María era una luna natural, aunque la habían terraformado y embellecido. Junto con gran cantidad de hábitats, giraba en órbita de la enana parda, Nergal.
—Forta necesita una gravedad lunar —explicó Frit durante el trayecto—. Los bailarines deben tener músculos. Si él puede bailar aquí, puede bailar en cualquier parte, bueno, no en un planeta ni en un sitio semejante, pero sí en cualquiera de las demás lunas o hábitats. Además, el ejercicio será beneficioso para tu pierna, mientras te recuperas.
—Además tenemos muchos datos en nuestros archivos —comentó Forta hospitalariamente—. Sin duda encontrarás montones de cosas interesantes.
—¡Mira allá, Viktor! —exclamó Balit con entusiasmo—. Luna María. Mira cómo nos acercamos. ¡Oh, Viktor, me encanta estar en el espacio!
Viktor miró. Valía la pena. No se limitaron a «aterrizar». Luna María no estaba abierta al universo, pues no tenía gravedad suficiente para retener aire respirable. Para aterrizar, la pequeña nave tuvo que atravesar una abertura que apareció mágicamente en el campo de fuerza que retenía la atmósfera y detenía la radiación, velando por la seguridad de los habitantes de Luna María.
En cuanto Viktor se levantó, su pierna lastimada le indicó que ya no estaba en la minigravedad de un hábitat. Sintió dolor al apoyarse sobre ella. Hizo una mueca.
¡Pero se encontraba mucho mejor! Esto no se trataba de un hábitat, era prácticamente un planeta. Los edificios erizaban la superficie, tal como debía ser, y había un verdadero cielo.
Aunque el firmamento no resultaba tan auténtico, sin el escudo de fuerza habría sido espantoso. El escudo reducía la intensidad del rojizo fulgor de Nergal. También reducía la capacidad para extraer energía «solar» de Nergal, pero resultó que no la necesitaban. Luna María disponía de muchísima energía geotérmica y no había dificultad para extraerla mediante pozos de vapor. El satélite estaba tan cerca de su astro primario, el inmenso Nergal, que la gran masa de Nergal lo sometía a flexiones y tensiones gravitatorias constantes, de modo que la fricción, la compresión y la tensión calentaban permanentemente el interior.
Desde luego, la experiencia había enseñado a Viktor que toda ventaja conllevaba su inconveniente. Pronto descubrió cuál era el lado malo de la actividad geotérmica de Luna María. Apenas habían salido del puerto espacial cuando sintió el temblor del suelo. Balit rió. Forta sonrió con aire tolerante y Frit explicó:
—Sólo un terremoto, Viktor. Aquí son frecuentes.
—Pero estamos acostumbrados —añadió Forta—. De verdad, no corremos peligro.
Cuando Viktor vio que sus anfitriones vivían en una delgada torre de treinta pisos, tragó saliva. Cogieron un ascensor de paredes acristaladas que se deslizó rápidamente por el exterior de la torre, permitiéndole ver a qué altura se elevaban. En el ascensor tragó saliva de nuevo y se alegró cuando llegaron al piso y Forta le abrió la puerta.
Una vez en el apartamento, todo parecía más estable. Tenían una planta entera para ellos. Todas las habitaciones, excepto las instalaciones sanitarias, daban al exterior. Tenían paredes curvas y ventanales que dominaban los parques de fuera, y el rojo Nergal colgaba enorme en medio del cielo. Le indicaron cuál sería su habitación y Viktor acompañó a Forta y Balit mientras sacaban comida de la nevera y ponían la mesa, hasta que otra conmoción en todo el edificio lo impulsó a manotear el respaldo de una silla.
—Te acostumbrarás, Viktor —aseguró Balit, tratando de disimular sus risas—. Aquí estamos a salvo.
—Todos nuestros edificios están diseñados para esta situación —añadió Forta.
Viktor tardó un tiempo en creerlo, pero así era. Sabía, desde luego, que el problema de los terremotos se había resuelto en la Tierra misma, en el Japón pre-Toyota del siglo XIX e incluso antes. Como los terremotos podían tumbar edificios, no se fabricaban edificios que pudieran aplastar a la gente. Los japoneses de esa época temprana encontraron una solución satisfactoria para sus tiempos: construir con material frágil y dejar de fumar en la cama.
Pero esas lecciones ya no fueron aplicables en el siglo XX. El hombre tecnológico tenía pertenencias. Un hogar era un sitio para almacenar esas pertenencias, además de un lugar donde comer y dormir. El Japón preindustrial había afrontado el problema limitando la cantidad de pertenencias y reduciéndolas a objetos ligeros y resistentes. Sus nietos, sin embargo, vivían en el Japón de Toyota, Sony y Nissan, y querían más. Querían poseer gran cantidad de bienes tangibles, aunque fueran grandes y pesados. Deseaban casas que pudieran albergar sus secadoras, estéreos, jacuzzis, camas con somier, hornos de radar, procesadores de alimentos y grabadoras de vídeo. Querían servicios con tazas de váter. Querían garajes y hornos electrónicos.
Esas nuevas necesidades dificultaron el trabajo de los arquitectos. ¿Tuberías? Sí, pero las entradas de agua y los desagües significaban redes subterráneas de conductos que incluso un pequeño seísmo podía destruir. Querían edificios de apartamentos, lo cual significaba ascensores y elementos estructurales pesados que podían derrumbarse sobre los habitantes a menos que se construyeran con gran destreza y atención a la armonía de las frecuencias naturales de las ondas sísmicas. El papel y el bambú se descartaron. Se empleó acero elástico y flexible, cemento pretensado, muros de contención.
Cuando las gentes de Luna María iniciaron sus construcciones, esas viejas lecciones se aprendieron de nuevo.
Sin duda, la ligera gravedad de María había ayudado a esos recientes arquitectos. Las columnas de soporte no requerían tanta masa. La alta tecnología los ayudó aún más. Los chips reemplazaron las marañas de cables. Las paredes transformables funcionaban como ventanas o termostatos. El reciclaje del agua ahorraba muchas tuberías, y las imprescindibles eran flexibles y resistentes. Cuando, durante su primera noche en Luna María, Viktor despertó y advirtió que el edificio se bamboleaba, fue el único que saltó de la cama. Todos los demás residentes continuaron durmiendo, incluso el pequeño Balit, y por la mañana todos se rieron de sus temores.
Pero rieron con suma cortesía. Siempre se mostraban amables. También eran serviciales. Se desvivían por ayudar, aunque, para consternación de Viktor, tenían poca ayuda que ofrecer.
Estas personas, a quienes Nrina había presentado como las más sabias, ni siquiera dominaban el vocabulario de la astrofísica.
—Espectroscopia —dijo Frit, articulando la palabra—. Es-pec-tros-co-pia. Bonita palabra, Viktor. Debo usarla en un poema. ¿Y significa algo en cuanto a saber cómo es una estrella?
—Significa medir las bandas de luz y oscuridad en el espectro de una estrella, así puedes identificar todos los elementos e iones presentes —declaró Viktor con desánimo, mirando al hombre que presuntamente debía saber todas esas cosas.
—¡Iones! ¡Espectros! —exclamó Frit con deleite—. Vaya, Viktor. ¡Conoces maravillosas palabras que puedo usar! ¿Forta? Ven aquí, por favor. ¡Buscaremos «espectroscopia» en nuestros archivos para nuestro querido Viktor!
Pero no encontraron nada.
No podían hallarlo o, al menos, no de manera fácil. Frit y Forta lograron que sus pupitres de recuperación de datos presentaran cientos de referencias a diversos términos astronómicos, pero «espectroscopia» no figuraba entre ellos, ni siquiera las designaciones generales como «cosmología» o «astrofísica». Había largas listas bajo algunas palabras prometedoras como «nova», «supernova» y «agujero negro», e incluso «diagrama Hertzsprung-Rusell». Pero cuando las rastreaban, todas las referencias remitían a obras dramáticas, pinturas, composiciones musicales, poemas (algunos del propio Frit) y danzas (a menudo obra de Forta).
—Sólo está programado para los temas que nos interesan —se disculpó Forta.
Viktor no podía creer en su fracaso, pero él era la única persona defraudada. Frit y Forta estaban cautivados.
—¡Gran Transportador! —exclamó Forta con deleite—. ¡No sabía que teníamos este material aquí! Quizá sea de los archivos escolares de Balit. ¡Mira, Frit! ¿No te parece bellísimo? —Estaba mirando una pintura de quinientos años que reproducía el diagrama Hertzsprung-Russell—. ¡No entiendo por qué la gente permitió que esto se olvidara! ¿Qué opinas, Frit? ¡Mira los colores de esas estrellas! ¡Para una nueva danza! ¿No crees que quedarían espléndidos en mi traje?
Frit palmeó con afecto el hombro de su pareja, pero estaba observando el diagrama del pupitre.
—No entiendo qué significa —admitió.
—Muestra el declive de la relación masa-luminosidad —explicó Viktor—. Puedes ver el desarrollo de las estrellas, y el color depende de la temperatura de la fotoesfera, desde el rojo y el amarillo hasta el blanco y el azul.
—¡Exacto! —exclamó Forta sin escuchar—. Bailaré el envejecimiento de una estrella. Empezaré grande… —Imitó «grande» con gestos, alzando el hombro, hinchando los carrillos, arqueando los brazos—. Y luego la iluminación será azul, luego verdosa, luego amarilla y más reducida, durante largo tiempo, ¿verdad, Viktor? Luego grande de nuevo. ¡Y roja!
—Estarás adorable —declaró Frit con orgullo. Le sonrió al hijo, quien guardaba un respetuoso silencio mientras los mayores hablaban—. ¿No crees que Forta podría coreografiar una magnífica danza estelar?
—Siempre lo hace —respondió Balit lealmente, pero sin dejar de mirar a Viktor.
Forta suspiró.
—Pero me temo que no damos a nuestro amigo Viktor lo que él busca. No hay mucho acerca de eso en estos archivos.
Viktor prestó atención.
—¿Hay otros?
—Desde luego, siempre están los viejos bancos de datos de Nuevo Hogar del Hombre —replicó Frit sorprendido—. Sólo que no son muy cómodos. Son antiguos, y no están aquí.
—¿Puedo tener acceso a ellos? —preguntó Viktor.
Frit lo miró con la expresión de un anfitrión cuyo huésped solicita un dormitorio más grande, o una rara marca de té.
—No sé cómo podrías hacerlo —dijo—. ¿Y tú, Forta?
—Supongo que es posible, Viktor —apuntó Forta, dudoso—. Pero son muy viejos. Son de la época en que todos vivían en Nuevo Hogar del Hombre. Cuando construimos los hábitats, hace miles de años, todo era flamante y los sistemas de recuperación de datos se rediseñaron. Los que usamos ahora no son compatibles con los de Nuevo Hogar del Hombre, y además no hay nadie allá.
—¿En Nuevo Hogar del Hombre? —repitió Viktor.
Forta asintió.
—Es un lugar espantoso para vivir, pues todo pesa demasiado. A la gente no le gusta ir allá, salvo a los raros como Pelly —añadió con voz risueña—. Así que es probable que los viejos registros no existan.
Balit, mirando al huésped con preocupación, se zafó de la afectuosa mano del padre.
—Pero tenemos las pinturas, Viktor —gorjeó el niño.
Viktor miró inquisitivamente a los padres del niño.
—Sí, por supuesto —admitió Forta con orgullo—. Hay maravillosas pinturas de la explosión estelar, por ejemplo. Aún resplandecía en el cielo hace seiscientos u ochocientos años. Luego empezó a disiparse gradualmente, y luego regresó el sol.
—Debió de ser una época maravillosa —comentó Frit nostálgicamente—. Aunque nosotros no habíamos nacido.
Forta reflexionó.
—No sé si yo diría «maravillosa». Sé que la gente hablaba mucho sobre ello cuando lo vio. Y estaba el arte. Recuerdo que mi madre me llevó a ver a… ¿Quién era el actor? Creo que Danglord… Sí, en efecto. Era una danza sobre el retorno del sol, pero yo era sólo un niño, ni siquiera habían celebrado mi fiesta de crecimiento, pero… —Le sonrió tímidamente a Viktor—. Sin duda fue importante para mí. Creo que la obra de Danglord me decidió a hacerme bailarín.
Como experto en el cuidado y la alimentación de organismos primitivos, Viktor debió enseñarles a descongelar un poco del sustituto de leche congelada que Nrina les había preparado, y a sostener el biberón para que la gatita bebiera.
—Pronto ingerirá comida sólida —prometió—. Entonces no os dará tantos problemas. Entretanto, ¿habéis pensado en la caja?
Tuvo que explicar para qué servía la caja, y ayudarlos a improvisar una con una bandeja de la sala de cocina. La llenó con tierra del jardín y les enseñó cómo poner allí a la gata mientras la acariciaba y alentaba hasta que al fin el animalito hizo sus necesidades.
Al menos soy útil para algo, pensó Viktor.
Después de la última copa de vino, Frit lo escoltó hasta la sala de huéspedes.
—En realidad no es una sala de huéspedes —explico Frit, mostrándole dónde estaban las instalaciones sanitarias y los cajones para guardar la ropa—. Será el cuarto de Balit, ahora que él está liberado, pero desde luego le alegra que lo uses durante tu estancia.
—No me gusta echarlo —dijo Viktor cortésmente.
—¡No estás echando a nadie! No, te queremos aquí, querido Viktor. En realidad fue idea de Balit. Él se alojará en su antigua habitación, donde está muy cómodo. Pero, como verás, esta habitación es para adultos. Tendrás tu propio pupitre para que lo uses cuando quieras. Creo que estarás muy cómodo —concluyó, mirando en torno como cualquier anfitrión. Luego sonrió algo confuso—. Bien, no veo por qué guardar el secreto. Vamos a redecorar la vieja habitación de Balit. Hemos pedido otro bebé a Nrina. Será una niña, a quien llamaremos Ginga, pero aún le falta tiempo para nacer, así que Balit se encontrará bien en esa habitación.
Sólo cuando Frit se hubo marchado y Viktor se hubo desnudado para acostarse en la cama tibia y mullida, pensó que debía haberle felicitado.
El suelo tembló de nuevo esa noche. Viktor despertó sobresaltado y encontró a sus pies algo tibio y blando que protestó con un maullido cuando él se movió.
Viktor se levantó sonriendo y acarició a la gata hasta dormirla. A solas en el dormitorio, Viktor admitió que se sentía algo incómodo. Sabía por qué.
No estaba a sus anchas viviendo con una pareja de homosexuales.
Viktor estaba seguro de no tener prejuicios contra los homosexuales. Había conocido a muchos, en una u otra ocasión. Había trabajado con ellos, se había embarcado con ellos. No los consideraba diferentes de los demás, excepto en un detalle particular. Sin embargo, ese algo no incumbía a nadie más que a ellos, y por cierto no importaba mientras uno no se involucrara con ellos.
El problema consistía en que vivir con ellos se parecía mucho a involucrarse.
Para su tranquilidad, Viktor se recordó que esa casa no era muy distinta de otras. Forta y Frit tenían su propia habitación. Balit dormía en la suya, Viktor tenía el dormitorio que luego ocuparía Balit.
En fin, no había nada extravagante. Si a veces Forta besaba la nuca de Frit cuando pasaba detrás de su silla, y si Frit rodeaba la cintura de Forta con el brazo cuando estaban juntos, bien, ambos se amaban, ¿verdad?
Lo importante era que ninguno de los dos daba indicios de querer a Viktor. Por lo menos, no en ese sentido.
El niño, Balit, casi lo hacía. Desde luego, actuaba como si lo amara, aunque no había en ello nada sexual. Balit se sentaba al lado de Viktor durante las comidas y le hacía compañía mientras Balit reparaba en los platos y bebidas que Viktor prefería y se cercioraba de que las sirvieran en la próxima comida. Siempre parecía observar a Viktor cuando no estaba durmiendo ni en la escuela.
—Es una especie de culto al héroe —explicó Forta. El bailarín estaba trabajando en la barra, estirando aún más esas largas y esbeltas piernas, vigilando a la gatita que acababa de despertar. Viktor advirtió con sorpresa que Forta se estaba moviendo como un felino—. Creo que esto funcionará —comentó Forta con placer, desistiendo cuando la gata se enrolló para dormitar de nuevo—. ¿Qué decíamos? Oh, sí. No dejes que Balit te moleste. Pero lo cierto es que fuiste tú quien lo cautivó en su ceremonia de liberación. Eso es muy importante para un joven.
—No me molesta —protestó Viktor—. Me gusta su compañía.
—Bien, es evidente que tú le gustas —suspiró Forta—. No sólo por lo que hiciste, sino también como persona. En realidad… —Forta titubeó, sonrió—. En realidad, Balit me preguntó si podía pedirte que fueras a su escuela. Si no te importa. Le gustaría lucirte ante los demás. Sé que no será gran diversión para ti pasar un par de horas con muchachos que te harán toda clase de preguntas, pero no puedes culparlos, Viktor. A fin de cuentas, naciste en Vieja Tierra. Es improbable que vuelvan a ver a alguien como tú.
—Iré con placer —aseguró Viktor.
La escuela estaba a cien metros de la casa de Balit, en medio de un bosquecillo de árboles de hojas anchas, cargados de frutos y capullos. (En Luna María no había estaciones. Las plantas crecían y florecían cuando les venía en gana, no cuando cambiaba el tiempo. El clima nunca cambiaba.) El rojo Nergal colgaba en el cielo oriental, siempre al acecho. A esa distancia no parecía mayor que la Luna terrícola, pero Viktor podía sentir su calor, Al oeste había una estrella brillante.
—Antes había miles y miles de estrellas —comentó Viktor al niño, quien asintió con solemnidad.
—Las cosas debían ser mucho más agradables entonces —suspiró—. Allí, Viktor. Ésa es la puerta de mi clase.
No era una puerta muy imponente. Los edificios de Luna María no tenían paredes consistentes, pues no las necesitaban como protección contra el frío ni el calor. Era de madera liviana y hueca, como en los trópicos de Vieja Tierra, y se abrió en cuanto Balit la tocó.
Tampoco la clase resultó muy impresionante (ocho alumnos, la mayoría niñas) y no parecía ser exactamente un aula. Parecía la sala de estar de un motel, una cámara con hamacas y divanes esparcidos ante un grupo de pupitres educativos para niños; pero cuando entraron el cuarto se oscureció.
—Tendremos que esperar un momento —se disculpó Balit—. Están iniciado una proyección. No sé qué es… —Y luego, en medio de los niños, una escena tridimensional de tamaño natural cobró vida a todo color—. ¡Oh, mira, Viktor! ¡Es en homenaje a ti! ¡Están mostrando Vieja Tierra!
Si realmente era la Tierra, Viktor no la reconocía. Parecía encontrarse en un refugio para transeúntes en medio de una calle muy poblada. Miles de personas pedaleaban bicicletas en un denso enjambre que se dividía en dos justo antes de llegar a él, y volvían a unirse al otro lado. Llevaban uniformes —camisas blancas, pantalones azules y oscuros— y casi todos eran varones. Y orientales. No había sonido, pero en un costado se alzaba un enorme edificio de mármol en medio de un parque, y en el otro algo similar a un hotel y edificios de oficinas.
—No sé dónde está esto —se disculpó Viktor.
Balit lo miró confuso.
—Pero dijeron que era la Tierra —se quejó—. Espera un minuto. —Se agachó para hablar con la niña que tenía más cerca—. Sí, es la tierra. Es un lugar llamado Pekín, hacia el año 1960, según las fechas antiguas.
—Nunca estuve en Pekín —alegó Viktor—. De todos modos… —Prefirió callar. ¿Qué sentido tenía decir a esos niños que no estaban a un par de kilómetros, sino a varios siglos de eso? Optó por decirles—: Es muy bonito, sin embargo. ¿Podríamos apagarlo?
Luego Viktor tuvo la palabra. El maestro sonrió en silencio, dejando que los niños formularan las preguntas. Acerca de Vieja Tierra. (¿La gente andaba o iban a caballo? Si hacían el amor, ¿de verdad tenían niños salidos del cuerpo? ¿Y qué era una tormenta, por amor de Dios?)
Acerca de los objetos Sorricaine-Mtiga (¡Oh, debían ser maravillosos!) y acerca de su aventura en la órbita de Nebo (¿Algo trató de matarte, de arrebatarte la vida?) y acerca de Nuevo Hogar del Hombre, y del Big Bang, y de las razones por las cuales ya no había estrellas en el cielo.
Fue aquí donde Viktor comenzó a hablar con verdadera elocuencia, hasta que Balit, en nombre de todos los demás, dijo gravemente:
—Sí, entendemos, Viktor. Las estrellas que estallaron, el sol que palideció, los cambios en Nebo, la desaparición de todas las demás estrellas. Entendemos que todo eso ocurrió al mismo tiempo, o casi, y que debe estar relacionado. Pero ¿cómo?
—Ojalá lo supiera. —Fue todo lo que Viktor pudo responder.
Esa noche Balit contó alborotadamente a sus padres el éxito que había tenido Viktor entre sus compañeros de clase.
—Esas cosas de Nebo casi mataron a Viktor —exclamó el niño, emocionado—. Frit, ¿puedo ir a Nebo alguna vez?
—¿Para que te maten? —bromeó Frit.
Forta se estaba estirando y curvando en la barra, pero jadeó:
—Nadie irá a Nebo, querido Balit. ¡Es peor que Nuevo Hogar del Hombre! Allí ni siquiera podrías mantenerte en pie.
—Pelly puede —objetó el niño—. Le dan inyecciones y se vuelve casi tan fuerte como Viktor.
Frit lo miró alarmado.
—¡Por favor, Balit! Esas inyecciones te estropean la silueta. ¿Quieres que esas bonitas piernas se te hinchen hasta parecer globos? Sin ánimo de ofender —se apresuró a añadir, captando la mirada de Viktor—. Pero, Balit, así nunca podrías bailar.
—Quizá no me interese ser bailarín —replicó su hijo.
Forta se irguió repentinamente en medio de una largo estiramiento. Parpadeó con aire preocupado.
—Bien, claro —señaló—, lo que hagas en tu vida adulta es cosa tuya. Ni Frit ni yo pensaríamos en ponerte obstáculos, cuando seas mayor.
—Pero ya soy mayor —replicó seriamente Balit—. Ya es casi el tiempo de que me retiren la marca de la frente. Entonces, si quisiera, incluso podría casarme.
Frit carraspeó.
—Sí, desde luego —dijo, atusándose el bigote—. Sin embargo…
Hizo una pausa, dirigiendo a su huésped una mirada que Viktor comprendió de inmediato. Un huésped no debía involucrarse en asuntos familiares.
—Creo que regresaré a mi pupitre —señaló.
Pero lo que buscaba no estaba allí. Viktor empezaba a pensar que nada de lo que pudiera encontrar calmaría jamás ese cosquilleo de curiosidad. Cuanto más averiguaba, más comprendía que no había mucho que averiguar respecto a los temas que le interesaban.
Existían muchos archivos sobre la historia de la raza humana después de que los reformistas lo encerraran en el congelador. La destrucción del Arca había provocado una guerra, pues una secta culpaba a la otra. De todos modos, por lo que Viktor veía, libraban una guerra cada dos o tres años, con uno u otro pretexto. No era de extrañar que fuesen tan combativos. Viktor imaginaba la vida de esos pocos millares, en cuevas heladas, al borde del hambre, afectados por acontecimientos que nunca habían previsto y que no podían explicar. Para ellos no existía el futuro. Entre las muchas cosas que les faltaban, la esperanza era el bien más escaso.
Resultaba asombroso que hubieran logrado reunir los recursos y la voluntad para despachar un puñado de naves precarias e improvisadas a Nergal. Eso parecía heroico, casi sobrehumano; significaba largos años de brutal disciplina, de hambre y privación en pos de ese último y supremo esfuerzo. Viktor se maravillaba de los progresos que habían logrado desde entonces. ¡Ahora eran millones, viviendo como sibaritas! Sin embargo, no le maravillaba el número. El incremento no era sorprendente, pues habían dispuesto de varios miles de años para ello. Sólo había que duplicar una población diez veces para multiplicarla por mil. Diez generaciones lo lograban fácilmente, si había alimentos en abundancia y no existían tigres dientes de sable para conspirar contra el crecimiento.
Tampoco le sorprendía que en el curso de ese ingente esfuerzo hubieran arrojado por la borda la chatarra que no necesitaban. Esa chatarra incluía la astronomía, la astrofísica y la cosmología.
Y sus descendientes, los suaves y gráciles Nrinas y Fortas y Frits, no tenían razones para revivirla.
Excepto el pequeño Balit. Balit no se cansaba de oír hablar a Viktor del universo (cómo había sido en los viejos tiempos, cuando de verdad existía todo un universo al margen de ese pequeño grupo), de Vieja Tierra, de Nuevo Hogar del Hombre en los días de su próspera gloria. Fue Balit quien llevó a Viktor la noticia de que Pelly había aterrizado en Nuevo Hogar del Hombre.
—Quizá pueda ayudarte con el acceso a los viejos archivos, Viktor —ofreció Balit, mirando de soslayo a los padres, quienes por alguna razón optaron por un cortés silencio.
—¿De verdad podría hacerlo?
—Si quieres le llamaremos para preguntárselo —sugirió Balit, sin mirar más a los padres—. Sé que ansias obtener esos datos.
Forta carraspeó.
—Sí, todos lo sabemos —observó.
—Pero para mí también sería interesante —protestó Balit—. Me gusta que Viktor hable de estas cosas.
—Es hora de ir a la cama, Balit —indicó Forta, afectuoso pero firme.
—Entonces Viktor podría contarme una historia —suplicó Balit.
Viktor aceptó. Siguió al niño al cuarto de baño y lo acompañó cuando el aseado Balit se acomodó en el mullido lecho con aire expectante.
Viktor se conmovió ante esa situación, tan familiar y tan distinta. Le evocaba las noches en que contaba historias a sus propios hijos en Nuevo Hogar del Hombre, y las noches en que su padre le relataba historias a bordo de la nave. Acarició el pelo ensortijado de Balit.
—¿Quieres que te hable del principio del universo? —preguntó.
—¡Sí, Viktor! ¡Por favor!
Viktor comenzó:
—Érase una vez la nada. No había nada en ninguna parte, excepto un pequeño punto de materia, energía y espacio. No había estrellas. No había galaxias. Ni siquiera había espacio, en rigor, porque el espacio no se había inventado.
—¿Cómo era ese punto, Viktor? —preguntó el niño.
—No lo sé. Nadie lo sabe, Balit. Era apenas un huevo que contenía en sí mismo la posibilidad de todo lo que ahora existe, o alguna vez existió, o alguna vez existirá. Luego ese huevo eclosionó. Estalló. ¿Sabes cómo se llama ese estallido, Balit?
El niño hurgó en su memoria.
—¿Es lo que llaman Big Bang?
—Correcto. Big Bang. Comenzó como algo muy caliente y denso, pero mientras se expandía, se fue enfriando. No creció en el espacio, sino que creó el espacio a medida que aumentaba, y se llenó de cosas… y finalmente surgimos nosotros.
Balit parpadeó asombrado.
—¿Fuimos los únicos que surgimos, Viktor? —preguntó.
—No lo sé, Balit. No he oído hablar de otros. Pudo haber ocurrido. Pudieron haber existido millones de especies de personas. Pudieron haber evolucionado, desarrollándose y extinguiéndose, tal como los seres humanos… excepto nosotros.
—Debió de ser bellísimo, cuando existían todas esas estrellas y galaxias.
—Lo era. Pero las estrellas mueren, también. Todas las cosas mueren, incluso el universo, incluso… —El sorprendido Viktor notó que se le cerraba la garganta. Tuvo que desviar el rostro un instante.
—¿Qué pasa, Viktor? —dijo Balit, repentinamente alarmado.
—Nada, Balit. Creo que será mejor que te duermas.
—No —insistió el niño—. Me has parecido muy triste. ¿Algo malo? ¿Fue por…? —Titubeó, luego dijo apresuradamente—. ¿Fue por esa amante de quien me hablaste?
—Mi esposa —corrigió Viktor.
Balit asintió.
—Sé cómo se sentirían Frit o Forta si uno perdiera al otro —le dijo a Viktor. Lo miró un instante y añadió—: Viktor, ¿no dijo Nrina que ella podía transformarte en su pareja? ¿No crees que deberías dejarla?
Viktor lo miró airadamente, se relajó, aspiró profundamente y acarició el cabello del chico.
—Eres oficialmente adulto —observó—, pero creo que te falta mucho por aprender. Las cosas no funcionan así, Balit.
—Entonces, ¿cómo funcionan, Viktor? —insistió Balit.
Viktor meneó la cabeza.
—Creo que para mí nunca funcionarán de nuevo —sentenció.
El mecanismo para llamar a alguien a Nuevo Hogar del Hombre no era complicado, sobre todo después de que Balit indicara a Viktor cómo usar el pupitre para esa finalidad. Pero efectuar la llamada resultaba más engorroso.
Una vez más, se trataba de ese inquebrantable límite de la velocidad de la luz. (La especie humana nunca había logrado usar taquiones ni el efecto Einstein-Rosen-Podolsky para ningún propósito práctico. Con ese diminuto cúmulo de objetos astronómicos de que disponía, tampoco lo había necesitado.) En su actual posición orbital, Luna María estaba a ochocientos millones de kilómetros de Nuevo Hogar del Hombre, casi tres cuartos de hora en cada dirección para que llegara el mensaje. No se podía conversar. Era como despachar un telegrama y esperar la respuesta, aunque ese «telegrama» era un mensaje por televisión.
Viktor, con ayuda de Balit, envió una llamada a Pelly, que estaba a millones de kilómetros de distancia.
—Hola, Pelly —saludó, como si leyera un libreto—. Soy Viktor. Esperaba… —Se interrumpió, miró a Balit en busca de ayuda.
—Dile lo que quieres —urgió el niño.
—¿Todo lo que quiero?
—Sí, exacto, todo —ordenó el niño con exasperación—. ¿Cómo lo va a saber si no se lo dices? Dile que quisieras tener todos los viejos registros… Nebo, observaciones astronómicas, todo lo que desees.
Así, cobrando impulso a medida que hablaba, Viktor lo pidió todo. Era una lista descomunal. Cuando hubo terminado, Balit se inclinó para apagar el pupitre. Viktor lo miró inquisitivamente.
—¿Qué hacemos ahora?
—Ahora no hacemos nada —respondió Balit—. Pasarán horas hasta que Pelly pueda responder; tal vez esté ocupado haciendo otra cosa, tal vez lo que pediste lleve tiempo.
—Supongo que sí —admitió el consternado Viktor.
—On, Viktor —rió Balit, afectuosamente—, son sólo horas, no una eternidad. Ven a pasear conmigo. Quizá cuando volvamos haya una respuesta.
Efectuaron ese vertiginoso descenso en ascensor hasta el parque que rodeaba el edificio.
—¿De verdad irías a Nebo si pudieras? —preguntó Balit con curiosidad.
—Sin pensarlo dos veces —respondió Viktor.
—¿Aunque fuera peligroso?
Viktor reflexionó.
—No estoy seguro de que sea peligroso ahora —arguyó—. Dejaron descender a esa expedición…
—¡Pero algunos de ellos murieron!
—Sí, porque trataron de forzar la entrada —convino Viktor—. Tal vez eso no sea necesario. Hay otros sistemas para investigar lo que hay en esas estructuras. No con rayos X, quizá, pero con ultrasonido, o una fuente de neutrinos que pueda mirar a través…
—Nadie tiene neutrinos, Viktor —le recordó Balit.
—Vale —rió Viktor—. Entonces tal vez necesitemos un gran abrelatas. Y algún voluntario imbécil para manipularlo, alguien como yo.
Balit se estremeció de deleite ante la idea.
—Viktor —preguntó luego—, ¿qué es un abrelatas?
No había ninguna respuesta a la llamada de Viktor cuando regresaron, ni al día siguiente, ni al siguiente.
A finales de la tercera semana en Luna María, Viktor empezaba a preguntarse cuánto tiempo podía quedarse un huésped. Cuando mencionaba el tema, sus anfitriones se mostraban invariablemente hospitalarios, e invariablemente inescrutables.
—Oh, pero a Balit le encanta tenerte aquí, Viktor, y Forta se muere porque le muestres algunas de esas extravagantes danzas antiguas.
—Y es beneficioso para la curación de tu pierna —intervino Forta.
—Pero Nrina… —objetó Viktor.
—Oh, Nrina —interrumpió Frit afablemente—. Se pondrá en contacto contigo, Viktor, ya lo verás. De paso, deseaba preguntarte una cosa. ¿Crees que esos colores de Nebo, los que nos mostraste el otro día, quedarían bien en un traje para Forta?
A continuación Viktor tuvo que pasar algunas horas en el estudio de Forta, mostrándole el vals y el Peabody. Forta los incluiría en una danza sobre el épico tema del desastroso aterrizaje en Nebo.
Viktor no sólo estaba incómodo por su afán de ser un buen huésped, alguien capaz de marcharse antes de que sus anfitriones empezaran a preguntarse si se quedaría para siempre. Luna María era un sitio magnífico. Estaba lleno de gente, toda clase de gente, y Viktor no podía dejar de advertir que algunas personas que veía en los parques y calles eran mujeres. Tan evidentemente mujeres, para todos sus sentidos, que a veces creía que dejaban una aroma sexual en los arbustos. Le creaba una inquietud que casi había olvidado.
Por decirlo sin rodeos, sentía muchas ganas de follar.
La respuesta de Pelly llegó al fin, y no fue una gran ayuda. La ancha cara de calabaza parecía un poco molesta.
—Preguntaré acerca de lo que deseas saber, Viktor, pero ya no sé mucho de esas cosas. Markety quizá sepa algo, él pasa mucho tiempo exhumando material, al igual que su esposa Grimler. Por desgracia no están aquí ahora, y yo me iré pronto. Escucha, de paso, si ves a Nrina pregúntale cuándo vendrá con mis grilos. Aquí necesitan algunos más. Ah, y saluda a Balit de mi parte.
Eso era todo. Viktor miró a Balit con impotencia.
—¿Quiénes son Markety y Grimler?
—Supongo que son personas que viven en Nuevo Hogar del Hombre…, personas verdaderas. Bien, ya sabes a qué me refiero, Viktor —concluyó en tono de disculpa. Reflexionó un momento y añadió—: Creo que Markety estudió con Forta durante un tiempo, cuando yo era pequeño.
—¿Quieres decir que es bailarín? ¿Qué hace un bailarín en Nuevo Hogar del Hombre?
Balit sonrió.
—Bailar, supongo. ¿No crees que deberías enviar ese mensaje a Nrina?
—Bien —vaciló Viktor—, sí, quizá…
Y al fin lo hizo, a pesar de sus reservas. Siempre había pensado que sería Nrina quien llamara. Pero cuando vio aquel rostro delgado de ojos grandes observándolo desde el panel del escritorio, sintió una inesperada felicidad. Con timidez, pues el niño estaba junto a él, Viktor saludó:
—¿Cómo estás, Nrina? Te he echado de menos.
Fue desalentador que ella no respondiera de inmediato. Lo miró en silencio varios segundos, pero cuando Viktor empezaba a sentirse inseguro, Nrina habló.
—Me alegro de oírlo —dijo sonriendo. (¡Desde luego! De nuevo la distancia. Esta vez sólo unos segundos, pues el hábitat de Nrina quedaba sólo a un millón de kilómetros de Luna María, pero eso significaba unos cinco segundos de viaje en cada dirección. Lo suficiente para resultar desconcertante.)
Viktor pensó que incluso parecía afectuosa. Le transmitió el mensaje de Pelly, y Nrina reflexionó un instante.
—Los grilos son jóvenes —comentó dubitativamente—. No pensaba enviarlos hasta dentro de un par de temporadas. Aun así, quizá sea mejor que terminen de crecer en el sitio donde van a vivir. Son grilos especiales: casi tan fuertes como los gorilas originales de que hablas, pero mucho más tratables. Como tú —concluyó con una sonrisa cariñosa—. Oh, y no estoy demasiado conforme con el ADN de los tiesos que tengo. Si hablas con Pelly, pídele que me traiga algunos más… No —se corrigió—, será mejor que yo lo llame. Bien, ha sido agradable hablar contigo. Balit, ¿estás ahí? ¿Cómo andan tus estudios genéticos?
—Bien, tía Nrina —gorjeó el niño—. Desde luego, no he tenido mucho tiempo, pues he estado ayudando a Viktor.
—Te creo —masculló ella—. Hace perder mucho tiempo, ¿eh? Pero vale la pena. —Sopló un beso para ambos y desapareció, sin haber dicho una palabra acerca del regreso de Viktor.
Tampoco mencionó su regreso en los días siguientes. Por otra parte, Pelly no llamó. Ante la protesta de Viktor, Balit explicó:
—Tal vez ya está regresando a casa, Viktor. Pero no me cabe duda de que él pasó tu mensaje a esas otras personas.
—¿Y por qué no responden? —preguntó Viktor. El niño se encogió de hombros y Viktor perdió los estribos—. ¡Podría entenderlo si todo se hubiera perdido! Es increíble que no se haya perdido, pero me dices que han tenido energía todo el tiempo, que los generadores geotérmicos continúan funcionando, así que los datos están allí, sólo que nadie se molesta en mirarlos.
—No te exaltes, Viktor —suplicó Balit.
—No puedo evitarlo. ¿A nadie le importa?
—A mí me importa, Viktor. Pero debes tomarlo con calma. —Balit titubeó, luego dijo con determinación—: ¿Sabes qué creo, Viktor? Me parece que estás acumulando tensiones.
Viktor le dirigió una mirada hostil.
—¿De qué tensiones hablas?
Balit pareció lamentar haber mencionado el tema, pero decidió seguir hasta el final.
—¿Por qué no tienes una pareja sexual, Viktor? —preguntó.
Viktor se sonrojó. Estaba asombrado.
—Yo… —barbotó—. Yo… —Le costaba responder. Hablar de su vida sexual con un niño resultaba realmente inesperado. Alcanzó a responder—: Bien, si lo hiciera, no sería seguro para la mujer…
—Porque eres fértil, desde luego —convino Balit—. Pero eso se puede arreglar, como en mi caso. Dentro de pocos días el resto de mi esperma residual será reabsorbido y me quitarán la marca, y entonces podré volver a tener relaciones sexuales libres. Lo mismo podrías hacer tú.
—Espera un momento —se exasperó Viktor—. ¿Volver a tener, has dicho?
Balit lo miró asombrado. Luego aclaró, como quitándose importancia.
—Desde luego, antes de mi madurez fue sólo con chicas pequeñas. Para prácticas, como decimos… pero lo pasé muy bien. Pronto será con mujeres verdaderas. Lo mismo puede pasar contigo, Viktor, si lo deseas. No es doloroso. Bueno, sólo un poco, al principio. Y no es necesario que tengas una esposa. No tienes por qué aceptar un acoplamiento permanente al principio; casi nadie lo hace.
—Eso parece —gruñó Viktor, pensando en Nrina.
El niño volvió a mirarlo con asombro, pero sólo preguntó.
—¿Alguna vez lo hiciste, Viktor? ¿Tener un acoplamiento permanente?
—Claro que sí. Estuve casado mucho tiempo. Ella se llamaba Reesa, Theresa McGann, pero ahora está muerta.
Fascinado, Balit continuó:
—¿Y tú y esa Reesa-Theresa McGann tuvisteis hijos? Quiero decir, ¿bebés que nacían del cuerpo?
—Sí —respondió Viktor lacónicamente. Se sentía cada vez más incómodo. No pensaba a menudo en la gente de su familia, que era polvo hacía tiempo, y temió que recordarla ahora le causara dolor.
—¿Y la amabas? —preguntó Balit.
Viktor miró al niño.
—¡Sí! —gritó. Y de nuevo comprendió, demasiado tarde, que eso era totalmente cierto.
El tiempo transcurría despacio para Viktor. Pasaba muchas horas en su habitación, esperando un mensaje de Nuevo Hogar del Hombre que respondiera a sus preguntas, pero nunca llegaba.
Era inútil llamar de nuevo a Pelly, pues el capitán ahora viajaba de regreso a Nergal. Viktor no sabía si llamar a Markety o Grimler, pero al fin la impaciencia se impuso sobre los titubeos y los llamó a ambos.
Tampoco recibió ninguna respuesta. Balit le aconsejó paciencia. Balit se mostraba cariñoso con Viktor cuando éste estaba deprimido o irritable, pero la paciencia de Viktor se estaba agotando. Pasaba cada vez más tiempo ante el pupitre, buscando cualquier dato que pudiera tener alguna importancia astronómica.
Nada de lo que hallaba le servía.
Había datos en abundancia, desde luego, sobre el universo tal como estaba, pero nada sobre cómo había llegado a ser así. Durante un tiempo Viktor se interesó en el atlas del firmamento. No había mucho que ver: los planetas, tal como él los había conocido en sus primeros años en Nuevo Hogar del Hombre, los hábitats, Nergal.
Ese exiguo grupo de estrellas circundantes había sido objeto de estudio, en cierto modo, el tiempo suficiente para darles nombres, nada más. Había un grupo de cuatro estrellas denominado el «Cuadrángulo». Las habían bautizado Zafiro, Oro, Acero y Sangre, quizá por el aspecto que tenían. Después estaba Solitario, un nombre apropiado, pues quedaba apartado en su región del cielo. Estaba el par binario, ahora llamados Padre y Madre, con un período de ochocientos años. Estaba Vecino, la estrella más próxima, una insulsa K-8 a menos de tres años luz de distancia.
Luego estaba Leche. Viktor estudió el pálido fulgor de Leche con atención, porque era el cadáver de una de las estrellas que había estallado en los cielos de muchos milenios atrás. El pupitre pudo informarle poco, pues últimamente nadie se interesaba en averiguar por qué las estrellas tenían otro color, y nadie había reflexionado mucho sobre la evolución estelar. Pero Viktor tenía la certeza de que no estaban viendo la estrella misma, sino la capa de gases expansivos que había arrojado, ahora encendidos desde dentro.
Luego descubrió que alguien, en algún momento del pasado, se había tomado la molestia de examinar con mayor atención esas estrellas y había descubierto que Oro tenía seis planetas detectables.
¡Planetas! Y la amarilla Oro era una G-4, muy parecida al tipo estelar de este sol, y del Sol de Vieja Tierra.
¿Era posible que alguien habitara uno de los planetas de Oro?
Cuando pudo hablar de nuevo con Balit, Viktor hervía de entusiasmo.
—¡Todo encaja, Balit! —exclamó—. Hay un sistema planetario, no demasiado lejos. ¡Podría haber vida en uno de esos planetas!
—¿Te refieres a gente como nosotros? —preguntó Balit, asombrado.
—Lo ignoro, Balit. Tal vez no exactamente como nosotros, si quieres decir con dos brazos, dos piernas, dos ojos… No tengo ni idea del aspecto que pueden adoptar. Pero sí como nosotros en el sentido de poseer inteligencia. ¡Y tecnología! ¿Por qué no? Tal vez ellos hayan avanzado más en ciencia y tecnología que la especie humana. ¡No tendrían que haber ido muy lejos para estar más adelantados!
—¿Con naves espaciales?
—¡Exacto! Con naves estelares. Supongamos que estos alienígenas de Oro, por sus propias razones, que en principio nos resultarían incomprensibles… Bien, supongamos que decidieran cambiar unos muebles de lugar. Una docena de estrellas, por ejemplo. Supongamos que enviaran una tripulación a Nebo para construir máquinas que absorbieran energía de nuestro sol, y las usaran para impulsar estas estrellas a gran velocidad por el universo. ¿No lo ves, Balit? Eso lo explicaría todo.
—Y si estudiáramos esos objetos de Nebo sabríamos cómo fabricarlos, ¿verdad? ¿O al menos averiguaríamos por qué?
—Exacto —exclamó Viktor triunfalmente.
Pero esa sensación triunfal no duró, pues una conjetura no era más que eso, y no había manera de comprobar la hipótesis. Viktor pasaba cada vez más tiempo en su habitación, revisando infructuosamente los datos, aguardando una respuesta de Nuevo Hogar del Hombre. Contemplaba ese pálido punto de luz que era la estrella Oro cuando Frit llamó a la puerta. Traía la gata y esbozaba una expresión de disculpa.
—Balit se olvidó de alimentarla, y ahora está acostado —dijo Frit—. ¿Podrías ayudarnos?
—Claro —dijo Viktor de mala gana. La gata ya había crecido lo suficiente para ingerir comida normal—. Ya salgo. No tienes por qué llevarla a cuestas. Déjala en el suelo. Si tiene hambre nos seguirá.
Frit, cortésmente, dejó la gata en el suelo y encabezó la marcha. Para sorpresa de Viktor, Forta estaba en la cocina tomando un sorbo de vino con aire expectante. Viktor halló el pequeño recipiente con restos de comida, lo abrió y lo depositó en el suelo. La gata se acercó y olisqueó. Miró a Viktor, quien le sonrió.
—Sólo espera por cortesía —explicó—. Eso es lo que necesitaba. Como veis, ahora come.
Cuando él se volvía para irse, Forta dijo:
—¿Por qué no tomas una copa de vino con nosotros, Viktor?
Viktor comprendió que no era una invitación casual. Se sentó y dejó que Forta le llenara una copa.
—En realidad no me necesitabais para alimentar a la gata, ¿verdad?
Forta frunció el ceño.
—Pues no. Queríamos hablar contigo cuando Balit estuviera dormido.
En la cabeza de Viktor sonaron campanillas de alarma.
—¿Algo anda mal? —preguntó.
—Nada anda mal, Viktor —dijo Frit—. Sólo estamos un poco preocupados por Balit.
—Por el futuro de Balit —redondeó Forta.
Frit asintió.
—Teníamos la esperanza de que él deseara ser artista, tal vez un bailarín, como Forta.
—No tendría que ser exactamente bailarín, mientras se tratara de algo donde utilizara su aptitud creativa. Nrina cree que tiene gran talento como genetista —añadió Forta—. Esa actividad también es una especie de arte.
—Pero últimamente ha estado demasiado entusiasmado con las estrellas y esas cosas tuyas, Viktor —terminó Frit.
Viktor bebió un sorbo de vino, sintiendo la tensión entre sus obligaciones como huésped y esa ardiente necesidad de saber.
—Balit es un chico muy inteligente. Y está muy interesado en la ciencia, también —comentó—. Creo que podría ser un científico competente.
—Sí, sin duda podría —admitió Forta—. Pero ¿qué vida llevaría Balit si limitara su talento a la «ciencia»? Nadie es «científico». La gente creerá que es raro.
—En mis tiempos era una profesión muy honorable —espetó Viktor a la defensiva, aunque no del todo sinceramente, pues dependía de qué «tiempos» hablara. La helada Nuevo Hogar del Hombre, con sus cuatro sectas beligerantes, había rendido pocos honores a los científicos.
—En tus tiempos —repitió Forta. El tono no era exactamente desdeñoso, pero a lo sumo resultaba paternalista—. De cualquier modo, Viktor, la ciencia no es creativa, ¿verdad? No hay nada nuevo que él pueda hacer, tú mismo lo admites. Toda esta «ciencia» era bien conocida hace miles de años.
—Bien, no toda. Nadie comprendía bien qué ocurría con nuestras estrellas. Incluso las partes que se entendían entonces, los rudimentos de la astrofísica y la astronomía, nadie parece comprenderlos ahora. Es preciso redescubrirlas.
—Pero ¿no ves la diferencia? —preguntó Frit con vehemencia—. Redescubrimiento, Viktor querido, no es lo mismo que creación, ¿verdad? No puedes culparnos por desear algo más importante para nuestro muchacho.
—Oh, Frit —se desesperó Viktor—, ¿cómo podría hacértelo entender? ¿Qué es más importante que responder al interrogante de qué sucedió con todo el universo? ¡Quizá Balit logre descubrirlo! Él está interesado. Es inteligente, pero carece de la educación necesaria. Primero necesita algunos elementos de cosmología, desintegración nuclear…
—Ya nadie sabe esas cosas, Viktor. De verdad. Simplemente han dejado de interesarnos.
—Pero deben estar registradas en alguna parte —insistió Viktor, aferrándose a su última esperanza—. Sé que los bancos de datos del Arca y el Mayflower tenían todo ese material.
—Ya no existen, Viktor. Lo que quedaba de esas naves tuvo que utilizarse como material de construcción hace miles de años.
—Pero se copiaron en los archivos de Nuevo Hogar del Hombre.
Frit dirigió a Forta una mirada de complicidad.
—Sí, Nuevo Hogar del Hombre —dijo.
Forta suspiró. Por alguna razón, la mención de los archivos de Nuevo Hogar del Hombre lo incomodaba.
—Bien —suspiró—, veremos qué podemos hacer.
—Espero poder demostraros mi gratitud —dijo Viktor.
Forta lo miró de una forma extraña.
—Está bien —dijo con voz falsa—. ¿Conoces muchas historias como la que contaste a Balit sobre el Big Bang?
—Muchísimas —respondió Viktor, comprendiendo que los padres habían fisgoneado. Claro que las conocía. Recordaba bien todas las historias que le había contado su padre: la historia del ciclo de carbono, que alimentaba las estrellas; la historia de la muerte de estrellas masivas que terminaban en supernovas y el nacimiento de pulsares y agujeros negros; la historia del movimiento de Kepler y de Newton, y de las leyes más generales de Einstein, y de las reglas de la mecánica cuántica, que transcendían al mismo Einstein.
—Sí, desde luego —observó Forta, bostezando—. Son muy interesantes. Sé que a Balit le encanta oírlas…
—Pero no constantemente, por favor, Viktor —concluyó Frit—. Si no te importa.
Luego llegó la esperada transmisión de Nuevo Hogar del Hombre, y no fue lo que Viktor esperaba.
Ante todo, quien llamaba no era Pelly, quien ya debía de estar a medio camino de Nergal. En la pantalla apareció un hombre con un birrete blando encasquetado hasta las cejas; era originario de un hábitat, pero llevaba ropa.
—Viktor —empezó sin preámbulos—, soy Markety. Estaré aquí por poco tiempo, pero logré reunir algún material para ti. Preséntale mis respetos a Forta. Él es uno de mis héroes, como sin duda sabe. He aquí el material.
Viktor observó ansiosamente la pantalla del pupitre mientras aparecían nuevas imágenes. Las estudió confuso. Al cabo de meses sabía qué clase de material presentaba el pupitre; esto era totalmente diferente. Se trataba de una serie de fotografías. La primera tanda mostraba piezas de maquinaria, algunas manufacturadas en ese metal lustroso color lavanda, como el recuerdo que Balit guardaba con orgullo junto a la cama, y otras de materiales irreconocibles que quizá fueran acero, cristal o cerámica. Viktor comprendió que eran los restos que habían rescatado de la superficie del planeta Nebo, pero no había ninguna explicación para ninguno de ellos, ningún indicio de su utilidad, o de estudios realizados acerca de ellos.
La tanda siguiente resultó aún más desconcertante.
Se relacionaba con la astrofísica, sí, pero no eran datos tomados de un archivo de ordenador. Eran fotografías: páginas manuscritas, cuadernos de bitácora, libros. Parecían tomadas de los congeladores.
Todos eran fragmentarios: páginas aisladas, sin el comienzo o sin el final, y las páginas mismas estaban rotas, ajadas o manchadas. Algunas eran casi ilegibles, o tan antiguas que incluso las observaciones de su padre constaban allí.
Durante un tiempo, alguien había tenido el buen tino de llevar registros. (¿Billy Stockbridge, leal hasta el fin a Pal Sorricaine?) Había espectrogramas del sol que se enfriaba; de la creciente explosión estelar, de las doce estrellas que aún permanecían en el cielo, más pálidas que antes, pero no devoradas por el estallido.
Ninguno se parecía a los espectrogramas que Pal Sorricaine había obtenido con tanta tenacidad sobre las estrellas que estallaban y morían alrededor. Los objetos Sorricaine-Mtiga seguían siendo únicos.
Además, ninguno de los espectrogramas tenía sentido para Viktor. Los observadores muertos habían dejado sus propias especulaciones, pero ninguna resultaba convincente. Ninguno de ellos explicaba por qué habían desaparecido la mayoría de los astros del cielo. Además, los documentos eran tan antiguos que no aparecía ninguna alusión a la bola de fuego que había dominado el cielo durante tanto tiempo.
Cuando Balit regresó de la escuela, Viktor aún estaba examinando la transmisión. La proyectó una y otra vez para Balit, pero la repetición no sirvió para aclarar nada. Balit no quiso hacer sus deberes de la escuela esa noche. Él y Viktor comieron deprisa y regresaron al pupitre. Los objetos de Nebo eran lo que más fascinaba al niño.
—Pero ¿qué pueden ser? —preguntó por enésima vez, y Viktor, por enésima vez, sacudió la cabeza.
—El único modo de averiguarlo es investigarlos. Alguien los construyó… alguien de Oro, o de otra parte, pero una persona. Habría que abrirlos.
Balit tiritó.
—La gente lo intentó, Viktor. Más de veinte murieron.
—La gente muere por razones mucho menos importantes —manifestó bruscamente Viktor—. Desde luego, habría que tomar muchas precauciones. Sistemáticamente. Como cuando se desactivaban bombas en una guerra.
—¿Qué es una guerra, Viktor?
Pero Viktor se negó a que lo desviaran del tema. Examinaron el material hasta que fue tarde y Balit, bostezando, dijo;
—No sé si lo entiendo, Viktor. ¿Nuestras estrellas son las únicas que permanecen con vida, en todas partes?
—Eso parece, Balit.
—Pero las estrellas viven para siempre, Viktor —murmuró el niño con voz somnolienta.
—Para siempre, no. Durante mucho tiempo… —Viktor calló, recordando un chiste. Rió mientras se disponía a contarlo—. Había una historia sobre eso, Balit. Un estudiante pregunta a su profesor de astronomía: «Disculpe, profesor, ¿pero cuándo dijo usted que el sol se transformaría en gigante rojo y nos abrasaría a todos?»
»Y el profesor responde: «Dentro de cinco mil millones de años.»
»Entonces el estudiante dice: «¡Oh, menos mal! Pensé que usted había dicho cinco millones.»
Pero Balit no rió. Estaba dormido. Viktor llevó al niño a la cama, y él tampoco reía.
Viktor fue a ver a uno de los padres de Balit. Encontró a Frit pintando algo sobre un lienzo grande.
—Lamento haberle retenido hasta tan tarde. Nos pusimos a hablar de por qué habían ocurrido estas cosas…
—Tu error, Viktor —declaró serenamente Frit—, es preguntar siempre por qué. No tiene que haber un porqué. No es necesario entender las cosas. Basta con sentir.
Viktor miró estupefacto los dibujos que Frit pintaba en el lienzo. Era un lienzo blando que se podía transportar a la pared del cuarto que un día ocuparía Ginga. Se trataba de un poema mural. Viktor rió.
—¿De manera que no debo tratar de entender por qué haces eso? Cuando Ginga ni siquiera ha nacido, y cuando le faltan años para aprender a leer.
—No, Viktor, esto es muy fácil de entender —respondió Frit con indulgencia—. Cuando Ginga aprenda a leer, quiero que las primeras palabras sean de su padre. No —continuó, pintando otro carácter con una pincelada verdosa y mirando críticamente el resultado—, lo que me preocupa es tu obsesión por entender el cielo. Me temo que perturba a Balit. ¿De qué sirve? El cielo es el cielo, Viktor. No tiene nada que ver con nuestra vida.
—¡Pero tú has escrito, poemas acerca del cielo!
—Ah, pero eso es arte. Escribo poemas sobre lo que sentimos ante el cielo. Nadie puede experimentar el cielo, Viktor. Debemos limitarnos a mirarlo y verlo como un objeto de arte. —Meneó reprobatoriamente la rizada cabeza—. Todas estas cosas que le cuentas a Balit, átomos de hidrógeno fusionándose para formar helio, soles que estallan y mueren… allí no hay sentimiento. Son sólo espantosos procesos mecánicos.
A pesar de todo, Viktor, estaba divertido.
—¿Ni siquiera sientes curiosidad?
—¿Por las estrellas? ¡En absoluto! Por el corazón humano, desde luego.
—Pero la ciencia… —Viktor calló, meneó la cabeza.—. No entiendo cómo puedes hablar así, Frit. ¿No deseas conocer las cosas? ¿No deseas que Balit comprenda la ciencia? —Señaló el cuarto con un ademán—. Si no fuera por la ciencia, tú y Forta no podríais tener un hijo.
—Ah, pero esa ciencia es útil, Viktor. Eso merece conocerse, no es como tu preocupación acerca de qué líneas aparecen en determinados espectros. Es buena porque mejora nuestra vida. Pero no siento tanta curiosidad acerca del brillo y del calor de las estrellas, y mucho menos acerca de su extinción. A fin de cuentas, nada podemos hacer para impedirlo, ¿verdad?
Cuando llegó la noticia de que Pelly estaba de vuelta en los hábitats, Viktor empezaba a sentir que ya había prolongado excesivamente su estancia en Luna María. Balit se mantenía leal. Frit se mostraba infaliblemente amable. Forta, al menos, podría sacar provecho de su huésped, todos los días pedía a Viktor que bailara un par de horas con él. Forta lo agradecía, y para Viktor era un buen ejercicio para su pierna casi curada, aunque Frit no parecía aprobarlo. Una vez Viktor los oyó hablar a cierta distancia, y Frit trataba de persuadir a Forta.
—¿Bailes folclóricos? Oh, sí, Forta querido, pero ¿qué son las danzas folclóricas, a fin de cuentas? ¡Simplemente, lo que hacían los primitivos cuando no tenían profesionales! ¡Tú eres un artista!
—Y tú estás un poco celoso, ¿verdad? —replicó Forta de buen humor.
—¡Claro que no! Por otra parte, querido…
Viktor no pudo oír el resto de la conversación, lo cual probablemente era lo mejor.
Viktor enseñaba a Forta el dulce Misirlou cuando llegó el paquete de Pelly. Viktor lo abrió con entusiasmo. Un objeto de Nebo para estudiar, pensó, algo más informativo que esos datos fragmentarios, como el obsequio que había recibido Balit.
No era de Nebo. Era un artefacto humano y antiguo. El mensaje de Pelly decía: «Al parecer esto procede de una de tus antiguas naves, Viktor. Pensé que te gustaría escucharlo.»
La última vez que Viktor había visto el objeto, éste estaba a bordo del Arca, antes del fatal intento de desembarcar un equipo de investigadores. Era el cuaderno de bitácora del Arca, las grabaciones de la caja negra.
Aún funcionaba, aunque con deficiencias, alguien lo había reparado en algún momento, pero buena parte del material estaba borrado, y la calidad del sonido era deplorable en otros fragmentos. Pero había un trozo claro y audible, y la voz que hablaba en el cuaderno de bitácora era bien conocida para Viktor.
Jake Lundy. La voz del rival de Viktor hablando desde la tumba.
Cuando entró Balit, una hora después, encontró a Viktor ensimismado en la grabación, escuchando una vez más la voz débil y quebrada de su rival muerto: «… hace cincuenta y siete días que estamos en esta nave. No podré resistir mucho más. Los otros han muerto, y supongo…»
Esa parte era la única inteligible.
Compasivamente, Balit rodeó a Viktor con el brazo. Oyó la cinta con Viktor, luego la escuchó de nuevo.
—Sé cómo te sientes, Viktor —declaró—. Debe de ser espantoso oír la voz de un amigo que murió hace miles de años.
Viktor lo miró inexpresivamente.
—Jake Lundy no era un amigo —replicó.
—Entonces, ¿por qué…?
Pero Viktor no pudo responder, porque no encontraba palabras para explicar al muchacho que la voz del difunto amante de Reesa había despertado una desesperada añoranza por su difunta esposa.
Esa noche, mientras volvía a bailar Misirlou con Forta, Viktor se sintió de nuevo al borde de las lágrimas.
—¿Te pasa algo? —preguntó Forta, preocupado.
Viktor meneó la cabeza y continuó bailando. Cuando entró Frit, un poco celoso al ver que Viktor abrazaba a Forta, comentó:
—Escuchad, ha surgido una cuestión. He hablado con Nrina. Ella piensa que debiéramos visitarla para mirar los bocetos y hablar sobre Ginga.
Viktor sólo pensó que no estaba preparado para reanudar su amorío con la mujer que lo había devuelto a la vida.
Cuando llegaron al hábitat de Nrina, ella salió a recibirlos o hizo comentarios laudatorios sobre la frente limpia de Balit.
—¡Ya no tienes marca! Sospecho que harás el amor en cuanto tengas la oportunidad, ¿verdad?
—Desde luego —respondió Balit con calma. Nrina los acompañó hasta el laboratorio, a todos menos a Viktor. Él no tenía nada que ver con la planificación del nuevo bebé. En cambio, estuvo en libertad para esperarla en sus aposentos.
Fue una larga espera. Cuando Nrina llegó, sus palabras no fueron de afecto. Por primera vez desde que la conocía, Nrina parecía furiosa.
—¿Sabes cuánto costó a Frit y Forta exhumar esos antiguos registros para ti?
Viktor quedó azorado.
—Ellos no mencionaron el precio —protestó.
—Claro que no. Eras su huésped.
—Lo siento mucho, Nrina, pero ¿cómo iba a saber que costaba tanto dinero? Nadie me dijo nada.
—¿Decir lo que costaba? ¡Oh, Viktor! ¿De verdad crees que dos personas sensibles, artísticas y decentes como Frit y Forta comentarían algo tan vulgar?
—Lo siento —gruñó Viktor. Y añadió a la defensiva—. ¿Qué más da? Vosotros estáis cerrando los ojos ante lo realmente importante… lo que está ocurriendo con el universo.
Calló al advertir que ella lo observaba con resignada incomprensión. Nrina dijo, en un esfuerzo por ser razonable:
—Viktor, tú mismo dijiste que todas estas cosas estaban a millones de kilómetros de distancia y que tardaban millones de años en suceder. ¿Cómo puedes considerarlas importantes?
Él apretó los dientes.
—¡El conocimiento es importante! —ladró. Era un artículo de fe.
Por desgracia, Nrina no compartía esa religión. Dio un par de vueltas por la habitación, mirándolo asombrada.
Viktor lamentaba haber cometido un error garrafal, socialmente hablando.
—Podría conseguir un empleo y devolverles el dinero —ofreció.
—Con el empleo que podrías conseguir, Viktor —suspiró Nrina—, tardarías veinte años en pagarles. ¿Qué puedes hacer? —Titubeó, y luego continuó—. Viktor, ¿quiénes son Marie, Claude, Reesa y mamá?
—¿Qué?
—Son nombres que mencionabas. Cuando estabas con fiebre por la quemadura de congelación —explicó ella—. A veces me llamabas Marie y Claude, a veces, Reesa. Y al principio me pareció oírte decir «mamá». ¿Son mujeres que amaste?
Viktor se ruborizó.
—Una era mi madre —contestó a regañadientes—. Marie-Claude y Reesa… sí…
—Eso creí. —Nrina suspiró, jugando con un bucle de su cabello. Luego le miró con seriedad—. Viktor, podría diseñar una mujer como la que deseas. Podría confeccionar una con tus propios genes, como hice con Balit para Forta y Frit. O, si me describes a Reesa y Marie-Claude, puedo hacerla similar a ellas. O con las mejores cualidades de ambas. Ella sería de tu especie, físicamente hablando, no tan alta ni delgada como nosotros. Desde luego, eso llevaría tiempo. Se debe gestar el embrión, el niño debe crecer… veinte años, quizá para que llegara a la edad del apareamiento…
Él la observó asombrado.
—¿Qué dices? —preguntó—. ¿Quieres poner fin a nuestro… eh…?
Ella lo dejó vacilar, aguardando a que terminara la frase. Cuando fue evidente que no la terminaría, meneó la cabeza afectuosamente.
—Ven a acostarte —indicó—. Es tarde.
Él obedeció. Después de hacer el amor, Viktor se durmió un rato, pero sólo parecían haber transcurrido unos minutos cuando Nrina lo sacudió.
Debía ser más tarde de lo que pensaba, pues ella estaba vestida, con la bata de trabajo sobre el taparrabos, el cabello recogido.
—Levántate, Viktor —ordenó.
Él irguió la cabeza, parpadeando.
—¿Qué? ¿Por qué?
No era infrecuente que Nrina se levantara temprano para trabajar, pero por lo general no insistía en que él se levantara también.
Ella tenía un semblante serio.
—Quiero que vayas a Nuevo Hogar del Hombre con Pelly —le dijo.
Él la miró boquiabierto.
—¿Nuevo Hogar del Hombre?
—Él partirá mañana —informó Nrina.
Viktor se frotó los ojos. De nuevo le costaba entender lo que ella decía.
—¿Estás enfadada por el dinero? —preguntó.
—No. O sí, pero no se trata de eso. Simplemente, es hora de terminar con esto, es todo.
—Pero… pero…
—Oh, Viktor —suspiró—. ¿Por qué eres tan difícil? ¿No supondrías que yo me acoplaría permanentemente contigo, verdad?
La nave de Pelly resultaba tan impresionante por dentro como por fuera. Se trataba sólo de un cohete químico, claro, pero era enorme. Viktor no dejaba de asombrarse ante la riqueza de una sociedad que podía permitirse el lujo de construir máquinas tan vastas y sofisticadas para un propósito tan limitado.
Para sorpresa de Viktor, Frit, Forta y Balit fueron a presenciar el lanzamiento. Forta y Frit, al borde de las lágrimas, besaban al hijo como si se despidieran.
—¡Balit! —exclamó Viktor—. ¿Qué es esto?
—Iré contigo —respondió sencillamente el chico. El incrédulo Viktor se volvió hacia los padres, y tembló al ver aquellos ojos furibundos.
—Sí, irá contigo, Viktor —masculló Frit con amargura—. Lo hemos discutido toda la noche, pero Balit insiste. Ahora está en libertad. ¿Cómo podríamos detenerlo? Pero no podré perdonarte, Viktor, por meterle esas ideas en la cabeza.