El día siguiente.
Casi todo sucedió ese día. Y casi todo parecía ir mal.
Fue el día en que casi murió el chico. El día en que Bert trató de matar a tío Bud. Fue el día en que yo robé en el consultorio de Doc Goldman. Fue el día en que Fay trató de… ¿de qué?
Ocurrió de todo. Las cosas habían ido mal y continuaron yendo peor.
Así que quizá sea mejor que empiece desde el principio. Mejor comienzo con Fay sacudiéndome para que me levantara, y yo metiendo la mano debajo de la almohada y sacándola empuñando la automática que le había quitado a tío Bud. No es que quisiera matarla, naturalmente, todavía no había llegado hasta ese extremo; simplemente se trataba de que me había ido a la cama muy tarde y no me había dormido hasta mucho más tarde, y cuando ella… Pero volvamos al principio.
—¡Collie! ¡Collie, para!
La oía gritar desde una gran distancia. Gritaba mi nombre, le decía a gritos a algún tipo llamado Collie que parara. Y por un buen rato, todo esto no significó nada para mí. Tan solo eran una voz y un nombre; llegaban con precisión desde una de las caras blancas y retorcidas que durante toda la noche habían pululado a mi alrededor.
No significaban nada. Lo único que importaba era esa cosa que alguien había puesto en mi mano. Algo duro, frío y pesado. Mientras la voz seguía chillando, bajé la vista hacia el objeto, sin ver nada en realidad. Mis ojos estaban abiertos, pero yo no veía nada a través de ellos. Solo sabía que tenía esa cosa, y que debía de tenerla por alguna razón, y la única razón que podía haber era…
—¡Collie… no lo hagas! ¡NOOOO!
—¿Eh? ¿Qué?
—¡Collie, el chico! ¡E… El… se acabó!
Vi que la cara tenía un cuerpo. Ambos emergieron y se deslizaron por la pared hacia una silla. Mi mente empezó a despejarse. Se trasladó lentamente desde la oscuridad, recogiendo retazos de pasado, tratando de transformar el día en algo por lo que mereciera la pena despertarse.
—Vuelvo a colocar la hierba en su sitio —musité—. Volviendo a colocar cada cosa como estaba, no quedará muy bonito, pero… pero…
—¡Ayyyy, mierda! —sollozó—. ¡Aaaaj… hijo de puta!
Mis dedos se aflojaron y la pistola cayó sobre la cama. Me reincorporé sintiendo el hastío de siempre agarrado a la boca del estómago. La miré mientras el sueño se iba de mis ojos. La odié y me odié a mí mismo, y al mundo entero por tener que volver a él.
—¿Qué pasa? —dije—. ¿Qué le ocurre al chico? ¿Qué le has hecho?
—¿Hacerle? —Fay negó con la cabeza—. ¿Por qué tú…? Asqueroso… yo… ¡Ajjjj! ¿Qué importa? Está enfermo, eso es lo que pasa. Parece que se está muriendo. Hace unos minutos me desperté y fui directamente a ver cómo estaba, y él… él… ¡No parece que vaya a despertarse, Collie!
—Vale, vuelve allí y quédate con él hasta que yo llegue. No le molestes ni intentes darle nada de comer.
—¿Darle de comer? ¿Cómo coño iba a poder?
—Venga. ¡Fuera!
Fay se fue. Me puse la ropa, metí la pistola en el bolsillo trasero del pantalón y bajé las escaleras corriendo. Era mediodía y el calor del sol me golpeó como un garrotazo, revolviéndome otra vez el estómago. Me detuve, mareado. Corrí unas cuantas zancadas y me volví para vomitar. Permanecí doblado, resollando, esperando, y aquello pareció servirme. El mareo se fue con todo lo que largué. Salí corriendo hacia la casa, dirigiéndome a la habitación del chico.
Fay estaba allí, con él. La quité de en medio y me recliné junto a su cama. Lo estudié mientras escuchaba su respiración. Encendí la luz y me arrodillé cerca de él, al tiempo que le observaba y escuchaba.
Su piel estaba enrojecida y caliente, pero húmeda. Tenía los ojos entreabiertos. Estaban vidriosos, pero parpadearon un poco cuando pasé mi mano frente a ellos. Casi no respiraba. Su aliento tenía un olor dulce, lo mismo que su cuerpo. El pulso era bastante lento, pero los latidos no eran malos. Quiero decir que parecían bastante firmes.
—¿Y bien? —Fay me miró ceñuda—. ¡Mierda, di algo! ¡Haz algo!
—Pon la radio: las noticias.
—¡Pon la radio!
—Tiene que haber algo sobre esto —dije—, sobre el chico. Creo que sé qué le está pasando, pero quiero estar seguro.
La puso. Un par de minutos más tarde tío Bud llegó de la ciudad con un montón de periódicos, así que tuvimos información a la vez por ambos lados. Y era justo lo que había pensado. Tenía razón respecto al chico, le había rogado a Dios no tenerla.
Le tapé bien. Luego, cogí una taza, una cuchara y le di unos cuantos sorbos de agua templada.
No pareció servir de mucho, pero era todo lo que podía hacer. Apagué la luz y fui hacia la sala.
Fay se estaba preparando un vaso repleto de whisky. Tío Bud, que también se había agenciado una copa, estaba instalado en un sillón, charlando tan tranquilo. Parecía animado. La familia del chico había recibido la carta y había pedido a la policía que se mantuviera al margen del asunto, sería el mejor modo de «cooperar», como decían los periódicos. Querían que les dejaran las manos libres para poder pagar el rescate y recuperar al chico, y todo parecía indicar que la policía iba a dejarles seguir su sistema.
Me senté, pasando la mirada de Fay a tío Bud. Él borró la sonrisa de su cara y cambió hacia una expresión de preocupación compasiva.
—Diabetes —dijo—. Vaya, eso es malo, sí que lo es. ¿Quién hubiera pensado que podía tener algo así?
Yo sabía de un par de personas que debían haberlo pensado. Dos personas que debían haberlo sabido. ¡Cómo no! Porque, mierda, tío Bud lo conocía todo sobre el chico, ¡o no! Él y Fay le habían estado dando vueltas al secuestro durante meses, y él había estado investigando sobre el pasado del chico y su familia desde hacía mucho tiempo. Así que, yo me preguntaba: ¿cómo es que no sabía nada de la diabetes?
Pero, bueno, quizá no. Si al chico le habían cuidado apropiadamente, si le habían dado una dieta estricta y había tenido la cantidad justa de descanso y ejercicios, la enfermedad no tenía por qué constituir una gran preocupación. No debía de necesitar demasiado tratamiento médico. Tal vez la familia estuviese afectada por el asunto, como mucha gente que se siente afectada con todo lo que tenga que ver con la enfermedad o la debilidad, y tratasen de mantener el problema oculto.
Sí, podía haber sido ese el caso: el chico no está demasiado afectado por la enfermedad, y la familia lo mantiene oculto. De cualquier forma, el que tío Bud y Fay lo supieran o no, no cambiaba el estado de las cosas. No llevaba a ningún sitio el que les apretara las clavijas.
—Sí, señor —dijo tío Bud—, sí, señor, claro que es una vergüenza, un chico tan agradable como ese. Me parece que sabes bastante sobre ese rollo, ¿verdad, Kid?
Asentí. En las instituciones mentales la gente lo tiene lo mismo que en cualquier otra parte. No siempre reciben tratamiento, pero lo tienen. Eso es lo que respondí.
—¿Sí? Vaya, eso sí que es una verdadera vergüenza. Supongo que tú no, eh, ¿no tendrás alguna idea de lo que deberíamos hacer?
Fay se echó a reír y se le atragantó la bebida. Dije que tenía bastante idea de lo que debíamos hacer, pero que no disponía del material necesario.
A Fay se le escapó otra risita. La miré sin decir nada. Simplemente me quedé sentado y mirándola hasta que dejó de reírse. Se cortó bastante rápido. Levantó el vaso y lo mantuvo delante de su cara. Yo seguí mirándola.
—El chico tiene un coma diabético —expliqué—; no es de los peores, y creo que puede superarlo. Tal vez salga, pero si lo hace, si lo conseguimos, es posible que caiga en otro. Y tan débil y agotado como está…
—Sí —tío Bud frunció el ceño—, me parece que tanto azúcar y tantas féculas fueron malas para él, ¿verdad?
—Lo asombroso es que no le mataran.
—Bueno, quizá lo hagan aún. —Fay cogió precipitadamente la botella y volvió a llenar el vaso—. ¡Quizá lo logre la próxima vez! ¿Por qué coño no decís de una vez lo que estáis pensando?
—Vamos, vamos. —Tío Bud hizo un gesto con la cabeza—. ¿Tú qué crees, Kid?
—Necesita insulina. Morirá si no la conseguimos.
—¿Sí? Bueno, veamos, sé de unos cuantos sitios, farmacias donde no se pondrían muy pesados si conocen al cliente. Pero hacerlo ahora, cuando está caliente y ha salido en todos los periódicos… solo significaría ir a buscar problemas, sí, sería como ir a mendigar problemas. Me siento impotente frente a este problema, y si la palabra abandono…
Tenía razón. En este momento controlarían hasta a los que fueran con receta.
—Simplemente no veo qué podemos hacer, Kid. Y ¿quieres que te confiese algo? Tampoco sabríamos qué hacer si la tuviéramos. Quiero decir, y tú lo sabes porque has estado trabajando con los médicos, cerca de gente con esa enfermedad, que ni la radio ni los periódicos dicen nada sobre la cantidad de insulina que el chico deba recibir.
—No podrían decirlo. La dosis debe variar de acuerdo a su situación. Casi tendría que… sentir la cantidad que necesita. Habría que comenzar con la dosis mínima y probar.
—¡Ajá! Ya veo…
Siguió haciendo preguntas que a mí me parecían sin sentido. Tampoco ponía mucha atención a las respuestas… Era todo para ayudar al chico, ¿sabéis? Amaba a los niños. Sí, tío Bud los amaba, por eso le parecía que cada acción destinada a ayudarlo fuera a hacerle daño. Después de todo, yo no era médico y no podía estar seguro de que lo que hiciera fuese lo adecuado. Con lo mal que estaba el chico, un solo movimiento en falso podría hacerle sobrepasar el límite.
—¿Ves mi punto de vista, Kid? Y eso no quiere decir que no piense que estás en lo cierto.
—Veo tu punto de vista —dije—. Lo veo, de acuerdo, pero quizá vosotros no veis el mío. Si, como estamos deseando, no surgen problemas, no necesitamos al chico vivo. De hecho, si él no está vivo hay mucho menos riesgo para nosotros. Tienen que aceptar nuestra palabra de que vamos a devolverlo. Conseguiríamos el dinero de las dos maneras y, sin él alrededor como evidencia, estaríamos más seguros. Es alguien con quien nos podrían cazar, y después podría contar todo lo que sabe sobre nosotros. Sin embargo…
Corté un momento porque me era difícil hablar de esa manera, como se dice, a sangre fría. Pero me imaginaba que era la mejor forma de hablar. No sabía qué podía haber dentro de sus cabezas, si llevaban a cabo una bonita actuación, o realmente no querían que el chico se muriera. También sabía que si querían su muerte tratarían de hacerme tragar que se había muerto, se las arreglarían para hacerlo en cualquier momento. La única forma que tenía de detenerlos era haciéndoles ver que no sería prudente.
—Continúa, Kid —dijo tío Bud acompañando las palabras con un gesto—. Desde luego, no me gustaría que se muriera un niñito tan simpático, pero si no podemos hacer otra cosa, bueno, es lo que dices tú: a nosotros nos iría bastante bien que…
—Yo no he dicho eso. Lo dije, pero solo estaba señalando cómo podía pareceros a vosotros. Yo no lo veo así. Esa familia tiene la mitad del dinero de este estado. Si ellos no consiguen salvar al chico, es probable que se gasten hasta el último céntimo en buscarnos y cazarnos. Y entonces… bueno, supongamos que las cosas no nos van a ser tan suaves como esperamos si se nos echan encima. En ese caso, sería muchísimo mejor para nosotros que el chico estuviera vivo, seguro. Incluso, de no estarlo, sería mucho mejor si pudiéramos demostrarles que hicimos todo lo que pudimos por él, sí, sería muchísimo mejor.
Tío Bud arrugó el entrecejo, mientras se mordía el labio. Titubeaba, pero asentía lentamente.
—Sí, Kid —suspiró—, creo que tienes razón. Está claro que tenemos que hacer lo que podamos, incluso si después no funciona. Pero ¿cómo podemos conseguir esa insulina?
—Doc Goldman —dije con impaciencia— vuelve a su consulta a las dos, y se queda hasta las cinco. No recibe a ningún paciente después de esa hora. Si alguien pudiera llamarle antes de las cinco y hacerle salir a una visita falsa, yo podría echar un vistazo en su botiquín.
—Ya lo cojo. Ya te capto, Kid. ¿No podría haber alguien allí? ¿Crees que podrías entrar y salir sin peligro?
—Es muy fácil. Él nunca cierra. Sé dónde lo guarda todo. Y hasta cabe la posibilidad de que nunca llegue a enterarse de que alguien estuvo allí.
—Magnífico. Bueno, entonces esto queda arreglado. —Se levantó y puso su vaso sobre la mesa—. Ahora yo estaré liado hasta casi las cinco. Tengo que mantenerme al tanto de los hechos, ¿sabéis?, permanecer al corriente de todo lo que está pasando, así que voy a salir ahora, y tú puedes ir más tarde.
—¿Ir? —dijo Fay—. ¿Cómo va a llegar él allí? ¿O piensas que voy a quedarme aquí colgada sin un coche?
—¿Por qué no? —dije—. ¿Qué quieres hacer con un coche?
—¿Y a ti qué te parece, pedazo de estúpido? ¡Quiero cortarlo en tiras y hacerme una faja!
—Pero ¿por qué?…
—Ella tiene razón, Kid —tío Bud cortó apresuradamente la discusión—. La damita se va a sentir mucho más segura con un coche. A mí también me pasaría, Kid. Así que conmigo.
Es probable que a mí también me ocurriese. De todos modos, el empeño furioso con que Fay clamaba por un coche no era discutible de ninguna forma.
Corrí hacia el garaje y recogí la corbata y el abrigo. Cuando volví, él ya me estaba esperando en el coche. Arrancamos camino de la ciudad.
Le había vendido la furgoneta a bajo precio a un colega suyo, un camello redimido. Un tipo que compraba coches incómodos y los desguazaba. No hubiera podido conseguir nada por ella, solo unos pocos billetes, así que le encontró por casualidad y se la encajó por una birria. El tipo la compró por tratarse de un amigo, cosa de colegas. Tío Bud dijo que no hubiera sido legal cogerle más dinero.
Sonreí internamente, con burla. Me había dejado perplejo; quiero decir, Bud. Casi sentía vergüenza ajena. Aquí estaba, a punto de sacarse cien mil dólares, su parte del rescate, y no podía dejar pasar la menor oportunidad de timar a alguien. Estaba hecho de esa pasta, ya saben: antes se ponía a timar un dólar que a ganarse cien.
—Es mi forma de ser, Kid —continuó—, juego limpio con mis colegas, y me gusta que ellos lo hagan conmigo. Como nosotros, por ejemplo. Tal vez hayamos tenido nuestras riñas sin importancia y algunos malentendidos, pero no llegan a significar nada. Nosotros nos gustamos y confiamos el uno en el otro, somos colegas, ¿sabes? Por eso todo nos va cada vez mejor, sin que tengamos que escondernos nada uno a otro.
Hizo una pausa. Noté que me observaba astutamente por el rabillo del ojo. No dije nada. Continuó.
—Vamos, que el chistecito que me contaste, Kid… En aquel momento casi me ofendí, pero sé que solo estabas bromeando. ¿Por qué mierda habrías tenido que pasarle a nadie la tarjeta que te di? Te habría dado miedo de que el grupo te hubiese hecho alguna pregunta o quizá que alguno de ellos hubiese querido participar en el negocio. Cierto, ¿o no? —Se echó a reír y me propinó un codazo—. Estabas tomándole un poco el pelo al buenazo de tío Bud, ¿no?
Me encogí de hombros y seguí sin responderle.
—¿Y bien? —agregó, mientras la sonrisa le iba desapareciendo—. ¿Qué hay de ello, Kid?
—¿Que qué hay de ello? —dije.
—Bueno, eh, lo que te estaba diciendo, hostia. Te dije que sabía que no lo habías hecho por miedo a que… que… —Cortó de golpe y bajó la cabeza—. El tipo no está en situación como para hacer preguntas, ¿eh? ¿O es que tú le prometiste algo bueno a cambio?
Volví a encogerme de hombros. Él estaba respondiéndose mejor de lo que yo hubiera podido.
—¡Pero eso no es darme un trato justo, Kid! ¿Debo suponer que estoy cargando con la culpa de algo que desconozco? ¡Yo juego limpio contigo, pero resulta que si otro te engañara, ese tipo me caería encima!
Yo permanecía en silencio. Me miró con incertidumbre.
—No tendrías que haberme puesto en una situación semejante, Kid. Se ve que eres un tipo al que le gusta jugar limpio, pero tendrías que haberte dado cuenta de que a mí también… No lo hiciste, ¿verdad?
Le sonreí. Esperó un momento, masculló algo por lo bajo y durante el resto del camino no volvió a abrir la boca. No tenía nada que decir.
Eran las dos y media cuando se detuvo en un bar, cerca del barrio comercial. Dijo que le esperara, que me recogería en un par de horas. Bajé y entré.
Era un lugar oscuro y sórdido, con bar, barra para comer y unas cuantas mesas en el fondo del local. Solo había un par de clientes, y salieron corriendo mientras me comía un sándwich y tomaba una cerveza. Pedí otra cerveza, cogí de la barra un periódico de la tarde y me fui hacia un reservado.
En primera plana aparecía una gran foto del chico. También había fotos de sus padres y de la vigilante del campo de deportes. Asimismo, había una foto del chófer, prácticamente se encontraban todos los que tenían algo que ver con el caso. El periódico estaba, casi en su totalidad, dedicado a la noticia y las novedades sobre el secuestro. O, más bien, los cuentos sobre el hecho. Porque no habían sido capaces de descubrir nada nuevo.
Se había recibido una carta de rescate. Los secuestradores pedían un cuarto de millón de dólares. Cómo, dónde y cuándo debía entregarse el dinero «no había sido revelado». Los detalles eran un secreto entre la policía y la familia.
Y, por supuesto, el tío Bud.
Leí cuidadosamente todos los relatos, asegurándome de no dejarme nada. Los fui absorbiendo palabra por palabra y, aun así, no añadían nada. Sin embargo, para mí era una especie de nada incómoda… La poli no podía revelar los detalles sobre el pago del rescate, pero también podría haber otra razón para su silencio: bien podía ser que ellos no supieran nada de nada. Tío Bud había dicho que ellos lo sabían, que la familia les había enseñado la carta para asegurarse de que no se mezclaran accidentalmente en el caso, que no se atravesaran en el momento culminante y pusieran en peligro la vida del chaval.
Eso parecía suficientemente razonable, porque el chico no sería devuelto hasta después de pasadas veinticinco horas de haber pagado el rescate. La bofia podía enganchar al tipo en el momento del rescate, pero si lo hacían, sería como firmar la sentencia del chico. Así que parecía razonable. Esta era la forma en que tío Bud había planeado las cosas, y así nos lo había explicado a Fay y a mí. Todo parecía marchar de acuerdo con el plan. No obstante, a pesar de la apariencia de que todo se hallaba en su lugar, yo empezaba a tener algunas dudas.
Era tarea del tío Bud recoger el dinero. También él se encargaba de seguir la pista de lo que sabía la policía y enterarse de si ellos se hallaban al tanto o no de cómo, dónde o cuándo se iba a pagar el rescate. Si ellos estaban «cooperando» porque tenían que hacerlo, le ponían bien las cosas. Incluso podía darse el caso de que la poli lo supiese, bueno, aun así, todo marchaba bastante bien. Si ellos todavía no estaban dispuestos a cooperar, bien, él simplemente tenía que esperar a que lo estuvieran.
Pero únicamente él sabía con exactitud cuándo sería. Solo él sabía cuánto tiempo le habían dado los Vanderventer para encontrarse. A Fay y a mí nos dijo que eran setenta y dos horas, pero bien podían ser menos. Podría recoger la pasta una noche, pongamos que mañana por la noche, y estar fuera del país a la mañana siguiente.
Fui a buscar otra cerveza y me la llevé al reservado, mientras me preguntaba cómo podría interceptarlo, en el caso de que estuviese planeando una salida rápida. ¿Exigir ir yo mismo a recoger el dinero? ¡Uf, uf! Mejor que no. Podía mandarme a una trampa con policía incluida; entonces, mientras a mí me enganchaban, podía recoger el dinero y salir corriendo. De aquella manera no tendría que preocuparse por ese «amigo» mío. Ese «amigo» no estaría en condiciones de crearle más problemas que yo mismo.
¿Fay? ¿Debería avisarla y ver si podíamos hacer algo juntos? ¡Uf, uf! Otra vez. Estaría incluida en los planes de tío Bud, o tendría planes propios. De cualquier forma, y sin tener en cuenta su pensar para conmigo, no se estaría a salvo diciéndole algo. No después de haberse vuelto contra mí como lo había hecho. Ni tampoco con lo metida que estaba en el asunto de la bebida. Podía llevar a cabo algo loco, algo peligroso, solo por hacer una putada.
No sabía por dónde tirar. ¡Hostia! Ni siquiera sabía si debía seguir pensando en hacer algo. Todo estaba yendo como se había planeado, ¿no? Lo único que en realidad había cambiado era yo mismo… mi cabeza. A tal grado estaba desconcertado y aturdido, que ya nada me parecía normal, y cualquier insignificancia me incitaba a sospechar. Todo y nada. Si las cosas iban de una manera, no me gustaban; si iban de otra, tampoco. Y… y ¡tenía que parar! De no ser así, si la gente no paraba de preocuparme, de venirme desde todas direcciones, de empujar, apretar y…
Parecía un fleje, algo que se ajustaba alrededor de mi cabeza y me oprimía. Cerré los ojos, y durante un momento no estuve allí. No existía nada más que la negrura, y yo flotaba en ella.
Después de un rato, el fleje se soltó y la negrura se desvaneció. Me bebí de un trago el resto de la cerveza, y al cabo de un par de minutos ya estaba bien otra vez. O todo lo bien que iba a continuar estando.
Encendí un cigarrillo. Oí un portazo, y me incliné para asomarme y poder ver desde el reservado. De una sacudida, volví a esconder la cabeza y levanté el periódico para taparme la cara. Porque era tío Bud, correcto, había llegado en punto, a las cuatro y media. Pero llevaba a alguien consigo… Bert.