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Dominic se pasó el trayecto al hospital pensando, intentando poner en orden todas las preguntas que quería hacerle a Simon y recordándose que su amigo acababa de sobrevivir a una situación muy peligrosa y que, por lo tanto, no podía agobiarlo. Sí, su parte racional sabía que no podía presionar a Simon ni a Maria, pero su guardián, el guerrero que se había pasado siglos adormecido en su interior, exigía respuestas. Dominic no estaba acostumbrado a sentirse así; él siempre había sido capaz de dominar sus instintos, de controlar sus emociones, incluso, en ocasiones, había llegado a creer que carecía de ellas. Hasta que, meses atrás, por fin la encontró a ella. A Claire.

—¿Estás bien, Dominic? —le preguntó Veronica sin apartar la vista de la carretera.

La joven iba al volante de aquel todoterreno enorme y lo conducía por la nieve como si estuviese manejando un coche de tamaño normal por una ciudad: sin preocuparse lo más mínimo.

—Sí —respondió él desde el asiento del acompañante—. Sólo estoy un poco cansado —añadió para justificar su silencio y su mal humor.

—Vaya, y eso que dicen por ahí que no te cansas nunca —se burló ella para relajar un poco el ambiente.

—No deberías hacer caso a «lo que dicen por ahí».

—No lo hago. —Se metió en el desvío que conducía a la ciudad—. ¿Puedo preguntarte una cosa?

—¿Puedo impedírtelo?

—¿Crees que es posible que un soldado del ejército de las sombras se rehabilite? —le preguntó, ignorando por completo el sarcasmo de él.

Decir que a Dominic su pregunta lo cogió por sorpresa sería quedarse corto. Estaba convencido de que la prima de Simon volvería a preguntarle por su mal humor y el cambio de tema en cierto modo lo hizo reaccionar.

—Supongo que sí —dijo, tras pensarlo unos minutos—. Al menos, en teoría tendría que ser posible.

—¿En teoría? ¿Qué quieres decir?

Dominic se frotó la cara y suspiró. Realmente estaba muy cansado.

—Sabemos que los soldados del ejército de las sombras son humanos que poco a poco se van convirtiendo en esclavos de Ezequiel. Esa transformación se va produciendo a medida que beben sangre de sus víctimas o del propio Ezequiel y de sus descendientes directos. ¿Me sigues?

—Sí, te sigo. Ya sabes que a todos los miembros de los clanes de los guardianes nos obligan a leernos el Diario y el Libro negro —le recordó ella, mencionando los dos grandes libros que habían estado con los guardianes desde el principio de su existencia.

—Entonces, podemos presumir que si un soldado consiguiera dejar de beber sangre de Ezequiel o de sus víctimas, podría llegar a abandonar el ejército.

—¿Como una especie de desintoxicación?

—Exacto.

—Pero siguiendo con el símil, ¿qué pasaría cuando tuviesen el mono? He visto lo que les hace a los humanos el síndrome de abstinencia, así que en un soldado del ejército puede ser todavía peor.

—Mucho peor; por eso mismo supongo que nunca hemos visto a un soldado «rehabilitado». Aunque, respondiendo a tu pregunta, sí, en teoría sería posible, pero es poco probable.

Dominic pensó entonces en las pruebas a que lo habían sometido durante los meses que estuvo cautivo en aquel laboratorio del ejército.

—Oh, mierda —farfulló Veronica—. Soy una estúpida. Acabo de acordarme de que estuviste meses encerrado con los matasanos de lord Ezequiel. Perdóname, Dominic.

—No te preocupes —le dijo él, sincero, al ver lo mal que lo estaba pasando Veronica—. No me importa hablar de ello. ¿Quién te lo ha contado? —Dominic sabía que lo de su desaparición y su consecuente rescate no era del dominio de todos los guardianes.

—Ewan me llamó y me lo contó —le explicó Veronica. Ewan Jura era el próximo líder del clan de los Jura, un guardián muy poderoso y uno de los pocos amigos que tenía Dominic—. Al parecer, le diste un susto de muerte cuando desapareciste de Nueva York sin más. Estaba preocupado por ti y por Simon y me llamó para ponerme al corriente de todo. Lamento habértelo recordado.

—La verdad es que tus preguntas me han hecho pensar —dijo él quitándole importancia a lo que le había sucedido—. Es evidente que Ezequiel está buscando la manera de acelerar el proceso de transformación de sus soldados. No sólo eso; me atrevería a decir que quiere crear nuevos soldados, más sanguinarios y más «obedientes», por así decirlo.

—Cuando hablé con Maria, me dijo que una de las criaturas que los atacó no era del todo humano ni tampoco un soldado. Quizá Ezequiel haya empezado a tener éxito.

—Esperemos que no —contestó Dominic, mirando por la ventana.

Los bosques siempre lo habían fascinado por su inherente eternidad. Las ciudades cambiaban, la gente cambiaba o, peor aún, moría, pero los bosques siempre estaban allí, protegiendo los secretos de su propia existencia.

Estuvieron un rato en silencio y Veronica fue quien lo rompió:

—¿Alguna vez has deseado ser normal?

Aquella joven había vuelto a sorprenderlo, así que dejó de mirar el paisaje y centró toda su atención en su acompañante.

—Define «normal».

—Ya sabes, normal —repitió ella y apartó una mano del volante para hacer con los dedos el símbolo de comillas en el aire—, como todo el mundo.

—¿Como tú? —le preguntó con una sonrisa.

—Yo tampoco soy normal y lo sabes perfectamente. —Veronica suspiró resignada. Sonsacarle información a Dominic estaba resultando extremadamente difícil—. Está bien, empezaré yo. A mí sí me gustaría ser normal.

—¿Por qué? —preguntó él, realmente interesado.

—Hace un mes, me pasé dos días tosiendo sangre porque en una región de África masacraron a una manada de elefantes. Y la semana anterior, un día que entré en un café, casi me desmayo porque a la camarera la había dejado el novio.

—¿Y qué hiciste?

—A la camarera la consolé y le dije que estaba mejor sin ese impresentable y, mientras le hablaba, me metí dentro de su mente para borrar los malos recuerdos. Créeme, esa chica en verdad está mejor sin ese tipo. Y respecto a los elefantes, no pude hacer nada. Era demasiado tarde.

—¿Y a ti qué te pasó?

—Lo de la camarera lo llevé bastante bien, tuve una fuerte migraña durante varios días, pero se me pasó. Lo de los elefantes fue peor; esos pobres animales sufrieron tanto antes de morir que mi cuerpo se saturó y…, bueno, tardé casi tres semanas en recuperarme. Así que sí, me gustaría ser normal y sufrir sólo por mis cosas y no por las de casi todo el mundo.

Dominic ya sabía qué clase de poder tenía Veronica como ilíada, pero al oírselo contar a ella pensó que nunca había comprendido realmente las consecuencias que sufría la muchacha cada vez que lo utilizaba. Empezó a pensar que quizá, más que un don, lo de Veronica era una maldición. «Como tú, que prácticamente eres inmortal. O eso creías hasta hace poco».

—Yo nunca había querido ser normal —se sorprendió diciendo.

—Lo dices como si ahora hubieses cambiado de opinión —señaló ella, perspicaz.

—Hace un par de siglos dejé de contar los años que tengo. He vivido mucho, demasiado quizá, y siempre había creído que ser un guardián era un privilegio y una gran responsabilidad. Yo siempre he tenido lo que más anhela la gente «normal»: tiempo. Y me gusta creer que he sabido utilizarlo. He sido herrero, maestro, piloto de aviones, médico…

—¿Qué es lo que más te gusta? —lo interrumpió Veronica.

—Médico —contestó Dominic sin dudarlo—, por eso llevo siglos sin cambiar de profesión. He preferido mudarme de sitio a borrar mi identidad. Los humanos no son idiotas y, si me quedo demasiado tiempo en el mismo lugar, pronto se dan cuenta de que no envejezco como ellos.

—Tiene que ser muy duro —musitó ella.

—¿El qué?

—Estar solo tanto tiempo. ¿Nunca te has preguntado por qué no encuentras a tu alma gemela? La mayoría de los guardianes no tarda tanto tiempo en encontrarla.

—No he estado solo. Tuve a mis padres; aunque es cierto que murieron cuando yo tan sólo tenía veinticinco años, su cariño me ha acompañado siempre. Y después, cuando conocí al primero de los Jura, encontré a mi segunda familia. Todos los miembros del clan Jura me han ofrecido su amistad y su lealtad y me gusta creer que Ewan me considera uno de sus mejores amigos. No he estado solo —repitió.

—Eso es cierto —le concedió Veronica— y te aseguro que los Whelan también te consideramos parte de la familia. Pero no me refería a eso y lo sabes.

—Gira hacia la derecha, el hospital está por allí.

Ella intuyó que Dominic no quería seguir hablando del tema y no dijo nada más. Él la sorprendió retomando la conversación:

—Cuando murió mi madre, por culpa de unas estúpidas fiebres, mi padre casi enloqueció y murió poco tiempo después, cuando unos vikingos asaltaron nuestra aldea. Ni siquiera se defendió: dejó que aquel bárbaro le cortase la cabeza sin más. Cuando me hice mayor y me di cuenta de que no encontraba a mi alma gemela y que, por lo tanto, no envejecía, me sentí aliviado, así no tendría que sentir el dolor que sin duda sintió mi padre cuando presenció la muerte de la mujer que amaba.

—¿Y ahora sigues sintiéndote aliviado?

—Ahora… —Dominic se frotó el rostro. Estaba cansado, muy cansado—. Cuando me capturaron y me encerraron en ese laboratorio —empezó; no sabría explicarlo, pero tenía el presentimiento de que debía contarle lo sucedido a Veronica—… había una mujer. Ella me pidió que siguiese con vida y que la encontrase. No llegué a verla, pero le prometí que lo haría y la sacaría de ese infierno. Por eso necesito hablar con Simon —dijo, al ver que Veronica había detenido el todoterreno frente al hospital—. Él quizá sepa adónde la han llevado.

—Te ayudaré —se ofreció ella, completamente en serio—. Quizá Sebastian también sepa algo.

—¿Por qué iba él a saber nada? —Dominic la miró, intrigado, quizá también Veronica había notado que el joven no era tan humano como pretendía.

Ella abrió la puerta del vehículo para salir.

—Sebastian llegó justo cuando Ezequiel y sus soldados atacaban a Simon, quizá oyó algo o encontró alguna pista.

—Quizá, aunque tengo el presentimiento de que Kepler nos oculta algo. Antes, en la casa, la tensión entre vosotros era palpable. ¿De verdad crees que necesita tu ayuda? A mí me ha parecido que no quiere ni verte.

—Vamos a buscar a Simon y a Maria y, cuando estemos todos en casa, ponemos las cartas sobre la mesa, ¿te parece?

—De acuerdo —asintió Dominic, aceptando que Veronica no le contestase. Por el momento.

Al ver a Simon Whelan, nadie diría que apenas unos días antes había estado a punto de morir. Estaba sentado en la cama que había ocupado hasta esa mañana y a su lado se encontraba Maria, la mujer que pronto se convertiría en su esposa y que le había salvado la vida. Simon iba vestido con vaqueros y un jersey de cuello alto negro que le ocultaba el tatuaje que le cubría el lado izquierdo del cuello y se le extendía por el hombro y el brazo; la marca de que un guardián había encontrado a su alma gemela.

La historia de Simon y Maria seguro que ocuparía un lugar privilegiado en el Diario de los guardianes: Simon la conoció cuando él tenía diez años y ella era todavía un bebé que acababa de perder a sus padres a manos de los soldados del ejército de las sombras. Los padres de Maria fueron asesinados porque su padre, Tom Gebbler, era un gran científico que, junto con Dominic y Royce Whelan, estaba intentando encontrar el modo de utilizar la sangre de los guardianes para curar ciertas enfermedades en los humanos. La muerte de Nina Gebbler se consideró durante años un daño colateral, pero ahora sabían que Nina no era humana, sino una odisea y que, gracias a eso, su hija Maria también lo era. Y por eso había podido salvar a Simon.

Veinticuatro años atrás, cuando los soldados se colaron de noche en casa de los Gebbler y mataron a Nina y a Tom, dejaron a Maria muy malherida y si Royce Whelan no hubiese aparecido y se la hubiese llevado al hospital, ella también habría muerto.

En esa época, Dominic era jefe de Urgencias del hospital y consiguió atender a Maria sin que nadie sospechase que iban a aplicarle un método todavía experimental, el método por el que había muerto el padre de la pequeña, llamado proyecto Ícaro. Dominic salvó a Maria haciéndole una transfusión de sangre de Simon, y el joven guardián y ella quedaron unidos para siempre. Esa misma noche, Simon descubrió que Maria era su alma gemela y tres años más tarde, en un viaje a Escocia, ella fue secuestrada y dada por muerta días más tarde, cuando uno de los equipos de búsqueda encontró su ropa empapada de sangre. Simon se negó a creerlo, pero con el paso del tiempo no tuvo más remedio que aceptar lo evidente e incluso se casó con otra. Una mujer fría y calculadora que sólo quería su dinero. Tras el divorcio, Simon se dedicó en cuerpo y alma a los negocios del clan Whelan-Jura hasta convertirlo en el más rico de la historia.

Podría decirse que Simon había aprendido a ser feliz en su soledad, pero unos meses atrás contrató a una ayudante, Mara Stokes y su vida cambió para siempre. Mara Stokes tenía sus propios motivos para querer trabajar en la multinacional Whelan y no eran precisamente profesionales: Mara quería encontrar el modo de hundir a Simon por ser el hijo de Royce Whelan, el hombre que, según ella, había matado a sus padres y la había dejado huérfana.

Simon tardó unos días en descubrir la verdad, pero su guardián lo supo en cuanto un día, por accidente, rozó la piel de Mara: era Maria. Y ella no se acordaba. A Simon le dolió que Mara no lo reconociese y que además quisiese matarlo, pero decidió que no perdería por segunda vez a la única mujer que podía amar y no descansó hasta que ella le recordó…, a pesar de que en el proceso recibió varios disparos y estuvo a punto de morir un par de veces.

Al final, Mara recordó que era Maria y se enamoró perdidamente de Simon y ahora lo amaba quizá más de lo que lo habría amado si no hubiesen estado tanto tiempo separados.

—Por fin habéis llegado —les dijo Simon al ver entrar a Dominic y a Veronica—. Quiero salir de aquí cuanto antes. Los hospitales me ponen nervioso. No puedo creer que no se hayan dado cuenta de que soy un bicho raro —farfulló, preocupado.

—Después de la operación inicial, yo me encargué de hacer desaparecer los resultados de tus análisis y de sustituirlos por los de un hombre normal —le explicó Dominic—. Si no hubiese sido por la herida que tenías en el cuello, me habría arriesgado a llevarte a casa y curarte yo mismo allí, pero habías perdido demasiada sangre. Cuando llegamos aquí, convencí al médico de urgencias para que me dejase entrar y lo ayudé a operarte. Puedes estar tranquilo, nadie sabe que eres un bicho raro.

Simon escuchó atento la explicación y en ningún momento le soltó la mano a Maria. Había estado a punto de morir y no iba a desaprovechar ningún instante para tocarla.

Dominic volvió a hablar:

—Siento no habértelo contado antes, pero… —No pudo terminar la frase, porque Simon lo abrazó.

—Gracias, Dom.

A él se le hizo un nudo en la garganta, pero le devolvió el abrazo al que era uno de sus mejores amigos y un gran guardián. Abrió los ojos y vio que Maria observaba la escena emocionada y sintió envidia. Él también quería tener a alguien que sintiese aquel amor tan intenso por él. Carraspeó y se apartó.

—Larguémonos de aquí —le dijo al otro guardián.

Simon aceptó encantado y volvió a coger a Maria de la mano para salir de la habitación. Veronica los acompañó al coche mientras Dominic se despedía cortésmente del médico que lo había ayudado a salvarle la vida a Simon y al que no había tenido más remedio que engañar.

Tal como le había confesado antes a Veronica, de todas las profesiones que había aprendido y ejercido a lo largo de los siglos, la única por la que sentía verdadera vocación era la de médico. Se suponía que la misión de los guardianes de Alejandría era proteger a los humanos del mal en su estado más puro y Dominic estaba convencido de que ejerciendo la medicina cumplía con dicha misión a diario. Además, siempre lo había fascinado el porqué de la vida, las misteriosas reacciones que podían tener los órganos ante distintos estímulos, tanto externos como internos.

Pero lo que no le había dicho a Veronica era que esa vocación la había heredado de su padre. Éste, Phillip Prescott, a pesar de que había vivido en una de las épocas más oscuras de Inglaterra, en la que la medicina era considerada magia negra, había sido un gran estudioso del cuerpo humano y siempre había aprovechado esos conocimientos para ayudar al prójimo. Su madre, Rose, había ejercido de ayudante de su esposo y le había enseñado a su hijo a vendar las heridas con retales de ropa limpia.

Dominic todavía recordaba la rabia que sintió al verla morir de unas fiebres que en la actualidad podían curarse con un par de aspirinas. En ese momento, sintió rabia de ser un guardián. ¿De qué le servía ser una criatura tan poderosa si no podía salvar a su propia madre? El padre de Dominic no sólo sintió rabia, sino también un dolor desgarrador. Y por eso buscó la muerte meses más tarde.

—¿Se encuentra bien, doctor? —le preguntó una enfermera al ver que seguía allí, parado delante de la recepción.

Dominic asintió con la cabeza y carraspeó.

—Sí, me he distraído. Discúlpeme. Gracias de nuevo por todo. —Se despidió con una sonrisa y la mujer se la devolvió.

Abandonó al hospital y se metió en el todoterreno que Veronica ya había puesto en marcha. Tenía que centrarse, a su madre no había podido salvarla y a su padre tampoco. No iba a sucederle lo mismo con Claire.