14

Dominic se quedó petrificado cuando se encontró con el panel de metal bloqueándole el paso. Podía oír los latidos de Veronica y de Claire apagándose al otro lado y la frustración amenazaba con volverlo loco. Iba a levantar aquel panel como fuese, pero antes de que pudiese hacer nada, el muro se levantó delante de sus narices. Sin cuestionarse su suerte, corrió hacia las dos y cargó con una en cada brazo para alejarlas de allí. A pesar de lo peligrosa que era la situación, su cuerpo reaccionó al tocar por primera vez a Claire y el guardián suspiró aliviado. Abandonó el edificio sin encontrarse con más impedimentos y no se detuvo hasta llegar al helicóptero que había utilizado Veronica para llegar a la isla, el que Ezequiel no sabía dónde estaba.

Las depositó a ambas en el suelo con cuidado y comprobó primero el pulso de Veronica. La ilíada se estaba despertando y había empezado a mover la cabeza.

—Tranquila —le dijo—, estamos a salvo. Te pondrás bien.

—¡Sebastian! —exclamó, abriendo los ojos como platos—. Le ha sucedido algo. ¿Dónde está?

—No lo sé, intenta ponerte en contacto con él —le sugirió Dominic, acercándose preocupado a Claire; ésta todavía no se había movido.

¡Sebastian! ¡Sebastian! —Veronica lo llamó con la mente.

No te acerques a mí. Me lo prometiste —contestó él.

Y después silencio. Ella intentó llamarlo, le suplicó que le contestase, le dijo que lo amaba y que confiase en sí mismo, pero él no respondió.

—¡Veronica! —gritó Dominic, haciéndola reaccionar—. Ven, te necesito.

—¿Qué sucede? —le preguntó, al verlo de rodillas junto a Claire, sin tocarla.

—No se despierta —respondió él, sombrío—. Tiene pulso y le late el corazón, pero no abre los ojos. ¿Podrías…?

—Por supuesto —afirmó ella, sin que Dominic terminase de pedirle que utilizase su don para averiguar qué le pasaba a Claire.

—Sé que no debería pedírtelo, tú también estabas en esa celda y estás preocupada por Sebastian.

—Quiero hacerlo, Dom —le aseguró—, apártate. —Tocó a Claire con los ojos cerrados para concentrarse. No podía dejar de pensar en Sebastian, pero hizo un esfuerzo y consiguió aparcar sus sentimientos lo suficiente como para meterse dentro de Claire—. No le pasa nada —dijo tras unos minutos—. Al menos no le duele nada.

—Entonces, ¿por qué no se despierta? ¿Qué le pasa?

—Creo que su cuerpo ha decidido tomarse un descanso —sugirió ella.

«No sabes cuánto tiempo ha estado prisionera ni qué diablos le ha hecho ese bastardo», pensó Dominic, notando que la ira volvía a dominarlo.

—Tengo que llevármela de aquí —dijo, cogiendo a Claire en brazos.

—No podemos irnos sin Sebastian —le recordó Veronica.

—Tenemos que irnos, Veronica. Sebastian sabe cuidarse solo, encontrará el modo de volver.

—No, idos vosotros. Yo iré a por el otro helicóptero y esperaré a Sebastian.

—¡No puedo dejarte aquí!

—¡Pues claro que puedes!

—¡No seas terca, Veronica! —Dominic tumbó a Claire con cuidado en la parte trasera del helicóptero y la aseguró con los cinturones de seguridad—. ¡Métete en el helicóptero!

—No, tú no te irías de aquí sin Claire, así que yo…

El ruido del rotor de otro helicóptero elevándose la interrumpió de golpe. La pared del acantilado que había a sus espaldas se abrió y de aquella boca salió la aeronave pilotada por Sebastian, con Ezequiel sentado a su lado. No estaba amenazándolo con ninguna arma, ni tampoco había otro soldado del ejército de las sombras obligándolo a pilotar. Sebastian llevaba gafas de sol militares y estaba completamente concentrado en sacar aquel helicóptero de allí. Veronica se quedó inmóvil donde estaba, suplicándole de nuevo a Sebastian en su mente. Pero fue en vano. Él no dijo nada y en cuestión de segundos se alejó de la isla y de ella.

Dominic se acercó y le colocó una mano en el hombro; sin decirle nada la empujó suavemente hacia el helicóptero que iba a sacarlos de allí y la ayudó a sentarse. Le pasó el casco y cerró la puerta del lado del copiloto antes de dirigirse a la suya. Esta vez iba a ser él quien llevase la aeronave. Probablemente lo habría hecho de todos modos, pero Veronica no estaba en condiciones de pilotar. El viento empezaba a levantarse de nuevo. El cielo se estaba oscureciendo. Habían rescatado a Claire, pero habían perdido a Sebastian. Dominic pensó que debería lamentarlo, al fin y al cabo, el soldado se había arriesgado mucho para ayudarlos, pero si era sincero consigo mismo tenía que reconocer que no lo lamentaba. Él mismo habría estado dispuesto a traicionar a cualquiera si con ello salvaba a Claire. Y eso lo asustó.

«La llave para abrir el infierno y encerrar el mal para siempre. O dejarlo en libertad».

A Dominic cada vez le resultaba más difícil distinguir el bien del mal, esa barrera se iba difuminando poco a poco en su mente y a su guardián había dejado de importarle la diferencia entre lo uno y lo otro. Desvió la mirada hacia Claire y notó que se le aflojaba el nudo que llevaba meses sintiendo en el pecho. Ella lo ayudaría, si no, él solo no podría contener aquel fuego que le estaba devorando el alma.

—Ni siquiera me ha mirado —observó Veronica en voz muy baja. Y de no ser porque ambos llevaban cascos con micrófonos para comunicarse, no la habría oído.

—No sabemos qué ha pasado. Quizá no ha tenido elección —señaló Dominic que, sin saber muy bien por qué, confiaba en Sebastian.

—Sé que no ha tenido elección —afirmó ella, secándose una lágrima—. No sé qué ha sucedido allí dentro, pero estoy convencida de que el muy estúpido se está sacrificando por nosotros y no pienso permitírselo.

Dominic asintió. No podía decirle que si Sebastian había accedido a irse con Ezequiel, por muy nobles que fuesen los motivos que habían justificado dicha decisión, estaba perdido.

Recorrieron la distancia que quedaba hasta tierra firme en silencio y, cuando aterrizaron, Dominic bajó el primero para asegurarse de que no había nadie esperándolos. Durante el trayecto no habían visto ni rastro del helicóptero de Ezequiel, así que supuso que el señor de las sombras había decidido dirigirse hacia Alaska, mientras que ellos habían optado por Siberia. Tras comprobar que no corrían peligro, cogió a Claire en brazos y esperó a que Veronica también saliese de la aeronave. Estaban alejándose del hangar en dirección al todoterreno cuando vieron llegar un coche negro que los saludó con las luces. ¿Quién diablos podía ser?

—Ponte detrás de mí, Veronica —le dijo Dominic.

El coche se detuvo y de la puerta del conductor salió un hombre de casi dos metros al que muchos habían dado por desaparecido.

—Daniel, ¿eres tú? —preguntó Dominic, atónito al ver al hermano menor de Ewan Jura.

—En persona —lo saludó el otro, subiéndose el cuello del abrigo—. Joder, qué frío.

—¿Daniel? —Veronica estaba segura de que había empezado a tener alucinaciones—. ¡Daniel!

—Hola, Veronica. —Daniel corrió a abrazar a una de sus casi primas preferidas—. Me alegro de que estés bien. ¿Cómo es que te dejaste convencer por mi hermano para acompañar a este bruto? —Señaló a Dominic con el dedo.

—Ya sabes cómo soy. —Le devolvió el abrazo y casi se echó a llorar—. Me encantan las historias de amor. Desvió la mirada de Dominic a Claire.

—Entrad en el coche —les dijo Daniel— y os cuento por qué estoy aquí. Me estoy muriendo de frío.

—No seas exagerado, Dani —repuso Veronica con media sonrisa mientras abría la puerta del acompañante para meterse dentro.

Daniel le abrió una de las puertas traseras a Dominic para que pudiese entrar con Claire en brazos.

—¿Ella es Claire? —le preguntó, a pesar de que sabía la respuesta—. ¿Se pondrá bien?

—Sí. Veronica cree que su cuerpo ha decidido tomarse un descanso después de las emociones de los últimos días. —«Y deseo con todas mis fuerzas que tenga razón».

Los asientos de cuero desprendían calor y el lujoso interior del coche parecía completamente fuera de lugar comparado con lo que acababa de suceder en Ignaluk.

Daniel esperó a cerrar la puerta de Dominic y luego fue a sentarse tras el volante.

—¿Dónde has estado todo este tiempo? —le preguntó Veronica en seguida.

—Eso ya tendré tiempo de contártelo más tarde. Ewan me ha mandado a buscaros porque por fin ha obtenido los resultados de tus muestras de sangre, Dominic. Al parecer, Julia, mi futura cuñada… Un inciso, ¿no os parece genial que por fin Ewan haya decidido demostrarnos que tiene sangre en las venas? Como iba diciendo, Julia consiguió recuperar no sé qué datos de los laboratorios de Vivicum Lab y entre ellos estaban las «pruebas» que te hicieron esos bastardos. Joder, Dom, ¿qué diablos te hicieron? Ewan no quiso contármelo, pero a juzgar por la cara que puso no debió de ser nada agradable.

—Continúa, Daniel —le ordenó el guardián.

—Sí. Ewan cree que tú… —Se lamió el labio inferior—. Joder, ya le dije que yo no servía para estas cosas.

—No reniegues tanto, Dani, tu abuelo Royce te matará cuando se lo cuente. ¿Estás intentando decirnos que Ewan cree que Dominic es la llave del infierno?

—¿Ya lo sabéis? Me dijo que no quería decírtelo por teléfono y por eso me pidió, me ordenó, que viniese…

—No he hablado con Ewan —lo interrumpió Dominic.

—¿No has hablado con Ewan? —repitió Daniel, palideciendo un poco.

—No.

—¿Entonces…?

—Lo hemos deducido nosotros. —Dominic evitó mencionar el nombre de Sebastian para no alterar a Veronica.

—Y el resto, ¿también lo habéis deducido?

—¿Qué es el resto? —preguntó Dominic, confuso y preocupado.

—Mierda. —Daniel puso en marcha el coche y lo condujo hacia la carretera—. He visto lo que sucedió en el hotel, ya me he encargado de solucionarlo. Dentro de unas horas, vendrá un avión a buscarnos, pero he pensado que antes podríais descansar un poco.

—¿Qué es el resto, Daniel?

—Julia ha podido analizar varias muestras además de la tuya, la de Ewan, la de Simon y también la de una de esas criaturas que atacaron a Simon y a Maria en Canadá. Era un soldado del ejército de las sombras.

—Yo vi esa cosa, Daniel —comentó Dominic—, y no era un soldado. —Seguía acariciándole el pelo a Claire, lo fascinaba sentir aquella textura sedosa entre sus dedos. Ella todavía no había abierto los ojos, pero con el rostro había buscado los dedos de él.

—Sí lo era. —Daniel maniobró en dirección al hotel—. Al parecer, era un soldado hasta las cejas de la nueva droga de Ezequiel.

Dominic notó que le sudaba la espalda. Él todavía no sabía qué le habían inyectado cuando estuvo prisionero.

—¿Mitch y Simona han llegado bien a Londres? —preguntó Veronica, en busca de una buena noticia. En su mente seguía intentando ponerse en contacto con Sebastian, pero la única respuesta que recibía era silencio.

—Sí, están instalados en el apartamento de Mitch y éste se está recuperando. Ewan y Julia viajarán allí hoy o mañana. —Desvió la vista hacia su muñeca para mirar el reloj—. Yo sigo con los horarios algo confusos. Y allí se reunirán también con un tal Elliot Montgomery.

A Veronica le dio un vuelco el corazón. Quizá Elliot supiese cómo ayudar a Sebastian. «Pero antes tienes que encontrarlo».

—Un momento —dijo Dominic, confuso—, ¿cómo llegasteis a la conclusión de que soy la llave del infierno? ¿Qué tiene eso que ver con mis muestras de sangre?

Daniel detuvo el coche frente al hotel y vio que el servicio de limpieza que había contratado, propiedad por supuesto de Industrias Whelan Jura, había realizado un trabajo excelente.

—Contéstame, Daniel —insistió Dominic al ver que el joven se resistía a hacerlo.

—Según tu muestra de sangre, tus cromosomas son mitad guardián mitad soldado de las sombras —anunció Daniel sin respirar.

—¡¿Qué?! Tiene que haber un error.

—Julia repitió las pruebas no sé cuántas veces y luego le pidió a Simon que las repitiesen en sus laboratorios de Nueva York. No hay ningún error.

—La muestra de sangre que analizasteis de Dominic provenía de Vivicum Lab, de cuando estuvo allí prisionero, quizá el resultado esté alterado por algo que le hicieron —sugirió Veronica, al notar en su propio cuerpo la tensión que emanaba del guardián.

—Sí, Ewan sugirió lo mismo —contestó Daniel—. Pero entonces, Julia nos explicó que no hay modo de alterar un gen de ese modo. Piénsalo, tú eres médico y seguro que comprendes esto mucho mejor que yo. Si alguna vez te hubiese mordido un soldado o si la sangre de uno de ellos te hubiese infectado, te habrías puesto enfermo y habrías terminado muerto o convirtiéndote en uno de ellos. La única explicación es que nacieras siendo mitad guardián mitad soldado de las sombras; por eso el abuelo y Ewan han llegado a la conclusión de que tenías que ser la llave del infierno.

—Pero si nació mitad soldado y mitad guardián, entonces… —Veronica se llevó, asustada, una mano a los labios.

—Entonces Ezequiel es mi padre —terminó Dominic por ella, notando que se le helaba la sangre. Si era hijo de un monstruo, ¿qué posibilidades tenía de elegir el bien? «Ninguna».

—Eso no lo sabemos con certeza —se apresuró a añadir Daniel—. En casa todos están convencidos de que tiene que haber otra explicación.

—¿Cuál? —preguntó él, sarcástico—. Nunca se ha sabido de ningún soldado que tuviese hijos, en cambio, sí que sabemos que Ezequiel es capaz de procrear. Por todos los dioses —exclamó entre dientes, mientras en su mente intentaba imaginarse lo que haría Ezequiel cuando se enterase.

Bajó la mirada hacia la mujer que tenía recostada contra su torso. Por fin podía sentirla en sus brazos y la perdería antes de que pudiera nacer nada entre los dos. Había vivido más de mil años en soledad, tal como anunciaba la profecía, y ahora moriría también solo. Tuvo ganas de llorar y de gritar al mismo tiempo, de salir de aquel coche negro con Claire en brazos y no mirar atrás. Pero no podía hacerlo, a pesar de que aquella voz oscura y negra le susurraba que sí. Esa voz adquiría por fin sentido; era la parte malvada de sí mismo que había decidido salir a la luz. ¿Por qué entonces? ¿Por qué precisamente entonces?

—Daniel, ¿has dicho que un avión vendría a buscarnos? —le preguntó Dominic.

—Sí —afirmó el joven—, dentro de seis horas.

—Yo no iré con vosotros.

—¿Por qué? —A Veronica no le gustaba nada lo que estaba sintiendo que irradiaba el guardián. Dominic iba a hacer algo heroico y estúpido. Igual que Sebastian.

—Tienes que venir —lo instó Daniel.

—No. Vosotros dos vais a llevaros a Claire a Londres y cuidaréis de ella por mí.

—¿Y tú qué vas a hacer?

—Yo volveré a Ignaluk e intentaré averiguar dónde se esconde Ezequiel. Y, cuando lo sepa, iré a por él.

—No puedes hacer eso, es una locura, Dominic —le advirtió Daniel.

—Si logro averiguar su paradero, avisaré a Ewan para que mande allí a la caballería.

—¿Y si no? —preguntó Veronica, convencida de que si Dominic no encontraba el modo de acabar con Ezequiel encontraría el modo de acabar consigo mismo.

—No te preocupes por mí, estaré bien —le dijo, consciente de que no la estaba engañando. Empezó a retirar la mano con la que estaba acariciando a Claire. Más le valía no acostumbrarse a tenerla cerca; habían sido unos minutos y ya los consideraba los mejores de su larga vida. Una última caricia, el pómulo, la nariz, el mentón… Unos dedos delicados pero fuertes le atraparon la muñeca.

—Yo me quedo contigo.

Claire tenía los ojos más bonitos que había visto nunca. Y los más decididos.