15

Después de aquellos besos y caricias, tanto Simon como Mara volvieron a quedarse dormidos. Él fue el primero en despertarse y durante unos segundos se permitió el lujo de abrazarla y no pensar en todos los problemas que los esperaban fuera de aquel motel que, aunque horrible, se había convertido en su lugar preferido de la tierra. Ella se acurrucó entre sus brazos y respiró profundamente, y Simon le dio un último beso en la frente. Con mucho cuidado, y esforzándose por no despertarla, salió de la cama y la dejó durmiendo. Se había alejado apenas un paso cuando vio que la muñeca de María seguía atada al cabezal. Retrocedió y le acarició la piel del antebrazo. Iba a soltarla, quería soltarla, pero no lo hizo, porque una parte de él sabía que hasta que recordara su pasado, no podría confiar en ella.

Mara oyó correr el agua de la ducha y abrió los ojos. Tardó unos instantes en identificar aquella horrible colcha y el papel estampado de la pared, y cuando lo hizo, de inmediato revivió en su mente los besos y caricias de Simon, y se sonrojó de los pies a la cabeza. Ella nunca había hecho nada remotamente parecido a lo que habían compartido los dos, y todavía no sabía cómo había sido capaz de confiar en él de esa manera. Sin límites. Sin reservas. El agua se detuvo y Mara se volvió como pudo hacia el cuarto de baño. Simon no tardó ni cinco minutos en aparecer; recién duchado, sin afeitar y con una sonrisa algo tímida y vacilante en los labios.

—Buenos días —le dijo al ver que estaba despierta.

—Buenos días —contestó ella.

Los dos se sentían inseguros, y andaban de puntillas por encima de aquella tregua que se había instaurado entre ellos. Una tregua fraguada a base de besos.

—¿Quieres ducharte? —le preguntó él acercándose al cabezal con una navaja. Cortó la brida por el extremo de la cama y luego se acercó la muñeca de Mara a los labios. Le dio un beso en la parte interior y cortó el otro extremo del plástico.

—Gracias —dijo ella cuando Simon le soltó el brazo—. Sí, me gustaría ducharme. —A ver si así lograba aclararse las ideas.

—Me temo que no tengo pantalones de tu talla, pero puedo prestarte otra camiseta. —Dejó la prenda encima de la mesilla de noche—. Y un jersey.

—Está bien, gracias.

—Dúchate. Te espero aquí. —Se sentó en la cama vacía y puso en marcha su teléfono móvil.

Mara salió de la cama y fue a ducharse, todavía sorprendida por esa nueva faceta de él. Se metió bajo el agua y, durante unos segundos, no pensó en nada, pero las dudas acerca de lo que había pasado, y lo que quedaba por pasar, no tardaron en aparecer en su mente. ¿Dónde estaban? ¿Adónde iban? ¿Qué pretendía hacer Simon con ella? ¿Qué diablos era Simon? ¿Cómo podía avisar a su tío? Demasiadas preguntas que ella no sabía cómo responder, y la única persona que podía ayudarla a hacerlo era el hombre misterioso que estaba esperándola allí fuera. Así que se vistió con aquella camiseta que olía a él, se puso los vaqueros manchados de sangre del día anterior y fue a su encuentro.

—¿Estás lista? —le preguntó Simon al verla aparecer.

Mientras Mara se duchaba, había aprovechado para mandarle un correo electrónico a Ewan contándole lo sucedido y diciéndole que se dirigía hacia Vancouver con María y las muestras de sangre. Escuchó un mensaje de Bastian en el que éste le decía que fuera con cuidado y Simon lo llamó inmediatamente. Sebastian no le cogió el teléfono, así que decidió que volvería a intentarlo más tarde; su tono lo había dejado algo inquieto.

—Sí.

Simon se colgó el petate en el hombro y le abrió la puerta.

—Vamos, tenemos que irnos de aquí. No quiero que los soldados del ejército de las sombras den con nosotros.

Ella salió al pasillo y lo miró.

—Veo que ya no crees que estoy con ellos —le dijo.

—Digamos que estoy dispuesto a contemplar nuevas hipótesis.

Una vez ante el coche, le abrió la puerta y esperó a que Mara se sentara. Ella vio que sujetaba otra de aquellas dichosas bridas entre los dedos, y levantó la vista para mirarlo.

—Dime que no tratarás de huir —le pidió él—, y no te la pondré.

—Simon, ponte en mi lugar, no sé adónde vamos, no sé qué eres, no sé…

Él le colocó un dedo en los labios para silenciarla.

—Te propongo una cosa. Yo responderé a tus preguntas si tú respondes a las mías. —Hizo una pausa—. Siempre que me digas la verdad y si me prometes que no tratarás de huir hasta haberme escuchado. ¿De acuerdo?

—¿Lo de la verdad también vale para ti?

—Por supuesto —afirmó él, ofendido por la insinuación.

—Entonces de acuerdo —respondió Mara sincera. Su propuesta le parecía de lo más sensata, y cuanto más averiguara acerca de él, más pruebas tendría en su contra. Si es que al final era culpable de algo, le dijo una voz en su cabeza.

Simon se guardó la brida en el bolsillo y le sonrió.

—Abróchate el cinturón —le dijo, antes de cerrar la puerta y dirigirse hacia el lado del conductor.

Se sentó tras el volante y durante un rato condujo en silencio. Ella parecía estar sopesando su nueva situación, y él también aprovechó aquellos instantes de paz para pensar.

—¿Adónde vamos? —fue la primera pregunta de Mara.

—A Vancouver —respondió Simon—. La familia de mi madre era de allí, y mi padre le construyó una casa para que pudiéramos ir de vacaciones. Tú nunca llegaste a estar.

—¿De verdad crees que nos conocimos cuando éramos pequeños? —preguntó ella, mirándolo con suspicacia.

—Sé que nos conocimos de pequeños.

—¿Cuándo?

—Cuando tú tenías una semana. Mis padres me llevaron a verte; parecías una rata.

—Es una historia preciosa, pero no es verdad.

—¿Cómo lo sabes? —Simon había decidido cambiar de táctica; aunque le doliera, no iba a enfadarse con ella porque le hubiera olvidado—. Es imposible que te acuerdes de lo que sucedió cuando sólo tenías una semana de vida.

—Tienes razón —convino Mara—, y, según tú, ¿cuándo pasamos tanto tiempo juntos?

—Ahora me toca preguntar a mí —dijo él con una sonrisa—. ¿De dónde sale el apellido Stokes? Tu madre, Nina, no se llamaba así.

—Mi tío y mi madre en realidad eran hermanastros, sólo hermanos por parte de madre. Mi tío se llama Stokes, Ronan Stokes, y cuando se hizo cargo de mí me cambió el apellido.

—¿Por qué?

—Porque no quería que nadie, y cuando digo nadie me refiero a tu padre y a tu familia, me encontrarais.

—Comprendo.

Después de esa respuesta, que les recordó el gran abismo que existía entre los dos, volvieron a quedarse sumidos en un largo silencio.

—¿Cuál es tu primer recuerdo de tu tío? —En esta ocasión, fue él quien reinició la conversación.

—El día que lo conocí en el hospital.

—¿En el hospital? —Simon apretó el volante hasta que los nudillos se le quedaron blancos—. ¿Estuviste enferma? ¿Cuándo, qué tuviste?

Mara lo miró durante unos segundos antes de responder. Era imposible que alguien consiguiera fingir la angustia y preocupación que tenía su voz.

—No estuve enferma. Sufrí un accidente.

—¿Un accidente? —Simon tenía sus sospechas acerca de lo que le había sucedido, pero quería escuchar la versión que el tal Ronan Stokes le había contado a su sobrina.

—Después del asesinato de mis padres —Mara decidió omitir la insinuación acerca de la identidad del asesino—, me crie con una tía abuela de Ronan, la señora Rubens.

—No me lo digas, ¿a que no te acuerdas de ella? —la interrumpió Simon.

—Era muy pequeña —contestó Mara a la defensiva—. ¿Quieres saber lo del accidente, o no?

—Claro, perdona. Sigue.

—Al parecer, la señora Rubens me llevaba en coche a casa de unos amigos cuando un conductor se saltó un stop. Ella murió en el acto, y yo estuve varios meses ingresada en el hospital.

La muerte de la señora Rubens no sorprendió a Simon, y seguro que la fecha de ese accidente de coche coincidía con el secuestro de María en Escocia y la aparición, días más tarde, de aquel vestido ensangrentado.

—¿Y tu tío se presentó en el hospital?

—Sí, me dijo que él y mi madre se habían peleado años atrás y que por eso no lo había visto nunca.

—¿Sabes por qué se pelearon?

—No, la verdad es que no. Se lo pregunté una vez y me dijo que no valía la pena hablar de algo que ya no tenía solución.

Simon tomó nota mental de averiguar el motivo de esa pelea. Si de verdad el tal Ronan Stokes era hermanastro de Nina Gebler, quizá el motivo de su pelea estuviese relacionado con el asesinato del matrimonio.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —dijo Mara tras haberse pasado los últimos kilómetros mirando por la ventana.

—Por supuesto, creía que eso era lo que estábamos haciendo. —Simon desvió un segundo la mirada de la carretera para dirigirla hacia ella—. Preguntarnos cosas.

—Ya, no quiero que pienses que te estoy dando la razón, pero al mismo tiempo es la primera vez que conozco a alguien que sé que… Y bueno, tú y tu padre…, —divagó Mara, nerviosa.

Él apartó la mano derecha del volante y cogió la izquierda de ella. Entrelazó los dedos con los suyos y esperó unos segundos a que se calmara.

—Pregúntame lo que quieras, te prometo que seguiré pensando que me consideras un delincuente. —Le guiñó un ojo y volvió a mirar hacia la carretera—. Vamos, ¿qué quieres saber?

—¿De verdad conociste a mis padres?

—Sí.

—Y…

—Y, ¿qué?

—¿Cómo eran? ¿Se querían? —Se secó una lágrima con la otra mano y Simon fingió no darse cuenta.

—Mi madre solía decir que Tom era la única persona capaz de ganarle a las cartas a mi padre y no perder su amistad. Y tu madre era muy cariñosa, siempre que venían por casa me preguntaba cosas y me despeinaba. Yo era muy pequeño, pero recuerdo que solían llegar cogidos de la mano y que, mientras estaban cenando, se tocaban y se daban besos. Mis padres hacían lo mismo, supongo que por eso me acuerdo. Cuando tú naciste, se pusieron tan contentos que tu padre casi deja la ciudad de Nueva York sin muñecos de peluche. El mío le tomó el pelo durante semanas, pero él también fue a comprarte un par de nuestra parte. El que más te gustaba era…

—Un perro —Mara terminó la frase por él.

A Simon le dio un vuelco el corazón y tuvo que tragar saliva para volver a hablar.

—Sí, un perro. —Respiró hondo y se obligó a esperar a que ella dijera algo más, y cuando vio que no lo hacía, le preguntó—: ¿Te acuerdas de eso?

—No exactamente, pero cuando has empezado a hablar me ha venido a la mente la imagen de un perro de peluche. Durante años, le insistí a mi tío para que me comprara uno, pero como me pasaba casi todo el año en el internado, nunca lo convencí. Cuando alquilé mi primer apartamento, me aseguré de que permitieran tener animales en el edificio y con mi primer sueldo fui a la perrera municipal y adopté un perro.

Puzzle.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella asombrada y algo asustada.

—Tu madre tenía uno que se llamaba así, y un día tú le dijiste a la mía que querías uno igual —se limitó a decir él.

Mara no podía asimilar todo aquello. Si lo que decía Simon era verdad y los Whelan no sólo no habían matado a sus padres, sino que habían llorado su pérdida, entonces, ¿por qué su tío estaba convencido de lo contrario? No, Simon tenía que estar inventándose todo aquello, si no, toda su vida era una gran mentira.

—Eso podrías haberlo averiguado de algún modo. Quizá llevas años vigilándome —lo atacó confusa.

—Podría, pero no lo he hecho. Si hubiera sabido que estabas viva… —Se detuvo y tomó aire. Ya habían hablado de suficientes cosas difíciles por un día, lo mejor sería dejarlo para más tarde—. ¿Pasaste toda tu infancia y adolescencia en Suiza? —preguntó, cambiando de tema.

—Casi toda. Vine a Estados Unidos un par de veces; mi tío es geólogo y trabaja en una expedición afincada en Alaska.

—¿Qué clase de geólogo?

—Está especializado en yacimientos petrolíferos.

«Qué interesante», pensó Simon, y añadió de inmediato ese detalle a la lista mental que estaba confeccionando sobre Ronan Stokes.

Mara bostezó y dijo algo avergonzada:

—Creo que dormiré un rato.

—Tranquila, te aviso cuando nos paremos.

Él siguió conduciendo y repasando todo lo que ella le había contado. Ahora ya no tenía ninguna duda de que Mara era María, pero en lo que todavía no había llegado a ninguna conclusión era respecto a ese tal Ronan. ¿Había actuado junto con el ejército de las sombras desde el principio? ¿O era otro peón más, otra víctima de lord Ezequiel?