A Sebastian le quemaba la piel y no podía dejar de temblar. Maldito fuera, había logrado sobrevivir al ejército de las sombras por segunda vez y ahora iba a morir solo en aquel estúpido apartamento. Después de llamar a Elliot se dio una ducha e intentó limpiarse la herida lo mejor que pudo, pero no tenía buen aspecto y él estaba muy débil. Demasiado.
—¿Sebastian?
Y ahora se estaba volviendo loco, porque le pareció oír la voz de Veronica. «Bueno, si vas a morir, al menos la habrás visto por última vez, aunque sea en tu imaginación».
—¡Sebastian! —exclamó Veronica al verlo tendido en la cama y prácticamente inconsciente—. Dios santo —masculló al verle la herida del hombro y de la pierna. La primera estaba infectada y la segunda iba en camino de estarlo. Estaba ardiendo de fiebre y tenía un par de costillas rotas y el hígado…
—Me estoy muriendo —dijo él, tras humedecerse los labios—. Al menos he podido verte una última vez. —Levantó una mano para acariciarle el rostro, convencido de que desaparecería cuando la tocase. Al sentir su mejilla bajo los dedos, abrió los ojos, desenfocados—. ¿Veronica?
—Estoy aquí —afirmó ella, apretando la palma contra su cara y dándole un leve beso—. Vas a ponerte bien.
—No. —Sebastian tosió sangre—. Se me ha infectado la herida y seguro que tengo alguna hemorragia interna.
—Vas a ponerte bien —repitió ella, intentando concentrarse para eliminar las heridas de él.
—En la isla —empezó Sebastian necesitando contarle la verdad—. En la isla, yo no… Ezequiel te tenía encerrada en aquella cámara con el veneno. Me dijo que si bebía su sangre y me iba con él os dejaría huir a los tres.
—Oh, Sebastian, no deberías…
—Volvería a hacerlo. Te amo, Veronica. Mi amor probablemente no vale nada y es un amor peligroso.
—Tranquilo —le acalló, colocándole una mano en los labios.
Entonces él comprendió lo que ella pretendía hacer y se puso furioso.
—¡No! ¡Puedes morir, Veronica! Dominic me explicó que si intentabas quedarte con el dolor de alguien que estaba a punto de morir, corrías el riesgo de morir tú también.
—Pues voy a correrlo, porque si tú te mueres, me moriré de todos modos —le dijo, mirándolo a los ojos—. Yo también te amo, Sebastian.
—No pienso permitírtelo, Veronica. Te amo, déjame morir sabiendo que he hecho algo bien en la vida.
—¡No! Si de verdad me amas…
—¿Si de verdad te amo? Te amo tanto que por ti me bebí la misma sangre que me convirtió en un monstruo. Te amo tanto que haría cualquier cosa que tú me pidieras: por ti renunciaría a mis principios, a mi honor, a mis creencias. A mi vida.
Ella lo sujetó por los hombros y lo zarandeó un poco para que la mirase. Sebastian estaba tan cansado que iba cerrando los ojos y Veronica tenía miedo de que no volviese a abrirlos.
—Vive por mí, Sebastian. Esto es lo único que te pido. Vive y quédate a mi lado. Dame tu vida y yo te daré la mía y juntos quizá algún día creemos una nueva. Por favor.
—No puedo permitir que arriesgues tu vida por mí, no me lo pidas. Si algo saliese mal, perdería mi alma para siempre —le suplicó él, también con lágrimas en los ojos.
—Entonces, tiene que haber algo que podamos hacer. Aunque ya no seas esclavo de la sangre de Ezequiel, sigues teniendo el cuerpo de un soldado y sé por experiencia que son difíciles de matar.
—Eso es porque beben sangre, y yo…
—¿Eso es todo? —Veronica se apartó el pelo del cuello y se tumbó junto a él—. Muérdeme.
—No puedo.
—¡Por supuesto que puedes! Tú me amas, yo te amo, nada de lo que suceda entre los dos puede estar mal.
—Yo…
—Por favor, Sebastian. Hazlo por nosotros. —Veronica se acercó más y le dio un beso en los labios, comprobando, preocupada, que la fiebre era altísima y que él apenas respondía al beso. Asustada, se puso en pie y fue al baño en busca de algún objeto punzante. Encontró unas tijeras que él había utilizado para cortar la venda y volvió a la cama. Sin dudarlo ni un segundo, se hizo un corte profundo en la muñeca y la acercó a los labios de él—. Por favor, Sebastian —le susurró al oído—. Por favor.
Él siguió sin reaccionar y ella se abrazó con fuerza a su cuerpo.
—Te quiero, Sebastian —le dijo pegada a él—. Te amo. No me dejes aquí sola, por favor. La leyenda de las ilíadas es verdad, si tú te vas, yo me moriré dentro de poco. Mi corazón jamás te olvidará y un día se cansará de latir sin el tuyo a su lado. No te mueras, ¿me oyes?
Los labios de Sebastian empezaron a moverse y Veronica sintió tal alivio que las lágrimas empezaron a resbalarle por las mejillas. Él bebió primero despacio y con mucho esfuerzo, pero a medida que su cuerpo se iba recuperando ella notó que ya no estaba tan frío y que iba recuperando la vida. Levantó la mano que no le tenía sujeta y le acarició el pelo mientras le susurraba al oído lo mucho que lo amaba y cuánto lo había echado de menos. Y también le dijo que siempre había sabido que no los había traicionado y que los guardianes ya estaban trazando un plan para ir a buscarlo antes de que él llamase. Y le dijo que, cuando salieran de allí, no volvería a perderlo de vista nunca más y que si hacía falta, cada día le daría su sangre para que nadie pudiese volver a romper jamás la conexión entre ellos. Veronica le fue contando todo eso mientras le besaba las cejas, el cuello —incluida la marca del ejército de las sombras—, los pómulos, la nariz. De repente, los labios de Sebastian dejaron de moverse y le soltó la muñeca. Veronica se asustó y pensó que quizá algo iba mal, pero entonces él la miró a los ojos y susurró:
—Te amo, Veronica.
—Y yo a ti, Sebastian.
Y acto seguido él la besó y le demostró que por ella era capaz de enfrentarse a todo, incluso a sus propios miedos.