Ezequiel se paseó nervioso por su despacho. Maldición, por culpa del estúpido de Rufus Talbot ahora tendría que volver a empezar. Siempre había sabido que ese guardián era demasiado ambicioso para su propio bien, pero creía tenerlo controlado. Se había equivocado, y él nunca se equivocaba. Se acercó a la ventana y miró al horizonte.
«Esto sólo ha sido un pequeño retraso —pensó, y al recordar algo no pudo evitar sonreír…—. Al menos, lo de Nueva York sigue adelante, y mi pequeño proyecto está resultando ser más provechoso de lo que jamás me habría imaginado».
Sí, sin duda su humor había mejorado, pronto todo volvería a la normalidad. La naturaleza humana era así, débil y podrida por dentro, y eso nada podría cambiarlo. Soltó una carcajada. Sí, pronto todo volvería a la normalidad.
Dejaría que los guardianes de Alejandría disfrutaran de su absurda victoria. Si de verdad creían que todo aquello se reducía a una pequeña operación de tráfico de drogas estaban muy equivocados, pero bueno, los guardianes solían estarlo. Al fin y al cabo, seguían creyendo que valía la pena luchar por los humanos.