recriminó Arabella, contemplándose la nariz de una forma que encolerizó aún más a Elizabeth—. Si ésta es la educación que os enseñan en Whyteleafe, estoy segura de que no asistiré a ese colegio más que un solo trimestre.
—¡Ojalá no te quedes ni una semana! —gritó Elizabeth muy enfadada.
Pero se arrepintió al instante.
«Oh, Dios mío —gimió para sí—. ¡Qué mal principio! ¡Qué mal principio! Debo tener más cuidado».