21

Ewan dejó a Dominic y a Mitch en casa del segundo y condujo a toda velocidad hasta su apartamento. No podía quitarse de encima la sensación de que algo horrible le había sucedido a Julia, y no se tranquilizaría hasta que la viera. Aparcó sin ninguna consideración, ni hacia el tráfico ni hacia su propio coche, y subió los escalones de dos en dos, mordiéndose la lengua para no gritar su nombre. Se detuvo frente a la puerta y se le paró el corazón.

Lo primero que vio fueron los cadáveres degollados de los dos policías que Mitch había asignado para la protección de Julia. Los dos jóvenes habían llegado a desenfundar sus armas, pero no les había servido de nada. A juzgar por los cortes que les desgarraban la garganta, no habían tenido ni la más remota posibilidad. Esquivó los dos cuerpos y, ahora sí, gritó el nombre de Julia. No obtuvo respuesta, pero encima de la mesa de la cocina había una nota.

«Si quieres volver a ver a tu amiguita con vida, ven solo a los laboratorios. Te estaremos esperando. Ni se te ocurra llamar a la policía ni a tu querida familia, o Julia se convertirá en el nuevo juguete de mis perros, ya sabes a qué me refiero».

Ewan estrujó la nota entre los dedos. El muy canalla había tenido incluso la desfachatez de firmar con su nombre: Rufus Talbot. En letra clara y perfecta, por si a alguien le quedaba alguna duda. Ewan no se planteó desobedecer, así que sin dudarlo ni un segundo se dio media vuelta y regresó a Vivicum Lab. El edificio estaba desierto. El plan de Mitch había funcionado, demasiado bien incluso, y debido a la alarma de radiación no había nadie en la zona. Ewan bajó al sótano, dando por hecho que los laboratorios a los que se refería Talbot eran los mismos en los que había estado encerrado Dominic.

—¡Talbot, ya estoy aquí! —gritó—. Sal y da la cara.

—Señor Barnett, o debería llamarlo señor Jura, es un auténtico placer contar con su compañía. Sígame, por favor.

El que lo recibió en medio del pasillo como si de un jodido mayordomo se tratara no era otro que Lucas, el compañero de laboratorio de Julia y con toda probabilidad el traidor que había delatado sus pasos. Ewan siguió al desgraciado y se prometió que sería el primero al que mataría. No se recrearía demasiado con él, no merecía la pena. Guardaría todas sus fuerzas para Talbot. Lucas lo guió hasta un segundo laboratorio, idéntico al anterior pero todavía más oculto, y allí se encontró con un panorama desolador.

Julia estaba amordazada y atada a una silla. Era evidente que se había resistido, y que esos cerdos no habían tenido ningún reparo en abofetearla. Tenía el labio partido y una herida en la frente, justo encima de la ceja, que debía de haberle sangrado profusamente. A la camisa le faltaban varios botones, y las marcas de manos que tenía en el cuello tardarían en desaparecer. Ewan iba a matarlos. Lentamente. Detrás de ella estaban Talbot y un hombre con bata blanca. Cochran, ése tenía que ser Cochran.

—Soltadla ahora mismo —les ordenó al verla, y les mostró las garras para indicarles que iba en serio.

—No creo que estés en condiciones de exigir nada, Ewan —contestó Rufus—. Al fin y al cabo, tú te has llevado a mi conejillo de Indias, así que tenía que encontrarle sustituto cuanto antes.

—Estás loco —dijo él, buscando con la mirada la de Julia para cerciorarse de que estaba bien.

—No, qué va. Sólo soy un hombre de negocios.

—¡Un hombre de negocios! ¿Se puede saber qué pretendes? Esta droga que estás tratando de crear nunca funcionará; la sangre de los guardianes es inalterable. Tú deberías saberlo mejor que nadie.

—Cochran, creo que ha llegado el momento de demostrarle a nuestro invitado que se equivoca, ¿no te parece? —El científico fue en busca de unos botes de pastillas—. Había oído decir que eras muy inocente —prosiguió Talbot—, que ibas por ahí diciendo que nunca sucumbirías al guardián. Aunque veo que en eso se equivocaban, ¿no? —Lo recorrió con la vista, tomando nota de sus colmillos, del tatuaje, de las garras y de los ojos negros—. Pero en lo que no se equivocaban era al decir que eres un idiota. Tú y toda tu familia. Os negáis a ver lo que tenéis delante de vuestras narices. —Extendió las manos—. Los humanos nunca merecerán la pena. Su único valor es sólo como moneda de cambio.

—Deja tus discursos para quien quiera escucharlos, Talbot. —Quiso acercarse, pero se detuvo en seco al ver que éste ponía un bisturí junto al cuello de Julia—. Suéltala y quizá te deje vivir.

El otro chasqueó la lengua.

—No, Ewan, te equivocas. Aquí el que negocia soy yo. —Tendió una mano y Ewan vio que en la palma tenía tres pastillas—. Tómate esto y la señorita Templeton podrá irse.

Julia negó con la cabeza, le suplicó con los ojos que no lo hiciera. Él trató de pensar una alternativa, cualquier cosa que pudiera darle algo de ventaja, pero no se le ocurrió nada.

—Si me tomo las pastillas, ¿soltarás a Julia?

—Bueno, no exactamente. El doctor Cochran necesita anotar unos resultados, así que lo que quiero que hagas es que te tomes las pastillas y te sientes allí. —Le señaló una silla con sujeción en las muñecas y los tobillos—. Verás, si te sientas ahí y te tomas las pastillas, y esperas a que te hagan efecto, juro solemnemente que soltaré a la señorita Templeton. —Como muestra de sus intenciones, o para atormentar todavía más a Ewan, Talbot le quitó la mordaza a Julia.

—No lo hagas, Ewan —suplicó ella tras mojarse los labios que le habían quedado secos.

Ewan volvió a mirar a Julia y vio que una lágrima le resbalaba por la mejilla. No podía dejar de pensar en que esa mañana no le había dicho que la amaba, y todo porque quería esperar a que el momento fuera perfecto. Qué estúpido había sido. Siempre que estaba con ella todos los momentos eran perfectos. Ahora no podía decírselo. Ahora no. Tenía que encontrar el modo de salir de allí, y si la única forma era hacer de cobaya de aquel maníaco, pues estaba más que dispuesto a hacerlo.

Como si Talbot hubiese detectado sus dudas, en ese instante, hundió levemente el bisturí en la piel de Julia, hasta conseguir que le resbalara una gota de sangre. Y entonces, el muy cerdo, la capturó con un dedo y se la llevó a los labios.

—Deliciosa —dijo con lascivia.

—Está bien. De acuerdo —aceptó Ewan, y se encaminó voluntariamente hacia la silla.

—No lo hagas, Ewan, por favor. —Julia tragó saliva, ella no sabía qué hacían esas pastillas pero mientras esperaban la llegada de Ewan, Talbot y Cochran se habían estado relamiendo las manos acerca de lo fabuloso que sería poder ver por fin el efecto que tendrían en un espécimen como Ewan. Y eso no podía ser nada bueno.

Ewan ignoró sus súplicas y se sentó con la mirada al frente, como si tuviera incluso miedo de volver a mirarla. Las lágrimas de Julia le rompían el alma y sabía que tenía que mantener todas sus fuerzas si ambos querían salir con vida de allí.

Cochran no perdió ni un segundo y le ató las muñecas y los tobillos con precisión. Luego le acercó las tres pastillas y se las metió en la boca.

—Traga —le ordenó Talbot, y acompañó su orden con otro corte en la garganta de Julia.

Él tragó y no sintió nada. Aquellos dos idiotas creían haber dado con una droga letal y en realidad era más inofensiva que un placebo, pensó iluso, porque de repente todo cambió. Empezó a sudar, a tener frío, calor, hambre y sed al mismo tiempo. Una increíble euforia lo embargó y tuvo la sensación de que el guardián había desaparecido de su interior, como si la fuerza que emanaba de su alma se hubiera apagado. Era una sensación de lo más extraña. Y placentera. Era como ser un títere. Él no era responsable de nada, podía limitarse a seguir sus instintos, a vivir la vida sin ninguna preocupación; lo único que tendría que hacer sería seguir tomando pastillas de aquéllas. Soltó una carcajada. ¿Aquel sonido espantoso había salido de su garganta? Vio que Julia lo miraba horrorizada, mientras que Talbot y Cochran se felicitaban mutuamente, y no comprendió nada. Y tampoco le importó. Lo único que quería era seguir así para siempre.

Entonces, Talbot se le acercó y le susurró al oído:

—Es una sensación maravillosa, ¿a que sí?

Ewan asintió sin ser consciente de que lo hacía.

—Te gustaría seguir sintiéndola, ¿no? —le preguntó después—. Si quieres, puedes. Lo único que tienes que hacer es portarte bien conmigo. —Ewan ladeó la cabeza y lo miró—. Si haces todo lo que yo te diga, te daré tantas pastillas como quieras, todas las que desees. Te convertirás en el líder más poderoso de la historia de tu clan. Para ello, mi primer encargo es que te ocupes de la señorita Templeton. La pobre se ha convertido en un estorbo.

Ewan notó que Cochran le soltaba las correas y se puso en pie, pero no salió huyendo. Ni se abalanzó encima de ellos. Se quedó quieto, sudando, temblando. Algo dentro de él le decía que resistiera, que luchara, pero ¿contra qué? Talbot se acercó de nuevo a él y le habló pegado a su espalda:

—Mátala, mata a Julia y te liberaré de todos tus problemas, de todas tus dudas. Ya no tendrás que ser fuerte nunca más, no tendrás que preocuparte de nada.

«Pero tú querías preocuparte —le gritó el guardián que poco a poco iba ganando fuerza en su interior—. Tú querías despertarte con Julia durante el resto de tu vida. Tú la amas. Tú quieres llamar a tu padre y decirle que estás listo para ser el líder del clan. Tú eres Ewan Jura y naciste para amar a Julia y guiar a tu gente. Naciste para sobrevivir a este plenilunio y demostrar que los guardianes siempre serán leales a los humanos. Naciste para ser tú, y tu destino lleva años esperándote». Sí, él era Ewan Jura, y jamás le haría daño a la mujer que amaba.

Fingió seguir bajo el efecto de la droga y se acercó a Julia. Ella lo miró con lágrimas en los ojos y luego los cerró, perdonándole por lo que creía que iba a hacer. Ewan ya sabía que el destino le había elegido a la mujer más valiente y maravillosa del planeta, pero en aquel momento descubrió que nunca la amaría lo suficiente.

Despacio, acercó las manos hacia ella y Julia se desmayó. Ewan aprovechó esa pequeña confusión para lanzarse encima de Talbot y arrebatarle el bisturí, y cuando lo desarmó esperó a que le mostrara las garras. Quería matarlo, pero también quería disfrutar con ello.

Talbot era sin duda un gran guerrero, sin embargo, no era rival para Ewan ni para la sed de venganza que éste sentía. Rufus y sus secuaces habían osado hacerle daño a Julia y ahora todos iban a pagar por ello. El otro guardián extendió sus garras al máximo y dejó al descubierto unos colmillos que seguro habían terminado con la vida de más de un inocente; y con su primer ataque trató de morder la yugular de Ewan. Éste lo esquivó y con la garra derecha le desgarró un costado. Una herida profunda pero no letal, aunque sangraba profusamente y le entorpecía los movimientos. Talbot retrocedió un poco y se llevó la mano del costado ileso al otro para palpar la sangre. Entrecerró los ojos y volvió a luchar, y esta vez fue directo al torso de Ewan. Le clavó una garra en la parte superior izquierda, a escasos centímetros del corazón, pero Ewan apenas se inmutó. Su abuelo y su padre tenían razón, él no era un guardián como los demás, y si no supiera que Julia ya no corría peligro seguramente podría pasarse horas torturando a Talbot y a cualquiera que hubiera hecho daño a su mujer, pero Julia estaba viva y él no podía sucumbir a sus instintos más oscuros. Jugó con Talbot el tiempo necesario para satisfacer su lado más sádico, y luego lo degolló sin ningún miramiento.

Acto seguido, fue a por Cochran y Lucas, y los dos perdieron la vida en cuestión de segundos. Con las manos llenas de sangre, recorrió a toda velocidad las instalaciones en busca de más enemigos, y cuando se cercioró de que no había nadie, regresó corriendo junto a Julia. Seguía inconsciente y, al ver la sangre en su cuello, Ewan deseó poder matarlos a todos de nuevo, pero como eso era imposible, tendría que conformarse con hacer estallar aquel jodido laboratorio. Sacó a Julia de la sala, destrozó todo lo que tuvo a su alcance y derramó todos los componentes químicos que tenía a la vista. En cuanto entraran en contacto con el fuego, aquello se convertiría en un infierno. Regresó al lado de Julia, la cogió en brazos y cuando la tuvo en su coche, esperó a que estallara el edificio y se alejó de allí sin mirar atrás.

Minutos más tarde llegó a su apartamento y telefoneó a Mitch para contarle lo sucedido. Éste lo insultó por no haberlo llamado antes, pero al final comprendió que no lo hubiera hecho y le dijo que no se preocupara por nada más, que él se encargaría de resolver cualquier conflicto que pudiera surgir con la policía. Antes de colgar, añadió que Dominic se había curado las heridas y se había ido sin despedirse. A Ewan no le extrañó; su amigo guardián tenía la misma mirada que él cuando descubrió que se habían llevado a Julia, así que supuso que no volverían a saber de él durante un tiempo. Ewan le dio las gracias a Mitch por todo, a lo que éste respondió con un «de nada, Lobezno».

Entonces, Ewan llamó a su padre e hizo lo más doloroso que había hecho nunca: abandonar a Julia.