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Los eones de estancamiento habían terminado para Wan-To. Ahora no sólo estaba atareado —mucho más que en trillones de trillones de años— sino sumido en un frenesí de actividad.

Un ser humano normal no lo habría visto de esa manera, si hubiera habido tal persona para observarlo o si hubiera sido posible observar a Wan-To. Ya no tenía manera de moverse deprisa. Un solo pensamiento le llevaba semanas. Trazar un plan le exigía siglos. Si ese ser humano imaginario hubiera sabido qué se proponía Want-To, el espectáculo le habría recordado a un relojero que intentara febrilmente ensamblar el mecanismo de relojería más delicado en un desesperado intento de salvar la vida. Más aún, de realizar ese intento hundido hasta el cuello en arenas movedizas. Pues así era para Want-To. El medio denso y sofocante de la estrella muerta donde vivía lo entorpecía a cada paso. Wan-To estaba en peor situación que ese sofocado relojero, porque al menos el relojero hubiese conservado los recuerdos, mientras que las aptitudes que Wan-To necesitaba ahora ya no formaban parte de su conciencia activa. Las había «almacenado» tiempo atrás. Era parte del precio que Want-To había pagado para seguir existiendo con las débiles energías que le concedía la estrella moribunda, pues para ahorrar energía había tenido que poner en reserva inmensas porciones de sí mismo y sus recuerdos. Ante todo, pues, tuvo que encontrar y despertar esas partes; era como si el relojero tuviera que hallar el manual de instrucciones antes de insertar el primer engranaje en su soporte.

Para Wan-To no bastaba con tomar la decisión de abandonar esa estrella moribunda para ir a regodearse en las calientes energías de esos soles distantes e invisibles. La decisión fue bastante rápida. Descubrir cómo hacerlo le llevó mucho más tiempo.

Wan-To conocía el punto de partida. Tendría que reconstituirse como un patrón de taquiones. Taquiones rápidos, que afortunadamente eran de baja energía. ¡Qué lástima que no pudiera usar los taquiones de energía mínima, los más veloces de todos! Lamentablemente resultaba imposible, pues los taquiones de energía mínima no podían transmitir información suficiente para abarcar la totalidad de Wan-To. No importaba. Los que estaban disponibles servirían para la tarea. Se copiaría a sí mismo en un torrente de taquiones y viajaría hacia el inesperado oasis de vida que había surgido en medio de la desolación.

No le costaría mucho encontrar el rumbo hacia el pequeño grupo de estrellas superviviente. Los sensores no sólo habían comunicado el mensaje, sino que habían registrado con mucha precisión la dirección de donde procedía. Sólo tenía que desandar ese camino. Cuando se acercara al grupo de estrellas vivas, las hallaría sin dificultad, pues serían brillantes señales de luz, la única luz en un universo oscurecido por la entropía, señales de esperanza para Wan-To.

Por desgracia, se necesitaba energía incluso para crear taquiones de baja energía. Eso significaba drásticas economías para Wan-To. Durante mucho tiempo —decenas de miles de años— tendría que apagarse casi por completo. Tendría que eliminar cualquier actividad excepto las estrictamente necesarias para conservarlo vivo en una especie de estado latente, para acumular ese ridículo hilillo energético de los protones moribundos y almacenarlo a fin de usarlo en un pródigo chorro que lo enviaría hacia su resurrección.

El viaje también ocuparía un tiempo mensurable. Incluso con los taquiones de mayor velocidad, que se desplazaban a un exponente considerable de la velocidad lumínica, tardaría miles de años. No sabía cuántos miles; la posición que conocía era apenas una dirección. No le daba indicios de distancia, pero sin duda toda distancia sería considerable en ese extenso vacío.

Pero al final del inmenso viaje… Wan-To nunca había sentido tan alegre ansiedad. Casi compensaba —mejor dicho, compensaba de sobras— los sacrificios que debía hacer para prepararse. Ahora debía amputar grandes sectores de su memoria, de su conocimiento, vastos sectores de todo lo que constituía aquello que quedaba de Wan-To. Eran equipaje sobrante. Por valiosos que fueran, no podría llevarlos. Como un refugiado desesperado, Wan-To tenía que sacrificar lo que amaba para salvar lo esencial.