Estuve conduciendo casi hasta el amanecer. Solo conducía, y lo hacía sin un propósito fijo. Únicamente iba e iba, hasta que llegara el momento de parar. No sabía cuál sería ese momento, pero intuía que no podía estar demasiado lejos. También sabía que lo reconocería cuando llegara. Las cosas funcionarían de cierta manera y no de otra, de modo que yo pudiera dejar de vivir y Fay pudiera continuar. Todo llegaría a tiempo, solo que más adelante. Mientras tanto, tenía que continuar conduciendo.
Finalmente, poco antes de que se hiciera de día, salí de la autopista hacia un viejo sendero. De tan crecidas que estaban las hierbas, a duras penas se podía ver a través de ellas, y todo se desdibujó hasta convertirse en una selva de maleza. No obstante, me abrí paso con el coche, y después de algunos cientos de metros descendimos hasta un riachuelo. Estaba casi completamente seco, solo corría un hilillo de agua entre dos altos bancales. Era el lugar para detenerse. Tenía que hacerlo. Era un sendero que nadie localizaría, y ese túnel de árboles sobre la cabeza era exactamente lo que necesitaba. El sitio exacto para esperar mientras las cosas se mantuvieran como estaban, y ahora que lo había alcanzado, al coche se le había acabado la gasolina.
Fay se había traído una botella llena de whisky, la había cogido del apartamento de tío Bud, y había empezado a darle tan pronto como salimos de esa trampa de la policía. Ahora estaba sin conocimiento.
Tapé la botella y la dejé en el suelo. Miré hacia atrás; el chico estaba dormido. Dormido de verdad, no inconsciente. Lo tapé un poco mejor con la manta y me puse a dormir yo también. Con Fay desmayada, la seguridad era completa. Había estado así durante horas, e iba a seguir estándolo. Yo aprovecharía para dar una cabezada.
Me desperté cerca de mediodía, el chico había comenzado a revolverse. Me levanté despacio, le levanté y le dejé tumbado en el suelo. Me hice con un poco de agua, valiéndome de una lata oxidada, y le di de beber. Después le dejé hacer sus necesidades, le lavé la cara y las manos y le volví a poner en el coche. Era todo lo que podía hacer por él, y él mismo quería volver al coche. El esfuerzo le había dejado agotado.
Yo también me metí en el coche. Aún quedaba un buen tercio de whisky en la botella, un poco más que un buen trago, y eso sería más que suficiente para Fay. Así que tomé un poco y volví a tapar la botella.
Se hizo media tarde antes de que Fay se despertara. Se tomó un trago y dejó el coche por unos minutos. Cuando volvió, miró al chico y trató de hablar con él, de preguntarle cómo estaba y todo eso. Después se acomodó en su asiento, junto a mí, y cogió la botella.
—Bueno, ¿y ahora qué hacemos, idiota?
Me encogí de hombros.
—Yo qué sé. Si tienes alguna idea, dímela.
—¡Mierda! —Movió sombríamente la cabeza—. ¡Mierda! ¡Qué follón! El asqueroso país entero que nos busca, sin dinero, sin coche, ese chico medio muerto y… —Se le rompió la voz y dio otro trago—. ¡Vaya combinación! Todo lo dicho y, por añadidura, un demente.
—No estoy loco, solo…
—¡Oh, no lo estás! ¡Solo eres un inútil canalla y despreciable, solo eso! Tendría lástima de ti si fueras realmente un loco, pero… ¡Aoooo! Olvídalo. Enciende la radio.
La encendí. Nos quedamos sentados toda la tarde escuchando, y era prácticamente lo mismo que la otra vez: un montón de palabras armadas sobre unos pocos hechos.
Bert y tío Bud habían muerto antes de poder hablar. La vigilante del campo de deportes creía que Bert era el secuestrador y la policía «creía» que él y tío Bud eran los jefes del delito. Se suponía que Fay y yo éramos algo así como la gente menuda. Solo una parejita de secuaces.
Luego, apareció en la radio una voz familiar… la del doctor Goldman.
Doc Goldman no estaba seguro de que Fay se hallase en realidad metida en el asunto. Pensaba que era posible que la señora hubiera estado actuando por coerción. Y en cuanto a mí, bueno, yo no era completamente responsable de lo que hacía. Sin embargo, yo había tratado de salvar la vida del chico… Había arriesgado el que me descubrieran y me arrestaran por robar esa insulina. Y también era posible que hubiera sido forzado a tomar parte en el delito, como Fay, junto con ella. Pudo haber sido así, aunque después yo le pegara y lo atara. Era una reacción natural en un tipo que, como yo, pensaba que estaba en peligro. Me hallaba en una situación comprometida; por lo tanto, era lícito que me volviera violento.
Era una teoría bastante flaca, desde luego; el hecho de que yo estuviera coaccionado, quiero decir. En ella había un montón de huecos que yo no podría cubrir, y seguro que no iba a intentarlo. No obstante, también sonaba esperanzador, si se tomaba en el conjunto de los hechos. Y lo que él y la poli pensaban de Fay, sonaba cojonudamente mejor. Todo lo que ella ahora necesitaba era algo que diera buen cierre a esas teorías. Asegurarlos de que estaban en lo cierto, y quedar limpia.
Doc habló durante un buen rato: habló de nosotros y nos habló a nosotros. Nos urgió a que, si teníamos al chico, volviéramos. Si era así, no podríamos escapar, tendríamos que abandonar antes o después. Si el chico estaba vivo, si Bert y tío Bud no se lo habían cargado, si es que estaba con nosotros…
La batería del coche se estaba muriendo. La voz de Doc se fue debilitando, volviéndose imperceptible y, finalmente, desapareció por completo. Y ahora volvía a ser de noche.
Oí que Fay tomaba un trago. También la oí tomarse un segundo, más largo. Tiró la botella lejos del coche. Ahora tenía que sentirse bastante serena. Su valor se habría reconstruido, y aquella dura y fea racha de debilidad estaría desapareciendo. Ya se debía de encontrar de mejor humor.
Ellos no sabían que teníamos al chico. El policía de la moto había dicho que no lo teníamos, y los que nos habían dejado salir de la calle lo habían corroborado. Quizás era cierto que creían que habían mirado dentro del coche, o tal vez era una forma de salir del lío. De todos modos, nadie sabía la verdad.
Fay encendió un cigarrillo. La cerilla brilló en la oscuridad, iluminando su cara mientras aspiraba profundamente la primera chupada.
—Bueno, sabemos lo que tenemos que hacer —dijo—. ¡Hagámoslo!
Asentí.
—Sí, deberíamos… —dije.
—Una cosa, Collie… —titubeó. Se notaba cierta aspereza en su voz—. Has hecho algunas cosas bastante inexcusables, pero yo sé que tú no eras responsable. Pensaste que tenías que proteger al chico de mí. Dijera lo que dijera, lo siento.
—Olvídalo, Fay. Todo fue culpa mía. Pensé que era importante mantener vivo al chico, pero creo que es casi la cosa más tonta que he hecho en mi vida.
—Bueno, no importa de quién sea la culpa, yo… ¿Qué? —Su cabeza giró de golpe—. ¿Por qué, Collie… qué quieres decir con eso?
—¿No lo captas? ¿Me llamas idiota y no te das cuenta de lo que quiero decir?
—N… no. ¡No lo veo!
—¡Ah, tienes que hacerlo! Bert es quien ha cargado con el secuestro, ¿no? Él y tío Bud pueden resultar culpables de prácticamente todo lo que yo hice, ¿no es así? Y tú…
—¡Collie! —exclamó con aspereza—. ¿Adónde quieres llegar?
—… y tú —continué—, lo tienes casi perfecto. Las cosas están cien veces mejor para ti que para mí. Tú eras una mujer que vivía sola. Bert y tío Bud te amenazaron, y yo te daba un miedo espantoso, así que tenías que seguir con nosotros.
—Te he preguntado, Collie, te he preguntado dónde quieres ir a parar.
—¿De verdad no lo coges? —Me eché a reír—. Bueno, puede que quizá no lo captes: tú estás en buena situación, y no te haría mucho daño que el chico hablara.
Durante un momento, Fay me miró en silencio e inmóvil. Después, sin dejar de mirarme, alzó la mano y tiró la colilla fuera del coche. Negó lentamente con la cabeza.
—No quieres decir eso. No puedes querer decir eso. T… tú… que has soportado más de lo que una persona normal puede soportar… estás agitado y asustado. Tú no quieres decir eso, cariño, conozco a mi Collie y sé que él…
Me eché a reír cortándola en seco.
—Te he engañado bien, ¿no es así? Bueno, no me extraña nada, con la práctica que tengo. Comencé hace casi quince años… Cometí un asesinato, ¿ves?, y se convirtió en lo único en que podía pensar. Así que me dediqué a actuar, y eso me sacó del fondo del pozo. Me fui al ejército, y volví a salir del fondo. La actuación me pareció un asunto tan bueno, que comencé a ocuparme en él con dedicación absoluta.
—¿Qué actuación? —preguntó—. ¿Qué estás diciendo?
—La locura —reí otra vez—. ¡Hostia! Es mejor que una pensión. Podía vagar por ahí haciendo lo que quisiera, pasando por estúpido y estallando de tanto en tanto a petición de la gente. Entonces, cuando me cansaba, volvía por un tiempo a alguna institución de las que ya sabes. Esos sitios son bastante majos, ¿sabes?, parecidos a un club de campo de los de la clase alta. Una buena habitación privada y todo lo que quieras para comer. ¡Joder, tú nunca probaste algo semejante! Tendrías que ver cómo se desviven por atenderte, vaya, si hasta estuve en un sitio donde tenían una enfermera para cada paciente. Eran verdaderas bombas, te ayudaban a mantenerte contento y en pleno bienestar…
Lo hice tan convincente como supe, riéndome, gastando bromas al respecto e insistiendo continuamente en lo más crudo. Al principio Fay me cortó una o dos veces, pero después se quedó simplemente sentada y escuchó. Gradualmente se produjo en ella un cambio. Pude sentir cómo la última chispa de incertidumbre dejaba paso a la frialdad, al odio y al asco.
—No sé cómo es que la gente no termina de aprender —dije—. Haces todo tipo de cosas para darte a conocer, para probar que eres muy bueno en eso de cuidar de ti mismo. De alguna manera, nunca llegan a captarlo. Continúan encandilados por la actuación y sintiendo pena por ti.
Corté el rollo y encendí un pitillo. Dejé un momento encendida la cerilla, mientras cogía la pistola de mi bolsillo y comprobaba la bala en la recámara.
—Bueno. Creo que voy a acabar con ello.
Como esperaba, hizo un furioso intento por apropiarse del arma. La quité de en medio de una sacudida y la apunté. Fay volvió a gritar como aquella vez en la casa.
—No voy a matarte. Solo te dejaré algunas señales, como si acabaras de salir de una pelea. «Estaba intentando que no matara al chico, comprenda usted, y la pistola se disparó accidentalmente».
—No… no lo hagas —sollozó—, hazme a mí lo que quieras, pero no le dispares.
—Vaya, es una buena idea. Es mejor que cargarse simplemente al mocoso y dejarlo aquí. Después de todo, era la pistola de tío Bud, y tú le conociste mucho antes que yo.
Me giré en el asiento y abrí la puerta. Me metí la pistola otra vez en el bolsillo, pero no del todo. Permití que resbalara hacia afuera, un fallo, como si no me hubiera dado cuenta, y dejé que cayera sobre el asiento. Después salí, dándole la espalda.
Hubo una explosión demoledora, y yo salí disparado hacia delante, dando contra el bancal del riachuelo.
Durante un momento, todo fue silencio, y después oí cómo Fay salía del coche con dificultad y sacaba de él al chico. También oí cómo se marchaba con él, tambaleándose; sus pasos fueron haciéndose cada vez más tenues, casi imperceptibles… hasta que se desvanecieron por completo. Yo permanecía allí, donde había caído, incapaz de moverme, mi cara apretada contra el suelo, de lado. Y esto… esto, lo que había sucedido, era como tenía que ser. Ella tenía que odiarme. Fay debía continuar odiándome, tenía que seguir pensando lo que creía de mí, tenía que hacerlo durante tanto tiempo como fuera a vivir. De… de esa… de esa forma continuaría siendo… también…
Sin embargo, hubiera deseado que se quedara un poco más. Solo un poco, nada más que el minuto o dos que me quedaban. Y aun así, si ella hubiera querido hablarme con maldad, o decirme porquerías, lo habría aceptado, porque era su forma de ser, ya lo saben. Fay solo… si ella solo…
—¡Estúpido cara de idiota! ¡No podrías venderle ni cianuro a una colonia de suicidas!
—Solo estoy esperando a un amigo. Quizás usted le conozca… Jack Billingsley, es de una gran familia de hacendados. Íbamos hacia California y…
—¿California, eh? ¡De Nueva York, de ahí es de donde vengo yo!
—El coche se averió y fui a buscar ayuda, y creo que ese condenado loco de Jack Billingsley…
—¡Imbécil! ¡Idiota! ¡Perro de circo! Ládrame. Dame la patita. Haz algunas gracias…
… Sonreí, porque ella no sentía nada de lo que decía, ya saben. Ladré. Creo que quizás sonó como un ladrido, y mi cuerpo se sacudió, rodó un poco. Y, después, paré.
Fue como si me deshiciera.