16

Daniel fue el primero en aparecer en la recepción del hotel, probablemente porque él no había tenido que pelearse con seis soldados del ejército de las sombras y porque no lo habían envenenado ni drogado ni le habían dicho que su padre era en realidad un enviado del infierno.

Veronica llegó diez minutos más tarde. Era evidente que no había dormido nada y que había llorado, pero como también era evidente que no quería hablar del tema, Daniel no le preguntó qué le sucedía y se limitó a ayudarla con el equipaje.

Cinco minutos después, bajaron la escalera Dominic y Claire. La odisea tenía mejor cara y caminaba por su propio pie, aunque el guardián la sujetaba del brazo. Era un gesto caballeroso, pero Daniel tuvo la sensación de que si alguien intentaba separarlos, Dominic extendería las garras de acero. No llevaban equipaje ni iban vestidos para el viaje, así que supuso que no tenían intención de volver a Londres con ellos.

—¿Estás seguro de que quieres quedarte, Dominic? —le preguntó directamente—. Podríais venir a Londres y volver dentro de unas semanas, cuando los ánimos estén más calmados. —«Y cuando Ewan tenga más información acerca de la profecía».

—Todos sabemos que Ezequiel destruirá la instalación de Ignaluk tan pronto como le sea posible. De hecho, me sorprende que todavía siga en pie —añadió Dominic—. Volveremos a la isla y si encontramos algo que pueda sernos de ayuda, os lo comunicaremos en seguida.

—Oh, está bien —suspiró Daniel, resignado—. ¿Quieres que nos quedemos todos? Ewan probablemente me matará, pero…

—No —respondió en seguida Dominic—. Veronica tiene que volver a Londres cuanto antes y hablar con Elliot.

Veronica le dio las gracias con la mirada.

—No te preocupes, Daniel —dijo Claire—, yo cuidaré de él.

—Me rindo —reconoció el joven Jura levantando ambas manos. Se acercó a la recepción y depositó una bolsa negra encima—. Aquí hay móviles, dinero y tonterías por el estilo. Ya conoces a mi hermano, insiste en prepararnos siempre el equipaje. En el hangar está el helicóptero preparado y si necesitáis un avión sólo tenéis que llamar.

—Dales las gracias a todos de mi parte —le indicó Dominic—. Os llamaré en cuanto sepa algo.

—Más te vale. —Se acercó a él y le dio un abrazo y luego se despidió de Claire con dos besos en la mejilla.

Daniel y Veronica abandonaron el hotel y dejaron solos a Claire y a Dominic. Después de la intensa conversación de la noche, los dos se habían quedado dormidos en brazos del otro y, cuando se despertaron, ambos sintieron un poco de vergüenza. Y mucho deseo. Se vistieron casi en silencio, desnudándose con la mirada. Cuando bajaron la escalera para ir a despedirse de sus amigos, Dominic quedó hipnotizado con el movimiento de las caderas de ella y con el perfume de su piel. Por todos los dioses, nunca ninguna mujer lo había afectado de ese modo. «Porque ninguna era tu alma gemela», le susurró el guardián. Tenía razón, pero no era sólo eso. En el pasado, cuando había tenido relaciones, Dominic siempre se había considerado un amante atento y cariñoso, incluso tierno. Pero cuando miraba a Claire no quería ser tierno; quería poseerla del modo más primitivo posible. Quería marcarla como suya. Y quería que ella hiciese lo mismo con él. No podía seguir pensando esas cosas. Ahora tenía que concentrarse en ir a Ignaluk y buscar algo, lo que fuese, que pudiese llevarlos hasta Ezequiel. Pero era superior a sus fuerzas y, si cerraba los ojos, no dejaba de ver imágenes de ellos dos en aquella cama en la que habían dormido, aunque haciendo el amor. Él estaba delante de ella y la levantaba en brazos para pegar su cuerpo desnudo al suyo, se deslizaba en su interior y no dejaba de besarla y, cuando ambos estaban a punto de alcanzar el orgasmo, la mordía y podía…

—¿Dominic?

—¿Sí? —contestó él tras carraspear.

—Tú sabes que soy una odisea, ¿no? —le preguntó Claire mirándolo a los ojos.

—Sí, por supuesto —dijo. ¿Estaba sonrojada o eran imaginaciones suyas?

—¿Sabes en qué consiste mi don? —prosiguió ella.

—No. —«Debería de habérselo preguntado».

Claire le sonrió y se puso de puntillas para poder rodearle el cuello con los brazos. Se pegó a él y notó que los músculos del torso de Dominic temblaban bajo el jersey.

—¿En qué consiste? —le preguntó él tras tragar saliva, para ver si así lograba dominar la erección que empezaba a aparecer tras sus pantalones.

—Puedo oír los pensamientos de los demás. —Esperó a que lo comprendiese y supo que lo había hecho cuando Dominic la miró avergonzado—. Y los tuyos me están volviendo loca. Así que, ¿qué piensas hacer al respecto?

—Yo, lo siento —farfulló él.

—Yo no.

Claire separó los labios y le dio a Dominic el beso que llevaba toda la vida esperando. Lo besó con fuego y pasión y también con la ternura que él había creído no poder asociar con la intensidad. Lo besó y le acarició el pelo de la nuca y cuando suspiró excitada, movió las caderas para acercarlas a la erección que ahora ya era innegable.

—La primera vez que te vi con una mujer le habría arrancado la cabeza —le dijo, pegada a sus labios.

—Ya no me acuerdo de ninguna —le aseguró Dominic, deslizando las manos por debajo de la camiseta de ella, para poder tocarle la piel.

—A la segunda le habría tirado de los pelos —susurró Claire junto a su oreja, después de mordérsela.

Él se estremeció y subió las manos para poder tocarle los pechos. Ella tembló cuando sus dedos alcanzaron su objetivo.

—A la tercera estuve a punto de lanzarle una maldición —le dijo, lamiéndole el cuello, justo por donde se dibujaban las líneas negras del tatuaje.

—No habría habido ninguna si te hubiese encontrado antes —aseguró él, empujándola hacia la chimenea que había en un extremo. Alguien la había encendido y Dominic le dio las gracias mentalmente, porque se veía incapaz de eliminar la distancia que había entre aquel vestíbulo y la habitación—. Ninguna.

Claire notó que su espalda chocaba contra la pared y abrió los ojos, que había cerrado para disfrutar más de los besos y las caricias de Dominic. Vio que él apartaba las manos de debajo la camiseta y tiraba de ella hacia arriba. Dejó que lo hiciera y le sonrió cuando la prenda aterrizó en el suelo.

—Quítate el jersey —le dijo entonces con voz ronca.

Dominic obedeció y volvió a acercársele. Habían dormido vestidos y era la primera vez que sus torsos desnudos se tocaban. Claire habría jurado que sus corazones se acompasaron tras el primer segundo. Él la miró y dejó que la lujuria y el deseo impregnasen su mirada y entonces la besó sin contener nada de lo que estaba sintiendo. Le devoró los labios y, con la lengua, imitó lo que se moría por hacer con otra parte de su cuerpo. Y cuando ninguno de los dos podía contener ya los gemidos de placer, se apartó y empezó a besarle el cuello y el hombro. Despacio, fue descendiendo por el escote y se detuvo para besar ambos pechos por encima del sujetador, que hasta el momento no había sido capaz de quitarle. Claire arqueó la espalda en busca de más caricias y él sonrió al comprobar que ella se sentía igual de desconcertada y excitada que él.

Claire movía las manos, nerviosa; no sabía si quería tocarle los brazos, los hombros, la espalda, que parecía cincelada en acero, los pectorales, el sensual camino de vello que le recorría el torso hasta el ombligo…

Dominic decidió por ella y se las sujetó.

—Déjalas aquí —le dijo, colocando las manos de Claire encima de los hombros de él—. Y no te muevas.

Siguió besándole los pechos. Se los recorrió con la lengua y se le aceleró la respiración al notar cómo se excitaban bajo sus labios. Después, se puso de rodillas y le besó el ombligo mientras le desabrochaba el cinturón y el botón de los vaqueros. Notó que a ella le temblaban las manos y tiró levemente del pantalón para dejar al descubierto la delicada ropa interior que cubría su sexo. Se estremeció al estar tan cerca de ella y supo que jamás había estado tan excitado.

—Yo… —intentó hablar, pero el deseo estuvo a punto de impedírselo. Respiró hondo y volvió a intentarlo—. Yo quiero matar lentamente a cualquiera que te haya tocado —confesó, acercando el rostro al sexo de Claire. A ella se le puso la piel de gallina y entonces él continuó—: Quiero borrar de tus recuerdos las caricias de cualquier otro. —Con los dientes, capturó la parte superior de la ropa interior y tiró de la misma hacia abajo. Los dedos de Claire se aferraron a sus hombros—. Quiero que tu cuerpo sepa que me pertenece. —Despacio, muy despacio, le dio un beso justo en la entrepierna—. Quiero que todos tus temblores sean sólo míos. —Otro beso y dejó que su lengua la recorriese—. Quiero quedarme todos tus suspiros. —Respiró y su aliento le acarició el sexo hasta hacerla estremecer—. Quiero borrar tu pasado y ser el amo de tu futuro.

—Dominic… —gimió Claire, que jamás se había imaginado reaccionando así ante un hombre. «Él es Dominic».

—Pero lo que más deseo en este mundo… —Colocó las manos en las caderas de ella para evitar que se moviese—… lo que quiero con todas mis fuerzas… —Lamió el lugar más íntimo de Claire y se perdió en su sabor—… lo único que quiero… —Repitió la caricia hasta notar que el cuerpo femenino empezaba a rendirse—… es pertenecerte a ti.

El orgasmo de Claire llevó a Dominic al clímax y se sujetó de la cintura de ella mientras ambos temblaban. Al terminar, él se puso en pie y la cogió en brazos para llevarla frente a la chimenea, donde la sentó en un sofá y la rodeó con los brazos. Volvieron a besarse, besos menos desesperados pero no menos intensos. Y no dejaron de tocarse en ningún instante. Cuando sus respiraciones y sus corazones estuvieron algo más calmados, Dominic la cogió de nuevo en brazos y empezó a subir la escalera que conducía a las habitaciones.

—Puedo caminar —le dijo ella con una sonrisa.

—Me gusta llevarte así —replicó él, satisfecho y feliz probablemente por primera vez.

Entraron en el dormitorio y la tumbó en la cama, como el día anterior, pero en esta ocasión Dominic se tumbó encima de ella y empezó a besarla como si llevase años y no unos meros minutos sin hacerlo. Claire respondió con la misma pasión y le recorrió la espalda con manos ansiosas. Los dos seguían llevando los pantalones, y él odió ambas prendas y se dispuso a deshacerse de ellas. Se puso en pie un instante para quitarse los vaqueros negros y los calzoncillos en un único movimiento y se sonrojó un poco al ver que Claire lo miraba con deseo. Nunca antes lo habían mirado así, o nunca antes le había afectado del mismo modo. Desnudo junto a ella, la ayudó a desprenderse de los pantalones y luego la tumbó con delicadeza para quitarle el sujetador. Y cuando Claire estuvo por fin desnuda a su lado, Dominic supo que haría cualquier cosa, cualquiera, con tal de poder pasarse el resto de su vida a su lado.

Incapaz de dar voz a todo lo que estaba sintiendo, volvió a besarla y dejó que fuese su cuerpo el que le dijese que la amaba y que no podía imaginarse el futuro sin ella. El pasado no había tenido más remedio que afrontarlo solo, pero el futuro no existiría sin Claire. La besó y se colocó despacio encima de ella para no hacerle daño. Aunque fuese una odisea, él pesaba cincuenta kilos más que ella y cuando el guardián le hiciese el amor por primera vez a su alma gemela, seguro que perdería el control. «Y tú últimamente no tienes en exceso», pensó Dominic. Ambos se deseaban demasiado como para seguir esperando, pero él preferiría morir antes que hacerle daño. Entonces, le pasó un brazo por debajo y la atrajo hacia él y los cambió de postura. Se quedó tumbado en la cama, con ella encima.

Claire lo miró perpleja durante un segundo y luego le sonrió. Dominic vio sus pechos y empezó a plantearse si había sido buena idea aquella postura; aquellos pechos podían volverlo completamente loco. Por no hablar de la piel de ella, que parecía resplandecer bajo la tenue luz que se colaba por la ventana. No, iba a tener que controlarse de otro modo, al menos esa primera vez. Levantó los brazos y pasó las manos por detrás del cabezal de la cama.

Claire comprendió lo que estaba haciendo y se enamoró mil veces más —como si fuese posible estar más enamorada de él de lo que ya lo estaba—. Se agachó y le dio un beso en los labios y los cuerpos de los dos temblaron al mismo tiempo. Besó a Dominic y, con cada gemido que escapaba del guardián, se excitaba más. Descendió por su torso y le besó el tatuaje hasta llegar a un pectoral y le clavó los dientes para dejar una marca propia junto al dibujo.

—Dios, Claire —dijo él entre dientes y la madera del cabezal crujió bajo sus dedos—. Hazme el amor.

Ella descendió y le dio un beso en el ombligo y luego le recorrió la erección con la lengua.

—Dios —repitió Dominic—. Hazme el amor. —El cabezal iba a romperse de un momento a otro—. Por favor.

Claire se colocó encima de él y sujetó la poderosa erección entre sus dedos. La notó temblar y no supo si el temblor provenía de Dominic o de sí misma. Se incorporó un poco y, despacio, fue descendiendo hasta que él quedó completamente arropado dentro del cuerpo de ella. Claire jamás se había sentido tan llena. Jamás se había sentido tan unida a otra persona. Y no sólo por medio de su cuerpo, porque en aquel instante él abrió los ojos y ella supo que sus almas también se estaban uniendo.

—Dom, te amo —le confesó en voz baja y con lágrimas en los ojos de tan intenso como era el momento.

Él arqueó las caderas hacia arriba y la conquistó del todo.

—Yo también te amo, Claire. Te amo. Te amo. —No podía dejar de decirlo ni de sentirlo.

Hicieron el amor sin apartar la mirada el uno del otro, ella no escondió los remordimientos que tenía acerca del tiempo que habían pasado separados y él no ocultó el miedo que tenía de terminar convertido en un monstruo.

Por fin se habían encontrado y juntos podían enfrentarse al mismo infierno.