Jeremiah Claybourne había tardado varios años en recuperarse del fiasco de María Gebler. Secuestrar a esa mocosa no había servido de nada, y sus superiores se lo habían hecho pagar con creces. Menos mal que se había deshecho de la niña y que, gracias a la nefasta labor de investigación de los Jura, ningún guardián sabía que él había estado detrás de todo aquello.
Sí, había tardado más de quince años en recuperar el favor de lord Ezequiel y ahora, gracias a la estúpida mujer que llevaba colgando del brazo, iba a entregarle a su señor algo que andaba tiempo buscando: un Whelan. Un guardián perteneciente a una de las pocas familias que, a lo largo de la historia, habían dado sólo grandes guardianes, líderes indiscutibles entre los de su especie. Y los muy cretinos ni siquiera sabían lo que eso significaba, pensó al estrechar la mano de aquella criatura mítica.
Jeremiah era humano, completa, absoluta y desgraciadamente humano. En el pasado, había tratado de convencer a su señor de que lo dejara entrar a formar parte del ejército de las sombras, y si bien lord Ezequiel le otorgó un rango y cierto poder, jamás le ofreció el regalo de pasar a ser uno de los suyos. Al principio, se lo tomó muy mal, pero su señor le explicó que estaba destinado a algo mucho más grande y Jeremiah terminó por aceptarlo. Pero fuera cual fuese ese destino superior, estaba tardando demasiado en llegar, y a él, que era un mero mortal, se le acababa el tiempo… y la paciencia.
Junto con Naomi abandonó el edificio de los Whelan. Jeremiah no podía dejar de sonreír, y Naomi se lo tomó como un halago, y en el camino de regreso lo obsequió con un aperitivo de lo que lo esperaba cuando llegaran a su ático. Lo de tener chófer y un cristal de separación entre la parte delantera y trasera del coche tenía sus ventajas, pensó, aunque la verdad era que no estuvo demasiado por la labor; la causa de su alegría era que por fin había encontrado el modo de acceder a Simon Whelan.
Durante todos los años que Jeremiah había tenido que desaparecer de escena, Dominic Prescott había desaparecido y Royce Whelan había muerto. El primero había decidido abandonar Estados Unidos durante un tiempo e instalarse en Inglaterra, y por lo que sabía Jeremiah, no le había ido demasiado bien, y ahora nadie sabía dónde estaba ni si seguía vivo. Y en cuanto a Royce Whelan, después del asesinato de los Gebler, abandonó por completo la investigación que estaba llevando a cabo sobre el ejército de las sombras y clausuró el proyecto Ícaro, que, por otra parte, sin la participación de Tom Gebler y Dominic Prescott carecía de sentido.
El hijo de Royce Whelan, Simon, por aquel entonces tenía sólo diez años, así que era lógico pensar que no tenía ni idea de lo que había sucedido ni de lo que su padre se traía entre manos. Tras la muerte de su progenitor, Simon siguió adelante con los negocios de la empresa y realizó varias inversiones muy acertadas, pero por el momento no había reabierto ninguno de los proyectos científicos de Royce, así que Jeremiah había llegado a la conclusión de que, o bien no le importaban, o no sabía de su existencia.
Fuera como fuese, a él eso le daba igual. Lo único que le interesaba era que por fin había encontrado el modo de acercarse al guardián y que, si jugaba bien sus cartas, podría entregárselo a su señor en bandeja de plata. Lo que hiciera lord Ezequiel con Simon Whelan tampoco le preocupaba en absoluto; después de lo de aquella niña, había dejado de tener cualquier tipo de escrúpulos. Jeremiah Claybourne se merecía pasar a la historia.
—Simon, ¿puedo pasar? —preguntó Mara desde la puerta, media hora después de la extraña visita de su ex esposa.
—Por supuesto. Como verás, la sangre no ha llegado al río —respondió él, comprendiendo su reticencia y agradeciéndole que le hubiera dado un rato para recuperar la compostura. El guardián se alteraba mucho siempre que veía a Naomi; era como echar sal en una herida.
—Me alegro. Te traigo el paquete. —Se lo dejó encima de la mesa—. Estaré en mi mesa si me necesitas.
Simon asintió y cogió unas tijeras. Si bien tanto él como Ewan pertenecían a este siglo y utilizaban con absoluta destreza las nuevas tecnologías, ambos recurrían a menudo al servicio de mensajería de la empresa para mandarse documentos importantes. No sólo estaban seguros de su rapidez, sino también de que nadie se atrevería a abrirlos. Deslizó las afiladas hojas por la separación entre los cartones y levantó las dos piezas. Dentro había una caja de seguridad y una par de carpetas. Primero abrió las carpetas; contenían copias del cuaderno de Stephanie, la amiga de Julia asesinada, y de los análisis y otras pruebas de laboratorio que Julia había conseguido recuperar de sus archivos de Vivicum Lab. Muy interesante. Las dejó a un lado y, con cuidado, abrió la caja de seguridad. En su interior encontró dos viales de sangre; a juzgar por el nombre de la etiqueta, en uno había sangre de Dominic, y en el otro del propio Ewan. Debajo vio una carta. Era de su primo y estaba escrita a mano; la combinación le resultó tan extraña que la leyó en seguida.
Simon,
Supongo que te sorprenderá que te mande esta carta —«Y que lo digas», pensó Simon—, pero no sé a quién contarle todo esto, excepto a Julia, que ya lo sabe, y creo que es importante que alguien más esté al corriente. Y bueno, aunque seguro que se te subirá a la cabeza, estoy convencido de que tú eres el único capaz de ayudarme y aportar algo de luz.
En un vial encontrarás una muestra de sangre de Dominic, se la extrajeron durante el tiempo que estuvo encerrado en Vivicum Lab. No sabemos exactamente qué diablos le estaban inyectando, y la verdad es que Dominic no me contó demasiado del tema, pero la noche en que lo sacamos de allí tenía la mirada perdida e inyectada en sangre, y cuando creía que no podía oírle no dejaba de susurrar un nombre: Claire. No te conté nada de esto por teléfono porque no quería preocupar más a Julia, y porque me hierve la sangre cada vez que pienso en Dominic encerrado en esa maldita celda durante meses a merced del loco de Cochran. Si no estuviera muerto, te juro que volvería a matarlo. Mil veces.
Vaya, al parecer su primo había pasado de ser un hombre frío y sosegado a ser un guardián férreo defensor de los suyos. Siguió leyendo.
En el segundo vial hay una muestra mía. La noche en que secuestraron a Julia —Simon habría jurado que a Ewan le había temblado el pulso al escribir esa frase—, Cochran me obligó a tomar una droga. Me dijo que si no lo hacía la mataría, y no hace falta que te diga que obedecí sin cuestionármelo. Primero pensé que no me hacía efecto, pero de repente… no sé cómo explicarlo. Fue liberador. Fue como si todo dejara de importarme, y durante un instante, un pequeñísimo instante, pensé que era una sensación maravillosa. Hasta que me di cuenta de que mi mente ansiaba otra dosis, y que para conseguirla estaría dispuesto a hacer lo que fuera necesario, a obedecer a cualquiera. Y Cochran lo sabía, y con una sonrisa salida del mismo infierno me ordenó que matara a Julia. Jamás olvidaré la mirada de mi esposa en ese instante… El guardián enloqueció y tomó el control, y habría acabado con mi propia vida si me hubiera atrevido a hacerle daño a Julia. No lo hice, pero jamás había actuado con tanta violencia como esa noche. Ni siquiera cuando de pequeño maté a aquel soldado para salvarnos a Daniel y a mí. Salvé a Julia y, en fin, supongo que ya sabes el resto. Lo que no sabes es que antes de irme a la isla de Skye me detuve un momento en mi apartamento de Londres y me extraje una muestra de sangre. No sé qué encontrarás al analizarla, ni siquiera sé si habrá restos de algo. No me he atrevido a hacerlo yo mismo. Por todos los dioses, te confieso, primo, que hasta me dio miedo tocar el vial para mandártelo, pero quiero que tú lo hagas. Confío en ti. Y si lo que encuentras entraña algún peligro para los míos, o para el resto de los guardianes, te pediré que hagas lo imposible, primo.
Si de verdad Ewan le estaba pidiendo lo que Simon creía que le estaba pidiendo, iba a llevarse una gran decepción. Él jamás mataría a uno de sus mejores amigos, y probablemente, uno de los mejores guardianes de la historia. Seguro que sus temores eran infundados, y, en el improbable caso de que no lo fueran, juntos encontrarían un remedio.
Tengo el presentimiento de que a Dominic le sucedió algo muy grave en esa celda, y creo, la verdad es que estoy casi seguro, que allí conoció a su alma gemela. Si aparece por Nueva York, recuérdale que no está solo. Y en cuanto a Daniel, me mandó un sms para decirme que estaba en el Amazonas y que había descubierto algo muy importante sobre el ejército y otras criaturas. No sé si será verdad, pero desde ese día ningún satélite consigue encontrar ni rastro del móvil de mi hermano.
Sé que no siempre hemos estado de acuerdo en todo, Simon, pero quiero que sepas que tenías razón; no se puede negar la naturaleza del guardián, y es imposible ser feliz sin tu alma gemela al lado. Sé que sigues convencido de que María era la tuya, pero tan sólo tenías diez años cuando la conociste, así que tal vez deberías darle una oportunidad a alguien, y esta vez procura que no sea una pija sin dos dedos de frente.
Simon sonrió ante el descarado intento de su primo de aligerar la seriedad de la misiva.
Me despido, Simon. Haz todas las pruebas que estimes necesarias a ambas muestras de sangre, y escribe con los resultados… o ven a vernos. A Julia le encantará conocerte.
Ewan
Guardó la carta dentro del sobre y después, junto con las carpetas llenas de documentación, lo metió todo en la caja fuerte de su despacho. Devolvió los viales a la caja de seguridad y la dejó encima de la mesa. Simon se había licenciado en biología y en matemáticas. Otra de las ventajas de los guardianes era su capacidad memorística y sus ansias de conocimiento, pero tras la muerte de su padre había dejado por completo las tareas de investigación que antes solía supervisar personalmente.
La multinacional Jura-Whelan abarcaba tantos campos que al gran público se limitaban a presentarse como una empresa gestora de patentes y de I+D. El conglomerado de empresas que la formaban era tan diverso como complejo, y tanto los Jura como los Whelan, así como el resto de los clanes que participaban y trabajaban en ellas, la cuidaban y defendían tenazmente. Como decía Liam Jura, si una raza con sus dotes y la posibilidad de rozar la inmortalidad no conseguía encontrar el modo de hacer dinero, es que eran un hatajo de idiotas. Además, si alguna constante se repetía a lo largo de la historia era que el dinero mueve montañas, y los guardianes a menudo tenían que moverlas.
En realidad, Simon habría preferido no tener que dedicarse nunca a la vertiente más económica de los negocios, bueno, lo que de verdad habría querido era que su padre y su madre no hubieran muerto. Tomó aire y lo soltó muy despacio. Llevaba una mañana de lo más intensa; había recibido la visita del detective Cardoso, tenía una nueva pista que seguir en lo relativo a los allanamientos, su querida ex esposa le había anunciado que pronto se casaría con otro —gracias a todos los dioses—, y su primo le había escrito una carta que todavía estaba digiriendo. Sí, había llegado el momento de tomarse un café.