Tío Bud iba delante y Bert le pisaba los talones, casi empujándolo con el cuerpo. El camarero los observó con indiferencia y siguió limpiando vasos. Tío Bud miraba directamente al frente. Su cara era como una mancha blanca en la penumbra. Bert miraba directamente a la nuca de tío Bud.
Recorrieron el bar en toda su extensión y continuaron caminando por el pasillo que había junto a las mesas. Tío Bud se detuvo frente a la puerta del servicio y Bert le metió el codo en el cuerpo, le dijo algo y volvió a meterle el codo.
Tío Bud abrió la puerta. Bert le dio un empujón hacia dentro y se metió tras él.
En el momento en que la puerta se cerró, yo ya estaba de pie. Llevé la botella de cerveza a la barra, di un par de pasos hacia la puerta principal y luego me giré en redondo, dirigiéndome a la puerta trasera.
Cuando estaba al lado del servicio, me volví y eché un vistazo. El camarero seguía limpiando vasos y nadie más había entrado. Me apresuré, caminando con sigilo, e hice una pausa ante la puerta del servicio.
Vigilaba al camarero. Escuchaba.
—¡Tramposo hijo de puta! —decía Bert—. ¿Pensabas que no te iba a cazar nunca, eh? Bueno, seré el último tipo al que times. Te voy a…
—¡No, no, Bert! —dijo tío Bud en un grito sofocado y tartamudeante—. ¡Tienes que escucharme! ¡Tienes que darme un poco de tiempo! D… dame solo… ¡No!
Se oyó un clic… era una navaja que se abría. También se oyó un lento arrastrarse de pies. Yo imaginé que era Bert que se le acercaba, y tío Bud que se retiraba.
—¡No, no! —volvió a gritar sofocado—. ¡Un poco de tiempo, Bert! ¡Solo dame un poco de tiempo y recibirás hasta la última moneda! ¡Te lo juro, B… B…!
Abrí silenciosamente la puerta, dejando solo una rendija abierta. Vi que la espalda de Bert era lo que tenía más cerca. Empujé suavemente y entorné la puerta un poco más, y pude observarlo y descubrir la gran navaja afilada que había en su mano.
—¡Te daré algo! —La cuchilla tembló y Bert gruñó, enfatizando lo que decía—. ¡Te voy a dar todo el tiempo de este mundo y también del próximo, sucio, tramposo, hijo de mil putas!
Sin previo aviso, lanzó la navaja hacia delante. Tío Bud parecía sollozar y gemir. Entonces empujé la puerta y entré.
No le di tiempo a volverse. Tenía un regalo especial para él: un fuerte directo justo en medio de la nuca.
La navaja saltó de su mano. Bert salió despedido hacia delante y su cabeza dio contra el urinario esmaltado. Después se desplomó a lo largo, con la cara contra el suelo.
Tío Bud se arrugó contra la pared, mientras se manoseaba el sudor de la cara pálida. Bajó la vista hacia Bert, se enderezó de golpe y le dio una patada en la cabeza, una patada tan fuerte como pudo.
—Me la ibas a dar, ¿eh? —soltó—. ¡Vale, maldito, te…!
Le encajó otra patada; entonces intervine. Le mandé contra la pared de un empujón, le agarré por un brazo y le arrastré hacia la puerta.
—¡Venga! ¡Vámonos, condenado! ¡Tenemos que salir de aquí!
—¡Pe… pero —trató de soltarse— iba a matarme! Tú lo has visto, Kid. Me iba… a… —Tomó aire profundamente, estremeciéndose, y sus ojos dejaron de estar vidriosos—. Sí, claro que sí, Kid.
Salimos de allí y unas cuantas manzanas más abajo paramos en otro bar; él rápidamente se despachó un par de copas. Las necesitaba. Sus temblores eran tan violentos que casi se escuchaba el repiquetear de los huesos.
—¡Hostia, Kid! —dijo mientras nos alejábamos del lugar en coche—. ¡En toda mi vida he tenido tanto pánico! Ni siquiera me he atrevido a girarme para ver si todavía estabas allí. Me daba miedo de que te pudieras haber ido unos minutos antes.
—¿Sí? De todas formas, ¿dónde te ha enganchado?
—¡Eso es lo que no sé! ¡Es lo que más me ha sacudido! Aparqué el coche y, cuando me disponía a entrar en el tugurio, allí estaba, el asesino hijo de puta, justo detrás de mí, con esa navaja, clavándomela en la espalda ¡Hostias, parecía llegado de la nada! ¡Fue como si hubiera caído del cielo!
—Entonces podía llevar tiempo siguiéndote de cerca.
—Podría ser, pero no creo. Si lo hubiera hecho, lo habría notado. No, me imagino que habrá merodeado por los alrededores y me habrá localizado cuando salía del coche. —Sacudió la cabeza, mirando cejijunto a través del parabrisas—. De todos modos, es mejor que haya sido así. Quiero decir, que simplemente se topase conmigo de forma accidental. Me sabría a cuerno quemado pensar que…
Asentí. A mí también me habría sabido a cuerno quemado pensar eso. No es que me preocupara de manera especial tío Bud, porque un tipo como él —que se aprovechaba de todo el que se dejara, y que causaba tanta desdicha como la que él había originado— iba hacia el cementerio con retraso. Sin embargo, este era un mal momento para que fuera allí; por otra parte, rápidamente estaría en camino si las cosas no iban como debían.
—Me pregunto… —se interrumpió preocupado, luego prosiguió—. Yo conozco a muchísima gente, y bien podría tener un compinche. Podría tener a alguien vigilándome, quizás a más de un tipo, alguien que le diera el soplo cada vez que me viera en cualquier sitio. Pero ¿cómo coño podrían hacerlo sin que yo me enterara? ¡Yo aquí conozco a toda la gente! He tenido trato con todos, y nunca olvido una cara.
Otra vez le volvían los temblores. Le dije que era probable que no hubiera motivos de preocupación. Después de todo, Bert iba a su caza desde hacía bastante tiempo y hasta hoy no había podido alcanzarle.
—Fue solo un accidente —dije—. Dio la casualidad de que estaba por los alrededores al mismo tiempo que tú. De haber podido hacerlo antes, no habría dudado en echarte el lazo.
—Bueno… —titubeó— bueno, puede ser. Parece lógico, ¿verdad? Lo seguro es que en estos momentos debe de estar decidiendo que abandona. Hace bastante que lo estafé…, que tuvimos ese pequeño malentendido, quiero decir.
—¿Qué hay sobre ese bar? —dije—. ¿Vas ahí cada día?
—¿Quieres decir que si cumplo horario? Uf… ufff, no, yo no, Kid. No el bueno de tío Bud. —Me guiñó un ojo, había recuperado la sonrisa burlona—. No hago así las cosas. Me muevo por ahí. Incluso en los barrios con más movimiento no me quedo más que unas cuantas semanas.
—¿Nadie sabía que hoy ibas a estar en ese bar? ¿No se lo mencionaste a nadie?
—Eh… a nadie. Bueno, debo habérselo dicho a Fay, pero a nadie más. Sí, Kid. —Se tiró el sombrero hacia atrás, había empezado a relajarse—. Creo que es como tú dices. Ha sido una de esas casualidades, solo un maldito y condenadísimo accidente.
Tuve el presentimiento de que no era así, de que alguien le había ido a Bert con el soplo. También presentí que ese alguien iba a volver a hacerlo. Que seguiría a tío Bud, haciendo todo lo posible para que Bert lo ensartara con su navaja. No obstante, era tan solo una corazonada, tío Bud ya estaba lo suficientemente nervioso y aún teníamos que hacer algunas cosas.
Eran casi las cinco cuando paramos en un drugstore, unas cuantas manzanas más allá del consultorio de Doc Goldman. Me senté en la barra y pedí una coca-cola, mientras él se metía en una cabina telefónica.
Salió de la cabina y se paró a mi lado.
—Vale, Kid, ha picado. Volveré a por ti tan pronto como salga.
Me lanzó una mirada de lince mientras se metía en el coche.
—Pareces bastante pálido, Kid. ¿Cómo te estás tomando todo esto?
—Bien, estoy bien.
—Bueno, eh, ¿toda esta tensión nerviosa y esta agitación no son demasiado para ti? Yo sé que tú no estás realmente loc… Quiero decir: tuviste un pequeño problema nervioso, pero…
—No cuentes con ello. —Me giré en el asiento y le miré de frente—. No trates de forzarme a ello. Si pierdo la cabeza, no será agradable para nadie que se encuentre a mi alrededor.
—¡Oh, Kid, vamos! —Parecía ofendido—. ¿No somos colegas? ¿No me has salvado la vida hoy mismo?
—Estoy bien y voy derechito hacia estar cada vez mejor. Y es conveniente que nadie intente cortarme el viaje o traicionarme.
—Claro, claro, Kid —dijo precipitadamente—. Solamente me estaba interesando por ti.
Me dejó frente a la consulta de Doc y volvió al drugstore para esperarme. Rápidamente, eché un vistazo alrededor y comencé a caminar.
La casa estaba en las afueras de la ciudad, creo que ya lo había mencionado antes. Entre ella y la siguiente había dos solares vacíos, y en la otra acera no había ni siquiera una casa. Naturalmente, alguien podía verme: por ejemplo, la gente de las casas cercanas, si se les ocurría asomarse a la ventana. Pero aunque lo hiciesen, se supone que no le dedicarían a mi presencia ni un solo pensamiento. Tenían que estar acostumbrados a ver a la gente entrar y salir de la casa de Doc. Sería uno más, otro paciente.
Subí los escalones y atravesé el porche. Abrí la puerta y entré. La parte que correspondía a la vivienda estaba al fondo, mientras que la consulta se hallaba a la derecha.
Miré alrededor y todo me pareció exactamente como lo recordaba. Las sillas con los respaldos contra las paredes. La mesita repleta de revistas. La alfombrilla en medio de la alfombra, para tapar una zona desgastada. Los ceniceros de anuncios. La…
Durante un minuto, no pude avanzar más allá. Me quedé clavado allí, mirándolo todo y sintiéndome bastante bien. En cierto modo me sentía reconfortado, a salvo; pero por otra parte, me sentí bastante vil. Era como volver a casa y hacer algún tipo de jugada sucia.
No obstante, tenía que hacerlo. Lo hacía por el chico, no por mí mismo. Así que atravesé la sala de espera y abrí la puerta del consultorio.
Fui a dar de narices con Doc Goldman.