Capítulo 9

Suzanne seguía a Arak y Sufa casi sin darse cuenta, se sentía desconectada de la realidad, como sí no pisara suelo firme, no era un mareo, pero si algo muy parecido, había oído hablar del concepto psiquiátrico de despersonalización y se preguntaba si no estaría sufriendo alguna variante, todo lo que experimentaba le parecía surreal, era como estar en un sueño, aunque sus sentidos le dijeran lo contrario, oía, veía y olía normalmente, pero nada parecía lógico, ¿cómo podían estar bajo el mar?

Como oceanógrafa geofísica, Suzanne sabía que la discontinuidad Mohorovicic era una capa de la tierra que marcaba un brusco cambio en la velocidad de las ondas sísmicas, localizada aproximadamente de unos cuatro a once kilómetros bajo el suelo oceánico y a unos treinta y seis kilómetros por debajo de los continentes, el nombre de Mohorovicic se debía al sismólogo serbio que la había descubierto, pero no se sabía qué era en realidad aquella capa, ningún geólogo ni sismólogo había considerado siquiera la posibilidad de que se tratara de una enorme caverna llena de aire, la idea era demasiado ridícula para ser tenida en cuenta.

—Por favor, mostrad a los humanos secundarios la cortesía que merecen —pedía Arak a los interterranos mientras se abrían paso entre ellos—, ¡dejadnos sitio! —al cabo de un momento se volvió hacia Suzanne y los demás y señaló un camino que salía de la galería—, en cuanto salgamos de la sala de llegadas extranjeras estaremos ya muy cerca de vuestras habitaciones.

Suzanne caminaba entre la multitud como si se viera a sí misma en una película, la situación ya no era amenazadora, los saludaban con gestos furtivos, casi tímidos, Suzanne no podía evitar sonreír.

¿Está sucediendo esto de verdad?, Se preguntaba una y otra vez, ¿será un sueño? Pero la sensación del mármol frío en los pies descalzos y la caricia de una suave brisa en las mejillas era del todo real, en sueños nunca había sentido las cosas con tanto detalle.

—Habrás notado que tu grupo es toda una celebridad —le dijo Sufa—, los seres humanos de la segunda generación son muy populares, además, sois todo un estímulo, debo advertirte que estaréis muy solicitados.

—¿Qué es eso de la segunda generación de seres humanos?

—¡Sufa, recuerda lo que hemos decidido! —Exclamó Arak—, con estos invitados no iremos tan deprisa como con otros, habrá que introducirlos en nuestro mundo poco a poco.

—Sí, ya lo sé, —Sufa se volvió de nuevo hacia Suzanne—, ya hablaremos de todo a su debido tiempo, y te prometo que contestaremos a todas vuestras preguntas.

Pronto salieron a una espaciosa galería que daba a una caverna subterránea tan inmensa que parecía estar a la luz del día, aunque no había sol, el cielo abovedado era de un azul pálido como el cielo de un brumoso día de verano, algunas nubes flotaban perezosas en la brisa.

La galería se encontraba al lado de un edificio localizado en la periferia de una ciudad, desde la balaustrada se extendía un bucólico paisaje de colinas, frondosa vegetación y lagos, con algunas aldeas a lo lejos, los edificios, de basalto negro muy pulido, combinaban diversas formas: curvas, cúpulas, torres y pórticos columnados, a lo lejos se alzaba una serie de montañas cónicas que, desde sus anchas faldas, se iban estrechando hasta la cima para formar gigantescas columnas.

—Esperad un momento, por favor, —Arak murmuró unas palabras en un diminuto micrófono que llevaba en la muñeca.

Los cinco «seres humanos de segunda generación» quedaron hipnotizados por la inesperada belleza y las increíbles dimensiones de aquel paraíso subterráneo, era algo que superaba sus más locas fantasías, hasta los buceadores se habían quedado sin palabras.

—Estamos esperando un aerodeslizador —explicó Sufa.

—¿Es esto la Atlántida? —preguntó Perry, todavía boquiabierto.

—No, —Sufa pareció algo molesta—, esto no es la Atlántida, es la ciudad de Saranta, la Atlántida queda hacia el este, pero desde aquí no se ve, está detrás de las columnas que soportan las protuberancias de la superficie que vosotros llamáis las Azores.

—¡Así que la Atlántida existe!

—Claro que sí, pero a mí, personalmente, no me parece ni mucho menos tan agradable como Saranta, es una ciudad joven de gente bastante descarada, la verdad, pero eso ya lo veréis vosotros mismos.

—Ah, aquí está —exclamó Arak, en la base de las escaleras había aparecido una nave parecida a un platillo volante, era tan silenciosa que sólo los que miraban en su dirección la vieron llegar—, siento haberos hecho esperar, debe de haber mucha demanda en este momento, pasad, por favor —indicó, señalando la entrada que se había abierto milagrosamente a un lado de la nave.

El platillo flotaba inmóvil a más de un metro sobre el suelo, media unos diez metros de diámetro, con la parte superior en forma de bóveda transparente, era muy parecida a los ovnis que aparecen en la prensa sensacionalista, dentro había un banco circular con cojines blancos en torno a una mesa redonda negra, no se veían controles para manejarla.

Arak fue el último en entrar, y en cuanto lo hizo la puerta desapareció en silencio.

—Siempre pasa lo mismo —se quejó mirando alrededor—, justo cuando queríamos impresionaros nos llega una de las naves más viejas.

—Deja de quejarte —le amonestó Sufa—, este vehículo funciona perfectamente.

Donald enarcó las cejas, Suzanne tenía tantas preguntas que no sabía por dónde empezar.

Arak puso la mano en el centro de la mesa y se inclinó.

—Al palacio de invitados, —luego se arrellanó sonriente en el asiento, un instante después se pusieron en marcha.

Suzanne tendió la mano instintivamente para agarrarse al borde de la mesa, pero no fue necesario, no se percibía ninguna sensación de movimiento ni ningún sonido, era como si la nave estuviera parada mientras la ciudad descendía.

—Pronto os enseñarán a llamar y manejar estos aerotaxis —indicó Arak—, tendréis tiempo de sobra para explorar.

El grupo del Benthix Explorer estaba abrumado. Parecían atravesar el centro de una ajetreada metrópoli, una multitud de personas caminaba de un lado a otro y cientos de aerotaxis surcaban el espacio en todas direcciones.

Para Suzanne aquel mundo estaba lleno de extrañas contradicciones, la ciudad, con su avanzada tecnología, parecía muy futurista, pero la vegetación tenía un aspecto primitivo, la flora le recordaba la existente durante el período carbonífero, trescientos millones de años atrás.

Pronto los brillantes edificios de basalto dieron paso a un área menos densa, aparentemente residencial, donde se veían extensiones de césped, árboles y estanques, tanto las multitudes como los taxis desaparecieron, ahora sólo se veían personas aisladas o pequeños grupos paseando por los parques, muchos iban acompañados de mascotas de curioso aspecto que parecían una quimérica combinación de perro, gato y mono.

El escenario comenzó a aminorar la velocidad a medida que se aproximaban a un magnifico conjunto palaciego, dominado por una gran estructura central abovedada y soportada por columnas dóricas de color negro, en torno a él se alzaban otros edificios más pequeños, de forma ovalada, varios senderos serpeaban entre estanques cristalinos, extensiones de césped y frondosa vegetación.

El aerotaxi detuvo su movimiento horizontal y descendió deprisa, un momento más tarde la entrada volvió a abrirse en silencio.

—Doctora Newell, este es tu apartamento, ya puedes bajar, por favor, yo te acompañaré para asegurarme de que estás cómoda.

Suzanne miró nerviosa a Donald, no esperaba tener que separarse del grupo.

—¿Y los demás? —preguntó por fin, intentando interpretar la expresión del ex oficial.

—Arak se encargará de acomodarlos, cada uno tendrá su propio bungalow.

—Es que esperábamos poder estar juntos.

—Y lo estaréis —replicó Arak—, toda esta zona es sólo para visitantes, comeréis juntos, y si queréis dormir por parejas en vuestros aposentos, es decisión vuestra.

Donald miró a Suzanne y se encogió de hombros, ella salió de la nave seguida de Sufa, un momento más tarde el aerotaxi se puso de nuevo en marcha para detenerse en una casa cercana.

—¡Vamos! —Sufa echó a andar por el sendero, pero se detuvo a esperar a Suzanne, que se había quedado mirando la nave—, pronto te reunirás de nuevo con tus amigos, sólo quiero comprobar que tu alojamiento es aceptable, además, pensé que te gustaría darte un baño antes de comer, ese fue mi primer deseo cuando pasé por la descontaminación.

—¿Tú pasaste por lo mismo que nosotros?

—Sí, hace muchísimo tiempo, varias vidas, de hecho.

—¿Cómo? —Suzanne pensó que no había oído bien.

—Ven, primero tienes que instalarte, las preguntas tendrán que esperar.

Sufa cogió a Suzanne del brazo y juntas subieron los escalones que llevaban al bungalow.

Suzanne se detuvo en la puerta, boquiabierta de nuevo, en marcado contraste con el exterior negro, el interior era casi todo blanco: mármol blanco, cachemira blanca y múltiples superficies de espejo, era parecido a la sala en que habían dormido hacía poco, pero mucho más lujoso, una piscina azul se extendía desde dentro hasta el exterior, alimentada por una cascada que salía de la pared.

—¿No te gusta la habitación? —preguntó Sufa preocupada, malinterpretando la expresión de Suzanne.

—La cuestión no es sí me gusta, ¡es increíble!

—Pero queremos que estés cómoda.

—¿Y los otros? ¿Sus habitaciones son parecidas?

—Idénticas, todos los bungalows de invitados son iguales, si necesitas algo más dímelo, estoy segura de que podremos proporcionártelo.

Suzanne miró la enorme cama circular, sobre una tarima de mármol en el centro de la habitación, del dosel colgaban abundantes cortinas blancas.

—Dime qué crees que te falta.

—No, no falta nada, es impresionante.

—¿Entonces te gusta?

—Me encanta, —Suzanne tocó la pared de mármol, pulido como espejo, estaba caliente.

Sufa se acercó a un armario empotrado.

—Dentro encontrarás consolas de ordenador, ropa, libros en tu idioma, una nevera grande con refrescos, artículos de aseo personal y todo lo demás que puedas necesitar.

—¿Cómo se abre?

—Con una orden verbal, —Sufa señaló una de las dos puertas en la pared frente al armario—, allí tienes los servicios personales.

—¿Y qué tengo que decir?

—Lo que estés buscando, seguido de alguna palabra exclamativa como «ahora» o «por favor».

—¡Comida, por favor! —dijo Suzanne con cierta timidez, al punto se abrió una puerta del armario dejando al descubierto una nevera llena de refrescos y comida de diversa consistencia y color.

Sufa rebuscó.

—Debería haberlo sabido, me temo que sólo han puesto una selección básica, aunque yo pedí algunos artículos especiales, pero no importa, un clon obrero te traerá todo lo que quieras.

—¿Un clon obrero? —la expresión sonaba ominosa.

—Los clones obreros son los trabajadores, ellos realizan todas las labores manuales en Interterra.

—¿He visto alguno?

—Todavía no, no suelen dejarse ver hasta que los llaman, prefieren su propia compañía y sus propias habitaciones.

Suzanne asintió, sabía que en cualquier régimen de intolerancia, el grupo dominante siempre atribuía a los oprimidos una actitud que hacía sentir mejor a los opresores.

—Y esos clones, ¿son clones de verdad?

—Desde luego, han sido clones durante una eternidad, en principio provienen de homínidos primitivos, algo similar a lo que tu pueblo llama Neandertales.

—¿Mi pueblo? ¿Qué nos hace tan diferentes de vosotros, aparte de vuestra belleza?

—Por favor…

—Ya lo sé, ya lo sé —exclamó Suzanne exasperada—, no tengo que hacer preguntas, pero es que tus respuestas a las cuestiones más simples me resultan desconcertantes.

Sufa se echó a reír.

—Ya lo imagino, pero sólo te pedimos que tengas paciencia, hemos aprendido por experiencia que es mejor introducir a la gente poco a poco en nuestro mundo.

—Eso significa que habéis tenido otros visitantes como nosotros.

—Desde luego, han venido muchos durante los últimos diez mil años más o menos.

Suzanne se la quedó mirando boquiabierta.

—¿Diez mil años, dices?

—Sí, antes de eso no teníamos ningún interés en vuestra cultura.

—¿Me estás diciendo que…?

—Por favor, —Sufa respiró hondo—, no más preguntas a menos que se refieran a tus habitaciones, lo siento.

—Está bien, a ver, dime, ¿cómo tengo que llamar a un clon?

—Con una voz de mando, es lo mismo con todo aquí en Interterra.

—O sea, que sólo tengo que decir «clon obrero», ¿es eso?

—«Clon obrero» o simplemente «clon», luego, claro, tienes que decir alguna palabra exclamativa con la que te sientas cómoda, pero la frase tiene que decirse como una exclamación.

—¿Y lo puedo hacer ahora mismo?

—Por supuesto.

—Clon, por favor —dijo Suzanne sin dejar de mirar a Sufa.

No pasó nada.

—Eso no ha sido una auténtica exclamación, inténtalo otra vez.

—¡Clon, por favor! —exclamó Suzanne.

—Mucho mejor, pero no hace falta subir tanto la voz, el volumen no es lo que cuenta, sino la intención, los humanoides tienen que saber sin lugar a dudas que quieres que aparezcan, su modo por defecto es no venir, para no ser un incordio.

—¿Has dicho «humanoide»?

—Los clones obreros son muy parecidos al hombre, aunque son una fusión de elementos androides, componentes biomecánicos y secciones homínidas, son mitad máquina mitad organismos vivos, que se cuidan ellos mismos e incluso se reproducen.

Suzanne se quedó mirándola entre incrédula y consternada, Sufa pensó que la había asustado.

—No te preocupes, es muy fácil tratar con ellos, y son de lo más servicial, de hecho son criaturas maravillosas, como ya verás, su único defecto es que, como sus antepasados homínidos, son incapaces de hablar, pero entienden perfectamente.

Antes de que Suzanne pudiera hacer más preguntas, se abrió una de las puertas frente a los armarios y apareció una mujer escultural, Suzanne había esperado ver a un grotesco autómata, pero la mujer era de una belleza exquisita, con rasgos clásicos, pelo rubio, piel de alabastro y penetrantes ojos oscuros, llevaba un uniforme de satén negro.

—Este es un ejemplar de clon obrera, verás que lleva un anillo en la oreja, todos lo llevan, no sé por qué, creo que tiene algo que ver con el orgullo o el linaje, también advertirás que es bastante guapa, como lo son también las versiones masculinas, pero lo más importante es que se avendrá a todos tus deseos, si quieres algo no tienes más que pedírselo y ella intentará complacerte, a menos que eso implique hacerse daño a ella misma.

Suzanne miró los ojos de aquella mujer, sus rasgos faciales eran tan hermosos como los de Sufa, pero totalmente inexpresivos.

—¿Tiene algún nombre?

—¡Claro que no! —Replicó Sufa con una risa—, eso complicaría muchísimo las cosas, no queremos personalizar nuestras relaciones con los trabajadores, en parte por eso no han sido nunca diseñados para hablar.

—Pero hará lo que yo le pida, ¿no?

—Así es, cualquier cosa, puede recoger tu ropa, lavarla, prepararte el baño, llenarte la nevera, darte un masaje o incluso cambiar la temperatura del agua de la piscina, cualquier cosa que quieras o necesites.

—De momento creo que sería mejor que se marchara, —Suzanne se estremeció, la idea de que alguien pudiera ser medio humano y medio máquina era perturbadora.

—¡Vete, por favor! —pidió Sufa, la mujer dio media vuelta y se marchó tan silenciosamente como había aparecido—, claro que la próxima vez que llames a un clon, lo más posible es que venga otro distinto, siempre acude el primero que está disponible.

Suzanne asintió, de nuevo sin comprender del todo.

—¿De dónde salen?

—De debajo de la tierra.

—¿Viven en cuevas? —preguntó Suzanne.

—Supongo, yo nunca he estado allí abajo, ni yo ni nadie que conozca, ¡pero basta de hablar de los clones! Tengo que llevarte al comedor para la cena, ¿prefieres bañarte en la piscina o en la bañera? Aunque te advierto que no tenemos mucho tiempo.

Suzanne tragó saliva, tenía la garganta seca, con todo lo que tenía a su disposición le costaba trabajo tomar la decisión más sencilla, la piscina, ahora más turquesa que azul, era de lo más tentadora.

—Sí, creo que me daré un baño en la piscina.

—Excelente, en el armario tienes ropa limpia y zapatos.

Suzanne asintió.

—Te espero fuera, tengo la sensación de que te vendrá bien quedarte a solas un rato.

—Sí, tienes razón.