11

Se sacudió el polvo de los pantalones, como hacen todos los hombres nada más salir del coche. Se quitó las gafas de sol, las limpió, me echó una mirada con una inclinación de cabeza y se las puso otra vez.

Yo devolví el saludo con otra inclinación. Atravesé la entrada y bajé los escalones hacia el paseo. Empezó a caminar hacia mí, seguía sacudiéndose. Pasamos uno al lado del otro. Él subió los escalones hasta la puerta. Yo continué el camino.

Alcancé la esquina de la casa-club. Di unos pasos más, mirando por encima del hombro; el verdadero chófer se había detenido y me estaba observando fijamente.

No sé cómo ocurrió. Ignoro si él vio la cara del chico o si le había llevado todo ese tiempo darse cuenta de cuál era la situación. Es probable que se tratara de esto último. Hay cosas que, de tan sorprendentes, terminan por no sorprender a nadie.

De cualquier forma, el hombre reaccionó con rapidez. Ni siquiera gritó, lo cual desde luego podría haber hecho. Atravesó la puerta de un salto, y de otro bajó los escalones. Corrió por el paseo tras de mí, pesadamente, batiendo los puños y agachando la cabeza. Todo acción y nada más.

Me alejé de él y fui a la parte trasera del edificio, con el chico aún cogido. Cuando lo tuve encima, lancé mi puño. Recibió el directo en toda la cara.

Sus gafas explotaron. Sentí cómo se aplastaba su nariz en un crujido. Retrocedió. Se tambaleó sobre sus talones y cayó hacia delante. Estaba fuera de combate, como un peso ligero golpeado todo lo fuerte que yo, un medio, podía haberlo hecho. Nadie lo había visto. El elegante edificio del club y los muros de las fincas estaban de por medio. Se encerraban entre muros, fuera del mundo, y el mundo estaba alejado de ellos.

Me agaché y di la vuelta a la esquina. Coloqué al chico en el suelo del coche, extendido. Salté por encima de él, manteniendo un pie sobre su cuerpo mientras me deshacía del uniforme y me ponía el sombrero. Después di un golpe de volante, giré en redondo, atravesé el cruce y enfilé hacia la autopista.

El chófer de Vanderventer aún yacía donde lo había dejado, tumbado detrás de la casa-club. Cuando di la vuelta a la esquina y al campo de deportes, desapareció de mi vista. No habían pasado coches cuando le golpeé, pero varios sí lo habían hecho desde entonces, y otros estaban pasando ahora, aunque ninguno paró. Tenían otras cosas que hacer, y no era de su incumbencia si a un hombre se le había ocurrido caerse.

Cuando ya había recorrido unos tres kilómetros, recordé que tenía el pie encima del chico. Lo levanté rápidamente y le di una palmadita. Le dije que no tenía nada que temer. Solo debía quedarse ahí un poco más y tomárselo con calma, nadie le haría daño.

—De acuerdo. De acuerdo… —dijo tragando saliva—. Yo… yo…

Trataba de decirme que haría lo que le había dicho, pero se trabó, ahogado en un sollozo. Le pedí que no llorara.

—Descansa tranquilo, Charlie, amigo. Quédate tranquilo y a gusto, y todo irá bien. Yo no te haré daño ni permitiré que nadie te lo haga.

Continué hablándole, para tranquilizarle. Debió de creer lo que le dije, porque dejó de sollozar y le volvió un ligero color a la cara.

Puse la radio del coche, manteniendo el volumen bajo.

Todavía no había en el aire ninguna noticia sobre el secuestro, no es que pensara que ya pudieran estar diciéndolo, pero la curiosidad me ganaba, quería escuchar cómo saltaría la noticia. ¿Cuánto tardaría? El chófer debía de estar aún fuera de combate, tumbado donde yo lo había dejado. Nadie se habría parado a preguntarle qué le pasaba ni por qué estaba allí. ¿La vigilante? Bueno, sobre ella estaba un poco perplejo: debió de habernos visto a los dos juntos y haber sabido que las cosas no estaban en su justo sitio. Pero… bueno, allí estaban. Así es como funcionan generalmente las cosas. La gente que debe hacer algo necesario está demasiado ocupada para realizarlo. Los otros no dan un centavo por ello.

Sí, el departamento de policía estaba trabajando. Relativamente hablando, la zona era una de las más patrulladas de la ciudad. Generalmente había coches patrulla asignados a esta sección, cubriendo una zona de unos diez kilómetros. En teoría, la forma en que funcionaba era que los coches cubrieran tanto territorio como pudieran hacerlo una docena de hombres a pie. Y podían, lo cubrían bien. Pero la policía en sí misma poca cosa podía hacer aparte de eso. No podía estar todo el santo día conduciendo de un lado a otro viéndolo todo. Mientras conducían, los oficiales no estaban al tanto de los problemas. Si los había, tenían que dejar el coche y la radio mientras se dedicaban a investigar. Y si mientras tanto algo explotaba, tenía que esperar a que regresaran.

Este era el sistema. El mismo sistema «eficiente» que puede encontrarse en cantidad de ciudades. Así ahorraban el dinero de los contribuyentes y hacían un buen negocio… «al lograr que el departamento funcionase sobre una base empresarial». Al menos, eso decían.

Normalmente, habría llevado de media hora a tres cuartos hacer el viaje desde el campo de deportes a la casa, pero me tomé la molestia de conducir lentamente para no atraer la atención de la policía o de algún curioso. Hacerlo así era un esfuerzo excesivo, porque tenía que tranquilizar al chico y oír la radio, de modo que la apagué. Estaba deseando llegar tan rápido como pudiera, pero supe mantenerme dentro de los límites de velocidad. Después, de alguna forma, quizá por el esfuerzo que estaba haciendo, me las ingenié, no sé cómo, para perderme. Ya había pasado más de una hora y media cuando aterricé en el jardín de la casa.

Tío Bud y Fay estaban en la puerta de la cocina. Allí parados, tan pálidos y aturdidos, me miraban. Parecían paralizados. Desde dentro de la casa se oía la radio, daba noticias del secuestro. Así que ya se sabía. Me tomé un tiempo mientras caminaba hacia ellos. Después me detuve al borde de las escaleras y me dispuse a escuchar.

Al igual que todas las informaciones de primera mano, esta también era confusa. Aparecían más o menos fielmente los hechos del secuestro, pero los detalles estaban completamente falseados. No tenían mi descripción más allá del hecho de que era «bastante alto y de complexión media». No sabían qué tipo de coche había utilizado.

Tanto la vigilante como el chófer estaban siendo interrogados. Habían enviado a la zona a todos los policías disponibles, incluso a los que estaban fuera de servicio. La vecindad entera estaba bloqueada, y se llevaba a cabo la búsqueda en cada finca del barrio. Todos los sirvientes, especialmente los chóferes uniformados, estaban siendo «intensamente interrogados».

Los padres del chico se encontraban «abatidos». El alcalde había pedido «acción total», el comisario de policía estaba «presionando, a fin de llegar a una solución inmediata del caso» y el jefe de policía había prometido que «no quedaría ni una sola piedra sin remover».

Como la noticia acababa de aparecer, todo aquel que era algo ya estaba listo para hacer declaraciones. Se hallaban tan preparados con sus predicciones, promesas y demandas, que podía pensarse que habían estado esperando que ocurriera algo así. Sin embargo, no creo que se lo esperaran. O bien, en caso de esperar algo, no les había inquietado mucho.

Volví al coche y lo rodeé, dirigiéndome hacia la otra puerta. Le hablé al chico, lo alcé con cuidado y comencé a caminar. Estaba profundamente dormido, agotado por la excitación y la tensión. Yo mismo estaba prácticamente fuera de combate, pero, lógicamente, todo aquello a él le había sacudido con mucha más fuerza.

Fay y tío Bud se apartaron para dejarme entrar. Los hubiera hecho salir si no se hubiesen quitado. Pasé frente a ellos, rozándoles, llevé al chico al cuarto de huéspedes y lo tumbé en la cama. Le quité los zapatos y desabotoné su camisa en parte. Después volví al cuarto de estar y cerré la puerta suavemente tras de mí.

Fay y tío Bud se habían repuesto un poco, al menos lo suficiente para ir tambaleándose al cuarto de estar y servirse unas copas. Yo me serví otra y me senté. Fay me miró por el rabillo del ojo. Después me lanzó una mirada más directa; le temblaban los labios y trataba de sonreír. En respuesta, la miré fijamente, ella bajó la vista y le desapareció la sonrisa.

Entonces le llegó el turno a tío Bud. Probé a hacer lo mismo con él: mirarle fijamente, forzar su sonrisa, obligarle a desviar la mirada. Los dos se quedaron allí, sentados, mirando hacia el techo, manteniéndose casi sin respirar, prácticamente en equilibrio al borde de sus sillas. Parecía que iban a saltar a la menor cosa que se les dijera. Les dejé permanecer así. Era la forma en que quería que se sintieran.

Apoyé mi espalda en el asiento, y bebí a sorbitos mientras oía la radio. No había nada nuevo. El mismo aire caliente sin nada detrás. Me levanté, me serví otra copa, apagué la radio y me volví a sentar.

—Bueno, ¿qué pasa? ¿No me diréis que os he sorprendido?

Fay levantó la cabeza. Su respiración salió en un profundo y cavernoso suspiro.

—¡Sorprendernos! —dijo—. ¡Sorprendernos! ¡Oh, Collie! ¿Cómo… por qué demonios lo has hecho?

—¿Y por qué no? Era lo que planeamos. Lo que suponía que tenía que hacer.

—Pe… pero ¡no de esa forma! No después de haber cometido una equivocación, y tan tarde que era casi seguro que te… te… te… —Su voz se quebró, y ella cubrió su cara con las manos.

Se meció hacia delante y hacia atrás, en una especie de risa y llanto, de sonrisa y cejas fruncidas, todo a un mismo tiempo.

Eso pareció devolverle la vida a tío Bud. Dejó escapar una risita, al tiempo que se daba una palmada en la rodilla.

—¿Sorpresa? —me sonrió—. ¡Y qué sorpresa, Kid! No puedo creérmelo. Apuesto doble contra sencillo a que no hay otro hombre en todo el país capaz de realizar una proeza como la tuya. ¡Y hacerlo bien!

—Hay muchísimos que podrían hacerlo. Todo lo que tendrías que hacer es enojarlos un poco. Toma a un tipo que esté un poco ido e intenta dársela: lo hará.

—¿Sí? —Quería devolvérmela—. Bueno, ya sé lo que quieres decir. Llevas las cosas hasta el límite y luego te las arreglas para realizarlo. Pero ha sido demasiado, ¿no lo ves? La gente normal no quiere tratar contigo, y no importa lo mucho que lo desees. Así que, finalmente…

—¡Cállate!

—¿Cómo?… Escúchame, Kid…

—¡He dicho que te calles!

—Pero si yo… —Se restregó la palma de la mano contra la boca—. Bueno, claro, lo que tú digas, Kid…

—Cuando llegué aquí, me diste una tarjeta —dije—, escribiste tu nombre, dirección y tu teléfono en ella, por si tenía que ponerme en contacto contigo. Está escrita de tu puño y letra, recuérdalo. No es simplemente una tarjeta de negocios, de esas que ya están impresas, una tarjeta que yo había podido encontrarme por casualidad.

Hice una pausa, dejando que hiciera mella en él. Se humedeció los labios, estaba incómodo.

—Hoy no me hubieras encontrado esa tarjeta encima —dije—, no la habrías podido recuperar. No te diré dónde la tengo, pero hay otra cosa que tengo que decirte: he hecho un buen par de amigos en este país. Hasta un tipo como yo puede encontrar algunos buenos amigos. Si me ocurriera algo, ellos sabrían cómo hacer llegar esa tarjeta a la poli rápidamente. También dirían algo sobre de dónde procede.

Por supuesto que estaba mintiendo. Es probable que tío Bud sospechase que lo estaba haciendo, pero no era muy brillante ni tenía demasiadas agallas. ¿Y si su presentimiento era erróneo? ¿Si resultaba que yo no estaba mintiendo?

Parpadeó mientras trataba de decidirse. Estaba nervioso. Se cepilló el abrigo con la mano, deteniendo sus dedos en el ominoso bulto del pañuelo. Quería hacerlo, lo deseaba tanto que casi lo paladeaba. Sin embargo, yo no iba a ponerle en evidencia otra vez. Ya le había dicho cosas bastante alocadas, como sacadas de una película barata. Pero es cierto que, bueno… yo era un tipo bastante loco, ¿no es cierto? Yo me había burlado de él una vez ese día, y con una proeza excepcional. Así es que, si lo había hecho una vez, ¿por qué no podría repetirlo? ¿Cómo podría saber él lo que yo iba a hacer?

—Collie —dijo Fay rompiendo el silencio—, ¿qué… qué es esto? ¿Qué quieres decir?

No le contesté. Ni siquiera la miré. Seguí sentado, observando a tío Bud y sonriéndole. Luego me levanté y fui hacia él.

—Bueno, ¿qué te parece? Tienes una pistola. Hace un rato estabas dispuesto a utilizarla. ¿Por qué no lo haces ahora?

Se le abrió la boca y sus labios se movieron en silencio, inútilmente. Lo agarré por el cuello de la camisa y lo empujé hacia el suelo.

—No te decides, ¿eh? Estás asustado. Eres un estúpido y estás asustado. Bueno, te echaré una mano, a lo mejor te enfadas y tienes éxito.

Le di un golpecito bajo el corazón. Solo un pequeño golpe con mi puño. Tío Bud gruñó, su cara se volvió blanca. Volví a golpearlo: cerca del corazón, debajo de los riñones y arriba, en las clavículas. Le tenía cogido con una mano, mientras le propinaba los golpecitos con la otra. Su cara parecía variar de color, del blanco al verde, y su lengua sobresalía entre los dientes.

Busqué bajo su abrigo, le arrebaté la pistola y me la puse en la cintura. Después le dejé caer en la silla y volví al sofá.

Cuando tío Bud se sentó, estaba doblado y se abrazaba a sí mismo. No se hallaba en realidad malherido, tan solo momentáneamente paralizado por el dolor. Creo que él pensaba que se encontraba medio muerto.

Fay me miró frunciendo el ceño. Estaba asustada, pero parecía más confundida que otra cosa.

—¡Collie! —dijo vivamente—. ¡Quiero saber qué significa todo esto!

—Ya lo sabes, Fay. Te lo dije desde el primer momento. Te dije que no era un estúpido y que no me gustaba que la gente me tratara como si lo fuera.

—Pero ¿qué tiene que ver con esto? —Hizo una pausa y continuó hablando en voz baja—. ¿Es que… tiene algo que ver con lo de ayer? Siento terriblemente aquello, cariño. Me sacudió de tal manera que no podía pensar. Por un momento, no supe lo que hacía. Entonces eché a correr, comencé a beber y quedé tan hecha un asco que me dio vergüenza mirarte a la cara.

—Olvídalo. Sé cómo te sentiste y qué sentiste. No te molestes en recordármelo.

—Pero… —titubeó de nuevo— es que… siento haberte abandonado hoy, Collie, pero no veía cómo podía llevarlo a cabo. No te hubiera servido de nada. Tal como me sentía, es casi seguro que lo hubiera estropeado todo.

—Sin embargo, te animaste. Te sentiste lo suficientemente bien como para salir detrás de mí, como para estar en medio cuando yo lo hiciera.

—Bueno —asintió lentamente con la cabeza—, sí. Tío Bud pensó que debíamos hacerlo para ayudar al menos así. Si algo no funcionaba, si surgía algún problema debíamos ser capaces de ayudarte a escapar. Aún me sentía mal, pero estaba preocupada sabiendo que te dejábamos con todo. Él pensó que yo… nosotros.

—Así es, Kid. —Era el tío Bud volviendo a la normalidad—. Así es exactamente como fue. Estábamos preocupados por ti, por el hecho de que tenías que hacerlo todo solo. Nos imaginamos que lo mejor sería vigilar las cosas.

Me eché a reír. No dije nada, solo me reí y corté el rollo.

Los ojos de Fay llamearon.

—¡Y fue una buena cosa que estuviéramos allí! ¡De no haber estado, habrías cogido a un chico equivocado!

—¿Sí? ¿No se te ocurrió pensar, quizá, que cogí a ese chico deliberadamente?

—¡Deliberadamente! ¿Pero, por qué habrías de hacerlo? ¿Qué…? ¡Ahora, escúchame! —gritó—. ¡Me estoy hartando! ¿De qué está hablando, tío Bud?

Él me miró con incomodidad. Aclaró su garganta, trató de fabricarse una sonrisa y el resultado fue parecido a la mueca de un cadáver. Fay se enojó y volvió a preguntarle si sabía de qué estaba hablando yo.

Fue una actuación bastante buena. Hasta hubiera podido pensarse que ella no sabía nada.

—¡Contéstame! —dijo—. ¡Juro que si esto continúa así, yo… yo…!

—Eh, eh… —Tío Bud intentó salir del aprieto—. No hay por qué acalorarse. Kid parece haber cogido el lado torcido de las cosas, y… yo no le culpo, ¿entiendes? Ni tampoco le guardo el más mínimo rencor. El muchacho ha estado sometido hoy a una gran tensión.

—¿Quieres dejarte de evasivas y responderme de una vez? —dijo Fay con fuerza.

—Bueno, eh, ¿recuerdas aquello que hablamos la otra noche? Sí, aquello sobre que quizá no siguiéramos efectivamente adelante con el secuestro. Solo sería una especie de simulacro. Entonces yo intervendría y recibiría una recompensa gorda.

Fay asintió.

—Pero no podíamos hacerlo. No había manera, de modo que ¿qué tiene que ver?

—Bueno, eh, sí. Había una forma correcta. Solo una forma de hacerlo parecer verdadero, y creo que en algo así es en lo que estaba pensando Kid. Después también tuvo el pensamiento de que yo estaba celoso de vosotros dos o algo por el estilo. Por supuesto que está completamente equivocado, pero a él le parecía que era así. Tú actúas como si todo hubiera acabado con él. Kid se imagina que ambos desconfiamos de su persona. De manera que cuando hoy tuvo que ir solo, aparecimos nosotros, porque…

El vaso de Fay se le escurrió de entre las manos, rebotó en la alfombra y el líquido se derramó después de haberse tambaleado, con el hielo tintineando.

Ella lo enderezó y recogió. Lo puso encima de la mesa. No miraba lo que hacía, me estaba observando a mí, y el vaso volvió a caerse al suelo.

—¿Así que eso es lo que piensas? —preguntó—. ¿Eso es lo que piensas de mí?

—¿Por qué no? —respondí.

—Sí. ¿Por qué no? Si una persona no detiene un secuestro, ¿por qué razón iba a parar un asesinato? No creo que haya mucha diferencia con ayer, Collie, me refiero a lo que pasó o dejó de pasar. Habríamos tenido que llegar a esta situación un poco antes. La gente como nosotros está destinada a llegar a situaciones así. —Se frotó los ojos cansinamente y sacudió la cabeza—. Estabas equivocado con eso de que no eras estúpido, Collie. Lo eres, yo también lo soy y también lo es tío Bud. Es más que evidente.

—Bueno, bueno —intervino tío Bud—. ¿Qué sentido tiene deprimirse de esta manera? Hemos tenido una pequeña falta de entendimiento, pero todo ha pasado ya. Estamos en paz con el mundo otra vez. Hemos conseguido lo que queríamos, y ahora estamos preparados para cobrar.

Fay se echó a reír.

—¿Cobrar? Sí, señoras y caballeros, ahora pueden ustedes pasar a cobrar.

—He dicho precisamente eso, ¿o no? —Tío Bud se volvió hacia mí—. Kid, he estado pensando que en las noticias no dicen nada sobre la furgoneta, pero ¿no existe la posibilidad de que el primer chico pueda cantar? Ya sé que no es probable que quiera hacerlo. Tendría que admitir que se escabulló y se fue a dar una vuelta con un extraño. Y si lo admitiera, es probable que la vigilante jurara que mentía. Sin embargo, la poli no va a dejar pasar por alto un dato así…

Fay se levantó de golpe y se fue hacia su dormitorio. Instintivamente, sin pensarlo, yo también empecé a levantarme. Quería ir tras ella y preguntarle si algo iba mal. Tuve que contenerme y volver a sentarme.

—Puedo esconderla en mi casa, Kid, ¿qué te parece?

—¿Qué? Ah, sí, bien. Quizá sea mejor. Estoy casi seguro de que el chico no dirá nada, pero alguien pudo haberla visto.

—Vale. Me la llevaré cuando me vaya. Os dejaré mi coche. Yo puedo buscarme alguna otra cosa para moverme hasta que podamos utilizar nuestro cacharro. Bueno…

Se movió para alcanzar la botella, y llenó su vaso hasta la mitad. Estaba tratando de parecer normal y amistoso, pero la mano le temblaba. Bajo aquella sonrisa amplia y tranquila, estaba tieso de miedo.

—Bueno. Yo pensaba enviar esta misma noche por correo la carta del rescate, si te parece bien. La recibirán a primera hora de la mañana.

—Mira —le dije—. Todos estamos metidos en esto. Sabes lo que tienes que hacer, y no veo ninguna razón para que me lo preguntes.

—Sí, pero —dudó—, bueno, no quiero que te hagas más ideas equivocadas, Kid. No quiero volver a hacer nada que quizá tú, esto…

—Yo no me hago ninguna idea sin una condenada buena razón. Simplemente no me des razones y yo no me haré ideas.

Su sonrisa se hizo más cálida. Empezó a parecer un poco más natural.

—Ahora sí que hablas, Kid. Demonios, no es cuestión de subirse por los aires y ponerse a actuar poco amistosamente, ¿no es así? Hemos tenido un pequeño malentendido… y yo no te culpo ni un poco, ¿ves?… Pero todavía no lo hemos aclarado del todo.

—Vale. Cortemos ya. Estoy harto de tantas vueltas, y me siento mortalmente cansado.

—Claro, claro, Kid —dijo precipitadamente—. Pero ¿qué piensas sobre?… —Cortó y comenzó con otra idea—. Creo que sería mejor si tuviera algo del chico, Kid. Una etiqueta de su ropa, o quizá su pañuelo. Algo para enviar junto con la carta del rescate, para que sepan que no se trata del escrito de algún chiflado. En un caso así, como sabes, habrá…

Me levanté, interrumpiéndole, y fui hacia la habitación. Saqué un pañuelo del bolsillo del chico, vi que estaba bordado con sus iniciales y lo llevé al salón. Tío Bud comentó que aquello iría perfectamente, que era justo lo que necesitaba y que mejor se marchaba.

Caminé hacia su coche, me dio las llaves y se metió en la furgoneta, pero no la puso en marcha. No estaba dispuesto a irse. Continuó divagando y pensando en voz alta.

—El uniforme, Kid, y todo lo otro. Sería mejor que te deshicieras de ello ahora mismo. Quítatelo y…

—Y lo entierro. Ya, ya. Lo haré.

—Mejor es que te pongas a trabajar también con ese pelo ahora mismo. Restriégatelo hasta que no te quede ni rastro del tinte.

Dije que lo haría. Sabía todo lo que tenía que hacer, y lo llevaría a cabo. Pero él aún no se iba. Todavía estaba allí, sentado, jugando con las llaves del coche entre los dedos y dándome conversación. De modo que, por fin, emprendí la única acción que podía realizar. Él había hecho media docena de intentos, pero el miedo le había impedido llegar hasta el fin. Así que tomé la iniciativa y le tendí la mano.

Un minuto más tarde, se había marchado.