Una voz rota que no dejaba de susurrar un nombre como si fuera una plegaria despertó a Mara. Giró la cabeza y vio que la agónica palabra escapaba de los labios de Simon: «María». No dejaba de pronunciar su nombre. Lo decía con dolor, con rabia, con amor, y al mismo tiempo que cambiaba la inflexión de la voz, su cuerpo no dejaba de moverse encima de la cama. Igual que si se estuviera peleando contra un ejército invisible. Peleando y perdiendo.
No podía encontrarla por ninguna parte. Sabía que María estaba allí cerca, casi al alcance de sus dedos, pero por más que lo intentaba no la encontraba… o si lo hacía se desvanecía delante de sus narices igual que un espejismo.
—María, María…
Y lo más cruel era que, cuando por fin podía tocarla, ella lo miraba a los ojos y le decía que iba a matarlo. Y lo hacía, le clavaba una daga en el corazón.
—María, María…
Mara lo llamó:
—Simon, despierta.
Nada, él siguió sacudiendo la cabeza de un lado a otro sobre la almohada. Si seguía así, terminaría por hacerse daño, pensó ella, y se levantó de la cama para ir a la suya.
—Simon. —Le puso una mano en el pecho y, a pesar de la tela de la camiseta, comprobó que estaba ardiendo de fiebre. Le tocó la frente y la encontró empapada de sudor—. Simon, despierta. Tenemos que ir al médico.
Él siguió prisionero de la fiebre y de su pesadilla.
—¡Simon, despierta, me estás asustando!
Abrió los ojos de golpe.
—¿María? —le preguntó al verla.
—Sí, soy yo —dijo Mara sin pensar. Su mente sólo tenía espacio para preocuparse por él.
—¿Estás asustada?
—Un poco. —Ella sabía que Simon no era consciente de lo que estaba diciendo, pero le respondió de todos modos.
—No lo estés. —Él volvió a tumbarse llevándola consigo, estrechándola entre sus brazos—. Volvemos a estar juntos.
Esa frase pareció tranquilizarlo, y los dos durmieron unas cuantas horas, pero cuando la infección volvió a hacerle subir la fiebre, Mara se asustó más que antes; Simon no paraba de farfullar cosas incomprensibles acerca de un acantilado y de su alma gemela, y ella ya no sabía qué hacer.
—Simon, Simon, abre los ojos —le ordenó, y cuando él obedeció vio que tenía las pupilas tan dilatadas que ocupaban todo el iris—. Tienes que tomarte algo. Sangre. —Recordó lo que le había explicado—. Sangre de tu alma gemela. ¿Tienes, sabes quién es? ¿Te vale la mía? —Se sentía tan asustada y preocupada que estaba dispuesta a intentar lo que hiciera falta.
—María, María es mi alma gemela —confesó abatido—, pero no está por ninguna parte. Está muerta.
—Estoy aquí, Simon —susurró Mara abrazándolo—. Estoy aquí. —Se tumbó encima de él, pegando todas sus curvas a sus músculos para que fuera bien consciente de que ella era real—. Estoy aquí —repitió, acariciándole el rostro y la barba. Le recorrió el labio inferior con el dedo índice, y él entreabrió los labios para deleitarse con la caricia. Mara vio que los colmillos se habían extendido y se le acercó más—. Tienes que beber, Simon. Por favor.
Él seguía inerte.
—Por favor, Simon.
Nada. Mara no tenía ni idea de qué podía hacer para que un guardián bebiera sangre, pero en aquel par de días había aprendido que siempre que Simon se excitaba los colmillos le crecían más, así que le dio un beso en los labios. Un beso que terminó con su lengua lamiéndole el labio y pasándole por encima de los colmillos en cuestión. Eso bastó para que él despertara lo suficiente como para beber de ella.
Simon gimió de placer y la abrazó contra su cuerpo. Preso de un deseo y un frenesí que nunca antes había sentido, hundió el rostro en el cuello de ella y la mordió. Mara, que había estado esperando aquel instante con algo de miedo, se estremeció de placer al sentir que la mordía y empezaba a succionar. Jamás había compartido algo tan íntimo con nadie y tuvo incluso la sensación de que podía leerle la mente a Simon.
Cada gota de sangre que se deslizaba por sus labios le parecía más deliciosa que la anterior, y podía sentir cómo María se excitaba en sus brazos. Podía sentir el calor que emanaba de su sexo, de todo su ser. El líquido se deslizaba cálido por su garganta, y lo notaba correr por sus venas, marcándolos a ambos para siempre. Simon jamás podría beber de otra mujer, y ella… El orgasmo fue tan demoledor que sacudió ambos cuerpos.
Minutos más tarde, Mara notó que la respiración de Simon volvía a la normalidad y suspiró aliviada. Iba a ponerse bien. Al parecer, era su alma gemela. Lo que significaba que él le había dicho la verdad. Y que ella estaba a punto de traicionar al hombre que había nacido para que ella lo amara.
Mara volvió a despertarse, pero esta vez fue por culpa del ruido proveniente de la calle. Abrió los ojos y comprobó que seguía en la cama con Simon; éste ya no ardía de fiebre, sino que descansaba tranquilo. La colcha había ido a parar al suelo después de… después, y Mara vio que la fea herida del muslo de él había desaparecido. Sin atreverse a analizar en profundidad esa repentina curación, salió de la cama con cuidado de no despertarlo y fue a ducharse. Pero antes de entrar en el cuarto de baño, recogió la colcha del suelo y tapó a Simon con ella.
Simon no recordaba la última vez que había dormido tan bien. Se había despertado al mismo tiempo que Mara, pero había decidido hacerse el dormido para ver qué hacía ella. Una parte de sí mismo estaba convencida de que buscaría el móvil en el petate para llamar a su tío o mandarle un mensaje, o quizá incluso que cogería la pistola y volvería a dispararle. Otra parte, la misma que todavía no podía creerse que esa noche le hubiera ofrecido su sangre para curarlo, no podía dejar de confiar en que al final no lo traicionaría y le contaría toda la verdad. Mara no había hecho ninguna de las dos cosas, pero el hecho de que lo tapara con tanto cariño para que no tuviera frío lo había emocionado. Escuchó correr el agua y siguió haciéndose el dormido.
Ella salió de la ducha y se quedó en el cuarto de baño tarareando, y Simon sonrió y dijo desde la cama:
—Ya te dije que Annie era tu musical preferido —gritó.
—¿Qué has dicho? —Mara asomó la cabeza. Llevaba una toalla alrededor del cuerpo y otra en la cabeza como si fuera un turbante.
—Que ya te dije que Annie era tu musical preferido —repitió él.
Ella sonrió al darse cuenta de que llevaba más de cinco minutos cantando —destrozando— la canción «Tomorrow». No era consciente de haber visto nunca la película, pero Simon debía de tener razón, porque se sabía la letra de memoria.
—Quizá la he oído por ahí —dijo, a falta de otra explicación.
—Quizá —convino él—, unas cien veces. —Se sentó en la cama y giró el cuello a ambos lados.
—¿Estás bien? ¿Necesitas más…? —No supo terminar. ¿Cuál era la etiqueta a la hora de decirle a un chico que si quería podía beber más sangre directamente de tu cuello?
—Sí, estoy bien. Y no, no necesito más. —Dio unos pasos hasta ella—. Gracias. No tenías que hacerlo —le aseguró.
—De nada. —Ambos se quedaron mirándose a los ojos y Mara fue la primera en romper el lazo—. Voy a lavarme los dientes. —Levantó la mano en la que sujetaba el cepillo que había tomado prestado del neceser de Simon. En un acto reflejo, que Mara no quiso analizar demasiado, había cogido el cepillo de él, y no el de ella.
—Claro.
Él retrocedió un poco y le dejó espacio; y fingió no darse cuenta de que ella estaba haciendo algo tan íntimo como lavarse los dientes con su cepillo. Aquel gesto lo emocionó casi tanto como el que ella le hubiera dado su sangre. Él siempre había anhelado compartir momentos como ése con su alma gemela.
—Todo tuyo —dijo Mara al salir haciendo un gesto hacia el cuarto de baño.
—Gracias. —Simon fue a entrar, pero se detuvo en el umbral—. Si quieres, coge mi cartera y ve a buscar algo para desayunar. Los dioses saben que vendería a mi mejor amigo a cambio de un café.
—¿Estás seguro? —Lo miró incrédula.
—Por supuesto. Confío en ti —le mintió.
Simon no confiaba en ella, pero gracias a lo que había oído en el granero, sabía que los hombres de lord Ezequiel no llegarían hasta el día siguiente, y que seguramente «la recogida» sería en su casa de Vancouver. No tenía sentido que se pusiera paranoico, y, además quería quedarse solo para llamar a Sebastian y revisar su correo.
Vio que Mara tenía que tragar saliva después de oírle decir que confiaba en ella, y que incluso parecía sentirse avergonzada de sí misma, pero se recordó que todo formaba parte de la representación.
«Pero no hacía falta que te dejara que la mordieras», le dijo el guardián.
Esperó a que se vistiera y saliera en busca de los cafés para entrar en el cuarto de baño. Se duchó con agua caliente para ver si así aflojaba los músculos que todavía tenía doloridos, aunque, después de lo de la noche, eran ya muy pocos. Allí, desnudo bajo el agua le bastó el recuerdo del sabor de ella para volver a excitarse, pero como no tenía tiempo para ocuparse de una erección matutina, pensó en que Mara lo estaba utilizando y perdió todo el entusiasmo. Terminó de ducharse y se secó con movimientos bruscos. Se vistió y buscó el móvil en el petate. Después de descubrir a María en el granero con su querido tío Ronan, Simon se había deshecho del teléfono de ella, pero al parecer María no se había percatado ni había intentado utilizar el de él. No serviría de nada que lo intentara; el aparato estaba bloqueado y sólo él conocía la contraseña, pero tenía que reconocer que ni siquiera había intentado cogerlo.
Lo desbloqueó y llamó a Sebastian.
—Kepler —dijo su amigo al responder.
—Sebastian, soy yo, Simon.
—¡Simon! ¿Estás bien? ¿Dónde diablos estás? No, no me lo digas, podrían estar escuchando.
—Estoy bien, y no te preocupes por el teléfono, es seguro. ¿Pudiste hacer lo que te pedí?
—No hizo falta. Cuando llegué al local del muelle, un soldado del ejército de las sombras llamado Demetrius estaba cargando los cuerpos en una camioneta.
—¿Has dicho ejército de las sombras? —preguntó él atónito y preocupado a partes iguales.
—Sí, eso he dicho. —Bastian soltó aire. No fue un suspiro de resignación ni de exasperación, más bien de cansancio—. Deberías habérmelo contado, Simon.
—¿El qué?
—Que eres un guardián y que las criaturas del infierno existen en el mundo real. Lo habría entendido, tú eres mi mejor amigo. —«Y quizá así no me habría convertido en una de ellas», pensó.
Simon tardó unos segundos en responder, y lo hizo con dos preguntas:
—¿Desde cuándo lo sabes? ¿Cómo te enteraste?
—Lo descubrí en Iraq, el cómo ya te lo contaré cuando nos veamos. —No se veía capaz de decirle por teléfono que llevaba la marca del infierno en el cuello, pero que no se preocupase, que había aprendido a dominar sus instintos—. Has de tener cuidado, Demetrius no estaba solo. Jeremiah Claybourne también estaba en el muelle.
—Claybourne es el prometido de…
—De tu ex esposa. Por cierto, felicidades por el divorcio —apuntó Sebastian.
—Gracias. ¿Qué diablos hacía Claybourne con un soldado?
—Todavía no lo sé —dijo Sebastian—, pero he pedido un par de favores y he averiguado que tiene algunas inversiones conjuntas con lord Ezequiel, y la más interesante es en Alaska.
—Alaska —repitió Simon asombrado por la labor de investigación de su amigo—. Allí es donde trabaja Ronan Stokes.
—Eso también lo sé —contestó el otro. Por el ruido que se oía a través del teléfono, Simon dedujo que Bastian estaba conduciendo—. La mujer que está contigo es Mara Stokes, ¿me equivoco?
—No, así es, pero…
—No puedes fiarte de ella —dijo su amigo, serio.
—Lo sé —respondió él de manera automática. Aunque le doliera admitirlo, sabía que a pesar de lo sucedido la noche anterior no podía confiar en Mara—. Me ha tendido una trampa. Mañana me entregará a lord Ezequiel a cambio de información acerca de una tal Claire.
—¿Y puede saberse por qué diablos sigues ahí con ella? —le preguntó Sebastian como si fuera idiota.
—Debo llegar a la casa de mi familia en Vancouver. Necesito hacer unas pruebas en el laboratorio, y tengo que recuperar unos archivos.
—Siempre fuiste tozudo como una mula. Está bien, iré para allá, pero hazme un favor, ¿quieres? Procura que no te maten.
—Claro. Igualmente.
—Y otra cosa —añadió Sebastian antes de colgar—. ¿Recuerdas que te he dicho que he tenido que pedir un par de favores?
—Sí —dijo Simon intrigado.
—Pues bien, Oliver me ha pedido que te diga que más te vale tener una buena explicación para todo cuando regreses, y que, por favor, no te portes como el típico multimillonario malcriado.
—¿Oliver? ¿Oliver Cardoso? ¿De qué lo conoces?
—El mismo. Tranquilo, no es tan malo como aparenta. Ten cuidado.
Y colgó antes de que Simon pudiera recobrarse de la sorpresa, pero éste tuvo que reconocer que sentía un gran alivio al saber que Bastian lo estaba ayudando. No sabía qué le había pasado en Iraq, ni hasta dónde llegaban sus conocimientos acerca de los guardianes y el ejército de las sombras. Si salía vivo de aquélla, tendría una larga charla con su amigo.
Aprovechó que Mara todavía no había regresado para escribirle un correo a Ewan y contarle lo del ataque. Le describió lo mejor que pudo a las criaturas y confió en que entre su primo y los guardianes que había en Escocia pudieran averiguar algo más acerca de ellas. También le transcribió la conversación que habían mantenido Mara y su tío Ronan a escondidas en el granero y le relató las líneas básicas de su plan. Seguro que Ewan se pondría furioso, pero Simon sabía lo que tenía que hacer.