21

Me puse en la parte de atrás, con el chico. Fay conducía y tío Bud iba sentado junto a ella. En todo el camino a la ciudad no cruzamos ni media docena de palabras en total. Tres manzanas antes de la estación, hice que Fay parara el coche y que tío Bud se apeara.

Eran alrededor de las siete y media. La parte tranquila de la noche. Las prisas del día ya habían pasado, y todavía era demasiado pronto para las multitudes que salían a cenar y a los teatros.

Tío Bud empezó a andar penosamente calle abajo, se hallaba prácticamente solo en la acera. Cuando estaba a punto de llegar al final de la manzana, se volvió hacia nosotros y nos miró. Cruzó la calle y volvió a girarse. Dudaba, no podía decidirse, estaba demasiado asustado para continuar, sabedor de que solo podía seguir adelante y no tenía alternativa. Entonces prosiguió. Ahora caminaba bastante rápido. Supongo que estaba ansioso por hacer el trabajo, y la incertidumbre que este llevaba consigo.

Me puse al volante y obligué al chico a que siguiera tumbado en la parte trasera. Luego seguí a tío Bud calle abajo, dejando que el coche se deslizara lentamente para darle una buena ventaja.

La estación ocupaba una manzana al otro lado de la calle. La pasé y detuve el coche media manzana más allá, después de lo cual desconecté el motor. Observé a tío Bud mientras subía las anchas escalinatas de mármol y desaparecía detrás de la puerta.

Me escabullí ligeramente bajo el asiento y asomé con cuidado la cabeza para mirar el reloj de la torre de la estación. Eran las ocho menos veinte. Tenía hasta las ocho menos cinco para salir con el dinero. Si para entonces no estaba de vuelta…

Casi deseaba que ocurriera, porque había querido decir exactamente lo que dije, con eso de llamar a la policía. Mi llamada haría saltar todo mucho antes, que era lo que yo quería ahora: acabar con ello, hacer que llegara el final. Porque todo estaba destinado a ser una mierda; nada bueno ni feliz podía resultar de este asunto, así que cuanto antes acabara, mejor.

De haber podido, le hubiera puesto fin yo mismo. Sin embargo, de alguna manera no podía, y supongo que no hay nada raro en que no pudiera. Dentro de cada hombre hay algo que le hace seguir adelante, aun cuando no tenga ya ninguna razón para ello. Él no es bueno para la vida ni la vida lo es para él, y él sabe que siempre será así, pero de todos modos no la puede dejar. Algo le mantiene, empujándole, susurrándole, haciéndole esperar de cara a la desesperanza. Le hace creer que existe una razón para que se quede allí y empuje; y que si lucha lo suficiente, dará con ella, la encontrará.

Supongo que esto es lo que le ocurre a todo el mundo, o a casi todo, y rara vez ha sucedido de otra manera para mí. Durante años, durante esa cantidad de tiempo que no puedo recordar, así había sido, cuando no algo sin sentido. Y yo tenía que continuar ahora. Si se producía algún abandono, tenía que ser el mío y no otro.

Hacía poco más de cinco minutos que tío Bud se había ido. Quiero decir que hacía cinco minutos que había entrado en el edificio de la estación. Bajé la mirada desde el reloj de la torre hacia las altas puertas del edificio y vi a un hombre que subía las escaleras a toda prisa y se paraba arriba, sin entrar. Tenía algo en la mano… una linterna. Hizo flashes. La luz era roja.

En un principio, eso no significó nada para mí. Tan solo que seguía estando allí el tipo de la linterna roja, ¿y qué? Entonces Fay se incorporó con un grito sofocado y se volvió hacia mí. En la oscuridad, tenía la cara pálida y borrosa.

—¡Co… Collie, mira! —dijo, y señaló. Pero yo ya estaba mirando. La calle había cobrado vida súbitamente.

Ante nosotros, por cada lado de la intersección, habían aparecido dos coches de la policía. Otros dos coches ya estaban parados en el siguiente cruce y cerraban la calle por ambos lados. Una manzana más allá había otro coche, se hallaba en medio de la calzada, y un policía estaba desviando el tráfico fuera de la calle.

—¡Collie! —susurró Fay—. ¡Collie! ¿Qué están haciendo?

—Es un control. Le han descubierto tan pronto como ha puesto las manos sobre el dinero, pero temen cogerle en medio de una multitud, supongo que esa es la razón.

—¡Tenemos que hacer algo! ¡Salgamos de aquí! ¡Ay… Collie, yo… yo…!

Fruncí el ceño y sacudí el brazo para librarme de su mano. Eso era lo que yo quería, ya ven, el fin. Y parecía como si ella también lo quisiera; y lo conseguiría, lo quisiera o no, porque a Fay no le encajaba vivir, porque era mejor para ella estar muerta o encerrada de por vida. Yo empecé a decírselo. Y entonces…

Cuando a un hombre deja de importarle lo que ocurre, toda la tensión desaparece. Todas las cosas que tuercen su pensamiento —la sospecha, la preocupación y el miedo— se borran, y finalmente puede ver a la gente tal y como es. Exactamente como es. Como yo vi a Fay entonces.

Débil y asustada. Quizás autocompasiva, pero también buena. Básicamente tan buena como pueda serlo una mujer, y odiándose a sí misma por no poder ser mejor. Una vez nos hubiéramos escapado, había planeado avisar a la policía, diciéndoles que el chico estaba en la cuneta. Ahora lo supe. Supe también que si algo hubiera fallado, habría protegido al chico con su propia vida. Lo supe, y de repente quise que Fay viviera.

Súbitamente, para mí cobró sentido el que ella viviera; era la única forma en que tendría algún sentido para mí el haber vivido. Era por lo que yo había vivido. Para mostrarle algo, para probarle algo… para hacer algo por ella, algo que no pudiera hacer por sí misma. Y, más adelante, protegerla para que pudiera continuar. Para que pudiera tener una razón por la que vivir, la misma que yo no había tenido nunca.

Giré la llave de contacto. Luego miré por encima de mi hombro, titubeé y volví a desconectarlo, porque era demasiado tarde. Por supuesto que lo era. Toda la zona había sido bloqueada al mismo tiempo. La calle de atrás también estaba sellada, y un policía en moto venía hacia nosotros.

Apenas tuve tiempo de comprobar que el chico seguía tendido en el suelo, cuando ya estaba junto al coche, sosteniéndose con las piernas abiertas sobre el asfalto. Miré fuera, sonriéndole. Enfocó la linterna hacia mi cara. La mantuvo así durante un momento, enfocó a Fay y volvió a poner la luz contra mi cara.

—¿Pasa algo? —pregunté, esperando que no pudiera ver al chico tumbado detrás—. ¿Se supone que no está permitido aparcar aquí, oficial?

Gruñó sin dejar de enfocar mi cara.

—¿Qué es todo ese alboroto? —dije—. ¿Por qué hay tantos coches de policía? Estábamos aquí sentados mi mujer y yo, cuando de repente…

—¿Por qué? —Bajó la luz—. ¿Qué hacen ustedes aquí? ¿A quién están esperando?

Era un hombre mayor, quizás de cincuenta años. Casi un peso pesado, como acaban siendo todos los policías motorizados. Tenía una cara grande y una expresión dura.

—Estamos esperando a un amigo mío, Jack Billingsley. Llega del este a eso de las ocho treinta. Viene en tren, y estamos esperándolo.

—¿Cuál es su nombre? ¿Es este su coche? Veamos los papeles —lo dijo todo de una vez.

Le di mi verdadero nombre, William Collins. Este es nuestro coche, claro, le dije.

—… Pero nos fuimos de casa tan precipitadamente esta noche que no estoy seguro de… —miré a Fay— creo que llevas los papeles contigo, ¿no es así? ¿Quizás en tu bolso, cariño?

Ella abrió el bolso y lo revolvió todo. Comenzó a manosear dentro de él, moviendo de un lado para otro todo lo que llevaba. El policía hizo un gesto de desconfianza y se inclinó hacia mí.

—Yo le he visto antes en algún sitio. ¿Cuál me ha dicho que es su nombre?

—Collins. Estamos esperando a un amigo mío, Jack Billingsley. Tiene que llegar pronto.

—Yo le he visto a usted. ¿Nunca se ha metido en líos? ¿En qué trabaja? ¡A ver, señora! ¿Qué pasa con esos papeles?

—No, no me he metido en ningún lío. Debe de haberme confundido con otra persona. Estoy retirado ahora, pero había…

—No, no lo he confundido con nadie. Yo ya le he visto antes… Deme su carnet de conducir.

Echó un vistazo a la parte trasera del coche. Pensé en el chico y palpé la pistola en el bolsillo justo cuando giraba bruscamente sus ojos hacia mí. Entonces volvió a dirigirme a la cara la luz de la linterna.

—¡Lo tengo!

La luz llenaba mis ojos, cegándome.

—¿Cómo dice que se llama?

—Collins.

—Sí. Sí. ¡Cómo no! ¡Eso es! —Se echó a reír y me soltó el brazo—. Kid Collins, claro, seguro. Fue en el oeste. Gané veinticinco dólares apostando por usted.

Me dio la mano, se inclinó y le dio la mano a Fay.

—¿Dice que está retirado ahora, Kid? ¿Está viviendo aquí en la ciudad? No quisiera haberles hecho pasar un mal trago a usted y a su esposa, pero es que hace un rato que están ustedes justo aquí, donde está ocurriendo todo esto…

—¿Qué pasa? —dije con inocencia—. ¿Algún problema?

—¡Y que lo diga! —Miró por encima de su hombro—. Veamos… debe creerme si le digo que es mejor que salgan de aquí ahora mismo, pero quizá… Dé marcha atrás, Kid. Vaya marcha atrás hasta la mitad de la manzana.

Arranqué el coche y puse la marcha atrás. Él me acompañó en el recorrido, empujándose con los pies en el pavimento. Por supuesto, tuve que vigilar hacia dónde iba, sin quitarle tampoco los ojos de encima al policía. Así fue como me perdí lo que vino a continuación.

No pude ver a tío Bud salir de la estación. Tío Bud con la maleta y Bert justo a dos centímetros de sus talones, por detrás. No vi cómo intentaba salir corriendo, escapar de Bert. Cuando oí el disparo, yo estaba mirando hacia atrás, y cuando me giré, ya todo había pasado.

Tío Bud estaba tendido sobre la escalinata. Bert había agarrado la maleta y se encaminaba hacia la entrada de la estación. Acababa de dar el segundo paso, cuando la policía de adentro le cerró el camino… eran los detectives que habían estado esperando allí.

Gritó. Oí el grito por encima del fragor de las pistolas. Después cayó hacia atrás, llevando aún la maleta bien agarrada. Dio tumbos y rodó escaleras abajo, hasta que su cuerpo fue a golpear contra la acera.

—Bueno, eso es. —El que hablaba era mi policía, estaba asintiendo y me miraba—. Creo que va a tener que recoger a su amigo un poco más tarde, Kid. Este sitio va a estar al rojo vivo durante un buen rato.

—Sí. Parece que será mejor.

—Gire aquí en redondo. Yo indicaré a los chicos que le dejen pasar.

Di la vuelta a la calle y conduje hasta el cruce. Él hizo una señal y los policías me dejaron pasar. Continué.