4

Podría ser una trampa. —Fue lo primero que dijo Dominic después de escuchar el relato de Ewan por teléfono.

—Lo sé, pero irás a Ignaluk de todos modos —añadió éste, consciente de que su amigo no iba a dejar pasar la oportunidad de salvar a Claire, aunque tuviese que meterse en la boca del lobo.

—¿Has podido comprobar alguno de los nombres que te dio Mitch? —preguntó Dominic, que en su mente ya estaba haciendo planes sobre cómo ir hasta la isla de Alaska.

No podía partir de inmediato, antes tenía que hablar con Simon y su prima Veronica y recopilar tanta información como le fuese posible acerca de los planes de lord Ezequiel; y, a juzgar por cómo lo miraba Sebastian Kepler desde que habían llegado del hospital, el exmilitar también necesitaba contarles algo importante. Por eso se habían reunido todos en el salón de la casa de los Whelan, pero la llamada de Ewan había impedido que empezasen a hablar. Dominic ni siquiera se había planteado la posibilidad de no contestar; Ewan podía poseer información vital acerca de Claire y de su paradero. Tal como había resultado ser.

—Sí. Según mi abuelo y El libro negro de los guardianes, Ivan Babrica fue un guardián que enloqueció después de que su esposa Catalina Ilich lo abandonase con su hija de corta edad.

—Simona —apuntó Dominic.

—Presuntamente. Al parecer, la otra mujer que aparecía en la anotación de Simona, Nadia Kalinin, estaba convencida de que se casaría con Ivan y al verse despechada por una plebeya lo orquestó todo para que Ivan creyese que su esposa le había sido infiel y que su hija era la bastarda de otro hombre.

—¿Ivan era un guardián y creyó que su alma gemela le había sido infiel? —No hizo falta que dijese en voz alta el calificativo que le merecía ese guardián.

—Sí, según mi abuelo, se decía que la niña poseía «cualidades físicas inusuales».

—Antes no se creía en la existencia de las ilíadas —señaló Dominic, dándole así un velado voto de confianza a Simona—. Eso explicaría su fuerza y su aspecto físico y también que Ezequiel quisiese tenerla a su lado durante tanto tiempo.

—Pero también podría ser todo una gran estratagema para volver a capturarte —intervino Ewan desde el otro lado del teléfono—. Todavía no sabemos qué pretende Ezequiel exactamente, pero tú y yo tuvimos el dudoso placer de probar las drogas con las que está experimentando.

—Sí y por eso sabes que tengo que encontrar a Claire antes de que sea demasiado tarde. El último guarda que maté en el laboratorio me dijo que se me estaba acabando el tiempo y un hombre no exagera cuando está a punto de morir.

—Lo sé, Dominic, y comprendo lo que sientes. Pero piensa un segundo. Siempre hemos creído que Ezequiel te capturó a ti por azar, que sólo necesitaba la sangre de un guardián cualquiera para sus experimentos. ¿Y si nos equivocamos? ¿Y si sólo le sirves tú? Hay muy pocos guardianes milenarios, Dom. Y ninguno tan fuerte como tú.

—Si Ezequiel me quisiera a mí, habría encontrado el modo de atraparme.

—¿Con cuántos soldados te has enfrentado últimamente? Vamos, Dom, no me digas que crees que todo esto está sucediendo por casualidad.

—Voy a ir a Ignaluk —sentenció firme.

—Y yo no voy a impedírtelo.

Los dos hombres se quedaron en silencio unos segundos, midiéndose el uno al otro como si estuviesen viéndose, cuando en realidad hablaban por teléfono. Dominic había salido al porche de la casa de los Whelan y desvió la mirada hacia unas ramas cubiertas de nieve. Ewan estaba sentado frente a la chimenea de su casa y flexionó los dedos encima del cuero del sofá.

—Lo único que te pido es que no vayas solo —dijo Ewan—. Antes he hablado con Veronica para preguntarle algunos detalles acerca de las ilíadas, para ver si así podía ayudar a Mitch, y le he pedido que te acompañe. —En realidad, le había pedido que se pegase a Dominic si hacía falta.

—No necesito una jodida niñera. Veronica es una niña.

—El don de Veronica puede resultarte muy útil según en qué estado encuentres a Claire. Y Kepler también os acompañará.

—Joder, Ewan, ¿estás montando una maldita excursión? Y, para tu información, estás casi a diez mil kilómetros de distancia, así que no estás al mando de nada.

—¡A ver si te entra en la cabeza que no quiero que te maten, Dominic! Joder, hace horas que sólo discuto con mis amigos porque quiero que sigan con vida. Estáis todos locos.

Dominic sonrió y, con la punta de la bota, derribó un montículo de nieve que se había acumulado en un escalón.

—Yo también quiero seguir con vida. Sería una lástima haber llegado hasta aquí para irme ahora. —Suspiró resignado—. Está bien, me llevaré a Veronica y a Kepler. ¿Tú también lo conoces?

—No, no lo he visto en mi vida. Pero Veronica me ha asegurado que tiene un buen presentimiento y los instintos de esa ilíada son prácticamente infalibles. Además, si es amigo de Simon, seguro que es de fiar.

—No sé, hay algo en él que no me gusta.

—Después de todo lo que te ha pasado últimamente, es normal que desconfíes —concedió Ewan—. Dale una oportunidad.

—Con una condición.

—Ya sabía yo que no iba a ser tan fácil.

—Si creo que tengo que ir solo a alguna parte, ni él ni ella se entrometerán.

Ewan soltó una carcajada.

—Apáñatelas tú con ellos, Dom. Como tú mismo has dicho con tanta elocuencia, no necesitas «una jodida niñera». Tienes mil años y no sé cuántos títulos militares, encárgate tú.

Dominic sonrió. Tenía que reconocer que Ewan Jura tenía algo de razón. Si lo que decía Simona formaba parte de una elaborada estratagema para tenderle una trampa, más le valía no ir solo.

—Oye, Ewan —dijo Dominic tras carraspear—, tengo que volver dentro. Kepler iba a contarnos algo antes de que llamases.

—De acuerdo. Mantenme al día de todo.

—Lo mismo digo.

Los dos iban a colgar cuando Ewan habló de nuevo, en voz más baja.

—¿Dom?

—¿Sí?

—¿Alguna vez tienes pesadillas? —Silencio—. Olvídalo.

—Sí —confesó Dominic—. No sé qué diablos me inyectaron en ese laboratorio, pero todavía tengo pesadillas. Hay noches en las que casi creo que son reales.

—Yo también.

Dominic no le dijo que él, además de las pesadillas, se notaba mucho más violento, más irracional. Y que cada día que pasaba sentía unos impulsos más y más oscuros.

—¿Se lo has dicho a Julia? —le preguntó Dominic a su amigo. Algo en su interior le decía que si él tuviera a su alma gemela al lado, aquella rabia negra sería mucho más fácil de dominar.

—Sí, ella es la única que logra calmarme. Me ha hecho algunas pruebas. Dice que la droga se está diluyendo, que pronto desaparecerá de mi organismo.

«Pero a ti sólo te dieron una dosis, yo estuve meses encerrado en aquella jaula».

—Sí, yo también lo creo —mintió—. Los efectos secundarios deberían desaparecer con el paso del tiempo.

—Tenemos que detener a Ezequiel, Dominic. Espero que encuentres a Claire, pero ve con cuidado.

—Igualmente.

Dominic colgó y se quedó sentado en un escalón del porche de los Whelan unos segundos. El viento le pegó copos de nieve en la frente y en la nariz, y notó que la piel le quemaba tanto que los derretía en seguida. Respiró hondo e intentó recuperar la calma. No podía entrar en la casa en ese estado. Dejó la mente en blanco e intentó pensar únicamente en el frío y en la noche que lo envolvía y no en que su sangre circulaba a una velocidad vertiginosa por sus venas. Ni en que su guardián gritaba a pleno pulmón de las ganas que tenía de destripar a los hombres que lo habían separado de Claire. Al final, irónicamente, lo que consiguió tranquilizarlo fue precisamente pensar en ella. En su voz y en el color de su pelo. Se tranquilizó porque sabía que el único modo de salvarla era partiendo de Vancouver cuanto antes.

Entró en la casa y fue directamente al salón, donde lo estaban esperando los demás. Simon y Maria se hallaban sentados en un sofá, cerca de la chimenea; el guardián no parecía tener intención de apartarse de su alma gemela ni un segundo. Tenían los dedos entrelazados y ella le estaba apartando un mechón de pelo de la frente. Veronica estaba de pie frente a una estantería repleta de libros, inspeccionando los títulos. Kepler parecía un león enjaulado, mantenía una postura militar y la mirada fija en algún punto del horizonte, que observaba a través de la ventana.

—Lamento haberos hecho esperar —se disculpó Dominic nada más entrar.

—Tranquilo, no te preocupes —le dijo Simon—. ¿Ewan ha averiguado algo acerca del paradero de Claire?

—Sí. —Dominic se frotó la cara y se sentó en una silla—. Cree que podría estar en Ignaluk.

—El día del ataque —expuso Simon— oí que Ezequiel hablaba de una isla. Podría ser Ignaluk.

—Es una trampa —afirmó Sebastian dándoles la espalda—. Aun en el caso de que consiguieses llegar a la isla con vida, jamás conseguirías salir. Lord Ezequiel ha construido allí una prisión de máxima seguridad que hace que las cárceles que habéis visto hasta ahora parezcan un juego de niños. El subsuelo es un laberinto de túneles que se convierten en una trampa mortal y los laboratorios están dotados de los instrumentos más sofisticados que existen. Creedme, si esa tal Claire a la que estáis buscando está allí, lo más seguro es que ya esté muerta.

—Claire no está muerta —repuso Dominic, furioso, intentando calmar al guardián.

—¿Cómo sabes todo eso, Sebastian? —le preguntó Simon.

Sebastian suspiró abatido y se dio media vuelta despacio. No quería volver a perder a su amigo, ahora que lo había recuperado, pero sabía que no tenía elección. Simon se merecía que le contase la verdad y quizá así pudiese ayudarlos, a él y al resto de guardianes. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para compensar todo el daño que infligió después de lo de Irak. Levantó una mano y se bajó la cremallera de la chaqueta de algodón para dejarse al descubierto el cuello y la marca que lo identificaba como soldado del ejército de las sombras.

—Dios, no —dijo Simon en voz baja—. ¿Cómo? ¿Cuándo?

—En Irak, hace unos años —explicó Sebastian, cansado.

—Eres un maldito soldado del ejército de las sombras. Un maldito soldado —repitió Dominic—. Dame un motivo por el que no deba matarte ahora mismo.

Se movió con tanta rapidez que ninguno de los otros ocupantes del salón reaccionó hasta que tuvo a Sebastian sujeto por el cuello contra la pared. Dominic tenía las garras a medio extender y los iris completamente negros. El guardián estaba perdiendo el control de sus emociones.

—Suéltalo, Dominic —le dijo Simon, cogiéndolo el brazo—. Suéltalo.

Él apretó más los dedos y Sebastian no se resistió, aunque la fuerza que desprendían los músculos del soldado era incluso palpable.

—Suéltalo, Prescott —ordenó Veronica, acercándose, pero la ilíada no tocó al guardián, sino a Sebastian. La resignación y el abatimiento que había visto en los ojos de éste le habían encogido el corazón y no pudo evitar ir a su lado—. Deja que Sebastian nos cuente su historia. Por favor.

—Es un esclavo de Ezequiel —masculló Dominic.

—Ya no. Yo también quiero matar a ese monstruo con mis propias manos —dijo Sebastian, hablando por primera vez desde que Dominic lo había atacado—. Y hay más como yo. Podemos ayudarte —añadió, mirándolo a los ojos—. Si de verdad pretendes entrar en la fortaleza de Ezequiel en Ignaluk, necesitarás a alguien que ya haya estado allí.

Dominic aflojó los dedos y se apartó furioso. Respiró hondo varias veces, pero la ira del guardián no retrocedió, aunque consiguió dominarla lo suficiente como para escuchar al soldado.

—¿Estás bien, Sebastian? —le preguntó Veronica al ver que se frotaba el cuello para recuperar la circulación.

—No te preocupes por mí —fue la antipática respuesta de él—. No vale la pena —añadió en voz baja, ganándose que Veronica lo fulminase con la mirada.

—¿Es cierto lo que has dicho? —quiso saber Simon, sentándose de nuevo junto a Maria—. Eso de que ya no eres esclavo de lord Ezequiel.

—Lo es —afirmó Sebastian—, pero eso no significa que no siga llevando su marca.

—¿Qué pasó, Sebastian? ¿Por qué no me lo contaste?

—¿Y cómo querías que lo hiciese? Dios, tú perteneces a una raza que se dedica a exterminar a criaturas como yo y tampoco me lo dijiste. Tú naciste guardián y jamás me lo contaste. Creía que era tu mejor amigo y, sin embargo, no tenía ni idea de que no eras humano.

—Iba a contártelo, pero entonces te alistaste en el ejército y desapareciste —confesó Simon, sintiéndose culpable. Notó que Maria le acariciaba la nuca y el gesto lo reconfortó.

—Cuéntanos qué pasó, Sebastian, desde el principio —le pidió Maria.

—Me alisté en el ejército y poco tiempo después me seleccionaron para entrar a formar parte de una unidad especial. Mi equipo y yo estábamos especializados en rescates, entrar y salir y hacer todo lo que fuese necesario para recuperar a nuestro objetivo. Nada de preguntas ni autorizaciones y nada de rescatarnos a nosotros. Si caíamos en una misión, ningún órgano del gobierno habría negociado para salvarnos. La última en la que participamos —dijo, recordando, mientras jugaba con el mechero—, salió mal desde el principio. Nos capturaron.

—¿Quiénes? —preguntó Simon, atento.

—Los hombres de Ezequiel. Nos habían estado esperando. Toda aquella operación había sido orquestada con el único objetivo de capturarnos. Nos llevaron a una casa en medio del desierto y allí nos ofrecieron un trato —sonrió despreciativo—: morir o convertirnos en soldados del ejército de las sombras. —Encendió un pitillo antes de continuar—. Yo pensé que eran unos fanáticos chiflados y supe que teníamos las horas contadas. Sam, uno de mis hombres, los mandó a la mierda y, acto seguido, un perro enorme le arrancó la yugular.

—Un perro del infierno —apuntó Veronica.

—Sí, yo estaba convencido de que estaba alucinando, pero luego Martin le dijo a ese tipo que aceptaba el trato y el hombre le disparó en el estómago y después lo obligó a beber la sangre que manaba de un mordisco que él mismo se dio en la muñeca. Martin se revolvió como un poseso y cuando se quedó quieto, pensé que había muerto… pero entonces abrió los ojos y vi que seguía vivo. Sólo que ya no era él. Era como ver una versión vacía de Martin, sin alma. Entonces me tocó a mí y… —Se encogió de hombros y carraspeó—. Es obvio que acepté el trato.

—¿Y qué sucedió después?

—Los primeros meses siguen siendo borrosos. No recuerdo nada en concreto, excepto la sed de sangre y la maldad que corría por mis venas. Pero una mañana me desperté y me odié por todo lo que había hecho, fue como salir de un largo letargo y decidí que no podía seguir viviendo. Subí al tejado de la casa en la que nos tenían encerrados, saqué mi pistola y me dispuse a escapar del único modo que creía posible.

—¿Y por qué no te volaste la cabeza? —Dominic no disimuló que la idea seguía pareciéndole de lo más recomendable.

Sebastian lo miró a los ojos, pero excepto por eso, no hizo caso del comentario y retomó su historia.

—Apareció Elliot Montgomery. Él también había sido capturado por el ejército de las sombras y transformado en contra de su voluntad y había conseguido escapar. Elliot me explicó qué era el ejército de las sombras y qué pretendían y también me habló de vosotros, de los guardianes. Al principio no le creí, después de todo lo que me había pasado, no estaba dispuesto a salir del fuego para caer en las brasas y seguí aferrándome a mi pistola. Pero entonces, Elliot me dijo que existía una manera de luchar contra la sed de sangre, contra aquellos instintos que me habían convertido en un asesino. Acepté irme con él y hace unos meses decidí que estaba listo para volver a Estados Unidos.

—¿Dónde está ahora Montgomery? —preguntó Simon.

—En Londres, él y otros gladiadores…

—¿Gladiadores? —preguntó Veronica.

—A mí me parece un nombre ridículo, pero así es como nos llamamos —explicó Sebastián—. Él y otros gladiadores están siguiendo una pista sobre el ejército. Si al final sus sospechas resultan ser fundadas, irán a ver a Ewan Jura para contarle lo que han averiguado. Queremos ayudaros.

—¿Por qué? —preguntó Dominic, suspicaz.

—Porque Elliot y los demás creen que con la sangre de Ezequiel podrían fabricar una cura para nosotros.

—¿Tú no lo crees? —fue Veronica la que habló.

—No, yo creo que ya no hay marcha atrás. Pero sí estoy dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para que no le suceda a nadie más lo que me ha sucedido a mí.

—¿Cómo controlas la sed de sangre? —preguntó Dominic, que todavía no sabía si creer a Sebastian.

—Con animales y con la inestimable ayuda de los bancos de sangre —respondió directo—. Ésa es la parte fácil.

—¿Y la difícil? —quiso saber Simon.

La transformación de un humano en soldado del ejército de las sombras se basaba en la desaparición del alma de la persona. Los soldados eran criaturas viscerales, impulsivas, que se guiaban únicamente por impulsos animales. Esos impulsos aparecían el día en que se iniciaba la transformación e iban aumentando hasta carcomer el alma del hombre o la mujer que habían invadido. Cuantas más víctimas muriesen a sus manos, más rápido era dicho proceso. Y cuantas más víctimas, más aumentaba la sed de sangre. Tal como le había dicho Dominic a Veronica, era igual que una adicción. Si Sebastian había conseguido vencerla, no le habría resultado nada fácil y seguro que todavía seguía sufriendo los efectos.

—Es cosa mía —contestó Sebastian—. Mirad —se pasó las manos por la cara—, comprendo que no confiéis en mí. La verdad es que, si la situación fuese al revés, yo tampoco confiaría en mí, pero cuando Simon me llamó, no dudé en ayudarlo, y no sólo porque fuera mi amigo, sino también porque quiero vengarme de Ezequiel por haberme convertido en un monstruo —concluyó, sincero.

—Tú no eres un monstruo —dijo Simon con fervor.

—Sí lo soy —sonrió y le enseñó los pequeños colmillos—. Ni te imaginas la cantidad de veces que me he imaginado a mí mismo haciéndoos daño. Joder.

—Pero no nos lo has hecho —señaló Veronica, comprendiendo por fin el dolor que sentía cada vez que estaba cerca de Sebastian.

—Todavía —insistió él, quien al parecer no podía soportar la comprensión de la ilíada.

—Nunca —lo retó Veronica con la mirada.

Sebastian se dio por vencido y, tras tomar aire, se apartó de la joven.

—Yo nunca he estado en Ignaluk, pero Elliot tenía los planos de la isla en su casa de Londres y los estudié con atención. Elliot está convencido de que esa cárcel tiene un significado especial para Ezequiel —añadió, a modo de explicación—. Puedo llevarte hasta allí —le dijo a Dominic.

—Creía que habías dicho que después de hablar con Simon te irías —lo desafió Veronica.

—He cambiado de planes —dijo él con desdén—. Antes no sabía lo de Ignaluk y estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para vengarme, incluso meterme de nuevo en la boca del lobo.

—Yo también te acompañaré, Dominic —le comunicó Veronica, consciente de que Ewan ya le había comunicado antes que quería que tanto ella como Sebastian fuesen con él en su misión.

—Nosotros volveremos a Nueva York —intervino Maria, antes de que Simon se ofreciese también voluntario. No iba a permitir que el hombre al que amaba volviese a poner su vida en peligro.

—Repetiré unos análisis que me pidió Ewan —apuntó Simon— y, si a ti te parece bien, Sebastian, me pondré en contacto con Elliot Montgomery. Quizá pueda darnos más información acerca de Ignaluk y sobre los planes de Ezequiel.

—De acuerdo —convino Dominic en voz alta—. Preparad vuestras cosas —les ordenó a Veronica y a Sebastian—, nos iremos mañana por la mañana.