9

Esperé en la casa hasta alrededor de medianoche. Después salí, me dirigí al garaje, me tumbé sobre la cama y seguí esperando. Cuando me quedé dormido, ya eran las cuatro de la mañana y ella todavía no había vuelto.

Me desperté casi a mediodía, y enseguida me di cuenta de que en la habitación había otra persona. Seguí echado, y abriendo ligeramente los ojos, me puse a mirar entre los párpados.

Era el tío Bud. Estaba sentado cerca de mi cama y tenía el sombrero echado hacia atrás, dejando ver su pelo blanco y lacio. Más que observarme, estaba estudiándome. En su rostro demasiado amigable, había una mirada entre pensativa y calculadora, y pude sentir que sabía lo que estaba pensando, tan bien como él.

¿Qué pasa si Kid está un poco ido, e incluso si lo está más que un poco? Aun así puedo utilizarlo, utilizarlo y después, con la ayuda de Fay, deshacerme de él. Porque tal y como se siente ahora respecto de Kid, debe de estar más ansiosa que yo por quitárselo de en medio.

Me desperté. O, más bien, abrí los ojos y aparenté sorprenderme. Tío Bud se disculpó por estar tan cerca de mí. Acababa de entrar, dijo, y yo le respondí que claro, que estaba bien.

Fui hacia el cuarto de baño y me lavé. Cuando volví, tenía puesta esa cálida, cálida sonrisa. Su simpatía y amigabilidad llegaban hasta mí.

—¿Sabes lo que ha pasado, Kid? Fay llevaba una gran carga encima cuando apareció en casa, y yo no estoy seguro de haber arreglado bien las cosas.

—Yo sé muy bien lo que pasó. Lo comprobé con mi amigo el doctor.

—¡Vaya observación! ¡Sí, señor, una jodida observación! —Sacudió la cabeza con pena—. Dos personas que están descubriendo cómo eres, y tiene que pasar una cosa así. Pero ella se lo quitará de la cabeza, Kid. Dale un poco de tiempo, es cosa de que se acostumbre, y volverá.

—Claro que lo hará. No la molestaré para nada.

—Bueno… —Sus ojos se clavaron en mí—. Bien, no, por supuesto que no. No obstante, será mejor ir sin prisas, ¿no es cierto, Kid? Dejemos que sea ella quien tome la iniciativa, es mejor así. Y hablando de otra cosa, descansa aquí y yo te traeré algo para desayunar.

Tío Bud fue hacia la casa y organizó una bandeja con beicon, huevos revueltos y una gran cafetera. Me dijo que Fay estaba realmente fuera de combate, que se encontraba tan mal, tan decaída, que casi no podía mantenerse en pie, y que eso nos ponía en dificultades.

—¿Verdad, Kid? Esto nos destruye la jugada.

—Claro que sí. Si íbamos a lanzarnos hoy mismo, deberíamos haber comenzado hace un par de horas.

—Sí, Kid, sí. Sin embargo, creo que es mejor que esperemos hasta mañana. ¿Pero cómo podemos saber si ella estará recuperada entonces? Cuando entra en esos estados es capaz de permanecer así una semana.

—Sí, es cierto.

—Kid —titubeó—. De todos modos, ¿tú qué piensas? Yo podría ocupar su lugar. Ir contigo yo mismo y cuidar del chico. El problema es que soy bastante conocido en esta ciudad. Y si alguien nos viera juntos…

—¿Sí? —formulé.

—Bueno, es que no creo que fuera una buena idea. Quizá no estropearía nada, pero tal vez sí. Yo lo veo de esta forma, Kid: creo que no tiene sentido añadir riesgos.

Llené mi taza de café y encendí un cigarrillo. Él esperó. Estaba casi impaciente, esperando que yo cogiera la pelota y me la llevara. Dejé que siguiera esperando. Tenía que estar absolutamente seguro, iba a hacerme su propuesta.

Al fin habló:

—Bueno, Kid, ¿qué dices? ¿Qué piensas? Yo creo que podemos hacerlo bien. Tú solo puedes hacerlo tan bien como si lo hicieras con Fay.

Tomé un sorbo de café, dubitativo; como si pretendiera pensarlo. Arrugué mi cara en una expresión pensativa, y me tomé el café lentamente. Él observaba cada movimiento. Se echó hacia atrás en la silla, con el brazo apoyado en el respaldo, tratando de aparentar que no estaba ansioso, que era todo relajación. Y por otra parte, su expresión daba a entender que yo no le había comprendido.

Fay había acertado en sus opiniones: era estúpido, estúpido e indigno. Apretándole un poco, la estupidez le rezumaba como sudor.

—Bueno —dije—, estoy un poco asombrado. Pero si tú piensas que…

—¿Sí, Kid? ¿Sí?

—Si tú piensas que irá bien, vale. De acuerdo.

—¡Bárbaro! ¡Es fantástico! —Saltó resplandeciente—. Ahora, si has acabado, será mejor que empecemos a prepararlo todo.

Mi pelo era rubio, casi amarillo, quizá ya se lo había dicho. Bueno, es igual, lo es… lo era… y el pelo del chófer era negro. Así que llegó el momento del tinte.

Me afeité de prisa. Cuando terminé, tío Bud cogió la maquinilla y me afeitó el cuello. Me miró por detrás y por delante, y volvió otra vez a mi cara, repasando cualquier pequeño espacio que me hubiera dejado. Entonces, pasamos a teñirme el pelo.

Tenía una pinta bastante extraña: cuando acabó, las sienes y la parte de atrás del pelo eran negras, mientras que la parte superior de la cabeza seguía siendo amarilla. Las grandes gafas de sol cubrían las pestañas y las cejas, así que las dejamos de su color natural. Me puse el uniforme completo, gorra incluida, además de las gafas y los guantes. Entonces, después de que tío Bud lo hubo revisado, me quité la gorra, la chaqueta, los guantes y las gafas, y me puse mi sombrero. Vestía una camisa deportiva. En el coche, tenía que parecerme a cualquier tipo que estuviera dando un paseo.

Tío Bud me ayudó a transportar abajo los trastos del uniforme. Los pusimos en el suelo de la furgoneta, detrás del asiento delantero. Entré, tío Bud me deseó suerte y me sonrió. Diría que casi estaba riendo de la felicidad que sentía, y yo también estuve a punto de echarme a reír. Arranqué, preguntándome por qué la gente estúpida siempre se imagina que los demás son los estúpidos. ¿Por qué siempre piensan que pueden putear a los otros tipos? No estoy diciendo que yo fuera brillante, por supuesto, pero incluso un idiota de remate podía haber visto el truco.

Nunca había significado nada para él. Ahora que tampoco significaba nada para Fay, y ya que prácticamente le había dicho cómo podían jugar con absoluta seguridad y llevarse la pasta… En fin, ya ven ustedes lo que él iba a hacer. Lo que ellos iban a hacer.

Y daba la impresión de que había un bonito apaño para llevarlo a cabo. Todo parecía encajar perfectamente. Incluso, si necesitaban apoyar su versión de la historia, podían usar del doctor Goldman.

Fay, compadecida de mí, me había dado un trabajo. Luego, cuando Doc le habló de mi pasado, ella me había echado. Me había dado de plazo hasta el día siguiente, que era lunes, para que me largara. Se había ido a dormir tarde ese día, este día, y al despertar se encontró con la sorpresa de que yo le había birlado el coche. La pobre no había sabido bien qué hacer… siendo, como era, tan campesina e inocente, ya se sabe. Así que había llamado al tío Bud, y él le recordó que yo había dicho algo sobre ese chico, Vanderventer. En ese momento pensó que aquello nada más se trataba de la cháchara de un chiflado. Sí, yo era un loco huido y un ladrón de coches…

Bueno, quizás hasta ahora yo no me había imaginado demasiado bien cómo era, y es posible que la descripción se acercara mucho a la verdad. Yo iba camino de la muerte, mientras que tío Bud estaba —o él mismo pensaba que estaba— destinado a ser un héroe.

El hecho es que, sabiendo todo lo que sabía, no podría decir por qué seguí adelante. De alguna forma, en realidad yo no pensaba en el porqué de todo ello. Solo aparecía como algo que tenía que hacer, como si hubieran colocado mis ruedas en un carril y tuviera que seguir hasta el final. Estaba dolido, no se engañen, dolido y resentido con todo el mundo. Y probablemente por eso mismo, seguía adelante, pero no lo sé. Todo lo que sabía era que tenía que seguir adelante y que necesitaba un anzuelo. Algo que les arrastrara hacia el negocio y se vieran atrapados en él.

Les volvería locos, pensé. Ellos se imaginaban que iban a cobrar rápida y fácilmente, pero no sería así. Les haría continuar. Tendrían que jugárselo todo, hasta el final, con un loco escapado como socio. Y no era un chalado cualquiera, sino alguien que sospechaba de ellos, que sabía que habían intentado quitarle de en medio.

Antes de que todo hubiera acabado, seguramente ellos estarían cien veces más locos que él.

Pero necesitaba un anzuelo. Tenía que encontrarlo.