Aunque Wan-To era mucho más vasto que un hombre, tenía algunos rasgos humanos, e incluso rasgos que algunas personas habrían considerado dignos de elogio. Una tarea bien hecha le causaba tanta satisfacción como a un artesano humano.
Así, cuando terminó de organizar su proyecto de desplazamiento de estrellas, se tomó tiempo para observar cómo funcionaba. Le complacía ver que sus análogos de materia habían realizado bien la tarea. Todos los cúmulos estelares que había escogido estaban en movimiento y cobraban velocidad. Cada una de esas estrellas palidecía ligeramente, como era natural, pues buena parte de la energía de cada astro se consumía en la manufacturación de graviescalares en vez de emitirse como luz y calor. Cada estrella llevaba consigo sus planetas, lunas, cometas y asteroides, todos atrapados en el impulso de los graviescalares. Sus cinco análogos de materia aún estaban allí. Podía hablar con ellos y darles más instrucciones si lo consideraba preciso. Pero ahora estaban a la espera, aguardando a que el programa les exigiera entrar de nuevo en acción.
¡Mejor aún, daba resultado! Comprobó con regocijo que sus parientes rebeldes habían visto lo que él quería y reaccionado de la forma que esperaba. De los cinco grupos estelares que Wan-To había puesto en marcha, dos ya estaban totalmente pulverizados por obra de alguno de sus colegas. Otros dos seguían bajo ataque. Eso divertía a Wan-To. Sin duda, alguien había llegado a la conclusión de que él estaba en una de esas estrellas fugitivas, tratando de escapar. Bien, pronto desistirían de eso, no le cabía la menor duda. Los sistemas a cargo de los Dobles Uno y Cuatro habían pasado a la historia, y los de los Dobles Tres y Cinco estaban sufriendo impactos —aunque con menos intensidad—, de forma que sin duda pronto desaparecerían también.
El problema era que observar el funcionamiento del proyecto no resultaba tan interesante como llevarlo a cabo. Como cualquier artesano humano, Wan-To empezaba a aburrirse.
Y a sentirse solo.
Cuando Wan-To ya no pudo soportar la soledad, llamó primero a Ftt. Ftt era un oponente bastante seguro —si podía considerarse tal—, porque no era tan poderoso ni tan perspicaz. Wan-To lo había creado al final de sus esfuerzos para fabricarse compañeros, y para entonces ya había comprendido los riesgos de crear réplicas exactas. Desde luego, incluso los más necios podían evolucionar de maneras imprevistas, pero no creía que Ftt fuera de temer.
En última instancia, no importaba lo que él pensara. No hubo respuesta de Ftt y tampoco de los otros dos que guardaban silencio.
Eso dio que pensar a Wan-To. Uno de ellos, Pooketih, era tan poco peligroso como el pequeño Ftt. Pero el otro miembro del grupo silencioso era Mromm, y eso era harina de otro costal. Mromm era el segundo después de Haigh-tik, y aunque Wan-To ya había empezado a ser prudente al copiarse para crear un retoño, Mromm aún tenía astucia y poderes temibles. Mromm era muy capaz —casi tan capaz como Wan-To— de guardar silencio hasta que gozara de un buen blanco adonde apuntar.
Wan-To empezaba a inquietarse.
Cuando lo intentó de nuevo, fue para llamar al más estúpido y más débil de todos, Wan-Wan-Wan, pero él tampoco respondió. Era improbable que Wan-Wan-Wan se agazapara al acecho. Algo le había ocurrido. Wan-Wan-Wan había intentado llamar a Wan-To, y si no respondía ahora, cabía una gran posibilidad de que ya no estuviera con ellos. Eso encolerizó a Wan-To. ¿Cuál de sus hijos se arrastraba hasta el punto de liquidar al pobre Wan-Wan-Wan?
La respuesta era: cualquiera de ellos. Con buenas razones, él mismo podría haberlo hecho.
Wan-To perseveró —cautamente—, y al cabo obtuvo algunas respuestas.
Pero cuando terminó de hablar con los que respondieron, sabía muy poco más que antes. Mrrerret y Hghumm afirmaban estar compungidos de que alguien se hubiera atrevido a semejante osadía. Lo mismo declararon Floom-eppit, Gorrrk y Gghoom-ekki, pero añadieron que sospechaban del propio Wan-To.
Desde luego, todos volcaban su personalidad individual en esas opiniones, pues tenían una personalidad individual. Así los había hecho Wan-To. Había combinado aleatoriamente algunos rasgos que les había infundido —una especie de proceso Monte Cario, conocido para los matemáticos de la Tierra—, de forma que Floom-eppit era un bromista; Hghumm, un pesado; Gorrrk, un charlatán insoportable. Wan-To tardó un rato en liberarse de Gorrrk, y luego se puso en contacto con el que más le preocupaba.
Haigh-tik, su primogénito, el que más se le parecía.
Eso no significaba que fueran iguales. Incluso las copias idénticas variaban con el tiempo y según la «química» de las estrellas que habitaban; la dicotomía entre naturaleza y cultura se hacía notar entre Wan-To y los de su especie, al igual que en la Tierra. Wan-To fue muy prudente al hablar con Haigh-tik. Cuando hubieron intercambiado comentarios sobre las estrellas explosivas (sin que ninguno de ambos acusara al otro, aunque ninguno de ambos excluyó esta posibilidad), Haigh-tik sugirió:
—¿Lo has notado? Varios grupos estelares se están moviendo.
—Oh, sí —respondió Wan-To—. Me preguntaba qué sucedía.
—Sí —dijo Haigh-tik. Y al cabo de un instante de silencio añadió—: Estas cosas me preocupan. Me molestaría que desorganizáramos también esta galaxia. No quiero mudarme. Me gusta vivir donde vivo.
—¿Es una bonita estrella? —preguntó Wan-To, sin perder una sola pulsación—. Sé que te gustan grandes y calientes.
—¿Para qué tomar una enana cuando puedes tener una gigante? —respondió Haigh-tik, con el equivalente de un encogimiento de hombros—. Son mucho mejores. Además, dispones de mucho espacio y energía.
Wan-To ofreció el equivalente de un asentimiento silencioso. Conocía bien los gustos de Haigh-tik. A él le gustaban las mismas cosas en el momento de crear a Haigh-tik, antes de comprender que mudarse a una nueva estrella cada varios millones de años, cuando las grandes y brillantes se volvían inestables, constituía un problema.
—Pero dime, Haigh-tik, ¿estás seguro de que saldrás antes de que entre en colapso? Esas estrellas tipo O consumen el hidrógeno con rapidez, y luego…
—¿Quién ha hablado de una O? —se mofó Haigh-tik.
Wan-To sintió que el «corazón» le brincaba de euforia, pero conservó la calma.
—Cualquiera de esas estrellas grandes, calientes y jóvenes… todas ellas pueden atraparte.
—Ésta no —alardeó Haigh-tik—. Acabo de mudarme aquí. Aún le queda mucho tiempo. Más tiempo —añadió, con un tono que estaba a un paso de sonar amenazador— del que muchos tendremos, si estos ataques mutuos no cesan.
En cuanto «cortaron», Wan-To, muy complacido, examinó su catálogo estelar. Estaba buscando una estrella del tipo que los astrónomos humanos denominaban «Wolf-Rayet», aún más caliente y joven que una O, y la más nueva de esa clase.
Luego, con cierta aflicción sensiblera, convocó a sus nubes de gravifotones y graviescalares y las lanzó contra el candidato más probable. ¡Pobre Haigh-tik! Pero Wan-To debía hacer lo que era necesario.
Si algo intimidaba a Wan-To, era pensar en su propia extinción. Las estrellas, las galaxias, el universo mismo tenían ciclos vitales fijos, y podía aceptar la pérdida de cualquiera de ellos con serenidad. Podía aceptar la desaparición de todos sus camaradas. Siempre podía copiar nuevas partes de sí mismo para hacerse compañía (aunque teniendo cuidado con los poderes que concedía).
Reflexionó un rato acerca de este desagradable tema. Wan-To era un gran estudioso de la astrofísica y la cosmología. Para él no se trataba de una ciencia abstracta. Era la materia que conformaba su vida. Comprendía la física de lo grande y lo pequeño…
Además, preveía un tiempo en el que las cosas podrían resultarle muy desagradables, aunque sobreviviera a los actuales enfrentamientos.
Cuando la estrella Wolf-Rayet quedó eliminada, Wan-To (cruzando metafóricamente los inexistentes «dedos») llamó a Haightik por el sistema ERP. Y quedó muy defraudado cuando Haigh-tik respondió.
¡Haigh-tik había mentido en cuanto a su estrella!
Pero Wan-To supo apreciar la broma, que lo divirtió e incluso le despertó cierto orgullo por su primogénito.
Y a Pal Sorricaine se le cumplió su deseo. Los astrónomos de la Tierra adoptaron el término «estrellas Sorricaine-Mtiga» para describir esos objetos anómalos, hasta el momento en que su propio Sol se transformó en uno de ellos.