5

Fay Anderson me había dado unos treinta dólares cuando dejé su casa y yo tenía otros tres de mi peculio personal. Sin embargo, ahora el total no alcanzaba los cinco dólares. No sé qué había pasado con el resto, si se me habían caído del bolsillo y los había perdido, o si alguien me los había quitado en aquel comedor. Esa pequeña cantidad, alrededor de cinco dólares, era todo lo que me quedaba.

Casi peor que no tener nada.

En realidad, con eso no llegaría a ninguna parte. Prácticamente no me llegaba para vivir un solo día. Pocos días antes, cinco dólares me hubieran parecido una cantidad aceptable, pero desde entonces yo había cambiado. Ahora no veía cómo podía volver a vivir como lo había hecho: topándome con todo, y con todo chocando contra mí. Había dormido en cunetas, suplicado ayuda y vagado por caminos que llevaban a lugares a los que yo no quería ir.

Como dijo tío Bud, eso era malo. Realmente malo. Cuando pensé en ello, ciertamente, las otras cosas no parecían tan malas, ni mucho menos.

Utilicé quince centavos de mi dinero en un billete de autobús para cruzar la ciudad. Me bajé en la autopista, la misma que nos había llevado a la casa de ella, y, bueno, durante un rato me dediqué a vagabundear por allí. Me senté en el banco de la parada de autobús a comerme un cucurucho de helado que le compré a un vendedor ambulante. Después fui a mirar los escaparates de las tiendas de los alrededores, como si estuviera de compras. Fue duro decidir qué hacer. Siempre que tengo que tomar decisiones me surgen problemas y esta, en particular, sería una decisión difícil.

Recorrí una y otra vez los escaparates de las tiendas, discutiendo conmigo mismo y jugando con las pocas monedas que tenía en el bolsillo. La verdad es que no quería poner a Fay en un aprieto o forzarla a seguir adelante en algo con lo que no estaba de acuerdo. Pero, por otra parte, ya se hallaba bastante metida en el aprieto, ¿o no? Ella no podía continuar así, al igual que yo tampoco podía continuar de esta manera. Además, sería bueno volver a verla. Así que podía parar a la altura de su casa para hacerle una visita. No necesitaba quedarme.

La idea se me hizo clara justo cuando estaba mirando el escaparate de una tienda de licores. Adentro había una gran botella de cuello curvo. Seguramente solo contenía vino, pero tenía una gran fantasía y el precio era solo de tres dólares con noventa y ocho centavos. Me imaginé que sería un bonito detalle. Podía regalársela, lo que me daría una buena razón para detenerme.

La compré. Nadie me pararía, pero, al fin, un camión pasó lo suficientemente lento para que pudiera saltar a la parte de atrás.

Ir allí fue tempestuoso y movido, y el día era abrasador. Estuve botando arriba y abajo, y, naturalmente, el vino también. Imagino que cogió más calor que yo.

Llegamos al sendero que conducía a su casa. Me lancé del camión con ímpetu, corriendo. La sacudida fue algo más brusca de lo que podía soportar. La botella explotó, y el vino salió en cascada desde mis brazos. Por lo menos fueron cuatro litros de ese líquido pegajoso, y apuesto a que no quedó ni una gota sin que me cayera encima.

Me parecía odioso hacerle una visita a Fay con aquella pinta, pero no me quedaba elección. Tenía que lavarme y hacer algo con mis ropas, y su casa era el único lugar donde llevarlo a cabo.

Llegué a primeras horas de la tarde, y solo hacía un par de horas que estaba levantada, así que todavía no había bebido mucho. Supongo que bastante para una persona normal, pero no para Fay, aunque sí lo suficiente para colocarla.

—¡Oh, Collie! ¡Tú, loco, tonto, dulce…! —Me rodeó con sus brazos, reía—. ¿Qué demonios te ha ocurrido, criatura?

—Bueno, justo dio la casualidad que estaba por los alrededores. Pensé en traerte un regalito, un vinito.

—¿Un barril, cariño? Lo traerías rodando por… —se echó a reír estruendosamente— por la autopista y por entre los árboles a la casa de la abuelita.

Reía y reía tanto que parecía que lloraba. Me empujó hacia una silla y se sentó en mi regazo. Intenté decirle que se iba a ensuciar por completo, pero ni siquiera pareció escucharme.

—Estoy contenta de que hayas vuelto, Collie —susurró—. Sería mejor que no lo hubieras hecho, y rogué para que no vinieras, Collie, pero estoy contenta.

—Yo también estoy contento. No era mi idea ni me lo proponía, pero en un momento dado me pareció que tenía que hacerlo. Después de encontrarte y… y todo lo demás, no podía volver a coger esas praderas de hormigón.

—¿Esas… esas qué, Collie?

—Esas praderas de hormigón, quiero decir, eso es lo que me parecen. Continuos ir y venir, y siempre te encuentras con lo mismo, en todas partes siempre es igual. Donde sea que hayas estado, donde sea que vayas y hacia cualquier sitio que mires, todo es duro y gris, tan lejos como alcance tu vista.

—Ya sé, ya sé lo que quieres decir. —Se estremeció y me besó—. Pero… creo… parece como si tuviera que haber otro camino.

—A lo mejor lo hay. Es probable que haya un montón de caminos, pero nunca nadie me ha indicado dónde están, y yo nunca he sido capaz de encontrarlos por mí mismo.

—Pobre Collie. Has pasado momentos duros en estos últimos días, ¿verdad, cariño? ¿Dónde has estado?

—En ninguna parte. Solo perdiendo el tiempo.

Me di un baño y me puse algunas ropas que me dio. Comimos, y después seguimos con nuestra charla.

Al principio dijo que hallaríamos otro camino, que tenía que haber otro camino y que nosotros lo encontraríamos. Cuando apareciera tío Bud, se lo soltaríamos. Mientras charlábamos, ella bebía. La verdad es que estaba sacudiéndose una buena cantidad. Así que cuando ya estaba casi por completo metida en sí misma, pero poco antes de que se le fuera el buen humor, me dijo:

—Collie, Collie. Prodigio de pringado, canalla de primera, ¿por qué no cavas algún hueco para nosotros, chico? ¿Por qué no cavas una sepultura donde podamos vivir?

—No deberías decir esas cosas, Fay. Yo sé que no piensas así.

—Aquel día, en el bar, pensaste que habías enganchado un sablazo chupado, ¿no es cierto? Pensaste que te interesaba todo lo que tenía. Bueno, ya que puedes, ¿por qué no lo haces? ¡Quédate con el condenado coche y con la casa de mierda, a ver qué puedes hacer con ello! Desde luego, antes que nada, tendrás que saldar algunas hipotecas.

—Quizá podría, quiero decir, si pudiera conseguir algún tipo de trabajo que me diera un poco de dinero —dije.

—¡Tú, anormal! ¡Imbécil! ¿Qué tipo de trabajo podrías conseguir: pesca de arena en el Sáhara?

Un dolor enloquecedor me atravesó la frente. Le dije que si este era el camino que estaba trazando para mí, bueno, que mejor me largaba.

—¡Bueno! ¿Entonces por qué diablos no lo haces? —dijo a gritos—. ¡Hazlo y deja de hablar de ello!

Se fue hacia su dormitorio haciendo eses, y cerró la puerta tras ella dando un portazo. Me levanté y salí hacia el porche trasero. Entonces, después de haber esperado un par de minutos, comencé a caminar hacia el sendero que conducía a la autopista.

Era lo mejor que podía hacer, pensé; lo único que podía hacer. Porque si ella había actuado así ahora, cuando aún no sabía que algo no iba bien dentro de mí, ¿qué haría cuando conociera la verdad? Muchas personas normales se asustan de muerte cuando hay alguien con problemas mentales. Y con esos nervios disparados por la borrachera que ella tenía, distaba mucho de ser normal. Es probable que no dijese nada ni hiciese nada abiertamente, porque estaría demasiado asustada; pero no querría saber nada de mí, y tío Bud tampoco. A pesar de que yo estuviese relacionado con ellos por lo del secuestro, aunque supiese algo que podía enviarlos a la silla…

Bueno, ya ven lo que quiero expresar. Ellos sentirían que tendrían que deshacerse de mí. No les gustaría tener que hacerlo —al menos sé que a Fay no le gustaría—, pero pensarían que no les quedaba más remedio, y lo harían.

En cualquier caso, así es como me parecían las cosas a mí en ese momento.

Ya casi había llegado a la autopista, cuando vi el coche de tío Bud que giraba hacia el camino. Frenó bruscamente, y se asomó. Yo le hice un guiño y un saludo con la cabeza, y continué caminando.

—¡Espera un minuto, Kid! —Saltó del coche y me cogió del brazo—. ¿Es esta la forma de tratar a un amigo, Kid? Me he pasado noches enteras desvelado, preocupándome por ti y deseando que volvieras, y entonces, justo en el momento en que te veo…

—Tengo prisa —le corté—. Solo hice una parada en la casa para despedirme de Fay. Ahora estoy otra vez en camino.

—¡No! ¡No lo estás, Kid! —dijo con firmeza—. No te voy a dejar pasar así como así. Métete ahora mismo en el coche, y sea lo que fuere lo que te preocupa, nosotros… No estarás resentido conmigo, ¿verdad? ¿No habré herido tus sentimientos con aquel chistecito que hice sobre el dormir por tu cuenta?

Levantó la mirada hacia mí, ansioso. Su expresión era solo de amistad. Le dije que aquello no me había sonado a chiste para nada.

—Pero en realidad no estaba pensando en eso —dije.

—Así… —se echó a reír, incómodo— así que tal vez no era un chiste. Quizá no me guste la idea de que otro tipo ronde a Fay cuando yo nunca he sido capaz de sentar la primera base.

—Bueno. Yo no estaba tratando nada semejante.

—Claro que no. Pero si haces la prueba, Kid, si tú quieres y ella también, no volverás a oír una palabra de mí. Te necesito demasiado. ¿Sabes lo que quiero decir? Durante meses he estado buscando a un tipo como tú, y ahora que por fin lo he encontrado…

—Pienso que es mejor que no cuente conmigo. Yo… yo, no parece que me lleve del todo bien con Fay.

—¡Ah, seguro que sí! —Me dio una palmada en la espalda—. Ha estado aguijoneándote, ¿eh? Bueno, no debe importarte nada, porque no dice esas cosas con ninguna mala intención.

—Pero hay algo más —titubeé—. Algo sobre mí…

—¿Así que has tenido algún problema? —Se encogió de hombros—. ¿Y quién diablos no? Ahora súbete al coche y olvida todo este asunto de marcharte.

Sabía que todo se estaba haciendo mal. Él quería tenerme, así que podía olvidar a Fay por un rato, pero tan pronto como me hubiera usado, o algo le hiciera decidir que yo no le servía para nada…

Era un gran error, sin importar desde dónde se mirase. Fay, en el estado en que se encontraba. Yo, en mi condición. Y tío Bud, sintiendo lo que seguramente sentía sobre mí. Y el secuestro en sí mismo. Secuestro, la forma más sucia de crimen que existe. E incluso visto así, era todo o nada, al menos de esa manera veía yo las cosas. Esto o la vieja pradera de hormigón. Así que me metí con él en el coche y volví a la casa. Quería creer que las cosas cambiarían, de modo que volví. Y al cabo de una hora estaba de regreso en la cima del mundo.

Todo era agradable. Todo iba a ser más agradable aún. Tío Bud lo sabía, y me lo dijo.

No trató de engañarme, diciéndome que el trabajo no sería peligroso. Sin embargo, una vez hubiera pasado todo, estaríamos a salvo, seguros y con los bolsillos llenos de pasta. Habríamos de esquivar las trampas en las que suelen caer los secuestradores. Y para eso tendríamos que conocerlas de antemano: lo de los billetes del rescate marcados o registrados, o si había policía apostada en el lugar del canje. Tío Bud conservaba cantidad de contactos dentro del departamento, y por ello conocería cada movimiento que hiciera la policía antes de que se dispusieran a realizarlo. Así, si nos tendían alguna trampa, no tendrían oportunidad de cazar a nadie.

Conseguiríamos el dinero, un cuarto de millón de dólares, y nos marcharíamos con él.

No discutimos sobre el secuestro esa noche. Tío Bud dijo que ya nos ocuparíamos de eso después de que hubiera acomodado mis cosas. No se lo discutí. Me sentía bien. Sin importar cuál fuera el motivo de mi preocupación —y yo suponía que probablemente habría más de uno—, no tenía ganas de encararlo en aquel momento.

Fay se despertó. Parecía sentirse bastante bien otra vez, y los tres juntos nos dirigimos al apartamento del garaje. Quitamos el polvo, pusimos sábanas limpias en la cama, y cosas por el estilo. Después volvimos a la casa, y al cabo de un rato Fay empezó a tomarme el pelo, pero más de forma divertida que con maldad, así que no le hice ningún caso.

Tío Bud se fue hacia las diez de la noche. O, tendría que haber dicho, empezó a irse. Me estaba deseando las buenas noches con un apretón de manos cuando se giró repentinamente y miró por la ventana.

—¡Llega alguien! ¡Apaga esa luz! ¡Quítate de la vista, Kid! Fay…

Fay se precipitó hacia la ventana y miró afuera. Se mantuvo así un rato, mirando con ojos de miope a través del cristal. Oí el golpe de la puerta de un coche.

—Es mejor que te vayas a la habitación, Collie. Llévate contigo el vaso. Tío Bud puede quedarse. —Se volvió—. Solo es Bert.

—¡Bert! —Tío Bud palideció—. ¿Ese personaje del bar de la carretera? Diablos, si me ve…

—¿Qué pasaría? No puede relacionarte con nada.

—¡Intentó matarme! Estábamos metidos en un negocio los dos juntos, y él piensa… —Se cortó frenéticamente y agarró el vaso con brusquedad—. ¡Que no se te escape que estoy aquí! ¿Comprendido? ¡Aquí no hay nadie más que tú!

—Pero tu coche… ¿Qué puedo decirle?

—¡No reconocerá mi coche! Dile… dile que a alguien se le estropeó en la autopista y lo trajo aquí para dejarlo durante la noche.

Yo ya estaba en el dormitorio. Entró de golpe y dejó abierta una rendija de la puerta. Estaba realmente atemorizado. Podía oírle resollar en la oscuridad, así como el crujido nervioso de papeles estrujados dentro de sus bolsillos. Fuera lo que fuese lo que le había hecho a Bert, debía de ser bastante injusto.

Este no pasó de la cocina, así que no nos enteramos de todo lo que dijo; pero por lo que pudimos oír, tenía todo el aire de una visita social. Fay era muy buena clienta suya. Como desde hacía varios días no iba por su bar, Bert quería saber si estaba bien.

Se fue al cabo de unos minutos. Tío Bud salió del dormitorio detrás de mí, enjugándose el sudor de la cara.

—¡Ufff, chico! —dijo con voz trémula—. Esta vez sí que ha estado cerca.

—¡Mmmmm! —dijo Fay—. Eso parece. De todos modos, ¿qué timo le metiste?

—Ninguno, nada. —Tío Bud sacudió la cabeza con inquietud—. Bert no es nada razonable. ¿Sabes lo que quiero decir? Tratas de explicarle algo, le demuestras exactamente por qué no funcionó lo que le habías propuesto y le das razones además de por qué no ha sido por tu culpa, y ni siquiera se molesta en escuchar. Desenfunda y te dice que saques.

Fay bostezó y se volvió a sentar. Me miró con un destello de maldad que estaba volviendo a sus ojos.

—Bueno, Collie, ¿qué piensas de nuestro cerebro? El genio que nos llevará sin peligros de ser harapientos a ricos. ¿No dirías que es todo un cerebro? Desde luego su inteligencia podría matarle, pero al menos antes se las arregló para estafar a un camarero.

Tío Bud se echó a reír y me dio un codazo. Dijo que no tenía que prestarle ninguna atención a Fay, porque era la bromista más grande del mundo. Después añadió dirigiéndose a ella:

—Mira, Fay, que no se le ocurra a ese personaje dejarse caer por aquí otra vez. Si llegara a ocurrir más adelante… Quiero decir después de…

—¡Olvídalo! —saltó Fay—. Esta era la primera visita de Bert desde hace meses y ya me ocuparé yo de que sea la última. Tengo mucho estómago, pero un pájaro como tú es todo lo que puedo soportar.

Tío Bud volvió a reírse. Estaba tras algo, ya ven, y no iba a considerar los insultos como tales hasta que lo consiguiera. Se fue pocos minutos más tarde. Fay y yo estuvimos charlando un rato más después de que él se fuera. O mejor, debería decir: traté de hablar con ella, aunque no tuve mucha suerte. Se tragó cuatro o cinco copas seguidas, y mató cualquier posibilidad de cambiar palabras conmigo.

—¿Por qué soy tan severa con Tío Bud? —dijo—. O, mejor, ¿por qué tiraniza uno a un burro? Porque es la distancia más corta entre dos puntos. Quod erat demostrandum, que traducido en ladridos significa…

—Mira, Fay, esto es importante. Si piensas que él no puede llevar el asunto adelante, o que debería tratar de…

—¿Quieres dejar de interrumpirme? Significa que no debes buscar nunca huesos dentro de una botella. Recuérdalo, Collie. Es el secreto de mi éxito.

—Buenas noches. —Me levanté y comencé a ir hacia el garaje. Estaba llegando a la puerta de atrás, cuando me llamó y se acercó a mí.

—No sé, cariño —dijo, mientras me rodeaba con sus brazos—. Hay algo insidioso en ese tipo. La forma en que te aborda, en que cede, es difícil que no te guste. Pero todo lo que le ha hecho a la gente… Y para un negocio como este, el hombre que idea una cosa como la de este tipo, Collie, es, considerablemente, mucho menos que honrado. Es alguien que traicionaría a cualquiera, si con ello sacara algún provecho.

—Pero ¿cómo podría hacerlo? ¿Solo le puteas para ver cómo se revuelve, como haces conmigo?

—Algo por el estilo. Cuando una persona no puede soportarse a sí misma, Collie, cuando carga con su propio peso…

—Todo saldrá bien —dije—. Al final, todo va a salir bien.

—¿Bien? ¿Realmente piensas que de todo esto puede salir algo bueno?

—Tiene que salir, Fay. Algún camino vamos a encontrar.

Nos quedamos allí de pie y muy juntos, sus brazos me rodeaban con fuerza. Se frotó con satisfacción, y su bata se abrió un poco. No llevaba nada debajo. Dobló sus rodillas ligeramente, deslizando su carne cálida hacia mí. Dio un largo suspiro, estremecido, y la dulce suavidad de sus pechos, de golpe, pareció endurecerse. Luego, esperó. Todo lo que yo tenía que hacer era un ligero movimiento y, por alguna razón, no lograba hacerlo. Con cualquier otra dama, sí; pero no con ella. Esta mujer significaba demasiado para mí. Y tenía que llegar a significar más aún, más que ahora.

Pasó un momento, y Fay alzó la vista hacia mí. Le brillaban los ojos y tenía una sonrisa suave.

—Bueno, Collie, ¿es parte de tu entrenamiento universitario no aprovecharte de una señora cuando está borracha?

—Yo… Yo no sé. —Me sentía bastante atontado, desconcertado—. Quiero decir, bueno, yo nunca fui a la universidad. Solo algunas clases nocturnas cuando no tenía que trabajar.

—¿Y? —Se puso de puntillas y me besó. Me acarició la mejilla—. Es un argumento excelente que se puede usar como metáfora de «vayámonos a dormir».

—Mira, no quiero que pienses que no me gustaría.

—Y una metáfora de abstinencia también. Vete a la cama, amigo mío. Sí, yo también te deseo. Tenemos algo bonito entre nosotros, no dejemos que se estropee.

Volvió a besarme, mientras me daba un empujoncito hacia la puerta. Me fui a la cama.