17

La hice entrar y cogí la bandeja de sus manos. Yo actuaba, trataba de hacerlo justamente como ella, siendo amable, chistoso, y manteniéndome sonriente. Pero me imaginé que algo no andaba del todo bien, pensé que algo, algún tipo de engaño, podía estarle rondando por dentro. Así que le di una oportunidad —una oportunidad que no lo pareciera— para dar lugar al engaño.

Me excusé y fui al cuarto de baño. Abrí el grifo de la bañera, retrocedí descalzo, de puntillas, hasta la puerta, y me puse a husmear a través de una rendija.

Fay aún seguía en la misma silla, a unos metros de la cama. Durante un par de minutos estuve allí, observándola, mientras pensaba que iba a buscar la pistola bajo la almohada. Y deseando que no fuera así. Conseguir la pistola debía de ser lo único que le importaba. Y si no era eso lo que intentaba, entonces ¿qué era?

No lo hizo. Siguió sentada, con una pierna cruzada sobre la otra, canturreando.

Me lavé y volví a la habitación. Sirvió dos tazas de café y me ofreció una. Dijo muy animada que el chico parecía sentirse bien, que se había tomado dos huevos escalfados y un vaso de leche.

—Quería levantarse, pero no le he dejado. Pensé que debía quedarse en la cama, ¿qué te parece?

Asentí y pensé que quizás él era en realidad la razón de su visita. Con el chico sintiéndose bien, no había más motivos de preocupación. También ella se estaba sintiendo bastante bien.

Arrugué la cara sin darme cuenta de mi gesto. Pensaba y deseaba que las cosas fueran realmente como parecían. Ella también arrugó la cara, en una especie de expresión avergonzada. Era una mezcla de vergüenza y duda lo que mostraba su cara. Después volvió a sonreír.

—¿Sí, Collie? ¿Sí, mi Apolo de los rings?

—Bueno… —dudé—, bueno, solo estaba preguntándome…

—Y yo. Yo misma no me siento capaz de explicarlo. Supongo… —Hizo una pausa, se encogió de hombros—. Supongo que ya lo dije todo al principio. Soy simplemente una chalada… una neurótica aturdida. Nadie que beba lo que yo, durante todo el tiempo en que lo he hecho, iba a librarse de tener el cerebro en ruinas. Él… ella… yo diría que desde el comienzo era de un carácter inestable y la bebida lo ha hecho mucho más aún, más inestable de lo que era. Le cuesta muy poco salirse de sus casillas. Muy poco. Y con lo que me ha tocado vivir en estos escasos últimos días, ha sido algo más que ese muy poco. Así que…

Dejó la taza de café. Me lanzó una mirada rápida, cogió mi taza y la puso al lado de la suya.

—Así —dijo—, así, ¿qué, Collie?

Asentí, lo había entendido, y pienso que bastante bien. En aquellas instituciones había montones de presos alcohólicos. Nadie podía ser más delicado y agradable que ellos cuando estaban equilibrados. Y nadie podía ser tan manifiestamente pesado y extravagante cuando estaba de malas.

—Veamos, ¿no teníamos una cita hace unas cuantas mañanas? —Dejó caer su cabeza hacia un lado—. ¿La teníamos o no la teníamos, Collie? ¿Te acuerdas?

—Fay, yo, yo…

—Te fallan las palabras, ¿eh? —Se rio con dulzura—. Bueno, esperemos que no sea síntoma de alguna debilidad física. Y ahora, si te vas al cuarto de baño…

—¿Al… al cuarto de baño? —tartamudeé.

—Esa habitación pequeña en la que estabas hace un momento. La que tiene los muebles cóncavos.

Me levanté y fui hacia el cuarto de baño. La oí echar las persianas y abrí la puerta con un movimiento brusco. Entonces vi lo que estaba haciendo, y me quedé quieto, donde estaba, hasta que me llamó.

Sus zapatos se hallaban en el suelo, junto a una silla. La blusa, sobre la silla de los zapatos. Ella yacía sobre la cama, su pelo negro extendido sobre la almohada.

Alargó los brazos hacia mí.

… Hay cosas que no pueden falsearse, que es inútil pretenderlo, y esta era una de ellas. Una persona te desea o no te desea, te desea de una forma y siempre sabes de qué forma es. Yo supe cómo era su forma. El deseo estaba allí. No hubo ni un segundo de ficción en esa larga hora que estuvimos juntos. Así que si Fay tenía una razón para permitir la expresión de su deseo —y desde luego que la tenía— allí estaba, expresándolo.

No había nada fingido. Si no era más que eso, al menos era genuino.

Ahora se había ido. Después de vestirse, había ido hacia la casa a ver cómo estaba el chico. Yo me quedé allí, en la cama, porque ella volvería al cabo de unos minutos, solo se trataba de una breve visita al chico, y también había ido para saber si tío Bud había estado llamando, y luego volvería. Fay y yo íbamos a estar juntos. Y esta vez íbamos a hablar.

Descubriría qué sentía por el chico. Aunque no fuera lo mismo que yo, sabría qué le parecía el hecho de que nada importaba si lográbamos devolverlo sano y salvo a su familia. No teníamos por qué entregarnos, a pesar de que existiera la posibilidad de que la poli diera con nosotros al cabo de un tiempo. Podíamos dejar al chico aquí, digamos, o en algún sitio donde estuviera cómodo y seguro. Luego, saldríamos corriendo y mandaríamos un mensaje que indicara dónde podían encontrarlo. Eso le serviría a tío Bud, le haría más fácil recoger el dinero. Y si finalmente nos cogían, las cosas iban a ser mucho más fáciles para nosotros, seguro. Habíamos hecho algo bastante malo, pero también todo lo posible por enderezarlo…

Por supuesto, esa sería la mejor manera. Lo que teníamos que hacer era llamar ahora mismo a la poli y dejar de esperar a que nos cogieran por su cuenta. Pero, pensándolo bien, no llegaría tan lejos, ni ella tampoco. Las personas que beben mucho permanentemente tienen miedo. Siempre sienten que deben actuar al revés: ser malvados y duros, como si nada les importara, aunque por dentro siguen estando asustados. Los bebedores tienen muchísima imaginación. Todo se agranda en sus mentes y se hace cien veces peor de lo que es en realidad. Y una cosa como esta en la que estábamos, era de por sí bastante asustadiza, sin necesidad de magnificarla. Puesto que nos hallábamos en medio de un secuestro.

Así que lo haríamos lo mejor que fuéramos capaces, si ella sentía igual que yo y si eso era lo que quería. Como le había dicho, seguro que el chico estaría bien durante otras veinticuatro horas. Podríamos dejarlo aquí mismo o en cualquier otro sitio, luego pondríamos pies en polvorosa y daríamos un toque a la poli, diciendo dónde se encontraba. No contábamos con mucho dinero, yo no tenía nada y no creía que ella tuviera muchísimo. Pero de alguna manera, algo conseguiríamos, y el chico estaría bien. Ahora mismo, ninguna otra cosa parecía tener la menor importancia.

Encendí un cigarrillo y volví a tumbarme, preguntándome cómo podría encarar el asunto y deseando que fuera ella la que sacara primero el tema. A la vez, estaba deseoso de no seguir sospechando de ella y de que tampoco sospechara de mí. Porque, por supuesto, ambos sospechábamos. En los últimos días, prácticamente no había habido entre nosotros más que sospechas y desconfianza. Todo eso no podía haberse borrado en una hora.

Supuse que en el caso de que ella ahora mismo me hiciese la proposición —sugiriendo hacer aquello que yo estaba deseando que me planteara—, me sentiría receloso. Pensaría que solo estaba tratando de probarme, de saber qué pensaba, de forma que ella pudiera asegurarse de que no lo iba a llevar a cabo. Y si yo me sentía tan incómodo con Fay, ella podía sentirse de la misma manera conmigo, solo que un montón más.

El mío era un caso mental. Yo era un fugado, un tipo escapado de una cárcel para chalados, un «psico» con pistola, un ex púgil que, si le daba por ahí, podía hacer mucho daño aun sin pistola. Yo era eso, y ella, lo otro… también una especie de caso mental. Era inestable y siempre tenía el miedo dentro. Un miedo que trataba de ahogar con la bebida, y así lo tenía siempre alto, flotando, más fuerte que si no bebiese.

Para ella no sería fácil hablar conmigo, es probable que le fuese casi imposible. Supongo que para romper el hielo había hecho lo máximo posible. El resto me tocaba a mí, pero yo no sabía cómo iba a llevarlo a cabo. Pensaba que sería un poco más fácil después de lo que había pasado.

Debía quererme mucho, o no lo hubiera hecho. A Fay, yo tenía que importarle, ¿o no?

El hecho de que ella no hubiera estado fingiendo no significaba, necesariamente, que yo le importara de verdad. Durante mucho tiempo había estado viviendo sin la ayuda de nadie. Y había bebido tanto, que no sabía lo que hacía, o le importaba un pito si lo sabía o no. Había frecuentado tugurios como el de Bert, y llegado a tener una amistad íntima con tipos como Bert o tío Bud. Una mujer así…

Sin embargo, Fay no era una mujer así, como parecía ser. Fuera lo que fuere, no era chabacana ni vulgar. No, y yo lo sabía, a pesar de que sospechara que su comportamiento era una forma de burla o trampa. Aunque yo, claro, deseaba que no fuera una burla, por ella y por mí. Porque a un tipo como yo es mejor no tratar de engañarlo.

Un tipo como yo puede estar observándolos a ustedes. Ha estado pensando en cada ángulo desde el cual pueden intentar jugársela. Por eso, cuando intenten hacer el más mínimo movimiento en una de esas direcciones, allí estará él enfrentándoseles. Les habrá tomado la delantera, y no aceptará ninguna explicación. Si son inteligentes, no traten de hacerle ninguna. Le han engañado, han tratado de abusar de él, y eso es todo lo que ve. Y todo lo que pueden hacer a partir de entonces es quitarse de su camino, si pueden, si los deja. Porque nunca más confiará plenamente. Va a estar observándoles de cerca más que nunca, y si dan ustedes un pasito en una dirección equivocada, o parece que vayan a darlo, no tendrán la oportunidad de dar otro.

Ya había habido uno o dos engaños fuertes, y yo estaba endemoniadamente vigilante. No quería ser… Quería ser capaz de confiar en Fay, pero no podía remediar la desconfianza. Así que deseé con todas mis fuerzas que esto no fuera algún tipo de engaño.

Oí un portazo en la cocina. Retiré la persiana y miré por la ventana. Ella venía atravesando el patio. Tenía puesto un vestido y venía caminando con bastante rapidez. Aun así, parecía como si arrastrara los pies. Daba la impresión de estar haciendo algo en contra de su voluntad, forzándose a continuar.

Sentí cómo reaparecía la tensión. Me senté en la cama y comencé a ponerme la ropa, metiendo la pistola en un bolsillo. La oí subir las escaleras. Cogí mis zapatos, y comenzaba a ponérmelos cuando abrió la puerta.

Entró. Me miró. Tenía la cara rígida y los ojos nerviosos y asustados. Me enderecé y la miré.

—¿Qué pasa?

—Collie, yo… yo… —dudaba, inspiró profundamente—. Acabo de hablar con tío Bud, Collie.

—¿Y?

—Yo… ¡Él piensa que es mejor que vayamos allí ahora mismo! Le llamé y eso es lo que dijo, Collie.

Asentí. Terminé de atarme los cordones de los zapatos y me puse de pie. Ella retrocedió un paso.

—Continúa. ¿Por qué tío Bud piensa que es mejor que vayamos allí ahora mismo? ¿No te parece que quizá yo debería saberlo?

Le temblaron los párpados. Se le crispó la cara cuando trató de devolverme la sonrisa. Y entonces, supongo, vio que yo no estaba sonriendo, que mi gesto solo parecía una sonrisa. Se retiró otro paso.

—Mejor será que tengas cuidado —dije—, vas a salir por esa puerta dentro de un momento. Podrías caerte por encima de la barandilla y romperte el cuello.

Fay miró con rapidez por encima de su hombro. Se volvió, me miró y le temblaron los labios, había palidecido como nunca. Yo me preguntaba de dónde había sacado el temple para intentar esto… para llegar tan lejos con el engaño que se estaba montando. Sabiendo el miedo que tenía, debería haberme maravillado por su valentía. No obstante, no fue así. Lo que sentí por ella no tenía nada que ver con la admiración.

—Continúa. ¿No te dará miedo decírmelo, no, Fay? Después de todo, dos personas tan próximas como nosotros, novios, supongo que lo llamarías, no deberían tener miedo el uno del otro.

Le subió a la cara cierto rubor. Tomó otra vez aire. Titubeó y por fin me lo soltó:

—El chico, Co… Collie. ¡Se ha largado!