16

Según Simona, los cadáveres de los emisarios estaban junto al coche, con el maletero abierto y sin rastro del maletín. Los tres habían muerto de un disparo en la frente, lo que indicaba que el tirador sabía dónde disparar. Eso descartaba a la mayoría de los clientes del club. El Rakotis solía estar frecuentado por gente de la alta sociedad londinense que no sabía qué hacer con su dinero, y ninguno de ellos andaba por ahí con una pistola con silenciador bajo el brazo. La policía tampoco solía interesarse por el club, su talonario se había asegurado de que así fuera, y sus hombres solían resolver cualquier disputa con discreción, exceptuando lo sucedido dos días atrás con aquellos chicos.

Christopher y David eran dos niños ricos que iban a Rakotis en busca de algo que aportara emoción a su insulsa vida. Lo tenían todo, excepto cerebro, pensó Ezequiel con una sonrisa, y siempre pagaban al contado. Dos noches antes, le pidieron a una camarera la última novedad, y no hablaban del nuevo gin-tonic creado por el carísimo barman del local, sino que se referían a la última droga. A la última pastilla capaz de llevarlos hasta lo inalcanzable.

Como siempre, la camarera fue a preguntarle al jefe de sala, uno de los hombres que llevaba más años trabajando para Ezequiel, qué podría ofrecer a sus generosos clientes. Dystar, que seguía manteniendo su nombre de esclavo a pesar de que había comprado su libertad, lo llamó y Ezequiel pensó que sería una pena desaprovechar aquella oportunidad, así que decidió no hacerlo, y le dijo a Dystar que les ofreciera una muestra de las pastillas que Rufus Talbot le había hecho llegar aquella misma tarde.

Media hora después, aquellos dos chicos de clase alta se estaban comportando como animales, y Dystar decidió encargarle a uno de sus hombres que se los llevara de allí y se deshiciera de ellos. El soldado que se los llevó los trató como a perros, y al final le pareció divertido soltarlos en el puerto junto con una de las mascotas del ejército de las sombras. Los pobres no tuvieron ninguna posibilidad. Entre los mordiscos que se habían dado el uno al otro, y los que les dio el animal a ambos, no tardaron en morir desangrados. Pero el imbécil del soldado los dejó allí.

Ezequiel desvió la vista hacia el cadáver que yacía en el sillón de su despacho. Ese problema lo había resuelto de una forma muy satisfactoria, pensó, lamiéndose el labio inferior, pero lo de Simona no iba a ser tan sencillo.

Ella le había mentido. Ezequiel podía oler la debilidad a kilómetros de distancia, y su apreciada Simona apestaba a remordimientos cuando lo llamó. Bueno, tampoco era tan grave, en realidad, siempre le había costado controlarla, pero ahora que tenía una debilidad seguro que le resultaría más fácil. Lo único que tenía que hacer era averiguar de qué se trataba, y luego utilizarlo. Se acercó de nuevo al cadáver y sonrió. Todavía le quedaba algo de tiempo antes de llamar a Nueva York y asegurarse de que allí sus planes iban según lo previsto.

Mitch había abierto el maletín y había vaciado el contenido a su alrededor. Tenía el cuaderno de Stephanie a la derecha, y uno suyo a la izquierda, e iba tomando notas como un poseso. Ewan siempre había envidiado la capacidad de concentración que tenía su antiguo compañero de piso, y sonrió al ver que seguía sujetando el bolígrafo de aquel modo tan extraño, con todos los dedos de la mano izquierda, como si fuera una garra. Al pensar eso, bajó la vista hacia sus propias manos y vio que las tenía del todo normales.

—Vaya, me alegra ver que estás bien —dijo Mitch, soltando el bolígrafo—. Me has dado un susto de muerte.

—Lo siento.

—No te preocupes, me vengaré. ¿Cómo está Julia?

Ewan se sonrojó hasta la punta de las orejas.

—Dormida, creo que… que está cansada.

Mitch no pudo resistir la tentación de tomarle el pelo y silbó.

—¿Has averiguado algo? —le preguntó Ewan sentándose a su lado.

Su amigo decidió darle una tregua y aceptó el cambio de tema.

—El maletín estaba lleno de drogas. Algunas sustancias las conozco. —Cogió un par de botes y leyó los nombres—. Otras no las había oído mencionar en toda mi vida, pero estoy convencido de que no son caramelos. También había una pequeña hoja de instrucciones. No está firmada, por supuesto, y dudo que los chicos del laboratorio puedan extraer ninguna huella, pero…

—¿Pero?

—Pero estoy convencido de que si tienen a Dominic está encerrado en alguna parte de Vivicum Lab. Mira, aquí se insinúa. —Le tendió el papel—. Dicen que el sujeto que están utilizando para las pruebas tiene que estar monitorizado las veinticuatro horas, y eso sólo es posible…

—… si está en el laboratorio —terminó Ewan la frase.

—Exacto. ¿Tienes algún plano del edificio de Vivicum Lab?

Él se levantó y fue a buscarlo, y luego lo extendió encima de la mesa del comedor.

—Probablemente esté en las plantas inferiores. Un sótano sería lo más adecuado —comentó Ewan—. Tanto si tienen a Dominic como a cualquier otro guardián, necesitan que las paredes sean muy gruesas para contenerlo, y alguna que otra cadena. No creo que hayan corrido el riesgo de encerrarlo en un lugar con ventanas y vistas al mar.

Ewan y Mitch estaban tan concentrados estudiando el plano que no oyeron que la puerta del dormitorio se abría.

—Stephanie siempre bromeaba acerca del cuarto de los horrores.

Los dos hombres levantaron la cabeza y la escucharon atentos.

—Una vez me contó que una tarde, mientras estaba trabajando en el laboratorio del doctor Cochran, le pareció oír unos aullidos. Yo me reí de ella, pero ahora que lo pienso, quizá no tuviera tanta gracia.

—¿Dónde está el laboratorio de Cochran? —le preguntó Mitch, haciéndole sitio frente al plano para que se lo señalara.

—Aquí.

—¿Qué es esta pared? —En esa ocasión fue Ewan el que formuló la pregunta.

Los tres se quedaron mirando el plano.

—No soy arquitecto, pero si comparamos esta planta con la superior, deberían ser idénticas, ¿no? —elucubró Mitch—. Y si mis ojos no me engañan, ésta parece más pequeña, como si le faltara algo.

—Hay un doble muro —dijo Julia.

—Sí, seguro que aquí detrás están los metros que nos faltan. Tenemos que ir allí cuanto antes.

Mitch tuvo que detener a Ewan, pues éste ya casi tenía una mano en el picaporte, listo para salir.

—Yo también quiero encontrar a Dominic, o a quien sea que tengan encerrado allí, cuanto antes —le dijo—, pero tenemos que ser cautos. Por el amor de Dios, a ti acaban de dispararte. Lo mejor será que mañana tú y Julia vayáis a trabajar como si nada, y tratéis de encontrar el modo de entrar allí sin que os maten. Además, así tendré tiempo de terminar de repasar las pruebas del asesinato de esos dos chicos y quizá logre encontrar algo que justifique la petición de una orden de registro. Lo único que necesitaría sería poder vincular las pastillas de LOS con Vivicum Lab.

—Quizá yo pueda ayudarte con eso —sugirió Julia—. Todos los componentes químicos dejan un rastro único, así como los utensilios utilizados en el proceso de confección de un medicamento. Si tuviera una de esas pastillas, quizá podría demostrar que ha salido del laboratorio de Cochran.

—Veré lo que puedo hacer. Por ahora sólo hemos encontrado una. Había una bolsa llena junto al cuerpo de tu amiga —le explicó respetuoso—, pero nunca llegaron a la comisaría.

—Por eso dijeron lo de la sobredosis —dijo Julia casi para sí misma.

Ewan le acarició la espalda. No era una caricia sexual, lo hizo sólo para que ella supiera que estaba allí. A su lado.

—Tengo una idea. ¿Registrasteis el piso de Stephanie? —le preguntó Julia a Mitch.

—No. Ella era la víctima, y no creímos que hubiera motivos para hacerlo —se justificó Mitch, aunque empezó a sospechar que habían cometido un grave error.

—A juzgar por el cuaderno, es evidente que Stephanie se tropezó con algo que le llamó la atención, algo que la hizo empezar a sospechar, que la llevó a recabar información.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó Ewan, fascinado por el modo en el que trabajaba la mente de la joven.

—Hace años, un hermano de Stephanie murió de sobredosis. Ella casi nunca hablaba de él, pero sé que estaban muy unidos; de hecho, eran casi inseparables. Por eso siempre he sabido que Steph nunca se drogó. Odiaba las drogas y, aunque solía presentarse como una cabeza hueca, dedicaba muchas de sus horas libres a la investigación de la desintoxicación y la drogodependencia. Si Stephanie se topó con una de esas pastillas, seguro que se la llevó a su apartamento.

—Vale la pena intentarlo —dijo Mitch—. ¿Tienes las llaves?

—Sí, me las dio hace años. Las tengo en un cajón de la mesa de mi despacho. —Vio que los dos hombres la miraban y se explicó—: Soy pésima con las llaves, siempre las pierdo, así que pensé que allí estarían a salvo. Nunca las he utilizado.

—¿Alguien sabe que las tienes? —le preguntó Ewan antes de que Mitch pudiera hacerlo.

—No creo. Me las dio una vez que se fue de vacaciones, por si sucedía algo. No le di ninguna importancia, y supongo que ella tampoco. Así que no, no creo que nadie lo sepa.

—De todos modos, lo mejor será que no vayas sola —dijo Mitch.

—Podemos ir mañana al salir del trabajo. Cuanto más tiempo podamos mantener la apariencia de normalidad, mejor. Si alguien de Vivicum Lab sospechara algo, seguro que nos echarían en un abrir y cerrar de ojos.

—O algo peor —apuntó Mitch, que estiró los brazos hasta que le crujieron las articulaciones—. Los tres estamos muy cansados. Id a dormir un rato. Yo haré lo mismo. Si consigo que me den la orden, os llamo, si no, nos vemos por la noche. Y tú —señaló a Ewan—, procura que no vuelvan a agujerearte.

Él iba a decirle que ese agujero que tanta gracia le hacía se lo habían hecho por salvarle la vida, pero no fue lo bastante rápido y, cuando reaccionó, Mitch ya estaba entrando en el ascensor. Al oír el discreto ruido de la maquinaria mezclándose con el de la respiración de Julia, se dio cuenta de que se habían quedado solos. Tras mirar la puerta por la que acababa de irse su amigo, Ewan se dio media vuelta en busca de Julia y la vio tocándose el cuello en el lugar donde la había mordido.

—¿Te duele? —le preguntó.

Ella se sonrojó y apartó la mano, como si hasta entonces no hubiera sido consciente de que se estaba tocando la leve marca de sus colmillos.

—No. No te preocupes. —Dobló el plano del edificio y colocó el cuaderno de Stephanie encima, acariciando la cubierta.

—Descubriremos quién la mató —le dijo él.

—Lo sé, pero eso no hará que vuelva.

—No, nada puede conseguir eso —convino Ewan, que había eliminado la distancia que los separaba. Estaba de pie frente a ella, esperando a que Julia levantara la vista y lo mirara. Por fin lo hizo, y entonces él volvió a hablar—: Gracias —dijo—. Gracias por permitir que… —Ahora le tocó a Ewan sonrojarse, y desvió la vista hacia el cuello de Julia.

—Supongo que ahora estamos en paz —contestó ella.

—¿En paz? —No sabía a qué se refería.

—Sí, en paz. Tú me salvaste la vida cuando aquel perro trató de convertirme en su merienda, así que dejar que…

—Que bebiera tu sangre —la ayudó él, a quien cada vez le gustaba menos el sesgo que había tomado aquella conversación.

—Eso, gracias, era lo mínimo que podía hacer.

Su primo tenía razón, pensó Ewan, no tenía ni idea de cómo tratar a las mujeres. Había salido del dormitorio convencido de que las cosas entre él y Julia iban viento en popa, pero al parecer el barco estaba naufragando. Joder, y ni siquiera había llegado a coger el timón.

—Estoy muy cansada. Volveré a mi dormitorio —puntualizó—, y trataré de dormir un poco. Mañana tenemos mucho que hacer.

Ewan la vio dirigirse hacia la puerta y tuvo ganas de hacerle dar media vuelta, pegarla a él y exigirle que lo tratara de otro modo: igual que en la cama. Podía sentir lo excitado y enfadado que estaba, pero como se había prometido no ponerla nunca en peligro, cerró los puños con fuerza y se quedó quieto. Frustrado y furioso, pero quieto donde estaba.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —soltó de repente, sorprendiéndose incluso a sí mismo.

Julia se detuvo y asintió.

—¿Por qué lo has hecho? ¿Ha sido sólo para saldar esa deuda que creías tener conmigo? Porque si es así, habría bastado con que te hicieras un pequeño corte en la muñeca.

No quería ofenderla, sencillamente, quería hacerla reaccionar y volver a ver a aquella mujer apasionada que le había hecho renunciar a casi treinta años de autocontrol.

—Siento mucho que mis métodos no te hayan gustado, pero sí, como ya te he dicho, ha sido para devolverte el favor.

—Comprendo. —Enarcó una ceja—. ¿Y no tienes ninguna pregunta que hacerme? ¿No quieres saber por qué tu sangre ha conseguido hacer desaparecer una herida de bala de mi pecho? ¿Crees que si hubiera bebido la de Mitch habría surtido el mismo efecto?

No sabía muy bien por qué la estaba provocando, pero ahora que había empezado era incapaz de parar. El guardián no iba a darse por vencido así como así.

Julia abrió la puerta antes de responder:

—Sé que la sangre de Mitch no habría tenido el mismo efecto, él mismo me lo ha contado.

—¿Ah, sí? ¿Y qué más te ha contado?

—Me ha dicho que se supone que el destino me ha elegido como la mujer perfecta para ti y que por eso ahora eres casi mortal, y que sólo mi sangre puede curarte.

—¿Y no te lo crees? Tú misma has comprobado que es verdad.

—Lo es, pero eso no implica que tenga que lanzarme a tus brazos, ¿no? —lo retó.

—No, supongo que no —respondió él, pasados unos segundos.

—El destino puede decidir lo que le dé la gana, pero la que tiene que estar convencida de que eres el hombre de mi vida soy yo, y el que tiene que creer que soy su alma gemela eres tú, y no una leyenda ancestral que se escribió hace miles de años. Y hasta que eso suceda será mejor que duerma en la habitación de invitados —añadió—. Buenas noches, Ewan.

—Espera un segundo —le pidió, acercándose de nuevo a ella. Cuando la tuvo delante, le colocó un dedo bajo la barbilla y se la levantó—: Tienes razón, cuando estemos juntos será porque los dos lo deseemos más que seguir viviendo, y no porque el destino lo haya decidido. Pero deja que te diga una cosa: me alegro de que el destino te haya elegido. Hasta ahora, siempre he tenido miedo de convertirme en un guardián, pero si te tengo a mi lado, creo que podré asumir el riesgo.

—¿Asumir el riesgo? —preguntó embobada, pues sus hormonas le estaban gritando que era una idiota por no correr a acostarse con él.

—Ve a dormir. Cuando resolvamos todo esto, ya tendremos tiempo de contárnoslo todo. —Se agachó y le dio un beso, que empezó siendo tierno pero pronto los hizo arder a ambos de pasión.

—Buenas noches —repitió Julia después de pasarse la lengua por el labio inferior y antes de desaparecer tras la puerta de la habitación de invitados.

—Buenas noches —contestó Ewan, ahora más tranquilo.

Lo que había dicho Julia tenía sentido. Al fin y al cabo, en cuestión de pocos días había sobrevivido a un intento de asesinato, había descubierto que en el mundo habitaban otras especies aparte de la humana, y había sabido que, al parecer, ella estaba destinada a ser la compañera de uno de ellos. Que quisiera algo de tiempo era perfectamente comprensible, pensó él respirando hondo; el único problema era que la luna llena se estaba acercando.

Ni Julia ni Ewan consiguieron dormir demasiado, era como si sus cuerpos se echaran de menos, a pesar de que lo único que habían compartido eran unas simples caricias y de que todavía no se habían entregado el uno al otro. Pero cuando volvieron a coincidir en la cocina, horas más tarde, vestidos para ir al trabajo, ninguno de los dos lo reconoció y ambos mintieron diciendo que habían descansado «bastante bien».

En Vivicum Lab repitieron la rutina del día anterior; él la acompañó a su laboratorio y fue a buscarla para almorzar. Tanto Jordan como Lucas, como los miembros del equipo de Ewan, empezaron a chismorrear acerca de que eran pareja. Hacia las cuatro de la tarde, toda la empresa lo daba por hecho, y cada departamento había añadido algo a la historia.

Ewan trató de ignorar los chismes, pero en su fuero interno deseó que hubieran sido verdad; en especial el que decía que llevaban meses acostándose. Estuvo inquieto toda la mañana, y que Mitch lo llamara para decirle que no había conseguido la orden del juez no ayudó demasiado. La única buena noticia se la dio Julia a la hora de comer, cuando le confirmó que tenía las llaves del apartamento de Stephanie y añadió que estaba segura de que nadie las había tocado. Aquella misma noche irían allí.