Tenía el sombrero puesto. Había entrado por la otra puerta, y estaba casi tan sorprendido como yo, que ya era mucho, créanme.
Traté de sonreír y hablar, pero mi boca estaba como sellada. No supe qué coño hacer, y todo lo que llegué a pensar es que Doc me había cogido con las manos en la mismísima masa justo en el momento en que estaba por jugársela.
Di un paso hacia atrás. Balbucí algo, solo Dios sabe qué. Estaba a punto de dar la vuelta y echarme a correr.
Pero entonces, él ya había comenzado a hablar.
—¡Collie! ¡Collie, amigo! —Cogió mi mano y me la retorció—. ¡Cuánto siento no haberte oído entrar! Se me ha pinchado una rueda del coche, aquí en la esquina, he vuelto para llamar a un taxi.
—¡Oh! —Comencé a respirar un poco mejor. Por un momento, sospeché que tío Bud había intentado engañarme—. Bueno, si se iba…
—No. No. El taxi tardará unos cuantos minutos en llegar hasta aquí. Pero, bueno, ¿cómo estás? Vamos al consultorio y déjame echarte un vistazo.
Fue empujándome hacia la consulta y me hizo tumbar sobre la camilla. Mientras me tomaba el pulso y descansaba una mano sobre mi frente, siguió hablando y haciéndome preguntas.
Le dije que aún vivía en casa de la señora Anderson, que ya se había repuesto del shock y que las cosas habían vuelto a ser como antes.
—Bueno, eso está bien, maravilloso. Ya sé lo que debió parecerte entonces, Collie. No puedo explicarte lo triste que me sentí después de que me llamaste.
—Lo siento mucho. No sentía todo aquello que dije.
—Desde luego que no. No es que no hubiera parte de verdad en todo ello. Pero lo entiendes ahora, ¿no es así, Collie? ¿Ves cómo ella tenía que saberlo?
—Tenía que saberlo, pero hubiera sido mucho mejor si se lo hubiera dicho yo mismo, al principio.
—¿Sí? Bueno, de todas formas ya ha pasado todo, ¿no es verdad? Ahora, si te relajas, deja que tu cuerpo se afloje un poco. Aflójate…
Se puso a escarbar con los dedos entre mis bíceps. Levantó uno de mis brazos y lo sacudió, mientras observaba el movimiento de mi mano. Se colocó la luz de refracción en la cabeza y se inclinó hacia mí, abriéndome los párpados con los dedos.
—A… ajá… no de esa forma, Collie. Por favor, mírame de frente…
Primero miró un ojo y después el otro. Empecé a lagrimear y él me dijo que descansara un momento, después continuó mirando. Finalmente, se irguió y se quitó la luz. Estaba quieto, mirándome con mala cara, mientras daba golpecitos en la palma de su mano con el disco de metal brillante.
—Algo no anda bien, Collie. Nada bien. Estás mucho más tenso que la noche que te conocí.
—¿Sí? Quiero decir, ¿lo estoy? Yo me siento bien.
—No sé cómo demonios puedes. ¿Qué es lo que te está preocupando? Y no me digas que nada.
—Bueno, yo. Ahora no es nada, pero lo ha sido… La señora Anderson se tomó muy mal lo que le dijo. Ahora está bien, pero creo que yo todavía estoy un poco trastornado.
—«Estoy un poco» no es la mejor frase para definirlo, y no me sirve de gran cosa, Collie. Estabas muy deprimido. El péndulo se hallaba justo en su punto más bajo. Incluso, aunque la situación no hubiera acabado en un razonable final feliz, como dices que acabó, ahora mismo deberías estar notablemente mejor.
—Bueno, de todos modos es como le dije: todo va bien.
En la calle sonó un claxon, era su taxi. Titubeó con desasosiego.
—Me tengo que ir corriendo, Collie, pero ¿puedes esperarme aquí? Voy a estar fuera solamente una hora.
—No sé. Claro que me gustaría, pero, bueno, la señora Anderson me trajo a la ciudad esta tarde. Tenía que ver a unos amigos, y creo que tendré que irme cuando pase a recogerme.
—Dile que te espere, Collie. —Volvió a ponerse el sombrero—. Dile que también me gustaría verla a ella. ¿Lo harás?
El claxon volvió a sonar. Le dije que no pensaba que ella pudiera esperar, que creía que tenía prisa.
—Bueno, entonces espérame tú. Yo mismo te llevaré a casa.
—No puedo, quiero decir, bueno, no creo que pueda. Verá: yo… yo…
—¿Sí? —dijo—. ¿Sí, Collie? —Y entonces su expresión cambió, se volvió algo parecido a una no-expresión. Giró hacia la puerta—. Me tengo que ir corriendo, Collie. Quédate, si puedes, ¿eh?
Salió apresuradamente. Se oyó el portazo de la entrada principal, y un momento más tarde oí al taxi que se marchaba.
Aflojé la mano bajo mi cadera derecha y me giré cuidadosamente, cogiendo la pistola justo cuando se caía de la camilla. El condenado trasto se me había escurrido mientras estaba tumbado. Si Doc me hubiera hecho moverme un poco, lo habría visto.
Me la volví a meter en el bolsillo. Me levanté y fui directamente al botiquín de las medicinas, a poner manos a la obra. Era un armario alto, de acero, con seis grandes cajones y alrededor de una docena de cajoncitos dentro de cada uno de los grandes. Todos estaban sin cerrar. A lo único que Doc echaba la llave era al compartimiento de los narcóticos, y esos estaban en el despacho, a salvo.
Cogí dos jeringas de centímetro cúbico y un par de agujas hipodérmicas, dos, por si se rompía una. Seguí mirando; trabajaba rápido, sacudiendo los cajones al abrirlos y cerrarlos, hasta que encontré la insulina. Era del tipo normal, pero solo había dos ampollas, de cristal, de las de cuatrocientas unidades, diez centímetros cúbicos, y que se cortan por los extremos. Titubeé mientras miraba esas pequeñas ampollas de cristal transparente. Luego las dejé sobre la mesa, junto a las agujas hipodérmicas y las jeringas, y volví al botiquín. Las etiquetas de los cajones estaban todas desordenadas. Doc no tenía a nadie que le ayudara, pero lo suplía con una gran práctica, aunque algunas veces se le mezclaban las cosas.
Volví a empezar por la parte superior del botiquín, y fui inspeccionando de arriba abajo. Esta vez lo hice más despacio, mirando cuidadosamente dentro de cada cajón. Trabajé así, sin dejarme ni uno solo, y entonces, bueno, allí estaban: eran justamente las de veinte centímetros cúbicos. No había nada más. Esto tendría que servir. Podía no parecerlo, pero sería más que suficiente para salvar la vida del chico y mantenerlo durante un tiempo. En realidad, no lo sabía con certeza. Había un montón de cosas que ignoraba.
Cogí una servilleta de papel y lo envolví todo. Dejé la casa, y estaba tan preocupado por haber conseguido lo que me parecía poca cantidad, como por haberlo cogido. Seguro que Doc lo iba a echar en falta, era todo lo que tenía. Todo lo que podía esperar era que no tuviera necesidad de ello demasiado pronto.
Tío Bud estaba esperando en la puerta del drugstore. Partimos hacia la casa. Le conté mis dudas, pero no parecieron romperle el corazón.
—Podría no ser suficiente, ¿eh? Bueno, es una pena, pero tú has hecho todo lo que has podido, Kid. Hemos hecho todo lo que hemos podido.
Miré al frente, sin decir nada. Quitó una mano del volante y me dio un golpecito en la espalda.
—¡Vaya, Kid! No te lo tomes tan a pecho, hombre. Es malo, claro, pero esas cosas siempre son para bien. Es lo mismo que decíamos esta mañana, ¿sabes? Seguro que nosotros no queremos que se muera ese chico tan agradable, pero, si ocurriera, tampoco sería lo peor que nos pudiera pasar.
—Sí, es verdad, ¿no es así? Me parece que lo estaba olvidando.
—Vamos, claro, hombre. Así que alégrate, ¿eh? —Me tocó con el codo—. Puede ser una buena salida. Desde luego, esperamos que eso sea suficiente para mantenerlo vivo.
—Bueno, no podemos estar seguros —dije—, debería serlo. Debería mantenerlo vivo durante otro par de días o mucho más. No lo sé.
—¿Sí? Pero tú dijiste que…
—Dije que probablemente necesitaría más. En el estado en que se encuentra no estoy seguro de que esto vaya siquiera a ponerle ni medio en pie. No obstante, podría mantenerlo vivo hasta que consigamos el dinero.
—Bien… —Se encogió de hombros—. Así que, de cualquier forma, no tenemos ningún motivo de preocupación, ¿no te parece?
Asentí con la cabeza. Me pareció como si tío Bud hubiera dicho muchísimas cosas en esta última frase. Después estaba Fay: ella debía de querer muerto al chico, o vivo, la verdad es que yo no podía saberlo. Sin embargo, tío Bud se delataba. Quería mantenernos contentos a Fay y a mí para que no hiciéramos nada que pudiera echar por tierra todos los planes. Aparte de eso, no le importaba un rábano lo que pudiera ocurrirle al chico. Además, bueno, tenía una razón para que no le importara: se iba a largar con el dinero. Cuando se iniciara la tormenta, él ya estaría muy lejos.
O, de algún modo, pensaba que lo estaría.