Basílica de San Pedro,
Ciudad del Vaticano, 3 de enero de 2010
Ewan estaba de pie frente al altar de la confesión, rodeado de una multitud de turistas que habían decidido aprovechar lo que les quedaba de vacaciones para ir a la ciudad papal. Ewan odiaba viajar casi tanto como odiaba a los turistas y las catedrales, pero su padre y su abuelo le habían pedido, mejor dicho, ordenado, que fuera allí a reunirse con Simon Whelan. Alguien tenía que hacerlo, le habían recordado los dos, justo después de celebrar la entrada del año nuevo, y ahora le tocaba a él tomar el relevo y liderar el clan. Liderar el clan. Ewan sonrió para sí mismo, sólo su padre y su abuelo, Robert y Liam Jura, seguían creyendo en esas cosas. Era cierto que los Jura eran una familia respetada, y que Liam seguía siendo la persona a la que todos consultaban antes de tomar una decisión, pero de ahí a seguir creyendo todas aquellas historias del pasado había un mundo. Un mundo que Ewan había luchado por olvidar.
Se dirigió hacia una de las columnas laterales y, en aquel preciso instante, sintió un escalofrío en la espalda, y eso bastó para que recordara lo que era en realidad. Por mucho que se empeñara en negarlo, en ocultarlo, o incluso en tratar de controlarlo, la sangre que corría por las venas de los Jura no era exactamente igual a la del resto de las personas que estaban visitando aquella basílica… Y si el cretino de Simon no aparecía en cuestión de segundos, iba a largarse de allí.
—Cada vez te pareces más a tu padre —dijo una voz a su espalda.
Ewan se volvió despacio y vio que Simon estaba frente a él, impecablemente vestido y sujetando un móvil de última generación en la mano.
—Eres igual de impaciente.
—¿Se puede saber por qué demonios elegiste este lugar para celebrar la reunión? —preguntó Ewan sin disimular lo enfadado que estaba.
—Porque sabía que te mandarían a ti, y no me apetecía ir a Londres. —Le señaló la tumba de san Pedro que había en el interior de la basílica y ambos se dirigieron hacia allí—. Además, ya deberías estar acostumbrado a las reliquias. ¿Sigues con tu estúpido trabajo de profesor en la universidad?
—Sí, y está claro que tú sigues siendo un imbécil. ¿Qué es eso tan importante que no podías decírselo a papá o al abuelo por teléfono, primo?
Simon y Ewan no eran primos en realidad, pero el padre de Simon había sido uno de los mejores amigos del abuelo de Ewan y éste siempre lo había considerado como a un hermano.
—Por lo que veo sigues negando tus instintos, y eso no puede ser bueno, Ewan. —Chasqueó la lengua—. Espero no estar a tu lado cuando te des cuenta, primito —añadió sarcástico.
Siguieron caminando hasta la tumba del apóstol, pero sin palabras convinieron no entrar en ella y salieron de la basílica. A pesar de que brillaba el sol, la mañana era de lo más fría, aunque eso no parecía importarles.
Tanto Ewan como Simon rondaban el metro noventa, y si bien el primero no era de espaldas tan anchas como el segundo, ambos tenían unos torsos dignos de las esculturas que albergaba la ciudad italiana en la que estaban hospedados. Ewan llevaba un abrigo de lana negra y una bufanda gris para cubrirse el cuello, y Simon había optado por una prenda de piel más fiel a su estilo, si es que podía llamarse así a lo que llevaba.
—Hace poco estuve en Praga —dijo por fin Simon.
—Me alegro por ti —replicó Ewan, que cada vez le veía menos sentido a aquel encuentro.
—Y antes fui a Berlín —añadió el otro levantando una ceja.
—Genial.
—¿Has oído hablar del LOS? —le preguntó de repente Simon, evitando así que su primo hiciera otro comentario sarcástico.
—Sí. —Ewan lo sujetó por el antebrazo—. Pero creemos que todavía no ha llegado a las calles de Inglaterra.
—Vaya, me alegra ver que nuestra causa no te es tan indiferente como aparentas.
—¿Qué sabes tú del LOS? —Ewan ignoró la provocación y se centró en lo que de verdad era importante.
—Sé que es el nuevo proyecto de Rufus Talbot. En Praga me topé con un par de sus hombres en un local. Estaban tan colocados que no se dieron cuenta de que yo estaba allí. Lo único que les importaba era impresionar a dos prostitutas. Los muy idiotas. Les oí decir que su jefe había lanzado un nuevo producto en Berlín y que, tras unos retoques, se convertiría en la droga más potente que hubieran probado jamás. Las chicas les rieron la gracia y se quedaron con sus carteras, y yo seguí con lo mío. —Ewan se abstuvo de preguntar qué era lo suyo—. Pero a la mañana siguiente me acordé de que mientras estaba en Alemania leí algo sobre unas sobredosis, así que regresé allí a investigar.
—¿Y? —preguntó Ewan al ver que Simon hacía una pausa para ganar dramatismo.
—Y nada. Si no fuera porque yo mismo vi la noticia, creería que me lo había imaginado. En ningún hospital había ni rastro de los cadáveres, como si no hubieran existido nunca.
—Talbot —sentenció Ewan.
—Eso pensé yo. Y vosotros, ¿sabéis algo más?
—Nada. Hace unos meses, el abuelo empezó a detectar que Talbot y algunos de sus socios realizaban movimientos extraños. Más de lo habitual —aclaró al ver la expresión de su primo—. Me pidió que investigara un poco, y lo único que encontré fue que una de sus empresas farmacéuticas, Vivicum Lab, estaba trabajando en un proyecto llamado LOS, que requería de muchos fondos.
—¿Y qué tiene eso de sospechoso? —preguntó Simon, rebuscando en sus bolsillos.
—En principio nada, de no ser por algo que sucedió hace unos días quizá nos habríamos olvidado del tema.
—¿Qué sucedió? —Simon encendió un pitillo.
—Deberías dejar de fumar.
—Y tú deberías probarlo. Vamos, ¿qué sucedió para que incluso tú te involucraras?
—Una semana antes de Navidad apareció una chica muerta en una calle de Londres. En principio, todo apuntaba también a una sobredosis, pero al día siguiente todos los periódicos dijeron que, por desgracia, la joven había sufrido un infarto. La chica pertenecía a una familia muy adinerada de la ciudad, así que primero pensé que, sencillamente, sus padres querían evitar el escándalo; pero había algo en la foto de los periódicos que me llamó la atención y le pedí a un policía amigo mío que me hiciera un favor. Y mi amigo me mandó esto. —Sacó el móvil del bolsillo interior de su abrigo y le mostró a Simon una fotografía; en la imagen se veía una pequeña bolsa de pastillas junto al cadáver, bolsa que nunca llegó a la comisaría—. Conseguimos ampliar la foto y grabadas en las pastillas pudimos ver las letras LOS. ¿Y sabes dónde trabajaba la señorita Materson antes de morir?
—En Vivicum.
—Exacto.
—Mierda. ¿Qué dice Liam de todo esto?
—El abuelo cree que Rufus Talbot y sus socios se han olvidado del pacto y que están tramando algo.
—¿Y Robert? ¿Qué opina tu padre?
—Mi padre está convencido de que Rufus está dispuesto a convertirse en el mayor traficante de toda Europa.
—¿Y qué vamos a hacer? ¿Qué ha dicho el consejo?
—Por el momento nada. Antes de tomar una decisión necesitan más pruebas; eso o que Talbot se presente ante ellos y les cuente sus planes en persona. Y ambos sabemos que esta segunda alternativa nunca va a suceder.
—No, por supuesto que no. Creía que, a pesar de nuestras diferencias, los clanes seguían fieles al pacto. Todo esto me da muy mala espina, Ewan.
—Y a mí. Cuando regrese a Londres, trataré de organizarme con la universidad y a ver si consigo encontrar algo de tiempo para hablar con la familia de la señorita Materson.
—Deberías dejar ese trabajo —le aconsejó Simon—. Tu padre y tu abuelo te necesitan.
—No digas tonterías, sabes de sobra que los dos están muy bien.
Su primo lo miró a los ojos y, tras un suspiro, dejó el tema por imposible.
—¿Regresas esta noche? —optó por preguntarle.
—No, mi vuelo no sale hasta mañana. No estaba seguro de a qué hora ibas a presentarte. ¿Y tú, cuándo vuelves a Nueva York?
—¡Todavía vas en avión! Joder, Ewan, estás peor de lo que creía. Tienes treinta y cinco años, maldita sea, ya va siendo hora de que asumas lo que eres. No puedes negarlo durante toda la vida…
—No lo niego, sencillamente he decidido ignorarlo. Y tampoco me va tan mal.
—Ja, mírame a la cara y atrévete a decirme que no te mareas ni sientes náuseas cuando subes a un avión, o que no sientes escalofríos cada vez que uno de nosotros se acerca a ti… ¡Y el sexo! Dios, dime que no…
—Déjalo, Simon. No es asunto tuyo —sentenció Ewan, harto de escuchar todas esas cosas. Su padre y su abuelo ya se encargaban de recordarle a diario lo que opinaban de él.
—¿Que no es asunto mío? ¿Que el futuro líder del clan más importante de nuestra raza corra el riesgo de volverse loco no es asunto mío? Porque eso es lo que pasará, Ewan, y lo sabes perfectamente.
—Todo eso son sólo leyendas, conjeturas, y ahora lo único que debería importarnos es averiguar qué es el LOS y cómo pretende usarlo Talbot.
Simon se paseó por delante de un portal y abrió y cerró los puños varias veces. Era evidente que se estaba planteando seriamente sacudir a su primo para ver si así entraba en razón.
—Está bien. —Respiró hondo—. Yo me iré a Nueva York esta misma noche, por el método tradicional —añadió sarcástico—. Tengo algunos asuntos pendientes que resolver y quiero dar instrucciones a mis hombres. Les diré que estén alerta ante cualquier posible indicio de Talbot. Tanto él como sus socios tienen amigos en Estados Unidos, y no me gustaría que nos cogieran desprevenidos.
—De acuerdo. Te mantendré informado de lo que averigüemos —dijo Ewan, agradecido de que su primo diera el otro asunto por zanjado—. Y tú deberías hacer lo mismo. —Le dio una tarjeta—. Aquí tienes todos mis datos: teléfono, dirección de correo electrónico, etcétera. Supongo que habrás perdido la última que te di.
—Supones mal. La tengo, aunque prefiero quedar en persona. —Pero a pesar de todo aceptó la tarjeta y se la guardó en el bolsillo—. Que disfrutes de tu noche en Roma, tengo entendido que es una ciudad muy romántica.
Ewan estaba a punto de mandar al impertinente de Simon a la mierda cuando éste se dio media vuelta y sencillamente se esfumó. Quizá el método tradicional tuviera sus ventajas, pensó, mientras regresaba caminando hacia el hotel de Roma en el que se hospedaba.