30

Cuando la nave de Pelly llevó a Reesa hacia su anhelante esposo, ella no viajó sola a Nuevo Hogar del Hombre.

Desde luego, la única persona que Viktor vio en esos primeros instantes fue Reesa: la querida Reesa, la amada, perdida y recobrada Reesa. Cuando ella desembarcó de la nave, él la sintió tan tibia y sólida como siempre en sus brazos, a pesar de todo. Pero la nave transportaba un pesado cargamento. Dekkaduk traía un equipo para revivir inertoides allí mismo y para curar las lesiones que hubieran sufrido en los milenios de congelación, cuando fuera posible. Los abuelos de Balit también venían de visita desde su hábitat de manufacturación, grotescos con sus músculos provisionales pero eufóricos como adolescentes.

La cápsula de aterrizaje tuvo que efectuar tres viajes para bajar todo el cargamento. En la nave no había espacio para todo. Algunos de los objetos más burdos, grandes y resistentes habían viajado desde Nergal sujetos al casco de la nave. Fue un viaje lento y difícil para el piloto, con toda esa masa añadida. No se trataba sólo de la clínica de descongelación de Dekkaduk. Los abuelos no habían venido con las manos vacías, sino con treinta toneladas de equipo de su hábitat de manufacturación, semillas de un taller para comenzar a aprovechar los tesoros que los Von Neumanns habían acumulado pacientemente en Puerto Hogar. Además, Grimler, la esposa de Markety, no quería que su hijo creciera en un mundo sin comodidades. Traía, entre otras cosas, tres vehículos con ruedas y pequeños aviones. ¡Al fin la gente de Nuevo Hogar del Hombre podría explorar mejor ese mundo renacido!

Cuando Viktor se durmió apaciblemente esa noche, sintiendo la suave respiración de Reesa a su lado, no se trataba sólo de otro día, sino del comienzo de un nuevo calendario, el principio de una nueva vida, quizá la mejor de todas ellas.

En el segundo año de ese nuevo calendario privado, la población humana de Nuevo Hogar del Hombre superó el millar. Casi un centenar de los recién llegados eran gentes emigradas de los hábitats, la mayoría jóvenes. El bebé de Grimler nació en los tubos de ensayo y se reunió con ellos, y Jeren encontró una esposa. Durante el tercer año, el hijo de Jeren se sumó a la población —que se había duplicado de nuevo—, y las máquinas que habían traído los abuelos de Balit habían construido máquinas que a su vez construyeron máquinas que fabricaban vehículos, bombas, excavadoras, grúas, motores y artefactos. Las nuevas plantaciones resistían las más torrenciales lluvias de primavera y prosperaban, y Nuevo Hogar del Hombre producía sus propios alimentos. Y en el tercer año…

En el tercer año Balit regresó a su hogar de Luna María.

—Sólo para una breve visita, Viktor —aseguró—. Créeme, regresaré…

En cuanto llegó, empezó a enviarle mensajes:

—Ven a vernos, por favor. Con Reesa, por supuesto. ¡Todos están ansiosos de verte!

En el siguiente viaje de Pelly a Nergal, Viktor y Reesa lo acompañaron.

Para Reesa eran emociones nuevas y maravillosas. Nunca había visto los estilizados hogares de Luna María. Más aún, apenas había visto el hábitat donde Nrina la había devuelto a la vida, pues en cuanto se recobró, inició su viaje hacia Nuevo Hogar del Hombre y Viktor.

Era algo más que un viaje de turismo. Se parecía más a una procesión. Más de mil personas los recibieron en Luna María. Frit y Forta estaban en primera fila y se turnaron para abrazar a Viktor y Reesa cuando Balit les dio la oportunidad. Nrina también estaba allí, y mientras abrazaba tiernamente a Viktor, miró a Reesa con preocupación; pero ella sólo rodeó con los brazos a la delgada mujer, sin revelar celos ni resentimiento. Viktor reconoció a algunos de los demás —compañeros de escuela de Balit, amigos y parientes que habían asistido a la fiesta de crecimiento de Balit—, pero se congregaban cientos a quienes no conocía.

—Tengo más sorpresas para ti, Viktor —dijo Balit con orgullo, empujando a una joven esbelta—. Ella es Kiffena. ¿La recuerdas? Estaba en mi clase cuando nos visitaste, y ahora vamos a casarnos.

Ella se acercó gustosamente a Viktor, quien la abrazó. Viktor no recordaba haberla visto entre los niños de la escuela, pero desde luego era una criatura encantadora. Viktor se sorprendió al palpar unos nudosos musculosos en aquel cuerpo delgado. ¿Se preparaba para Nuevo Hogar del Hombre? Sí, desde luego, de eso se trataba. Balit había prometido regresar, y desde luego no volvería solo. El sonriente Viktor palmeó al muchacho —no, ya era un hombre— en la espalda.

—Formaréis una magnífica pareja —le prometió a la muchacha.

La muchacha movió los labios un instante y dijo:

—Sabemos que seremos felices.

Viktor parpadeó muy asombrado, pues ella no había hablado en el idioma de los hábitats, sino en inglés antiguo. Ella sonrió.

—Tuve que aprenderlo para mi trabajo —explicó con recato.

—Vaya, la muchacha es toda un sorpresa, Balit —exclamó Viktor—. Una hermosa sorpresa. Felicidades.

Balit parpadeó.

—Oh, no, Viktor. Kiffena no es la sorpresa. Kiffena es la que va a contarte la sorpresa, o una de las sorpresas, al menos. Pero vamos a casa, por favor. Después de la cena podremos hablar tranquilamente.

Frit y Forta habían preparado una sabrosa comida.

—Nada complicado —dijo modestamente Frit, repartiendo uvas del tamaño de un puño de bebé—, pues es sólo para la familia.

—Realmente, me honra ser miembro de esta familia —agradeció Reesa, y cogió la mano de Frit para besarla—. Balit ha sido un gran amigo nuestro en Nuevo Hogar del Hombre, y… —Se alarmó de golpe al sentir que la habitación se balanceaba—. ¡Santo Dios! ¿Qué es eso?

Viktor, tras su propio arrebato de pánico, se echó a reír.

—Se me había olvidado hablarte de los terremotos. Luna María sufre estos temblores de vez en cuando.

—Pero aquí estamos seguros —afirmó Forta. Cuando Reesa superó el sobresalto y todos hubieron comido a gusto, Forta se levantó—. Debo practicar —suspiró—. Representaré una nueva danza. Espero que la disfrutéis, Viktor y Reesa, porque en parte os la dedico. Pero no lo haré bien si no vuelvo a ensayar. Frit, por favor, ayúdame a contar los ejercicios mientras practico en la barra. Nos perdonas, ¿verdad, Reesa?

—Desde luego —asintió cortésmente Reesa, con aire divertido. Cuando los padres se marcharon, se volvió hacia Balit—. Nos dejan solos a propósito, ¿verdad? ¿Esto tiene algo que ver con las sorpresas que mencionaste?

Balit se reclinó con un destello en los ojos.

—Eres muy sagaz —comentó—. Pues sí, tienes razón. Empezaré hablando de Kiffena. Ella es especialista en arquitectura de máquinas de datos.

—No lo sabía —dijo Viktor, sonriéndole a la bonita joven—. En realidad, no sabía que existiese esa especialidad.

—Inicié los estudios cuando Balit empezó a enviarnos esas interesantes historias —explicó la muchacha, sonriendo a su vez—. Me parecía una lástima perder tanta información.

—Viktor, ella estuvo estudiando los archivos de datos —añadió el exaltado Balit—. Es posible que no todo se haya perdido.

Viktor calló un instante.

—¿De qué hablas? —preguntó.

—Balit me envió fichas de datos —explicó Kiffena con orgullo—. He logrado recuperar la mayor parte de una ficha y segmentos de otras tres, Viktor. Están almacenadas magnéticamente. La mayor parte del magnetismo se perdió debido a las inundaciones, pero quedan residuos, a veces demasiado insignificantes para discernirlos, pero a veces de relativa importancia.

—Sin embargo —se disculpó Balit—, no es sobre astrofísica.

—No —confirmó la muchacha, meneando la cabeza—. No sé bien de qué trata la ficha principal, Viktor. He intentado traducirla, pero algunas palabras no tienen sentido. Mira.

Tecleó el pupitre de Balit y la pantalla mostró fragmentos de algo que parecía un libro impreso.

—Oh, sé qué es eso —intervino de pronto Reesa—. Son casos legales. Es decir, es lo que los jueces decidían en pleitos o juicios penales, hace mucho tiempo. La gente se interesaba mucho en esas cosas, allá en la Tierra.

—¡Pero es maravilloso, Kiffena! —exclamó Viktor—. Si logras entender algo en ese berenjenal, quizá consigamos llegar al material interesante. ¿Dices que descifraste parte de otros tres?

—No sé si están mucho mejor —se lamentó ella—. Una era algo sobre historia. ¿Habéis oído hablar de un hombre llamado Artvasdes? Era «rey» de algo que llamaban «Armenia», en la Tierra, hace mucho tiempo, y libró una guerra contra alguien llamado «Cleopatra».

—He oído hablar de Cleopatra —dijo Viktor—. No del otro sujeto.

—Y luego hay una historia acerca de algunas personas que, a decir verdad, Viktor, pasaban muchísimo tiempo preocupándose por tonterías… Se llama En pos de los tiempos idos

—En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust —rió Reesa—. Lo leí una vez.

—¿Has dicho que había más? —preguntó Viktor.

—Sí —respondió Balit—. Por un tiempo parecía muy prometedor, Viktor. Contenía muchos datos acerca de Júpiter, Venus, el Sol, la Luna… todo el sistema solar de la Vieja Tierra y sobre algunos asterismos…

—La ficha los llamaba «constelaciones» —aclaró Kiffena.

—Constelaciones, pues. Los grupos estelares tal como se veían desde la Tierra. Les ponían nombres tales como Libra, Sagitario y Aries. Pensamos que sería una especie de manual infantil de astronomía.

—En efecto, eso era —declaró Kiffena—, una especie de sistema mágico para presagiar acontecimientos.

—Creo que se llamaba «astrología» —apuntó Viktor.

—Me habría gustado ponerlo a prueba —comentó Kiffena—, pero ya no tenemos esos planetas ni constelaciones.

—Pero es sensacional —exclamó Viktor, comprendiendo de pronto la importancia de todo el descubrimiento—. ¿Podréis restaurar muchos datos?

—No muchos, Viktor —admitió Balit con abatimiento—. Escogí algunas de las fichas mejor conservadas para enviárselas a Kiffena. La mayor parte está… bien, pulverizada.

—Pero podemos recuperar una buena parte —añadió alentadoramente Kiffena—. Lo cierto es que no está organizada, así que no podemos escoger un sector, astronomía, por ejemplo, y trabajar sobre ello. No hay modo de saber qué contiene cada ficha hasta que empecemos a restaurarla.

Viktor meneó la cabeza maravillado.

—No tenía ni idea —dijo—. ¿Cómo sucedió todo esto?

—Gracias a Balit —manifestó Kiffena, abrazando al joven con orgullo—. ¿No sabías que él enviaba informes todos los días?

—Sabía que tomaba muchas fotografías, sí.

—¡Fotos de todo lo que ocurría, Viktor! ¡Fue tan fascinante en la escuela ver tormentas! Y arco iris, y el mar, y las nubes… todo. Luego, claro, todos nos interesamos. Fue entonces cuando empecé a estudiar arquitectura de almacenamiento de datos. Todos nos pusimos a estudiar cosas así, también en las demás escuelas…

Viktor parpadeó.

—¿Qué otras escuelas? Yo sólo fui a la vuestra.

—Pues no nos guardábamos los informes de Balit para nosotros, Viktor —dijo ella con paciencia—. En absoluto. La mitad de las escuelas del mundo los recibían, en el sistema de hábitats y en las cuatro lunas. Diversos grupos adoptaron diferentes proyectos, e incluso algunos adultos se interesaron.

—Nuevo Hogar del Hombre —observó Balit— es lo más interesante que nos ha ocurrido, Viktor. Desde luego, con tanta gente trabajando, se ha logrado mucho.

Viktor miró al muchacho.

—Ya veo —dijo—. Bien, ¿tenéis más sorpresas?

Balit sonrió.

—Algunas —asintió. Tecleó de nuevo en el pupitre y apareció un gran objeto con forma de torpedo—. Esto es algo parecido a lo que llamáis máquinas de Von Neumann. Irá a Oro.

Reesa parpadeó.

—¿La estrella?

—En efecto, Reesa, la estrella, la que sospechamos que tiene planetas. Viktor cree que las máquinas de Nebo pudieron venir de Oro, así que enviaremos esta nave automática para que investigue y envíe un informe. Desde luego, tardará un tiempo. Oro queda a casi once años luz y esta nave ni siquiera alcanza la velocidad de la luz.

—Pero a decir verdad, Viktor —agregó Kiffena—, esos planetas no parecen estar habitados.

—Así que esta nave es sólo para asegurarnos. Luego hay un par de naves más pequeñas… —Balit tecleó de nuevo el pupitre y aparecieron tres torpedos más pequeños—. Entrarán en órbita de Nebo para observarlo hasta que alguien aterrice de nuevo allí.

—¿Aterrizar de nuevo?

—Sí, Viktor —declaró Kiffena—. Creo que yo lo haré, si nadie más se atreve. A fin de cuentas, esas máquinas parecían operar automáticamente, ¿verdad? Así que deben de tener archivos de datos y sistemas de control. Decodificar su arquitectura no puede resultar más difícil que restaurar tus archivos de Nuevo Hogar del Hombre.

Viktor los miró a ambos, deslumbrado.

—No tenía ni idea —dijo—. No puedo creerlo.

—Créelo, Viktor —le aconsejó Reesa—. Cuando unos millones de jóvenes brillantes se entusiasman con algo, pueden ocurrir muchas cosas.

Balit sonrió, abrazando a Kiffena.

—Y la mayor parte de ellas —concluyó— aún tienen que ocurrir.

No se quedaron para presenciar la nueva danza de Forta. No les fue posible. Los mensajes de Nuevo Hogar del Hombre eran demasiado urgentes y demasiado implorantes. Aunque ahora había dos millares de personas en el planeta, dedicadas a revivirlo, Viktor y Reesa eran los únicos que sabían qué aspecto debía adoptar.

Pero no regresaron con las manos vacías. En el compartimiento de carga de la nave de Pelly había cuarenta nuevos vientres artificiales para el laboratorio de Dekkaduk, para acelerar nuevos nacimientos; también llevaban especies de algas genéticamente mejoradas para sembrar los mares vacíos; y una docena de especies de peces destinados a alimentarse de esas algas, cuando se hubieran propagado. Uno de los grupos escolares había estudiado el problema de sembrar el desnudo Continente Sur, así que la nave de Pelly también transportaba dos nuevos aviones, especialmente diseñados para lanzar semillas de hierbas a fin de cubrir el suelo. El grupo de Kiffena le había proporcionado una tonelada y media de instrumentos para que continuara con la tarea de recobrar datos de los archivos. Balit había persuadido a varios jóvenes, de la escuela y otras partes, para que fueran a estudiar el fascinante e inaudito tema del clima de Nuevo Hogar del Hombre, y por supuesto llevaban un par de toneladas de instrumentos meteorológicos.

Una vez más, la nave de Pelly quedó grotescamente deformada, con objetos amarrados al casco, y la cápsula de descenso tuvo que efectuar cuatro viajes para transportarlo todo a la superficie. Luego hubo que encontrar tiempo para poner en marcha todas esas actividades, para cultivar nuevas tierras que pudieran alimentar a la creciente población y para encontrar nuevas fuentes geotérmicas lejos de Puerto Hogar, destinadas a construir otras plantas energéticas con el propósito de fundar otras comunidades en otras partes de ese planeta yermo. Había que hacerlo todo, y sin dilación.

Casi todos los demás estaban igualmente ocupados, con la tarea de resucitar el planeta y con sus propios asuntos. Todas las semanas un grupo de personas recién revividas salían aturdidas de la clínica de Dekkaduk para unirse a la gran tarea, y desde luego existía una gran presión para que gran cantidad de ellas fueran mujeres. Las familias volvieron a existir en Nuevo Hogar del Hombre. La alta esposa de Jeren tenía el vientre hinchado: ni ella ni Jeren habían querido esperar los vientres artificiales. El bebé de Markety ya caminaba con tenacidad, aunque sus padres aún tropezaban a veces. Los congeladores todavía albergaban inertoides, y cada viaje de la nave de Pelly traía más gente de los hábitats; sin embargo, los recién nacidos ya comenzaban a ser el principal factor de crecimiento demográfico.

Luego Reesa lanzó su explosiva idea.

Mientras yacían abrazados en la cama, al final de un día largo y fatigoso, le susurró al oído:

—Viktor, ¿estás dormido? Se me ha ocurrido una idea.

—¿Sí? —murmuró él, sin dar a entender que había advertido que la notaba distraída a menudo, suponiendo que era el golpe de iniciar esa vida nueva, inesperada y confusa.

—Hablé con Nrina mientras estábamos en Luna María —expuso ella.

—¿Sí? —respondió él, pero con otro tono. Se despabiló de inmediato—. Reesa, querida —dijo con aire culpable—. Espero que entiendas… Es decir, yo pensaba que estabas muerta.

Pero ella le selló los labios con los dedos, riendo.

—Siempre hablas cuando deberías escuchar, querido Viktor. No me interesa lo que hiciste mientras yo estaba muerta. Pero ahora ya no estoy muerta, y Nrina me llevó aparte para decirme una cosa. Dijo que tenía muestras celulares de ambos, de ti y de mí. Me contó que ya no importaba que no pudiera dar a luz un bebé, porque no sería necesario. No mientras ella tuviera muestras de ambos. Se preguntaba si tú y yo querríamos…

Reesa calló. Viktor rodó en la cama para observarla en la penumbra. Ella concluyó, mirándolo a los ojos:

—Un bebé.

—Dios mío —susurró Viktor. Calló un largo instante. ¡Un bebé! Un bebé no reemplazaría a Shan, Yan y Tanya, ni a la pequeña Quinn, pero aun así…—. ¿Qué le dijiste a Nrina?

No se sorprendió al ver que Reesa tenía las mejillas húmedas.

—Le dije que lo pensaríamos, Viktor. Te aseguro que estoy pensándolo mucho, precisamente ahora.

Cuando Forta representó su nueva danza, toda la comunidad se tomó tiempo libre para presenciarla.

No era Forta en persona, claro. Él estaba a millones de kilómetros, en la luna del rojo Nergal. Pero Forta, en la emisión en directo desde su nuevo estudio de Luna María, aún era el maravilloso y brillante Forta, y danzaba grácilmente. Viktor descubrió con placer que en la danza de Forta había vestigios del paso Yemení y de las reverencias que Viktor le había enseñado. Pero ante todo estaba el genio de Forta: gracia y pasión, coraje y esperanza.

Cuando la danza terminó, Forta regresó ante la cámara para decir, jadeante y feliz:

—He dedicado esta nueva danza, «El reverdecer de Nuevo Hogar del Hombre», a mi hijo Balit, a su novia Kiffena, y ante todo a nuestros queridos amigos Reesa y Viktor, y a todos quienes se unan a ellos en ese reverdecer que está aconteciendo ahora en Nuevo Hogar del Hombre. ¡Todos les deseamos suerte!

Hubo una fiesta después de la celebración, una fiesta alegre que duró mucho tiempo. Cuando terminó, Viktor no podía conciliar el sueño. Se levantó de la cama, donde Reesa sonreía apaciblemente en sueños, y echó a andar por las calles oscuras, escrutando las cinco estrellas solitarias de ese cielo negro.

Solitarias…

¿Qué había ocurrido con todo? Viktor miró preocupado ese cielo mudo. Dejó atrás el puesto de comunicaciones, una de las pocas estructuras iluminadas de la pequeña colonia, y bajó hacia el agua. A sus espaldas oyó que cerraban una puerta, pero no se volvió. Se detuvo a pocos metros de la orilla de la bahía. No se veía nada sobre el Gran Océano, ni siquiera la línea del horizonte, sólo oscuridad. Las pequeñas olas lamían la grava y retrocedían suspirando.

A sus espaldas oyó la voz de Balit.

—¿Viktor? Supuse que eras tú. Llamé a Forta para felicitarlo por su actuación y acabo de recibir su respuesta. ¡Ha estado tan ocupado, Viktor! Ha recibido llamadas de todos los hábitats, no sólo llamadas de admiradores, sino de gente que desea saber cómo ayudarnos aquí.

Viktor se volvió hacia ese joven desmañado.

—Me alegra —gruñó.

Balit parpadeó sorprendido, pero continuó con entusiasmo.

—Sí, ¿y sabes qué han hecho? Otras tres escuelas se han asociado para lanzar un nuevo observatorio. Es realmente grande. Enormes espejos y antenas de radio, buscará radiación infrarroja de radiofrecuencia y gamma, y todas esas cosas de que has hablado. Forta asegura que incluso piensan mudar uno de los hábitats, o construir uno nuevo, en órbita de Nuevo Hogar del Hombre.

Se interrumpió al advertir que Viktor no compartía su satisfacción.

—¿Algún problema, Viktor? —preguntó preocupado.

Viktor alzó el brazo hacia el cielo negro.

—Mira —dijo—. ¡Se ha ido! ¡El universo entero envejeció y ha muerto!

Balit calló un instante.

—Es posible —admitió—. Pero, Viktor… ¿Recuerdas todas las cosas que me has contado? Eso está allá. Esto está aquí. Nuestro sol no es viejo. Le quedan miles de millones de años, mucho más tiempo del vivido por la vida en este sistema.

—Lo sé —gruñó Viktor.

—Pero, Viktor… ¿qué importa lo que haya ocurrido con el resto del universo?

—Importa porque no sé lo que ocurrió. ¡Y nunca lo averiguaré! Oh, es maravilloso que Kiffena trate de recobrar los antiguos registros y que la gente empiece de nuevo a buscar respuestas. Es maravilloso, lo admito. Pero lleva mucho tiempo. Y aunque alguna vez la gente averigüe qué sucede en Nebo, qué hizo que nuestras estrellas actuaran de esa forma, ¡yo no viviré el tiempo suficiente para verlo!

—Pero, Viktor —dijo afectuosamente Balit—, yo sí.