En medio de ese universo débil y agonizante, Wan-To de pronto se sintió rejuvenecido. ¡Aún se producía fusión nuclear en alguna parte!
Cuando el último de los antiguos recuerdos encajó en sus sitio, sólo pensó en maldecirse.
Había actuado como un estúpido. ¿Por qué no había sido más previsor? ¿Por qué no había planeado esto? Le habría resultado sumamente fácil practicar este truco a la escala que él deseara: guardar galaxias enteras en el almacenaje del viaje relativista, para disponer de miles de millones en la hora de necesidad.
Más aún, ¿por qué no había incorporado alguna clase de impulso migratorio en las instrucciones del doble de materia, para que esos astros regresaran al espacio normal cercano?
La lista de acusaciones que Wan-To podía presentar contra sí mismo parecían infinitas, pero desistió de enumerarlas cuando recobró el sentido común. La autorrecriminación no formaba parte de su estilo. En cualquier caso, tenía cosas más interesantes en qué pensar.
Sí, sí, los recuerdos eran claros. Había doce estrellas, y todavía estaban vivas. ¡Incluso eran jóvenes! ¡Y todas suyas!
Claro que estaban algo exhaustas, por las energías que habían consumido para surcar el universo, y naturalmente ahora estaban a una abrumadora distancia, pero eran suyas. Hurgó con avidez en sus recuerdos de ese acto precipitado. No halló mucho, pero estaba seguro de que algunas de esas estrellas aún tenían miles de millones de años de vida en la secuencia principal. Y luego serían enanas longevas durante muchísimo más tiempo.
Alegre por primera vez en muchos eones, Wan-To se consagró a meditar cómo aprovecharía este obsequio inesperado.