20

Quieres matarme, ¿no es así? —le preguntó Ezequiel—. Te estás imaginando el placer que sentirías al ver estallar mi cráneo contra la mesa. Déjame que te lo explique; un placer indescriptible.

Dominic se acercó a él y lo miró a los ojos.

—No te golpearía la cabeza contra la mesa. Demasiado fácil. Haría algo mucho más doloroso.

—¿Cómo qué?

—No lo sé, ¿sacarte los ojos, arrancarte la piel? Tú eres el experto, yo sólo soy un aprendiz.

Ante tal comentario, Ezequiel enarcó una ceja.

—¿Me estás diciendo que estás dispuesto a seguir mis pasos?

—Te estoy diciendo que tengo mucho que aprender. Aunque no sé si de ti; al fin y al cabo, tú y yo llevamos una eternidad enfrentándonos y conozco todos tus trucos y tus debilidades.

—Yo no tengo debilidades —afirmó el otro, petulante.

—Sí las tienes, todos las tenemos: soldados, guardianes, odiseas, ilíadas, gladiadores. Da igual el nombre, todos tenemos alguna debilidad.

—Si eso es así, ¿cuál es la mía?

—La soledad —contestó Dominic sin dudar ni un segundo—. Tienes miedo a estar solo.

—Yo no le tengo miedo a nada.

—Entonces, ¿por qué intentaste matar a una niña que sabías que iba a dar a luz a la llave del infierno? O, lo que es más importante, ¿por qué fallaste? Una parte de ti, muy minúscula, eso lo reconozco, quería ver en qué clase de mujer se convertiría esa niña y querías ver si podía enamorarse de ti. No de los trucos y de la maldad, sino de ti. Y cuando no lo conseguiste, la atemorizaste y la utilizaste para tus planes, igual que haces con todo el mundo.

—No sé de qué me estás hablando —dijo Ezequiel a la defensiva.

—A mí no vas a matarme.

—¿Ah, no?

—No, si de verdad quisieses matarme, ya lo habrías hecho.

—La profecía me impide eliminarte. Si lo intento, seguro que alguno de esos dioses encontrará el modo de hacerte resucitar y de hacerte más poderoso.

—Pues yo tampoco pienso matarme, Ezequiel. Ni voy a sucumbir a las sombras.

—Son muy potentes en tu interior. Puedo sentirlo; seguro que tarde o temprano sucumbirás a ellas.

—Sí, son potentes y por eso las respeto. Pero jamás sucumbiré a su influjo, porque tengo a Claire. Siempre que sienta la tentación de ceder, la miraré y pensaré en todo lo que puedo perder si me rindo. Y no me rendiré.

—Debería matarte ahora —amenazó Ezequiel, furioso por estar perdiendo la partida.

—Hazlo y, como tú has dicho, la profecía encontrará el modo de volver a hacerse realidad. Ahora entiendo lo de la llave, no es cuestión de fuerza. Una llave muy diminuta puede abrir una enorme puerta de acero. Es cuestión de destreza, de pericia. De inteligencia.

—Y tú eres todas esas cosas, ¿no?

—¿Yo? No, pero Claire sí y todas las personas de mi alrededor también. Juntos te contendremos siempre.

—Me has engañado —dijo, asombrado y algo orgulloso—. Las sombras te conquistarán algún día.

—Si no hubiese conocido a Claire, probablemente sí —reconoció—. Pero ahora, imposible.

—Encontraré el modo de vencerte para siempre —prometió Ezequiel.

—Y yo el modo de derrotarte —replicó Dominic—. Sin embargo, esta partida es mía.

Se dio media vuelta y abandonó el despacho de Ezequiel sintiendo cómo éste le clavaba la mirada en la espalda hasta que desapareció tras la puerta. Salió de la mansión y fuera buscó a Claire con la mirada y, cuando la encontró sentada en un banco de piedra, corrió a su encuentro.

—¡Claire! —la llamó. Ella tenía los ojos llenos de lágrimas y sujetaba nerviosa un móvil entre las manos.

—¡Dominic! —Se puso en pie y corrió hacia él. Se le lanzó a los brazos y lo besó con todas sus fuerzas—. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

—¿Y tú?

—Sí, yo sí. Ha llamado Ewan diciendo que está de camino y que si Ezequiel no te mata te matará él. Julia y un par de médicos vienen también para asegurarse de que todo está bien.

—¿De verdad estás bien? —Le acarició el rostro.

—¿Qué ha sucedido allí dentro?

—Iba a coger la pistola —confesó Dominic—, cuando me he acordado de algo que me dijiste.

—¿El qué?

—Que todos tenemos el bien y el mal dentro de nosotros. He pensado que si Ezequiel de verdad hubiese querido hacerme daño, habría podido hacerlo infinidad de veces. Y no lo ha hecho. Le he dicho que él no iba a matarme y me ha reconocido que no. Al parecer, si intenta romper la profecía eliminándome a mí de la ecuación, las consecuencias pueden ser nefastas para él. Y yo he supuesto que lo mismo se aplicaba en nuestro caso.

—Os necesitáis el uno al otro —susurró Claire atónita.

—Algo así, pero no me malinterpretes: encontraré el modo de poner en práctica la profecía y de encerrar a Ezequiel para siempre. Y para conseguirlo te necesito a ti, a mi luz, mi alma gemela, la mujer de mis sueños y dueña de mi corazón.

—A mí ya me tienes.

—Entonces, juntos seguro que encontraremos el modo de conseguirlo. —La levantó del suelo y la besó en los labios—. ¿Qué te parece si nos vamos de aquí?

—Me parece una idea maravillosa, mucho mejor que la última que has tenido. No me ha gustado que me echaras de ese despacho, Dominic.

—No quería que estuvieses allí si todo salía mal.

—Me he pasado la vida entera sin ti y no ha valido la pena. A partir de ahora, tanto si lo que nos sucede es bueno como malo, vamos a vivirlo juntos. Te amo.

—Yo también te amo.

Dominic y Claire se alejaron de aquella plaza, conscientes de que habían tenido mucha suerte de encontrarse y de sentir un amor tan grande. Un amor que sin haberse visto había sobrevivido siglos enteros. El infierno no había tenido ni la más mínima posibilidad de destruirlo.