Wan-To tardó un largo tiempo en sentirse de nuevo a salvo. Un tiempo pasmosamente largo, teniendo en cuenta que en el ínterin Wan-To jamás se atrevió a comunicarse con sus colegas.
No porque no ansiara hablar con nadie. Estaba casi desesperado. Tan desesperado que en un par de ocasiones se había escindido en fracciones para hablar consigo mismo. No resultaba satisfactorio, pero siguió fingiendo que el eco que oía era un diálogo inteligente, hasta que creyó que se estaba volviendo loco. Dejó de hacerlo, pero para entonces era capaz de intentarlo todo. Incluso empezó a echar de menos sus charlas con el inofensivo y estúpido Copia de Materia Número Cinco. Pero hacía tiempo que hablar con él era imposible, debido a los efectos relativistas que empezaba a alcanzar el rápido vuelo del doble. A la velocidad de Cinco, que ya estaba muy cerca de a, el par ya no era idéntico. Aunque el ERP hubiera funcionado, la conversación habría sido inútil, porque la dilación temporal habría intervenido: un momento del tiempo de Cinco significaban tediosos milenios para Wan-To y el resto del universo. De cualquier modo, ese problema no se presentó, pues el ERP ya no funcionaba, y así concluía todo. Wan-To no esperaba volver a tener noticias de su doble.
Entonces se enfrentó con problemas de otro tipo.
Observó que el núcleo de su estrella se estaba llenando de cenizas.
Eso constituía un motivo de preocupación. No eran «cenizas» en el sentido de residuos oxidados de una combustión química, desde luego; se trataba de una voluta de iones de helio, el material de desecho que quedaba tras la fusión del hidrógeno. Se arrepintió de haber escogido una estrella un poco mayor de lo normal. Sí, una estrella grande ofrecía más energía para jugar, pero no duraba tanto tiempo.
¿Pero quién habría adivinado que quedaría atascado en esa cosa, un prisionero temeroso de salir?
En ocasiones los comunicadores Einstein-Rosen-Podolsky articulaban el nombre de Wan-To. Él jamás respondía.
Wan-To no había contestado a nadie en mucho tiempo. Era demasiado suspicaz. Estaba convencido de que toda llamada ocultaba una treta, que uno de sus adversarios deseaba averiguar si en efecto estaba muerto. Wan-To era un conejo demasiado astuto para caer en las artimañas del Hermano Zorro.
Pero no se sentía feliz. Por primera vez en su vida, Wan-To empezaba a sentirse atrapado. Su acogedor hogar estelar se había transformado en una cárcel, y su celda se volvía cada día más incómoda.
No se estaba reduciendo. Al contrario, la estrella entraba en su fase de gigante roja. Había pasado casi toda su vida joven transformando hidrógeno en helio, pero ahora el núcleo central era pura ceniza de helio, y sólo permanecía allí aguardando el día en que la fusión crearía elementos más pesados.
Entretanto, el hidrógeno restante formaba una capa densa y gruesa alrededor del núcleo de helio. La fusión se aceleraba, produciendo más calor que nunca, presionando con mayor insistencia el manto de gases ligeros que la rodeaba; y el manto se hinchaba bajo esa presión.
Wan-To nunca había permanecido dentro de una estrella que culminaba su fase principal. No le gustaba.
Su seguridad física no corría peligro, o al menos no tanto peligro como en un precipitado intento de fuga hacia otra morada. Sin embargo, la estrella se había hinchado tremendamente bajo el impulso de esa capa interior de hidrógeno en estado de fusión. Si hubiera tenido planetas, como el Sol de la Tierra, los bordes externos ya habrían superado la órbita de Marte. Era una clásica gigante roja, tan hinchada como Betelgeuse o Antares, e iniciaba su decadencia.
¿Eso brindaba más espacio a Wan-To? Lamentablemente, no. La masa de la estrella no aumentaba. No había más materia para llenar el volumen creciente que cuando la estrella ocupaba su tamaño normal. En realidad había menos lugar, porque el astro empezaba a desmembrarse. Los bordes externos de la estrella estaban tan lejos del núcleo y eran tan tenues —según pautas terrícolas, estaban muy cerca del vacío— que la presión radiactiva del interior ahuyentaba los gases externos de la estrella. En poco tiempo esas regiones exteriores se desprenderían por completo para formar esa inservible capa de gases llamados nebulosa planetaria.
Wan-To sabía que entonces no le quedaría más que el núcleo. Una mísera enana blanca, no mayor que un vulgar planeta de materia sólida como la Tierra, demasiado reducido para brindar un hogar adecuado a una persona como Wan-To.
Ya era bastante reducido. Wan-To no se atrevía a arriesgar ninguna parte de su preciosa persona en esos deshilachados bordes exteriores. Estaba encarcelado en las partes habitables que quedaban en la estrella, y para colmo estaba ciego. Ciego a los fotones, al menos; aún podía detectar neutrinos, taquiones y otras partículas, porque atravesaban sin dificultad las capas exteriores. Pero la luz no penetraba, ni ninguna otra franja del espectro electromagnético, y la hinchazón de la estrella le había engullido y estropeado tiempo atrás los delicados «ojos» externos.
Wan-To daba vueltas en el hogar que se había transformado en su prisión, ignorando aprensivamente todas las llamadas. Cada una de esas llamadas significaba un fastidio o una trampa.
Hasta que una voz llamó de nuevo por el par ERP, y esta vez no se limitó a pronunciar el nombre.
—Wan-To —dijo—, habla Mromm. Estoy seguro de que estás vivo. Quiero proponerte un trato.
Wan-To titubeó, receloso y preocupado. ¡Mromm! ¡Al cabo de tantos eones!
Sentía la tentación de contestar. Estaba cansado de la soledad y el encierro; y sin duda era posible, al menos, que Mromm albergara buenas intenciones.
Pero también cabía lo contrario. Wan-To no contestó.
La voz insistió.
—Wan-To, habla, por favor. El objeto que destruyó Haigh-tik no eras tú, ¿verdad? No te dejarías atrapar de ese modo, estoy seguro.
Wan-To reflexionó. ¡De forma que Haigh-tik era el agresor! ¿O Mromm quería hacerle creer que él era inocente?
Mromm suspiró.
—Wan-To, no seas tonto. Todos los demás están muertos u ocultos. Creo que Pooketih, al menos, simplemente se esconde, pero el resultado es el mismo… ahora no se atrevería a hacer nada, porque entonces tú o yo podríamos encontrarlo. No creo que haya nadie más. Por favor, responde.
Wan-To se obligó a callar. Con todos los sentidos en alerta máxima, intentó decodificar los significados ocultos de las frases de Mromm… si existían tales significados. ¿Sería posible que dijera la verdad? Mromm, con voz consternada, añadió al fin:
—De acuerdo, Wan-To. No insistiré. Sólo te diré lo que me proponía contarte. Me marcharé de esta galaxia, Wan-To. Se está volviendo muy desagradable. Tarde o temprano Haigh-tik saldrá de su guarida y de nuevo intentará liquidar a todo el mundo, si para entonces queda alguno de nosotros. Así que me largo. Y lo que deseo decirte, Wan-To, es… ¡por favor, déjame ir!
Wan-To escuchaba con creciente placer e incluso con un atisbo de esperanza. Si era cierto que Mromm abandonaba esa galaxia agotada (y parecía una buena idea, aunque procediera de Mromm) y Haigh-tik estaba atrincherado e inactivo por el momento, y si todos los demás habían muerto o eran, como Pooketih, imbéciles sin remedio…
—Correré el riesgo, Wan-To —decidió Mromm—. Aunque no respondas, me iré. Nunca te molestaré de nuevo. ¡Pero recuerda, Wan-To! Formo parte de ti. ¡Tú me creaste! Por favor, ten la bondad…
Pero Wan-To había dejado de escuchar las insensateces de Mromm. Sabía reconocer una oportunidad de escapar, y decidió aprovecharla de inmediato.
Y así Wan-To dejó atrás otra galaxia. Esta vez su objetivo estaba mucho más lejos. Incluso cobrando la forma de una configuración de taquiones, viajando mucho más rápido que la luz, tardaría muchísimo en llegar.
Pero no importaba; había logrado huir.
Mientras Wan-To estaba en tránsito, sus pensamientos eran borrosos y turbios; no sería plenamente él mismo hasta que llegara a la nueva galaxia, escogiera una estrella adecuada y utilizara sus energías para reconstruirse en toda su majestuosidad. Sin embargo, a su modo borroso, era feliz.
Había sido una lástima tener que destruir al pobre y confiado Mromm en cuanto abandonó el refugio de su estrella, pero Wan-To no podía correr riesgos. Eso significaba que estaría solo durante mucho tiempo, al menos hasta que se cerciorara de que las futuras copias de sí mismo no constituyeran una nueva amenaza.
Pero al menos estaría a salvo.
A miles de años luz de distancia, viajando a mucha más velocidad que Wan-To en una dirección totalmente distinta, el doble de Nebo desistió de toda esperanza de recibir instrucciones de su amo.
¡Qué tragedia que Wan-To no hubiera previsto la presencia de esas extrañas criaturas de materia! Significaba que el doble mismo tendría que decidir qué hacer con ellas. Y el doble, a fin de cuentas, no era muy inteligente.