Aldric condujo a Ezequiel y a los dos recién llegados hasta la entrada de una hermética construcción de un color gris tan claro que se confundía con el paisaje helado de la isla. Tras abrirle la puerta a su señor, desapareció en el interior y fue Ezequiel quien guió a Sebastian y a Dominic por el laberinto de puertas de cristal que sólo se abrían tras teclear un código en un panel de seguridad. Un código distinto para cada una. Anduvieron en silencio, los tres pendientes de los movimientos de los demás, hasta que Ezequiel se detuvo delante de una celda que había en un lateral del pasillo. Tecleó el código correspondiente y los barrotes de acero se deslizaron hacia la derecha.
—Adelante, señor Prescott, en seguida estaré con usted —dijo Ezequiel.
Dominic observó la celda con suma atención. Era similar a la que había ocupado en Vivicum Lab cuando lo capturaron en Londres; con una cama colgando de la pared del fondo y una silla también de acero. Lo que más le extrañó fue que desde aquella celda podía verse el monitor de seguridad que había en la zona de los guardas. Estaba apagado, así que probablemente por eso Ezequiel no tenía ningún inconveniente en encerrarlo allí.
—Levanta las manos, Prescott —le ordenó Sebastian para quitarle las esposas—. Aquí ya no son necesarias —le explicó a Ezequiel.
—No, estos barrotes son la niña de mis ojos. —Ezequiel los acarició—. Mucho mejores incluso que el cristal. Si los toca, entenderá por qué lo estoy diciendo, Prescott.
Dominic entró en la celda sin decir ni una palabra y dejó que lo encerrasen. Nada le habría gustado más que lanzarse encima de aquel bastardo, pero no podía hacer nada que pusiese en peligro a Claire y a Veronica y todavía no habían recibido noticias de ésta. En cuanto ellas dos estuviesen a salvo, ajustaría cuentas con él.
Ezequiel lo encerró y segundos más tarde reapareció Aldric.
—Grös está de camino, señor —le informó el soldado.
—Perfecto, sencillamente perfecto —respondió Ezequiel—. Sebastian, ¿qué te parece si tenemos nuestra conversación en un lugar más privado? Estoy convencido de que Dominic sabrá entretenerse.
—Por supuesto —aceptó Sebastian, y siguió a Ezequiel convencido de que todo estaba saliendo a la perfección.
Veronica aterrizó en el lugar que le había indicado Sebastian en el mapa de la isla y consiguió llegar a la parte trasera del edificio en el que supuestamente se encontraban los quirófanos y las celdas de lord Ezequiel. Entrar le resultó muy fácil. Demasiado fácil.
—Sebastian, ¿va todo bien? —le preguntó a través de la mente.
—Sí —contestó él, escueto. No quería arriesgarse a que Ezequiel se diese cuenta de que se estaba comunicando con alguien.
A pesar de su afirmación de que todo estaba saliendo según lo previsto, Veronica no consiguió quitarse de encima la sensación de que algo iba mal. «Será por los nervios». Corrió por el pasillo y giró hacia la derecha en dirección a la celda en la que, según Simona, debería estar encerrada Claire. Oyó unos pasos y se escondió detrás de una columna. Esperó unos segundos y luego asomó un poco la cabeza para estudiar la situación. Había un soldado del ejército de las sombras parado frente a lo que parecía un cristal blindado. El hombre se llevó una mano a la oreja, probablemente estaba escuchando las órdenes de Ezequiel. Apartó la mano y, tras teclear un código en un panel numérico, se dirigió hacia una puerta que había en dirección contraria a Veronica y desapareció.
No podía ser que tuviese tanta suerte.
Salió de su escondite y corrió hacia el cristal blindado. Detrás, sentada en la cama y con cara de estar exhausta, había una mujer menuda, pero que desprendía muchísima fuerza.
—¿Claire? —la llamó y enfundó el arma para estudiar la puerta. El soldado había apretado cuatro teclas y había diez dígitos, eso daba un total de ¿cuántas combinaciones? Demasiadas. Quizá la odisea la sabía—. Claire, ¿estás bien? Tienes que ayudarme.
La otra sacudió la cabeza y salió de su estupor y al ver a Veronica se asustó.
—Dios mío, no —musitó—. Dime que Dominic no está aquí.
—Está aquí, hemos venido a buscarte —le explicó ella sin apartar la vista del teclado.
—Quizá no sea demasiado tarde, tienes que irte de aquí en seguida —insistió Claire, frenética.
—No me iré de aquí sin ti. Por casualidad no sabrás el código, ¿no?
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Claire.
—Veronica Whelan, es un placer —contestó la ilíada.
—Veronica, te agradezco mucho lo que estás intentando hacer, pero tienes que irte de aquí cuanto antes.
Ella se detuvo y se acercó al cristal para mirarla.
—No voy a irme de aquí sin ti, Claire, y Dominic tampoco. ¿Sabes el código de la puerta o no?
—Siete, seis, uno, cero, todas las teclas tienen un sonido distinto y yo siempre he tenido mucho oído musical —explicó la odisea viendo cómo, efectivamente, el cristal blindado retrocedía.
—Demasiado fácil —dijo Veronica en voz baja y, en ese preciso instante, bajaron dos placas de metal del techo hasta el suelo dejándolas a las dos encerradas en el pasillo y empezó a salir humo por los conductos del aire—. Demasiado fácil.
Grös llegó a la celda de Dominic, dos pasillos a la izquierda de la de Claire, y puso en marcha el monitor que había justo delante, tal como le había pedido que hiciese su señor. Aldric, el otro soldado de las sombras que había allí, se aseguró de que el prisionero viese el espectáculo y de que la cámara que enfocaba a Prescott estuviese también funcionando.
—Eh, Prescott, échale un vistazo a esto, estoy convencido de que te gustará —le dijo.
Dominic iba a ignorarlo, pero con el rabillo del ojo vio la primera imagen que apareció en la pantalla y se enfureció.
—¡¿Qué diablos significa eso?! —Se acercó a los barrotes y los zarandeó. La descarga eléctrica lo lanzó contra la pared de la celda y notó además como si el metal le hubiese inyectado algo a través del tacto—. Dejadme salir de aquí.
—¿O qué? —se burló Grös.
—O cuando salga por mis propios medios os haré cosas que ni siquiera sois capaces de imaginar. —Tenía las garras completamente extendidas, unas hojas de acero afilado que aparecían entre sus nudillos cada vez que emergía el guardián. Los ojos se le habían puesto completamente negros y notaba cómo las vértebras se le iban desplazando para dotarlo de mayor fuerza y volumen. Tenía los colmillos del maxilar superior ansiosos por hundirse en los gaznates de aquellos estúpidos y los del maxilar inferior, que en raras ocasiones aparecían, se habían unido a la fiesta.
—Jamás saldrás de aquí —auguró Aldric.
Él se limitó a acercarse a los barrotes y volvió a sujetarlos. La descarga fue tan fuerte como antes, o incluso más, pero aguantó el dolor y no los soltó. Con cada descarga, el material se volvía más maleable y Dominic se enfurecía más y más. Nunca se había sentido tan poderoso, tan invencible. Los músculos de la espalda se le habían hinchado tanto que el jersey negro que llevaba estaba a punto de romperse; la sangre le quemaba las venas y rugió de rabia. En aquella maldita pantalla había visto a Claire y a Veronica cayendo al suelo en una especie de cámara acorazada. «Morirán si no las saco de allí». Rompió tres barrotes de golpe y saltó fuera de la celda a tanta velocidad que ni Aldric ni Grös tuvieron tiempo de huir. Los cogió a los dos por el cuello y les golpeó la cabeza contra la pared para dejarlos inconscientes. Podría haberse ido entonces, pero no lo hizo. Dejó a los soldados en el suelo y él se agachó en medio. Levantó la vista y miró hacia la cámara que lo estaba grabando y le enseñó las garras. Los degolló con un único movimiento y después los abrió en canal. Satisfecho, se puso en pie y salió corriendo. Claire y Veronica tenían que estar cerca, podía sentir su presencia. Aguzó los sentidos y giró por el pasillo correcto.
—El espectáculo está siendo más entretenido de lo que esperaba —le dijo Ezequiel a Sebastian sin apartar la mirada de los monitores que tenía encendidos en su despacho. En uno habían presenciado la increíble huida de Dominic y en el otro podían ver cómo Claire y Veronica se iban asfixiando poco a poco—. Sí, mucho más interesante —añadió, después de mirar a Sebastian y ver que éste abría y cerraba nervioso una mano.
—Si hubiera sabido que no estabas preparado para un preso como Prescott, no te lo habría traído —dijo él en un intento de ocultar la desesperación que sentía por no poder ayudar a Veronica.
—Oh, estoy preparado —respondió Ezequiel poniéndose en pie y acercándose a un mueble bar—. Y creo que ya puedes dejar de fingir, Kepler. Sé que estás con ellos —señaló ambas pantallas con una copa vacía.
—Entonces, ¿por qué…?
—¿Por qué os he dejado entrar? Fácil, porque lo necesitaba para asegurarme de una cosa. Además, torturar a un gladiador es uno de mis pasatiempos preferidos.
—¡Veronica!, ¿estás bien? ¡Contéstame! —Sebastian intentó ponerse en contacto con ella, pero no lo consiguió. Desvió la mirada hacia el monitor y vio que estaba inconsciente en el suelo. Claire todavía permanecía sentada, pero al cabo de poco también se desmayaría.
—¿Qué quieres? —le preguntó directamente a Ezequiel.
—Antes de seguir con nuestra conversación —le colocó una copa delante—, quiero que te bebas esto.
—¿Qué es?
—Sangre. Mi sangre. Así se romperá cualquier vínculo que puedas tener con cualquiera de ellos. Oh, vamos, ¿de verdad creías que era tan estúpido? —Sebastian ni lo negó ni lo afirmó, pero tampoco cogió la copa—. Además, aun en el caso de que no lo tuvieras, así me aseguro de que me escuchas y de que vuelves al redil. —Empujó la copa un poco más—. Le he añadido unas gotas de mi nuevo descubrimiento y me han dicho que es mucho más adictiva. Esta vez no lograrás escapar.
—No. —Sebastian prefería morir antes que volver a convertirse en un monstruo.
—Comprendo —convino Ezequiel, sentándose de nuevo en su silla—. ¿Sabes qué es esa neblina que se está extendiendo por la celda de Claire? Un gas tóxico de mi creación. Deja que te explique cómo funciona; primero se quedarán inconscientes y luego sus pulmones seguirán inhalando el veneno, que irá impregnando su sangre y todos sus órganos internos. Cuanto más rato lo respiren, más enfermas se pondrán. Según me dijeron en el laboratorio, lo primero que suele fallarle a la mayoría de las víctimas es el hígado, después, muchas sufren pequeñas embolias y al final a todas se les para el corazón. El proceso dura como mucho veinticinco minutos y no deja ni rastro. Muy práctico si se quiere matar a alguien sin dejar huellas.
«Veronica lleva tres minutos respirando ese veneno. Dominic llegará a tiempo de sacarlas de allí».
—Ah, se me olvidaba, y si Prescott llega allí y teclea el código incorrecto para levantar los paneles de metal —dijo Ezequiel adivinándole el pensamiento—, la carga de veneno se duplicará con cada intento, reduciendo así a la mitad el tiempo que necesita para hacer efecto. La verdad es que nunca lo hemos intentado con una dosis doble —explicó al ver que Sebastian seguía sin coger la copa—. Los del laboratorio decían que el cuerpo podía estallar —añadió en voz baja, como si le estuviese haciendo una confidencia.
Estallar.
Sebastian cogió la copa, pero fue incapaz de beber.
—Yo puedo levantar los paneles desde aquí. —Ezequiel acarició con un dedo el teclado de un ordenador—. Entonces, el aire se disiparía y Claire y tu amiguita se pondrían bien en cuestión de minutos, aunque probablemente estarían mareadas unos cuantos días. —Esperó a que él lo mirase a los ojos y entonces añadió—: Bébete mi sangre, vente conmigo a Roma y los dejaré ir a los tres.
—¿Por qué?
—Porque ya sé lo que quería saber. No te queda mucho tiempo, ya llevan cinco minutos.
—¿Cómo sé que cumplirás tu palabra?
—No lo sabes, pero no tienes elección. Oh, mira, Prescott ya ha llegado y tiene una de sus pezuñas en el teclado.
Sebastian vació la copa de un solo trago sin apartar la mirada de Ezequiel.
Éste tocó unas teclas, los paneles de metal se levantaron y Dominic corrió a ayudar a Claire y a Veronica, que estaban las dos en el suelo.
—Vamos, tengo un helicóptero esperándonos —dijo Ezequiel poniéndose en pie.
Sebastian no podía ni moverse, le ardía el estómago y notaba como si su interior se estuviese partiendo en dos. En su mente no paraba de ver imágenes de Veronica y él en la playa, paseando con un perro y un par de niños pequeños. Esas imágenes que sólo habían existido en su subconsciente se tiñeron de sangre y en ellas aparecieron escenas de sus primeros meses como soldado del ejército de las sombras. Muerte, depravación, crueldad. Se le extendieron los colmillos y luchó por contener aquellos impulsos tan oscuros.
—¡Sebastian! ¡Sebastian! —oyó distante la voz de Veronica.
—No te acerques a mí. Me lo prometiste.
—Vamos, Kepler, el helicóptero nos está esperando.
—Vamos.
Sebastian se puso en pie y se fue voluntariamente con Ezequiel.