Asentí y le dirigí una sonrisa que no era tal. Dije que, bueno, no era algo como para inquietarse demasiado, que en el estado en que se encontraba el chico no podría llegar demasiado lejos. Probablemente estaría en los alrededores de la casa, escondido en algún rincón.
—¡No! —Fay sacudió la cabeza—. He mirado bien antes de llamar a tío Bud.
—Bueno. Déjame mirar. Miremos juntos. Seamos concienzudos y hagámoslo juntos, ¿vale? Así, si uno de nosotros ve algo, se lo podrá indicar al otro.
—Pe… pero…
—Eso es lo que haremos. Y ahora mismo.
La cogí por el brazo y la llevé hacia la puerta. Bajamos las escaleras, atravesamos el patio y entramos en la casa. Empezamos a mirar en las habitaciones. Mientras yo hablaba e intentaba hacer alguna broma, Fay tartamudeaba y me contestaba casi en susurros.
—Bueno, su ropa ha desaparecido. Esto tiene todo el aspecto de que se ha vestido y se ha largado.
—Collie, tenemos que…
—Sí, señor. Es lo que parece. Y es probable que lo haya hecho cuando estabas allá arriba, conmigo. Cuando los dos estábamos bastante ocupados, con las persianas echadas, y durante una hora, no le dedicábamos la suficiente atención a ninguna otra cosa que no fuera nuestra ocupación. Entonces parece que ocurrió…
Le hice una mueca y le solté el brazo, tan de repente y con tal fuerza, que el hombro sufrió una sacudida.
—¡Tenemos que irnos, Collie! Ya habrá tenido tiempo de llegar a la autopista.
—No habrá llegado tan lejos. Estoy seguro de ello, y también lo está tío Bud. Si no, no se acercaría aquí para nada.
—Pe… pero…
—Tío Bud piensa lo mismo que yo, que el chico ha perdido el conocimiento en algún lugar cercano y se ha quedado allí. Algún sitio agradable y recóndito donde nadie pueda verle. Estará tan lejos como pueda haber llegado. Eso es lo que piensa tío Bud… y tengo la corazonada de que es también lo que piensas tú.
—¡No! ¡Ahhhh, no, Collie! Yo no podría…
—Te lo dije. Te dije que ese chico tenía que seguir vivo. Te dije que tenía que continuar viviendo. ¿Dónde está? ¿Dónde lo has dejado?
—Yo… yo… —Sacudió la cabeza—. ¿Eso es lo que piensas de mí? ¿Es que realmente piensas que yo he hecho eso?
Y por un momento vacilé. Durante ese instante, no pude ver los motivos por los que ella podía haberlo hecho, ni por qué de esa manera. Fay tenía miedo. No estaba segura de lo que yo iría a hacer, así que había tratado de tomar una decisión que estuviera fuera de mi alcance. Había escondido al chico, y lo había dejado a salvo, hasta poder dar aviso a la policía. Después, había venido a decirme que se había escapado, así que nosotros teníamos que salir pitando de allí. Desde su punto de vista, era la única cosa que podía hacer. Prácticamente lo mismo que yo había estado pensando.
Así… así es que todo lo que yo había estado pensando era pura imaginación. Estábamos del mismo lado. Ambos queríamos devolver el chico a sus padres. Esto fue lo que yo me imaginé, así es como pensaba que estaban las cosas. Pero lo que yo imaginaba y pensaba no era suficiente. Necesitaba que Fay me dijera… simplemente que me saliera con la verdad pura, sin rodeos ni engaños. Era todo lo que ella tenía que hacer… y no lo había hecho.
Estaba demasiado asustada, demasiado ansiosa. Y cuando una persona está así, seguro que se equivoca, vamos, casi siempre. E hizo probablemente lo peor que podía haber hecho.
Me acababa de sacudir con un engaño. Ahora, mientras me estaba reponiendo —luchando por sobreponerme, porque la tenía en gran estima—, me sacudía con otro.
—Collie… —se esforzaba por sonreír—, seamos agradables, ¿eh? Tum… tumbémonos un rato, calmémonos y seamos amables para poder hablar y… y…
Fay vino hacia mí manteniendo la sonrisa, forzándose en cada centímetro de su recorrido. Su mano alzó un tirante de su vestido, tiró de él con una sacudida y lentamente lo deslizó hacia abajo. Luego, titubeó, suplicando con los ojos y ruborizándose, avergonzada a pesar del miedo. Cogió el otro tirante, lo deslizó hacia abajo y esperó.
—Va… vamos, Collie, ¿lo… lo hacemos? —Casi estaba junto a mí.
—¿Y tú que piensas? —le dije con un gesto de desprecio, mientras la golpeaba con la mano abierta.
Fay gritó y se retiró tambaleante, encorvándose y cogiéndose los pechos. Se dejó caer sobre una silla y volvió a gritar. Luego, se derrumbó sobre el sofá y se quedó allí sentada, gimiendo, meciéndose hacia delante y hacia atrás.
—Esto ha sido solo una muestra. ¡Vuelve a intentar algo semejante otra vez y te cascaré de verdad!
—T… tú… —Fay boqueó—, tú, tú… —Dejó de mecerse, levantó la cabeza con lentitud y me miró—. ¡Quiero que lo sepas… quiero que te acuerdes de que te avisé: voy a matarte por esto!
—Quizá. Quizá lo hagas. Pero ahora mismo vas a hacer algo más, rápidamente y sin quizá.
No discutió más, sobre ello. Se subió el vestido y me señaló el camino que bajaba en dirección a los árboles. Nos dirigimos hacia la cuneta por la que corría agua, bajo el sendero. Asintió. Se quedó detrás de mí, de pie. Yo me agaché y recogí al niño.
No supe si estaba inconsciente solo por el esfuerzo o si había sido golpeado. Lo cierto es que tenía una gran magulladura en la parte derecha de la frente. Se la miré. Lo observé, tan pequeño y tan débil en mis brazos. Y luego la miré a ella. Si en ese preciso momento hubiese tenido las manos libres… bueno, para ella era una buena cosa que las tuviera ocupadas.
Volvimos a la casa y tumbé al chico en el sofá. Fay permaneció de pie y observaba en actitud desafiante, mientras yo le limpiaba la cara y la frente con un paño y agua fría.
Volvió en sí y, cuando le pregunté, me susurró que se sentía «b… bien». Me pareció en realidad que no estaba herido, sino solo débil y asustado porque habían ocurrido demasiadas cosas que él no podía entender. La mayor parte de la «magulladura» resultó ser barro. Tenía un pequeño golpe en esa parte de la frente, pero el resto, lo que yo había visto como una herida, desapareció al limpiárselo.
—Bueno… —Fay se sirvió whisky en un vaso y se lo bebió de golpe—. Creo que esta vez he fallado, ¿no es así? No le golpeé lo suficientemente fuerte.
—¿Qué ocurrió, te caíste con él?
—¿Ah, sí? —Volvió a coger la botella—. Tienes todas las respuestas. Tú mismo me dices qué es lo que hice o no hice.
—Supongo que es lo que hiciste.
—Ah, sí, ¿eh? ¿Realmente no deberías darme una oportunidad? Bueno, ¡suéltalo, chico listo! Le pegué. ¿Me entiendes? Le golpeé tan fuerte como pude con una gran roca. ¡Si hubiera tenido más tiempo, le habría dado tanto que le habría hecho saltar los sesos!
Le dije que se tranquilizara, que podía molestar al chico. Fay respondió que le importaba un pito si le molestaba o no.
—¿Por qué mierda tendría que importarme? ¿Acaso no he tratado de matarle, eh, no es así, asqueroso vil y repugnante hijo de puta? ¡Claro que lo hice! ¡Esa es exactamente la clase de dama que soy! ¡Quería matarlo! ¡Lo intenté! ¡Lo hice, lo hice, lo hice!
Entonces supe que ella no lo había hecho. Y lo supe en lo más profundo de mi corazón, pero aun así me era más fácil seguir creyendo que sí lo había hecho. Fay parecía veinte años más vieja, trasnochada y viciosa. Los ojos le brillaban peligrosa y locamente. Su expresión era de la más demente maldad. Todo en ella era perverso, lo demás había desaparecido. Así era fácil creerla capaz de cualquier cosa.
Le dije que se callara. Chilló con todas sus fuerzas, lanzándose hacia atrás cuando ya me disponía a avanzar hacia ella.
Nunca hasta entonces había dicho nada sucio. Malhumorado y cínico, quizá, pero no sucio. Sin embargo, ahora se había soltado, y lo que me había llamado, las cosas que me había dicho… Vaya, había soportado algunas opiniones ásperas, pero nada tan malo como aquello. Alguna de esas palabras, pero nunca todas juntas a la vez. Nadie me había insultado nunca así sin perder algún diente.
La roja neblina se acumuló ante mí. Tenía que deshacerme de ella desahogándome de alguna manera, porque si no lo hacía la mataría. Así que comencé a vociferar. Le devolví los gritos, soltando tacos e insultándola. Yo vociferaba mientras ella chillaba, y no sé el tiempo que duró aquello. Todo era un chillido envuelto en la neblina roja. Gritos, porquería y algo rojo. ¿Cuánto habría durado?
Lo suficiente.
Sí, suficiente para que el que detuvo el coche en la entrada y subió por el camino hasta el porche trasero se enterara.
Si llamó, no lo sé, no habríamos podido enterarnos con el estrépito que estábamos haciendo. Es probable que llamase a la puerta y después siguiese adelante, como suelen hacer los médicos.
Oímos el golpe de la puerta cancela, y eso nos cortó en seco. La habitación quedó en completo silencio, pero para entonces él ya estaba ante nosotros. Lo había oído todo, y por supuesto había visto al chico.
Avanzó despacio, tranquilamente y de manera despreocupada; me guiñó un ojo y le brindó una sonrisa a Fay.
—La señora Anderson, ¿verdad? Soy el doctor Goldman.
—¿Có… cómo está, doctor? —Algo se le atravesó en la garganta.
—Me he dejado caer por aquí. Es una visita corta, tengo que volver a la consulta. Pero pasaba por aquí y… —Su voz se desvaneció poco a poco, mientras volvía la cabeza hacia el chico—. ¿Su hijo? Collie, no me habías dicho que tuviera hijos.
—Es su sobrino —dije—, solo está de visita por un par de días.
—Ya veo. Es un chico guapo. ¿Está un poco indispuesto?
Fue caminando lentamente hacia el sofá y se sentó, aún con actitud despreocupada. Actuaba como si no hubiera oído el jaleo que estábamos armando, como si realmente no tuviera idea de quién era el chico.
—¿No te encuentras bien, eh, hijo? No importa, no necesitas hablar. Veamos si aquí tengo algo para… —Abrió su maletín y lo cerró de golpe—. No, creo que no. Recuerdo que esta mañana anduve buscándolo antes de salir de la consulta.
Se inclinó hacia el chico y permaneció así uno o dos minutos. Supongo que le asustaba la posibilidad de mirarnos, y que estaba haciendo acopio de valor para lo que iba a llevar a cabo. Después, se incorporó descuidadamente y recogió el maletín.
—Podría irle bien una dosis de B1 —dijo—, debería comentárselo a su madre. Le podría poner una ahora, pero es que no llevo conmigo.
—D… de acuerdo. —Fay me lanzó una mirada—. Gracias, doctor.
—No hay de qué. Solo siento no haber podido hacer nada por él.
Sonrió y dirigió la mirada hacia nosotros o, para ser más exacto, hacia el espacio que había entre Fay y yo. Después se dirigió hacia la puerta, mirándose la punta de los zapatos y haciendo un gran esfuerzo para abotonarse el abrigo.
Hizo una pausa, sin dejar de mirar hacia abajo, dio otro par de pasos y volvió a detenerse. Le observé en silencio y me puse frente a él.
Afuera el viento movía suavemente la hierba cortada y las cortinas se arremolinaron en las ventanas. Volvieron a caer con suavidad, estirándose. Al principio sus ojos palpitaron, después se afirmaron y buscaron los míos.
—¿Cómo ocurrió, Collie? ¿Cómo has podido hacerlo?
Negué con la cabeza. En realidad, yo no sabía cómo había ocurrido. Mirado paso a paso, todo parecía lo suficientemente simple, pero ahora no podía explicarlo. Y el hacerlo no cambiaría nada.
—¡Quítate de en medio! —ordenó—. ¿Me oyes, Collie? ¡Retírate de la puerta inmediatamente!
Volví a negar con la cabeza. Esperé que fuera él el que hiciera el primer movimiento. Deseaba que lo realizara, así yo podría hacer lo que debía.
—No sabes lo que estás haciendo, Collie. Estoy seguro de que la señora Anderson no se da cuenta de lo que está haciendo. Alguien os ha embarcado en esto y os está utilizando para sus propios propósitos criminales.
—Eso no cambia nada, Doc. Usted no va a ninguna parte. Nosotros nos vamos y usted se queda.
—¡No, Collie! No puedes… —Se mordió el labio, miró a Fay—. ¿Puedo apelar a usted, señora Anderson? ¿Puede usted hacerle entender?
—Fay —dije—, nos vamos. Recoge lo que quieras llevar contigo y ve hacia el coche.
La miré a los ojos, observando y esperando. Fay dio la vuelta por detrás del doctor y fue hacia su habitación.
Hubo otra ráfaga de viento. La hierba volvió a levantarse y las cortinas se arremolinaron. Mientras tanto, en la cocina, el reloj de pared marcaba los segundos.
—Bien —dijo Doc—, bien —esta vez se encogió de hombros—, supongo que tiene que ser así…
Se dio la vuelta. Entonces giró de golpe, soltó el maletín y se lanzó hacia la puerta. Esquivé su cuerpo y le golpeé, todo en un solo movimiento. No es que utilizara toda mi fuerza, pero le di justo en el centro.
La cabeza de Doc saltó hacia atrás y sus rodillas se doblaron. Tuve que agarrarle para que no se cayera. Le recogí y le llevé hacia el dormitorio.
… Su servicio de contestador telefónico decía que había venido aquí.
Justo cuando acababa de atarlo y amordazarlo con su propia cinta adhesiva, sonó el teléfono. Les dije que Doc no volvería hoy a la consulta, que estaba ocupado, que había recibido una llamada de emergencia. Volverían a llamar por la mañana.
Fay ya estaba esperando en el coche. Coloqué al chico en el suelo de la parte trasera, le acomodé bien y salimos de allí rápidamente.
Fuimos camino abajo, hacia la autopista. Nos encaminábamos al sitio donde estaba tío Bud.
Nos apresurábamos hacia el fin.