23

Castillo de los Jura, casi tres meses más tarde

Julia cerró la cremallera de la maleta y se sentó en la cama. Llevaba once semanas en Escocia, en casa de la familia de Ewan, y había llegado el momento de partir. Se secó una lágrima que le resbaló rebelde por la mejilla. Las primeras semanas, mientras estaba recuperándose de las heridas, habían sido una nebulosa en medio de sus recuerdos. Seguía sin rememorar muchas cosas, y a menudo daba las gracias por ello, pero otras estaban claras en su mente.

Recordaba a Ewan dispuesto a morir por ella, la terrible explosión, el rostro de él al sacarla en brazos de aquel infierno, el vuelo en el helicóptero hasta allí… el beso que le dio a la mañana siguiente, justo antes de desaparecer sin decir nada, sin dejarle siquiera una nota, nada más que aquel colgante con el absurdo silbato, del que por fin conocía la historia.

Robert, el padre de Ewan, se la había contado después de que ella lo persiguiera durante toda una semana con el maldito silbato. Pero no sólo eso, también le contó las consecuencias de ese ataque que sus hijos sufrieron de niños: el abandono de Alba, el trauma de Ewan y la decisión que éste tomó, con apenas siete años, de no ceder nunca ante el guardián.

A Julia se le rompía el corazón sólo de pensarlo. Y si Ewan hubiera estado allí lo habría abrazado y le habría dicho que no se preocupara, que todo iba a salir bien. Pero no estaba, y por eso ella había decidido irse.

Tanto el padre como la madre de Ewan, a la que también había conocido en aquellas extrañas circunstancias, la habían tratado como si fuera de la familia, y todos, incluso Liam, el abuelo, habían insistido en que se quedara. Ewan regresaría y seguro que querría que ella estuviera allí. Julia discrepaba. Ewan no era precisamente tímido a la hora de expresar sus deseos, y si la hubiera querido a su lado se lo habría dicho, o se la habría llevado con él. Pero no había hecho ninguna de las dos cosas, sino que había desaparecido de su vida igual que había entrado; de repente y sin avisar.

Fue al cuarto de baño y comprobó que no se olvidaba nada. Se detuvo frente al espejo y se quedó observando su propio rostro; era curioso que se le hubiera roto el corazón y que no se le notara.

Regresó al dormitorio y se despidió mentalmente de aquel lugar que habría podido convertirse en su hogar. El colgante con el silbato seguía en la mesilla de noche. No iba a llevárselo. Nunca le había gustado lo que Ewan creía que significaba, y si él quería seguir torturándose con los quizá o los tal vez que pudiera depararles el destino, iba a tener que hacerlo solo. Ella no iba a estar esperándolo, aunque, a decir verdad, tampoco él le había pedido que lo hiciera. Sí, había llegado el momento de irse.

—¿De verdad vas a dejar el silbato?

Al oír aquella voz que llevaba once semanas echando de menos, Julia sintió un escalofrío en la espalda. Seguro que si se daba la vuelta, él se desvanecería, así que lo hizo, pero Ewan siguió estando allí de pie. Real, de carne y hueso, más delgado y con la mirada resplandeciente por las lágrimas de emoción contenida que se negaba a derramar. En otra vida, quizá Julia se habría lanzado a sus brazos sin pensar y le habría perdonado haberla abandonado, pero después de todo a lo que había sobrevivido se negó a hacerlo.

—Sí, voy a dejarlo. No me gusta lo que significa.

—Cuando te lo di, dejó de ser lo que era —contestó él, que parecía incapaz de moverse—. Por fin lo he comprendido.

—Me alegro por ti —replicó ella, dolida. Cuanto más lo pensaba, más furiosa se ponía. Después de todo lo que habían pasado juntos, Ewan la había abandonado para irse—. ¿Y puede saberse dónde diablos has estado?

—En la isla de Skye, mi padre…

—Tiene una casa allí. Lo sé, me lo han contado, igual que me han contado muchas otras cosas que tendrías que haberme contado tú. O, mejor dicho, cosas que me hubiera gustado que me contaras tú, aunque, bueno, ahora ya no tiene importancia. Me alegro de que hayas vuelto y de que estés bien, pero ahora tengo que irme.

—Julia, te amo.

Ella se detuvo y cerró los ojos, esforzándose por no derramar ni una lágrima más.

—Eso, en el caso de que sea cierto, deberías habérmelo dicho antes. Cuando podía creerte, cuando yo sentía lo mismo.

El que hablara en pasado le desgarró el corazón, pero Ewan sabía que se lo tenía merecido. Le había hecho daño, y lo único que podía hacer era tratar de explicárselo. Quizá no serviría de nada, quizá lo único que conseguiría sería humillarse delante de la única mujer a la que amaría nunca, pero se lo debía. Julia se merecía saber la verdad.

—Te amo, Julia. —Volvió a quedarse en silencio y trató de organizar las palabras que se agolpaban en su mente. Sólo iba a tener una oportunidad, y quería explicarle lo que sentía. Lo que había sentido desde el principio—: Cuando te conocí llevaba años luchando contra mi naturaleza, negando al guardián.

—¿Y ahora? —preguntó ella.

—Ahora sé que él y yo somos la misma persona. —Se llevó una mano al tatuaje que cada día iba ganando brillo e intensidad—. Y sé que te lo debo a ti. Sin ti no lo habría logrado, y si te vas jamás lograré convertirme en el líder que mi clan espera y merece. —La miró a los ojos antes de añadir—: Pero lo intentaré con todas mis fuerzas.

—Yo nunca te he hecho falta. Ya te dije una vez que el destino podía decir lo que quisiera, que lo de estar juntos era una decisión que sólo nos atañía a nosotros.

—Y ahora tú has decidido irte —dijo Ewan, con más animosidad de la que pretendía. Dios, lo estaba haciendo todo mal—. Lo siento.

—Sí, he decidido irme, pero tú te fuiste antes. Te fuiste cuando te negaste a reconocer que sentías algo por mí, cuando decidiste dejarme aquí sola como si fuera un mueble viejo. Si de verdad me quisieras, no te habrías pasado once semanas solo en la isla de Skye torturándote con no sé qué historias. Si me quisieras, te habrías quedado a mi lado y lo habríamos afrontado juntos. Así que sí, he decidido irme.

Cogió la maleta y la arrastró hasta la puerta, que Ewan seguía bloqueando. Él la miró a los ojos y Julia se puso de puntillas para darle un cariñoso beso en la mejilla.

—Adiós, Ewan.

Él la aferró por los brazos y la apretó contra su torso. Estaba temblando, y le costaba incluso respirar.

—Me fui porque tenía miedo, Julia. Tenía miedo de hacerte daño, de convertirme en un monstruo. —Cerró los ojos y respiró hondo—. El día que hicimos el amor me moría de ganas de decirte que te amaba. Dios, lo habría gritado a los cuatro vientos, pero pensé que no era el momento y que ya te lo diría más adelante. Me imaginaba a mí mismo preparándote una cena a la luz de las velas, eligiendo un vino, nervioso porque iba a entregarte un anillo de compromiso. Ahora que lo pienso, me parece una tontería.

A ella no se lo pareció, pero no lo interrumpió. Ewan parecía decidido a contárselo todo a su manera, y no quería interrumpir su discurso.

—En fin. Recuerdo que después de estar contigo apenas me preocupaba mi futuro; el tatuaje ya había empezado a aparecer, pero si tú estabas a mi lado, seguro que no me tentaría la locura, y que tampoco caería en las garras del mal. Pero cuando te secuestraron —un escalofrío lo recorrió y Julia lo abrazó y le pasó la mano por la espalda—, cuando te secuestraron supe que era capaz de todo. Y eso me asustó.

—Es normal —susurró ella.

—Cuando entré en aquel maldito laboratorio y te vi atada a aquella silla, con sangre resbalándote por la frente, las manos atadas a la espalda y aquella mordaza, creí morir.

—No fue culpa tuya.

—Quizá no —reconoció él—, pero debería haberte protegido mejor. Cuando Talbot me dijo que si me tomaba aquellas pastillas te dejaría ir, no lo dudé ni un instante, ni siquiera me planteé si eso podía ser bueno o malo para mi gente, ni qué consecuencias podía tener para mí, o para mi familia. Obedecí sin más porque, fuera cual fuese el precio que tuviera que pagar, quería, necesitaba, que tú salieras de allí con vida.

—Ewan, no puedes seguir torturándote con eso. Rufus Talbot y el doctor Cochran eran unos enfermos. Nos habrían matado a todos. Hiciste lo que tenías que hacer para sacarnos de allí con vida. Y nada de lo que digas o de lo que hagas podrá convencerme de lo contrario.

—Julia, tú no lo entiendes. —Se apartó.

—Pues explícamelo.

—Esa droga, esa pastilla que me tomé. —Ewan se sentó en la cama y agachó la cabeza—. Me hizo sentir como un dios, pero al mismo tiempo me robó por completo la voluntad. Cuando Talbot —tragó saliva—, cuando Talbot me ordenó que te matara y me prometió que si lo hacía me daría muchas más pastillas y me convertiría en el líder más poderoso de la historia de mi clan, estuve tentado de hacerlo —reconoció avergonzado, incapaz de mirarla a los ojos.

—Pero no lo hiciste.

—Pero eso no significa que no lo pensara. Maldita sea, Julia. Escúchame. Durante unos segundos, mi mente enferma se planteó matarte. —Se puso en pie y se plantó firmemente delante de ella—. Me vi a mí mismo rodeándote el cuello con las manos hasta… —No pudo terminar la frase.

—Pero no lo hiciste —insistió—. Tú nunca me harías daño, igual que tampoco se lo harías a nadie de tu familia, ni a ninguna persona inocente. Tú no eres así. Nunca has sido así, y lo que sucedió en ese laboratorio fue única y exclusivamente culpa de Talbot y del doctor Cochran.

—Tú no sabes toda la verdad. —Ewan volvió a sentarse, era como si aquella conversación le quitara las fuerzas—. Cuando conseguí derrotar los impulsos de la droga, tú estabas inconsciente y no viste lo que les hice. No sólo los maté, Julia, disfruté haciéndolo.

—Ewan, nunca has sido perfecto. Y supongo que todos, absolutamente todos, tenemos una parte malvada en nuestro interior, pero la cuestión es saber dominarla. Y tú sabes, siempre lo has sabido, y yo lo sé sin ninguna duda, que serás un gran guardián.

—Sin ti, no. —A Ewan le rodó una lágrima por la mejilla, y luego otra, y otra. Y no hizo nada para ocultarlas—. Te amo, Julia. Dame otra oportunidad. Me fui de aquí porque tenía miedo de que la droga hubiera arraigado en mi interior y yo terminara por hacerte daño. Me fui porque tenía miedo de perderme, de convertirme en un monstruo. Y tenía miedo de contártelo y que tú me dijeras que no estabas dispuesta a correr el riesgo de estar conmigo. Me fui porque, durante unos segundos, pensé que estarías mejor sin mí, porque pensé que prefería estar sin ti y saber que estabas bien antes que estar contigo y terminar por herirte.

—¿Y ahora? ¿Qué piensas ahora? —Julia se sentó a su lado.

—Ahora sé que no puedo vivir sin ti, y no porque el destino te eligiera, ni porque seas la única mujer capaz de estar a mi lado en la supuesta lucha que voy a tener que librar. No puedo vivir sin ti porque te amo, porque no puedo dejar de pensar en que un día sin ti es un infierno y una noche a tu lado un regalo del cielo. Sé que no soy perfecto, y que seguramente cometeré un montón de errores, pero te pido por favor que me des otra oportunidad.

—¿Por eso has vuelto? ¿Para pedirme que te dé otra oportunidad?

Las palabras de Ewan le habían llegado al corazón, pero después de haber estado tantas semanas sin noticias suyas, quería oírle decir todo lo que no le había dicho durante esos días.

—He vuelto para estar a tu lado y porque ya no podía soportar seguir echándote de menos. He vuelto porque te necesito, porque te amo y porque… —Se sonrojó y ella lo vio.

—Vamos, sigue, todavía no me has convencido —le dijo, aunque acompañó la frase con una sonrisa que demostraba lo contrario.

—He vuelto porque no podía pasar un día más sin besarte.

—¿Y a qué estás esperando, cariño? —Le acarició el pelo, algo que había querido hacer desde que se sentó en la cama.

Ewan levantó la vista y la miró con el corazón en los ojos.

—¿Lo dices en serio? ¿De verdad vas a darme otra oportunidad?

Ella le rodeó la cara con las manos.

—De verdad. —Se acercó a él y depositó un beso en sus labios—. Y, ahora, si no es mucho pedir, ¿te importaría hacerme el amor?

Ewan la atrajo hacia él y la devoró igual que si fuera el aire que necesitaba para vivir. Se desnudaron el uno al otro en cuestión de segundos y pronto sus cuerpos se entregaron a la pasión. Él le hizo el amor como nunca, entregándose a ella con cada caricia, con cada beso, y cuando estuvo a punto de alcanzar el orgasmo, Julia ladeó la cabeza y le ofreció su cuello. Como siempre, el gesto derribó todas sus defensas, pero antes de morderla, Ewan la besó y le entregó el alma de nuevo.

—Te amo, Julia —dijo emocionado, mirándola a los ojos.

—Y yo a ti, Ewan.

Se miraron a los ojos, ahora Ewan estaba encima de Julia, apoyado sobre sus manos y temblando, tanto de la emoción como del esfuerzo que estaba haciendo para contenerse. Julia levantó despacio una mano y le acarició el pómulo, y con el pulgar capturó una lágrima solitaria. El que un hombre tan fuerte como él fuera capaz de llorar por ella la sobrecogía y se juró que sería la mejor compañera que Ewan pudiera haber deseado jamás.

—De pequeña soñaba contigo —le confesó, y al ver que él levantaba una ceja, se lamió el labio inferior y le contó algo más—; no veía tu rostro, sólo tus ojos. Tus preciosos ojos negros. —Le recorrió una ceja y luego otra con fascinación—. Y con el tatuaje —el dibujo también recibió la caricia de sus dedos y Ewan contuvo el aliento y se le puso la piel de gallina—. Por eso nunca había estado con otro.

—Yo creía que no existías —susurró él—, que todas aquellas leyendas acerca de que los guardianes sólo son capaces de amar a una mujer eran sólo eso, leyendas.

Él seguía dentro de ella y a pesar de que sus cuerpos no se movían, Ewan jamás se había sentido tan excitado. El calor que emanaba de Julia había derretido cualquier resquicio de frialdad que pudiera quedar en su alma, y ahora lo único que quería era perderse en ella y emprender una nueva vida. Una vida en la que por fin se reuniría con su destino.

—Estas semanas han sido horribles —le recriminó Julia, pero amortiguó la dureza de sus palabras con otra caricia, esta vez en el torso—. De día no podía dejar de pensar en ti, en si estabas bien, en las ganas que tenía de volver a verte y estrangularte por haberme abandonado sin más…

—Lo siento —repitió él.

—Pero lo peor eran las noches. —Deslizó la mano hacia las nalgas de Ewan, deteniéndose un instante en la espalda y las pequeñas gotas de sudor que la cubrían.

—¿Las noches? —le preguntó él entre dientes, tratando de nuevo en vano de controlar la pasión y el deseo que sólo Julia era capaz de provocarle.

—Sí, las noches —repitió ella, y para vengarse un poco, y sencillamente por el placer que sentía al verlo estremecerse, movió levemente las caderas—. No soñaba contigo. —Ewan, que había cerrado los ojos, volvió a abrirlos—. De día no sabía dónde estabas ni por qué diablos te habías ido, y de noche tampoco soñaba contigo. Me abandonaste por completo, Ewan, y me dolió. Mucho.

—Yo… —balbuceó.

—Sé que lo sientes —dijo Julia. Una parte de ella comprendía por lo que estaba pasando Ewan, pero otra quería recordarle que no volviera a alejarse de ella jamás. Quizá él fuera un poderoso guerrero, una criatura legendaria, pero también era el hombre al que ella le había entregado el corazón, y él había hecho lo mismo, y eso era de verdad lo importante—. Pero tendrías que haberte quedado y habérmelo contado.

Ewan la miró a los ojos y respondió con la humildad y sinceridad de la que sólo son capaces los hombres más valientes:

—Lo sé, y te prometo que nunca volveré a ocultarte nada.

—Más te vale —sonrió Julia al fin—, o le diré al hombre de mis sueños que te busque y te lo recuerde.

—¿El hombre de tus sueños? —Ewan se atrevió a mover de nuevo las caderas y el placer que sintió le recorrió la espalda con una lengua de fuego—. Dios, Julia —farfulló.

—Sí. —Ella se incorporó un poco y le recorrió con la lengua la clavícula—. Estoy convencida de que ahora que has vuelto lo tendré a mi lado todas las noches. ¿No es así? —Le mordió con suavidad la piel donde se reúne el hombro con el cuello y no lo soltó hasta que lo sintió temblar.

—Sí —prometió él cerrando los ojos—. A tu lado. —Respiró hondo—. Todas las noches. —Tensó los músculos del torso—. Para siempre.

—Bien —dijo Julia, satisfecha al fin con esa promesa. Se apartó despacio y echó de nuevo la cabeza hacia atrás. Su propia melena le acaricia la espalda desnuda y todo su cuerpo esperaba ansioso aquella unión con el de Ewan. Hacer el amor siempre le había parecido el acto más íntimo que podía existir entre dos personas, pero la primera y hasta ahora única vez que Ewan la mordió, supo que lo que sucedía entre ellos iba más allá. Saber que su sangre corría por el interior de Ewan le proporcionaba más felicidad de la que había esperado sentir jamás, por no mencionar el increíble placer que experimentó mientras él bebía de ella. Era sentir una marea creciente dentro de su cuerpo; igual que si unas olas del agua más cálida del mundo se formaran en las puntas de los dedos de sus pies y recorrieran hasta el último centímetro de su piel—. Ewan —susurró su nombre con todo el amor y el deseo que sentía—, abre los ojos. —Esperó a que él lo hiciera y le demostró de nuevo que era la única para él—: Me necesitas —sacudió la cabeza para dejar desnudo el cuello—, casi tanto como yo a ti.

—No, más —le aseguró él, y agachó la cabeza.

Los colmillos de Ewan le atravesaron la piel y Julia sintió que esas olas volvían a formarse. Un fuego ardiente estalló entre los dos y cuando él empezó a beber su sangre, Julia enredó los dedos en su pelo para retenerlo junto a ella. Ewan se deleitó con el sabor de la mujer que amaba y en cuestión de segundos se estremeció dentro de ella, y se aferró a Julia, convencido de que si la tenía entre sus brazos su vida adquiría por fin sentido. Bebió y le hizo el amor, y cuando como un incrédulo creía ser capaz de recuperar la calma, ella le susurró al oído.

—Te amo, Ewan.

Ewan perdió el control, el alma y el corazón y lanzó un grito que incluso hizo temblar los cimientos del castillo de los Jura. El orgasmo de Julia bastó para que él alcanzara de nuevo la cumbre del placer y los dos cuerpos se estremecieron al compás de las mismas notas. Minutos, una eternidad más tarde, Ewan seguía tumbado en la cama con Julia entre sus brazos y un destello captó su atención. Alargó la mano y cogió el silbato que había dejado encima de la mesilla de noche. Enredó los dedos en la cadena y lo levantó para que tanto él como Julia pudieran verlo.

—¿Qué vas a hacer con él? —le preguntó ella mientras le dibujaba círculos en el torso. Algo que a Ewan parecía desconcentrarlo con pasmosa facilidad.

Ewan respiró hondo y fue soltando el aire muy despacio, y Julia le dejó todo el tiempo del mundo para dar con las palabras apropiadas.

—Creo que deberíamos guardarlo. —A ella le gustó el uso del plural y se lo demostró dándole un ligero beso en el esternón—. Algún día querremos contarle a nuestro hijo cómo su padre descubrió la naturaleza del guardián.

Ewan sabía que no era la manera más romántica de pedirle que se casara con él, pero después de la intensidad con la que habían hecho el amor se veía incapaz de seguir esperando. Notó que Julia se incorporaba un poco y nervioso se mordió el labio inferior. Quizá no debería haberse precipitado, al fin y al cabo, ella sólo había dicho que lo perdonaba y que le daba otra oportunidad, quizá… dejó de pensar al ver el modo en el que lo miraba.

Pasaron unos segundos en los que él inútilmente trató de aparentar indiferencia y ella siguió mirándolo a los ojos con una pícara sonrisa en los labios.

—¿Qué? —preguntó Ewan al fin—. Si no quieres que nos casemos no pasa nada, sólo era una idea, y tampoco es que…

Julia le colocó un dedo encima de la boca para hacerle callar. Volvieron a mirarse a los ojos y a Ewan se le aceleró el corazón. La quería tanto.

—¿Y si es una niña?

Ewan sonrió y en aquel preciso instante descubrió lo que era la felicidad. Tiró de Julia y la besó. Ni aunque viviera mil vidas encontraría jamás a una mujer como ella. Se amaban, y un amor como el suyo no iba a ceder ante la oscuridad.