Ningún piloto del mundo habría podido aterrizar mejor de lo que lo hizo Sebastian. Después de lo que le había pasado a Veronica, pilotó con un único objetivo: que el avión se moviese lo menos posible para que la ilíada pudiese recuperarse cuanto antes. Él jamás lo reconocería en voz alta, por supuesto que no, pero ése era el único motivo por el que se enfrentó a aquella helada pista de aterrizaje como si le fuese la vida en ello.
En cuanto las ruedas de la nave se detuvieron del todo, Sebastian repasó hasta el último de los paneles antes de dar el visto bueno para abrir las puertas. Y le dijo a Dominic que se asegurase de que Veronica fuese muy bien abrigada. A ella no le dirigió la palabra.
Mitch y Simona los estaban esperando en el hangar. Michael estaba de pie frente a ella como si intentase protegerla, un gesto ridículo, sin duda, y completamente innecesario, pero que la reconfortaba. A Simona nunca antes la había protegido nadie y estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para ser digna merecedora de tal gesto. Y la verdad era que estaba nerviosa y que tenía miedo de enfrentarse a los tripulantes de aquel avión, en especial a Dominic. A lo largo de su prolífica carrera como asesina del ejército de las sombras, se había tropezado varias veces con el guardián y éste se había ganado su respeto. Seguro que él la odiaba y la despreciaba. «Y con razón», pensó Simona.
Las puertas se abrieron y Dominic fue el primero en bajar, seguido por una mujer de aspecto juvenil e inocente, Veronica, y un hombre de actitud férrea y mirada letal, el soldado del ejército de las sombras, Kepler. El guardián era el único que los conocía a todos, así que era a él a quien correspondía hacer las presentaciones de rigor, pero antes de proceder, se tomó unos segundos para darle un abrazo a Mitch.
—Me alegro de que estés bien —le dijo Dominic, sincero.
—La encontraremos, Dominic, cuenta con ello —le prometió Mitch, haciendo referencia a Claire.
Los dos amigos se soltaron y el guardián vio que los otros miembros de aquella curiosa expedición se estaban midiendo con la mirada.
—Veronica, Sebastian —señaló a los interesados—, os presento a Simona Babrica, una cruz para los guardianes durante mucho tiempo, pero que ahora ha venido a ayudarnos.
»Babrica, ella es Veronica Whelan, una ilíada, pregúntale lo que quieras sobre vuestra especie. Él es Sebastian Kepler, un soldado que, igual que tú, ha visto la luz y ha cambiado de bando.
—Había oído hablar de vosotros, pero creía que no existíais —le dijo Simona a Sebastian.
—Yo creía que no existían ni los vampiros ni los hombres lobo y mira con quién estoy ahora —respondió él, irónico.
—Vaya, es todo un alivio ser el más normal del grupo. En la comisaría, siempre me tratan como si fuese un bicho raro —dijo Mitch para aliviar un poco la tensión.
—Porque lo eres, Buchanan —apuntó Dominic—. Ven conmigo un segundo, quiero que me hables de Ewan y de Julia y así los niños pueden jugar solos un rato.
—¿Estás seguro? —le preguntó Mitch en voz baja, enarcando una ceja.
—Claro. ¿Qué es lo peor que puede pasar?
—Ni te lo imaginas —contestó él, alejándose con Dominic de los otros tres.
En cuanto los dos se apartaron, Veronica se acercó a Sebastian.
—¿Pretendes ignorarme durante todo el viaje? —le preguntó—. Está bien —añadió con el cejo fruncido—, como quieras.
—Iré a por las bolsas —dijo Sebastian a modo de respuesta—. Tengo que comer algo. —No especificó que iba a buscar una de las bolsas de sangre que se había llevado para el viaje.
—Tiene que resultarle muy difícil —comentó Simona en cuanto Sebastian desapareció tras la bodega del avión—. La adicción a la sangre es muy poderosa, así es como Ezequiel mantiene leales a los soldados.
—Sí, lo sé. Y el muy terco se niega a hablar de ello —refunfuñó Veronica—. Lo siento, me temo que no he sido nada cortés contigo. Discúlpame.
—No, por favor. —Simona no se había sentido en absoluto maltratada—. Lo comprendo.
—Es que ese hombre me está volviendo loca —añadió Veronica.
—Sé de lo que hablas.
Y en ese preciso instante, nació la complicidad entre las dos mujeres y se sonrieron. Ninguna de las dos había tenido nunca una amiga con la que hablar de esas cosas.
—Ewan dice que tu padre fue un guardián y que tú eres una ilíada. —Veronica se atrevió a sacar el tema—. ¿Qué puedes hacer?
—¿Que qué puedo hacer? —le preguntó Simona, confusa.
—Sí, todas las ilíadas tenemos un poder especial. Yo puedo eliminar el dolor que siente otra criatura, un animal o incluso una persona, y absorberlo dentro de mí para que no sientan nada.
—¿Y eso no es peligroso?
—Mucho.
—Yo no sé qué puedo hacer. Sé que tengo esto —extendió las garras y vio que Veronica abría los ojos como platos— y que soy mucho más rápida y fuerte de lo normal.
—Todas las ilíadas tenemos un don mental, por así llamarlo, pero si tú además tienes dones físicos, entonces es que eres muy poderosa.
—Quizá no tenga un don mental —sugirió Simona.
—Por supuesto que lo tienes; probablemente lo que pasa es que no sabes utilizarlo. Todas tenemos que aprender. Es normal, no te preocupes. Yo te enseñaré.
—¿Por qué estás tan segura de que tengo ese don del que hablas?
—Porque Ewan le dijo a Simon que sabías dónde estaba Claire. La única que había podido averiguar algo de su paradero había sido Maria y sólo porque su madre, Nina, una odisea que murió hace años, se lo contó en sueños. Además, antes de aterrizar, Dominic me ha explicado que, según tu reputación, parecías anticiparte a los movimientos de los guardianes.
—¿Adónde quieres llegar con esto?
—Creo que tu poder consiste en poder leerles la mente a los guardianes y a las odiseas, además de a los humanos; claro que con éstos no tiene demasiado mérito. Me parece que puedes comunicarte con Claire y que, por lo tanto, eres la única que puede decirnos dónde está y si está bien.
—Vaya, me quitas un peso de encima; y yo que pensaba que mi participación no iba a ser importante.
—No lo digo para presionarte, Simona; a mí también me gustaría que todo esto no hubiese sucedido —dijo extendiendo los brazos para abarcar el entorno—… o que hubiese sucedido más despacio, mejor dicho. Pero las cosas son como son, ya sabes.
—¿Y te fías de mí así, sin más? —preguntó, atónita, la asesina.
—Una ilíada tiene que fiarse de sus instintos y tú, aunque desconocías tu naturaleza, llevas años haciéndolo. Confiésalo. Tú sabes que de lo único de lo que puedes fiarte es de ti misma. Así que dime, Simona, ¿qué te dice tu instinto? Porque el mío me dice que me fíe de ti y que me dé prisa en encontrar a Claire cuanto antes porque aquí corremos peligro de verdad.
Simona miró los ojos de aquella joven tan descarada y directa y se dio cuenta de que había acertado en todo. Ella sólo se fiaba de su instinto y ahora quizá también del de Michael.
—Mi instinto me dice que me vaya de aquí cagando leches —contestó, sincera— y que quizá tengas razón y pueda ponerme en contacto con Claire.
—Así me gusta, bienvenida al club. —Le tendió la mano.
—Espero que no me eches por incumplir las normas. —Simona se la estrechó.
—Tranquila, todas lo hacemos.
—Ya estamos aquí —Dominic anunció su presencia y, junto a él, llegó también Mitch, que observó fascinado el intercambio entre Simona y Veronica.
—Ya era hora, Dom. No tenemos tiempo que perder. Y aquí hace un frío de muerte —le dijo Veronica, abrazándose a sí misma.
—Ponte esto. —Sebastian le colocó encima su plumón—. Vamos, todavía tenemos que llegar al refugio.
Aunque no los había acompañado, Simon no había podido contener su necesidad de controlarlo todo y había planeado cada punto del viaje. Consciente de que en Ignaluk tendrían que enfrentarse a los soldados de Ezequiel y quizá también a sus nuevas creaciones, Simon se había encargado de alquilar o, mejor dicho, comprar, un pequeño refugio en esa parte de Siberia. Industrias Whelan siempre estaba interesada en hacer otra inversión inmobiliaria. Los cinco subieron al todoterreno negro que Mitch había conducido hasta allí y juntos se dirigieron al refugio en cuestión. La cabaña resultó ser un antiguo hotel que había cerrado por falta de clientes, algo más que comprensible y, por fortuna para los recién llegados, estaba totalmente equipado y tenía agua caliente y electricidad.
Dominic fue el primero en despedirse del resto; quería encerrarse en su habitación e intentar serenarse. Se había pasado todo el vuelo notando cómo le hervía la sangre, una sensación que, a pesar de los años que había vivido, no había sentido nunca. Cuando sucedió lo de Veronica se tranquilizó un poco, pues esa inquietud encontró una vía de escape y, por suerte, Sebastian no se dio cuenta de que su reacción no se debía únicamente al peligro que corría la ilíada, sino a algo más. El problema era que ni el propio Dominic sabía qué era ese algo más. Y no podía quitarse de la cabeza el comentario que le había hecho el exsoldado acerca de que con él se sentía cómodo, porque su presencia le recordaba a la de Ezequiel.
Dominic se negaba a reconocerlo, pero si cerraba los ojos y se imaginaba a sí mismo arrancándole la cabeza a uno de los distintos soldados que lo habían encerrado en los laboratorios de Vivicum Lab, se tranquilizaba. Y si se imaginaba torturándolo durante días, incluso sonreía. ¿Qué le estaba pasando? Él no era así. Sin duda no era un hombre totalmente inocente, en el transcurso de su larguísima vida había participado en muchas guerras, demasiadas, pero le gustaba creer que nunca había disfrutado causando dolor. En cambio, ahora sabía con absoluta certeza que sentiría un enorme placer al ver sufrir a cualquiera de esos soldados. O incluso a otros. Y quizá también a los humanos que… ¡En qué diablos estaba pensando! Los guardianes protegían a los humanos, ésa era su misión. «Pero hay algunos con los que podríamos hacer una excepción». Golpeó la mesa de la habitación con tanta fuerza que la partió en dos.
Veronica y Sebastian se fueron también a sus respectivas habitaciones, una para cada uno, pero cerca de la del otro. Ella fingió no darse cuenta de que él había esperado a elegir la suya a que ella se decidiese; luego, siguió ignorándola. Dentro de su dormitorio, Veronica se desnudó y se dio una ducha. Todavía estaba dolorida por lo que había sucedido en el avión y el agua caliente la alivió un poco. Habían decidido que descansarían unas horas y que luego se reunirían en la recepción del hotel para decidir cuál sería su próximo movimiento. Ella sabía que tenía que dormir, que le hacía falta, pero también sabía que no conseguiría cerrar los ojos hasta asegurarse de que Sebastian estaba bien. Él no le abriría la puerta de su habitación sin más, necesitaba alguna excusa. Desvió la mirada hacia la izquierda y la encontró… Su chaquetón.
Una parte de Sebastian sabía que lo mejor para todos sería que se fuese de allí y no volviese nunca más. Ahora que Dominic contaba con la ayuda de Simona, él ya no era necesario. Sí, lo mejor sería que cogiese sus cosas y se largase. Entonces, ¿por qué había dejado el petate encima de la cama? Buscó el tabaco y encendió un pitillo; la nicotina quizá consiguiera quitarle el sabor de la sangre embolsada que había tenido que beberse para mantener la calma. Aunque no se veía capaz de reconocérselo a sí mismo, ver a Veronica prácticamente muerta en el pasillo del avión casi había acabado con él. Para siempre. Terminó el cigarro con un par de caladas y se desnudó furioso. Se metió en la ducha y dejó que el agua helada le golpease la piel.
Oyó una llamada en la puerta. En circunstancias normales, la habría ignorado, pero tan cerca de uno de los centros de Ezequiel, no se atrevió a hacerlo, podía ser importante. Cogió una toalla, se la colocó en la cintura y fue a abrir.
—Quería devolverte el chaquetón —dijo Veronica a toda velocidad, levantando la prenda en cuestión con la mano derecha.
Sebastian estaba chorreando en el umbral, acababa de salir de una ducha de agua helada, en el pasillo circulaba el aire cortante de Siberia y a él le quemaba la piel.
—No hacía falta —farfulló, arrancándole el chaquetón de la mano. Iba a cerrar la puerta, pero su propia boca se lo impidió—: ¿Te encuentras bien?
—Sí —contestó Veronica sin poder ocultar lo sorprendida que la había dejado su pregunta—, sólo estoy un poco dolorida. Mañana estaré bien.
Sebastian asintió y bajó la mirada al suelo.
—No deberías haberlo hecho —le reprochó.
—¿Siempre te sientes así? —le preguntó ella, aprovechando que parecía dispuesto a hablar.
—Es lo que me merezco —repuso, estoico.
—Nadie se merece eso, Sebastian.
—Podría haber dicho que no —le recordó él, haciendo referencia al día en que accedió a beber la sangre del soldado del ejército de las sombras.
—Elegiste sobrevivir, yo habría hecho lo mismo.
—Me alegro de que estés bien, Veronica.
Ella le sonrió lentamente y a Sebastian se le encogió el estómago.
—Es la primera vez que me llamas por mi nombre —señaló.
—No es verdad —se defendió él, a pesar de que sabía que sí lo era.
—Me gusta cómo lo dices.
—Vete de aquí, Veronica —replicó, sin poder evitar sonreír.
—Claro, Sebastian. Descansa un poco —añadió en voz más baja.
Volvió a su dormitorio con una sonrisa en los labios y, sorprendentemente, consiguió descansar. Él no tanto.
Michael y Simona no insultaron al resto del grupo ni a ellos mismos eligiendo habitaciones separadas. Desde el día en que Mitch llegó a Rusia dormían en el mismo dormitorio y en la misma cama, y ahora no iban a fingir lo contrario. Todavía no habían hecho el amor y, aunque Simona no tenía ninguna duda de que Michael la deseaba, también sabía que iba a esperar a que fuese ella quien iniciase aquel encuentro que cambiaría definitivamente su relación. O eso pensaba Simona.
Michael sabía que nada podía intensificar más lo que ya sentía por aquella mujer. O ilíada. O lo que fuese. Él siempre había sido un hombre sencillo, práctico y muy honesto con sus sentimientos y consigo mismo. Estaba enamorado de Simona. No sabía ni cómo ni por qué, pero lo estaba. Y era un sentimiento maravilloso.
Ella se desnudó y se puso una de las camisetas de él, un detalle que a Michael le parecía de lo más sexy. Al día siguiente, siempre se ponía la camiseta que había llevado Simona debajo de la suya, así tenía la sensación de tenerla más cerca. Probablemente, Ewan se reiría de él si lo supiese, y con razón, pero a Mitch no le importaba lo más mínimo. A diferencia de su amigo, él no tenía una mujer predestinada, él podía pasarse la vida entera sin enamorarse de nadie, sin sentir jamás aquella sensación, y haberla encontrado con Simona le parecía increíble. Fascinante. Imposible.
Aprovechó que ella estaba descansando para llamar a Ewan y comunicarle que el resto de la expedición había llegado sana y salva. El guardián le puso también al corriente de los pequeños avances que habían hecho con relación al pasado de Simona y al de su familia y todo coincidía con lo que el profesor Vassa le había contado a ella directamente. Los dos hombres se despidieron deseándose suerte y Michael se tumbó junto a Simona para rodearla con los brazos. Ella se movía nerviosa en sueños y él le acarició el pelo y la espalda para intentar tranquilizarla.
—¿Quién eres? —le preguntó a Simona la voz de una mujer en su sueño.
—¿Que quién soy yo? ¿Quién eres tú? Te has metido en mi cabeza. —Al parecer, incluso su inconsciente tenía mal carácter.
—Claire.
—¡Claire! —Simona no se despertó, algo le dijo que si lo hacía perdería aquel nexo de unión con la odisea a la que estaban buscando—. Me llamo Simona.
—¿Simona Babrica?
—¿Me conoces? —Estaba perpleja.
—Conozco tu reputación. Debí haber supuesto que eras una ilíada —añadió Claire al instante—. Me alegro de que por fin estés de nuestra parte.
—No sabía que estaba en el bando equivocado —se justificó ella.
—No te preocupes, lo importante es que no vuelvas a equivocarte.
—Claire, ¿estás bien? ¿Dónde estás?
—Cerca, muy cerca. Por eso tenéis que iros de ahí cuanto antes.
—¿¡Qué!? Pero si venimos a salvarte.
—No os preocupéis por mí. Tenéis que llevaros a Dominic de ahí.
—¿Ezequiel te está torturando? Pues claro que te está torturando, por eso quieres que nos vayamos. Él te está obligando a que me lo digas.
—Tenéis que iros de ahí, Simona. Por favor. Llévate a Dominic y a los demás lo más lejos que puedas.
—Imposible, ese guardián está decidido a encontrarte.
—Dame unos días, creo que daré con la manera de escapar por mis propios medios.
—¿Y si te equivocas, y si…? No, no puedo correr ese riesgo.
—Simona, tenéis que iros de ahí. Dominic corre peligro.
—¿De qué diablos estás hablando? ¡Eres tú la que está prisionera de Ezequiel! Sé de lo que ese hombre es capaz.
—Por eso mismo debéis marcharos. Ezequiel no tardará en encontraros.
—¿Qué?
—Tiene ojos por todas partes, Simona.
Ella se peleó con las sábanas.
—¿Estás o no en Ignaluk? Al menos, confírmame eso, si no, no podré convencer a Dominic. —A ella siempre se le había dado muy bien negociar.
—Sí. Prométeme que os iréis —le pidió Claire.
—Prometo que lo intentaré. —Si lo que había oído de Dominic Prescott era verdad, no tenía ni la más mínima posibilidad de convencerlo.
—Intentaré ponerme en contacto contigo otra vez pero con las drogas me resulta difícil concentrarme. —La voz de Claire tembló dentro del sueño.
—¿Drogas? ¿Qué clase de drogas? —Simona conocía todas las tácticas de Ezequiel y convertir a sus presos en adictos a sustancias de su creación era una de las que más le gustaba practicar—. ¿Qué drogas, Claire?
—Viene alguien —susurró ésta—. Espero que… ¡Idos de ahí!
—¡Claire! —Simona se despertó gritando.