—En esta antigua factoría es donde encontramos equipamiento para el Proyecto Milenium. Puede ver que apenas hemos empezado. No podemos comenzar a construir auténticos robots, como exigen los planes de Cíclope para más adelante, hasta que hayamos recuperado alguna capacidad industrial.
El guía condujo a Gordon hacia una serie de estantes abarrotados de utensilios de otra época.
—El primer paso, desde luego, era tratar de salvar todo lo que pudiéramos del óxido y la destrucción. Aquí sólo se guarda parte de lo rescatado. Lo que no tiene utilidad a corto plazo está almacenado en otra parte, para el futuro.
Peter Aage, un hombre rubio y larguirucho sólo un poco más viejo que Gordon, debía de estar estudiando en la Universidad Estatal de Corvallis cuando estalló la guerra. Era uno de los más jóvenes entre los que vestían la túnica blanca ribeteada de negro de los Funcionarios de Cíclope, pero incluso él tenía las sienes grises.
Aage era también el tío y único familiar vivo del niño a quien Gordon había salvado en las ruinas de Eugene. El hombre no dio grandes muestras de gratitud, pero resultaba evidente que se sentía en deuda con él. Ninguno de los que le superaban en rango entre los Funcionarios había interferido cuando insistió en ser él quien mostrara al visitante el programa de Cíclope para superar la edad oscura en Oregón.
—Aquí hemos empezado a reparar algunas pequeñas computadoras y otras máquinas sencillas —le dijo a Gordon, conduciéndolo ante piezas electrónicas clasificadas y etiquetadas—. La parte más dura es remplazar circuitos quemados en los primeros momentos de la guerra por los pulsos electromagnéticos de alta frecuencia que el enemigo lanzó sobre el continente, con las primeras bombas ya sabe.
Gordon sonrió con indulgencia y Aage se sonrojó. Levantó la mano disculpándose.
—Lo siento. Estoy tan acostumbrado a tener que explicarlo todo de forma sencilla… Desde luego ustedes los del este deben de saber mucho más que nosotros sobre las vibraciones electromagnéticas.
—No soy un técnico —respondió Gordon, y deseó no haber faroleado de forma tan convincente. Le hubiera gustado oír más.
Pero Aage volvió al tema de inmediato.
—Como estaba diciendo, aquí es donde se hace la mayor parte del trabajo de rescate. Es un duro esfuerzo, pero tan pronto como la electricidad pueda ser suministrada a mayor escala, y las necesidades básicas hayan sido cubiertas, proyectamos enviar estos microcomputadores a aldeas remotas, escuelas y tiendas de máquinas. Es una meta ambiciosa, pero Cíclope está seguro de que podemos conseguirlo en el transcurso de nuestras vidas.
El sector de almacenaje daba paso a una gran factoría. El techo estaba formado por largas hileras de claraboyas; en consecuencia, los fluorescentes se utilizaban poco. Sin embargo, se percibía un leve zumbido de electricidad por todas partes mientras los técnicos vestidos con túnica blanca acarreaban equipos de un lado a otro. Adosadas a las paredes se encontraban apiladas las aportaciones de los pueblos y aldeas circundantes, el pago por la benefactora guía de Cíclope.
Cada día llegaba maquinaria de todas clases, más una pequeña cantidad de comida y ropa para los ayudantes humanos de Cíclope. Y por lo que había oído Gordon, aquello no constituía un gran sacrificio para los habitantes del valle. Al fin y al cabo, ¿qué uso podían darle a las viejas máquinas?
No era de extrañar que no hubiesen quejas contra la «tiranía de la máquina». El precio de la supercomputadora era fácil de pagar. Y a cambio, el valle tenía su Salomón, y quizás un Moisés para guiarlos fuera de aquel desierto. Gordon recordó la amable y sabia voz que había oído hacía tanto tiempo y reconoció que era una ganga.
—Cíclope ha planeado cuidadosamente esta etapa de la transición —explicó Aage—. Ya ha visto nuestra pequeña línea de ensamblaje para turbinas cólicas e hidráulicas. Además de eso, ayudamos a los herreros de la zona a mejorar sus fraguas y a los granjeros a planificar sus cosechas. Y distribuimos viejos videojuegos a los niños del valle con la esperanza de hacerles receptivos a cosas más importantes, como computadoras, cuando llegue el momento.
Pasaron ante un banco donde canosos trabajadores se inclinaban sobre luces destellantes y pantallas iluminadas con códigos de computadora. Algo aturdido por todo aquello, Gordon sintió como si accidentalmente hubiese caído en un brillante y maravilloso taller donde los sueños rotos estuvieran siendo reparados con esmero por un grupo de diligentes y amistosos gnomos.
La mayoría de los técnicos eran de edad madura o ancianos. A Gordon le dio la impresión de que se daban prisa para realizar la máxima cantidad de trabajo posible antes de que la generación instruida desapareciera para siempre.
—Por supuesto, ahora que se ha restaurado el contacto con Estados Unidos Restablecidos —continuó Peter Aage—, cabe esperar que avanzaremos más deprisa. Por ejemplo, podría darle una larga lista de chips que nosotros no tenemos manera de fabricar. Eso resultaría una gran ventaja. Si Saint Paul City nos suministra lo que necesitamos, con unos doscientos gramos tan sólo se podría hacer avanzar el programa de Cíclope cuatro años.
Gordon no quería mirar a aquel tipo a los ojos. Se inclinó sobre una computadora desmontada, fingiendo que observaba su complicado interior.
—Sé poco de estos asuntos —contestó, tragando saliva—. De todas formas, en el este tienen prioridades entre las que no se encuentra distribuir videojuegos.
Lo había dicho para no tener que mentir más de lo imprescindible. Pero el Funcionario de Cíclope palideció como si le hubiera golpeado.
—Oh. Qué estúpido soy. Es cierto que han tenido que enfrentarse a terribles radiaciones, plagas, hambre y holnistas… Supongo que en Oregón hemos sido bastante afortunados. Tendremos que arreglárnoslas solos hasta que el resto del país nos pueda ayudar.
Gordon asintió. Ambos hombres estaban diciendo verdades evidentes, pero sólo uno sabía lo tristemente ciertas que eran las palabras.
Se produjo un incómodo silencio y Gordon se acogió a la primera pregunta que le vino a la mente.
—Así pues, ¿distribuyen juguetes con pilas como una especie de instrumentos misioneros?
Aage rio.
—Sí, así es como oyó hablar de nosotros, ¿no? Parece primitivo, lo sé. Pero funciona. Venga, le presentaré a la directora del proyecto. Si alguien es un auténtico descendiente del Siglo Veinte es Dena Spurgen. Sabrá a qué me refiero cuando la conozca.
Lo condujo por una puerta lateral y un vestíbulo lleno de toda clase de objetos hasta que por fin, llegaron a una habitación en la que se oía un tenue zumbido eléctrico.
En las paredes había entramados de alambre, como hiedra trepando por un muro. Metidos en la maraña había veintenas de pequeños cubos y cilindros. Pese a los años transcurridos, Gordon reconoció de inmediato toda clase de baterías recargables, que extraían la corriente de los generadores de Corvallis.
Al otro lado de la larga estancia, tres civiles escuchaban a una persona de pelo rubio con la túnica blanca y negra de Funcionario. Gordon se sorprendió al observar que las cuatro eran mujeres jóvenes.
Aage le susurró al oído:
—Debo advertirle algo: Dena es la Funcionaria de Cíclope más joven, pero en cierto sentido es una pieza de museo. Es una feminista auténtica, convencida y luchadora.
Aage sonrió. Habían desaparecido muchas cosas con la caída de la civilización. Palabras de uso común en los viejos tiempos no habían vuelto a pronunciarse. Gordon volvió a mirar con curiosidad.
Era alta, en especial teniendo en cuenta que se trataba de una mujer que se había criado en estos tiempos. Dado que estaba de espaldas, Gordon no podía apreciar gran cosa de su aspecto, pero oyó su voz grave y segura mientras hablaba con las otras atentas jóvenes.
—Así que en vuestro próximo viaje no quiero que volváis a correr riesgos como ese, Tracy. ¿Me oyes? Me costó un año de contener la respiración con peligro de asfixiarme conseguir que nos fuera asignado este trabajo. Da igual que sea una solución lógica: que los habitantes de otras aldeas se sienten menos amenazados cuando el emisario es una mujer. ¡Toda la lógica del mundo quedaría en nada si alguna de vosotras sufriera algún daño!
—Pero Dena —protestó una morenita de aspecto vigoroso—. ¡Los de Tillamook ya habían oído hablar de Cíclope! Desde mi aldea era más fácil. Por otra parte, siempre que me acompañan Sam y Homer me hacen ir más lenta…
—¡Da igual! —interrumpió la mujer alta—. La próxima vez te llevas a esos chicos. ¡Hablo en serio! O te prometo que te haré volver a Beaverville de inmediato, a enseñar en la escuela y a tener hijos…
Se detuvo bruscamente al reparar en que sus ayudantes ya no le prestaban atención. Estaban mirando a Gordon.
—Dena, ven a saludar al Inspector —dijo Peter Aage—. Estoy seguro de que le gustará ver tus instalaciones de recarga y oír hablar de tu… obra misteriosa.
Aage se dirigió a Gordon en voz baja con una sonrisa irónica.
—Ahora, sólo podía presentarle o terminar con un brazo roto. Cuídese, Gordon. —Al aproximarse la Funcionaria, dijo en un tono más alto—: Tengo que ocuparme de otros asuntos. Volveré dentro de unos minutos para acompañarlo a la entrevista.
Gordon hizo un gesto de asentimiento y el hombre se marchó. Se sentía algo violento con aquellas mujeres que lo miraban de aquel modo.
—Basta por ahora, chicas. Os veré mañana por la tarde y planearemos el próximo viaje. —Las otras le dirigieron miradas suplicantes, pero Dena negó con la cabeza y las hizo salir de la habitación. Las tímidas sonrisas y gestos cuando Gordon las saludó con una inclinación de cabeza contrastaban con los largos cuchillos que cada una llevaba en la cadera y la bota.
Cuando Dena Spurgen le sonrió tendiéndole la mano se dio cuenta de lo joven que debía de ser.
No podía tener más de seis años cuando estallaron las bombas.
Su apretón fue tan firme como su comportamiento: y aun así, su suave y poco callosa mano indicaba que había pasado más tiempo entre libros que entre hoces y arados. Su ojos verdes se cruzaron con los de él examinándole abiertamente. Gordon se preguntó cuándo se había encontrado por última vez con alguien como ella.
Minneapolis, aquel loco año del segundo curso —fue la respuesta—. Sólo que ella entonces estaba en último curso. Es sorprendente que recuerde a esa chica ahora, después de tanto tiempo.
Dena rio.
—¿Me da permiso para anticiparme a su pregunta? Sí, soy joven y mujer, y no estoy realmente cualificada para ser una Funcionaria de pleno derecho, y mucho menos para estar al cargo de un importante proyecto.
—Perdóneme —dijo él—, pero eso estaba pensando.
—Oh, no importa. Todo el mundo me considera un anacronismo. La verdad es que fui adoptada por el doctor Lazarensky, el doctor Taigher y los demás, después que mataran a mis padres en las Revueltas Antitécnicos. Desde entonces me han mimado terriblemente, y aprendí a sacar provecho de ello. Como sin duda habrá supuesto al oír lo que he dicho a mis chicas.
Gordon decidió por último que sus facciones podían ser descritas como «bellas». Quizás un poco grandes y la mandíbula demasiado cuadrada. Pero cuando se reía de sí misma, como en aquel momento, el rostro de Dena Spurgen se iluminaba.
—En cualquier caso —agregó ella, señalando la pared cubierta de alambres y pequeños cilindros—, puede que no seamos capaces de formar a más ingenieros, pero no hace falta mucho talento para aprender a meter electrones en una batería.
Gordon rio.
—Es injusta consigo misma. Yo tuve que repetir el curso de física elemental. Por otra parte, Cíclope debe de saber lo que se hace al designarla para este trabajo.
Esto hizo enrojecer a Dena, que bajó la mirada al suelo.
—Sí, bueno. Eso supongo.
¿Modestia? —se preguntó Gordon—. Está llena de sorpresas. No lo esperaba.
—Vaya, qué pronto. Ahí viene Peter —dijo ella, bajando mucho la voz.
Podía verse a Peter Aage cruzando el desordenado vestíbulo. Gordon miró su reloj anticuado y mecánico, que uno de los técnicos había arreglado para que no adelantase un minuto a la hora.
—No es extraño. Mi entrevista es dentro de diez minutos —dijo estrechándole la mano—. Pero espero que tengamos otra ocasión de hablar, Dena.
Ella recuperó su sonrisa.
—Oh, puede estar seguro que sí. Quiero hacerle algunas preguntas sobre cómo era su vida antes de la guerra.
No sobre Estados Unidos Restablecidos, sino sobre los viejos tiempos. No es lo que suele ocurrir. Y en ese caso, ¿por qué a mí? ¿Qué puedo yo decirle sobre la Edad Perdida que no pueda averiguar preguntando a cualquiera que haya cumplido los treinta y cinco años?
Intrigado, Gordon se reunió con Peter Aage en el vestíbulo y caminó a su lado por el cavernoso almacén hacia la salida.
—Lamento llevármelo de aquí con tanta precipitación —dijo Aage—, pero no debemos llegar tarde. ¡No quiero que Cíclope nos regañe! —Sonrió, pero Gordon tuvo la impresión de que Aage sólo hablaba medio en broma. Cuando salieron, los Guardianes, que portaban rifles y brazaletes blancos, inclinaron la cabeza ante ellos. El cielo estaba encapotado.
—Espero que su conversación con Cíclope dé buenos resultados, Gordon —dijo su guía—. Es evidente que todos estamos excitados por haber entrado en contacto de nuevo con el resto del país. Estoy seguro de que Cíclope querrá cooperar de todas las formas que le sean posibles.
Cíclope. Gordon volvió a la realidad. Ya falta poco. Y ni tan siquiera sé si estoy más impaciente que asustado.
Se obligó a seguir con la charada hasta el final. No tenía otra opción.
—Yo siento exactamente lo mismo —dijo—, quiero ayudarles en todo lo posible. —Y lo decía de veras, de todo corazón.
Peter Aage se desvió y le condujo a través del césped segado con esmero hacia la Morada de Cíclope. Por un instante Gordon dudó: ¿Lo había imaginado, o había visto una extraña y fugaz expresión de tristeza y de culpa en los ojos del técnico?