Capítulo 8

Las luces rojas sobre las camas se tornaron verdes un instante y el halo violeta desapareció, un momento más tarde se apagaron también las luces verdes.

Perry fue el primero en despertar, y no poco a poco sino de golpe, en un instante estuvo totalmente alerta, se quedó mirando el dosel, intentando interpretar aquella extraña estructura y orientarse, pero le resultó imposible, no veía nada de lo que esperaba, es decir, el techo de su camarote a bordo del Benthix Explorer.

En cuanto volvió la cabeza lo recordó todo, no había sido una pesadilla, el espantoso descenso del Oceanus a las profundidades abismales había sido una realidad.

Junto a la cama había un sencillo perchero negro del que colgaban unos pantalones cortos y una túnica similares a las que llevaba puestas, Perry apartó la manta que le cubría y al verse lanzó un grito, no sólo estaba desnudo, sino que en torno al ombligo tenía un circulo de marcas como las que había visto en Richard y Michael cuando salieron de las esferas.

Se levantó de un brinco y comprobó con alivio que las heridas no eran profundas ni dolorosas y, lo más importante, parecían haber cicatrizado.

Al cabo de un momento se llevó otra sorpresa, ¡tenía pelo de nuevo en las piernas y el pubis! En los brazos también, entonces se llevó la mano a la cabeza y sonrió.

Se puso la ropa del perchero y atravesó la habitación, al mirarse en el espejo dio un respingo, su pelo sólo tenía unos tres centímetros de longitud, pero era tan espeso y oscuro como cuando asistía al instituto, era como haber descubierto la fuente de la juventud.

Los otros ya se habían despertado, Donald y Suzanne se estaban vistiendo, mientras Richard y Michael, sentados en la cama, miraban boquiabiertos a su alrededor con la ropa doblada en el regazo.

—Justo lo que me imaginaba —dijo Donald, a nadie en particular—, sabía que esos hijos de puta vendrían mientras dormíamos, por eso quería establecer una guardia.

—Pues no está del todo mal —comentó Perry—. ¡Tengo pelo! ¿Qué os parece? Tengo mucho más pelo que antes.

—Sí, yo también —replicó Suzanne, con menos entusiasmo.

—¿Y no te alegras?

—Preferiría tenerlo igual de largo que ayer, o mejor, que hace tres días.

—¿Qué quieres decir?

—Ayer era 21 de julio, ¿no?

—Creo que sí, —Perry no estaba muy seguro, debido al viaje nocturno a las Azores.

—Bueno pues según mi reloj, que alguien me quitó de la muñeca pero tuvo el detalle de no llevárselo, hoy es 24.

El reloj de Suzanne era el único que no había desaparecido con el gas, la correa de oro no se había disuelto.

—Tal vez el que te lo quitó cambió también la fecha —apuntó Perry, la idea de haber dormido tres días le resultaba perturbadora.

—Es posible, pero lo dudo, para que nos haya crecido tanto el pelo debemos de haber dormido más de tres días, tal vez un mes y tres días.

Perry se estremeció.

—¿Un mes? No me le puedo creer, además, el pelo nos ha tenido que crecer gracias a algún tratamiento sorprendente, a mí me ha salido tan abundante como cuando tenía catorce años, y te voy a decir una cosa: como empresario daría algo por conocer el secreto, ¿te imaginas? ¡Menudo producto!

—Pues a mí no me han hecho ningún favor —terció Donald—, yo no quería tener pelo en la cabeza.

—¿Habéis notado las heridas en el vientre? —preguntó Suzanne.

Perry y Donald asintieron.

—Yo creo que significan que hemos estado conectados a algún sistema de mantenimiento de vida, tal vez similar al de los buceadores dentro de las esferas.

—Sí, yo he pensado lo mismo —dijo Perry—, supongo que ha sido necesario, si es que hemos dormido tanto tiempo.

—Eh, vosotros, ¿estáis bien? —preguntó Suzanne a Richard y Michael, que se estaban vistiendo.

—Yo estoy bien, sólo que esperaba que todo esto fuera un mal sueño.

—Al drogamos han violado la convención de Ginebra —gruñó Donald—. ¡Somos civiles! ¡Y quién sabe lo que significan estas heridas! ¡Pueden habernos inoculado cualquier cosa! el SIDA, o el suero de la verdad…

—Pues lo cierto es que yo me encuentro muy bien, —Perry flexionó brazos y piernas, era como si todo su cuerpo hubiera rejuvenecido.

—Yo también —dijo Michael, se inclinó para tocarse las puntas de los pies y dio unos cuantos saltos sin moverse del sitio—, tengo la sensación de que podría nadar treinta kilómetros.

—Yo tengo pelo, pero nada de barba —exclamó Richard—, ¡a ver quién me explica eso!

Los otros hombres se tocaron el mentón, era cierto, nadie tenía pelo en la cara.

—Esto se pone cada vez más interesante —comentó Perry.

—Más surreal, diría yo, —Suzanne miró de cerca las mejillas de Perry, anteriormente se veía asomar la barba, pero ahora estaba lampiño.

—¡Un momento! —gritó Richard, señalando la puerta frente a los espejos—, parece que nos van a dejar salir de la jaula.

La puerta se estaba abriendo en silencio, detrás se veía un largo pasillo blanco adornado con holografías, del otro extremo surgía una luz brillante y natural.

—Eso parece la luz del día —comentó Suzanne.

—No puede ser —replicó Donald—, a menos que de alguna forma nos hayan trasladado.

Perry sintió un escalofrío, sabía que todo lo sucedido hasta entonces no era más que un preámbulo a lo que iba a pasar en los próximos momentos.

Richard se acercó a la puerta, protegiéndose los ojos contra el resplandor que se reflejaba en las relucientes paredes blancas.

—¿Ves alguna cosa? —quiso saber Suzanne.

—No mucho, al fondo el pasillo se abre, y hay una pared, debe de estar al aire libre.

—Un momento, —Suzanne se volvió hacia Donald—, ¿tú qué dices? ¿Vamos? Es evidente que nuestros anfitriones nos esperan.

—Sí, vamos, pero en grupo, tenemos que permanecer juntos, aunque deberíamos elegir un portavoz, por si nos encontramos con nuestros captores.

—Muy bien, yo voto por Perry.

—¿Yo? —Dijo Perry con voz chillona—, ¿por qué yo? Donald sigue siendo el capitán.

—Es verdad, pero tú eres el presidente de la Benthix Marine, esta gente advertirá que hablas con cierta autoridad, sobre todo en lo referente a las perforaciones.

—¿Tú crees que nos han traído aquí abajo por lo de las perforaciones?

—Bueno, se me ha pasado por la cabeza.

—Pero Donald tiene experiencia en el ejército —insistió Perry—, y yo no, ¿y si al final resulta que es una base rusa?

—Yo creo que podemos suponer que no lo es.

—Eso no ha quedado descartado del todo —terció Donald—, de todas formas, creo que Perry es una buena elección, así tendré ocasión de estudiar mejor la situación, sobre todo si estalla alguna hostilidad.

—¡Richard y Michael! —Llamó Suzanne—, ¿quién creéis que debe ser el portavoz?

—A mí el presi me parece bien —dijo Michael.

Richard se limitó a asentir con la cabeza, impaciente.

—Decidido, —Suzanne hizo un gesto a Perry para que encabezara la expedición.

—Está bien —cedió este, fingiendo más ánimos de los que sentía, se ajustó el cinturón de la túnica, enderezó los hombros y echó a andar, Richard le miró con desdén, pero todos le siguieron.

Perry aminoró el paso al llegar al final del pasillo, cada vez estaba más seguro de que la luz que veía provenía del sol, puesto que notaba su calor, calculaba que el espacio que tenía delante debía de ser un recinto abierto de unos dos metros cuadrados.

Justo antes de llegar se detuvo tan bruscamente que Richard chocó contra él.

—¿Qué pasa? —preguntó Suzanne, abriéndose paso.

Perry no contestó, puesto que no sabía muy bien por qué se había parado, se inclinó despacio para ver un poco más, buscó con la mirada la parte superior de la pared, y tuvo que dar un paso más para verla, calculó que tenía unos cuatro metros y medio de altura, por encima distinguió pies, tobillos, pantorrillas y túnicas como la que él llevaba puesta.

Por fin se enderezó y se volvió hacia los otros.

—En la parte superior hay gente —susurró—, vestidos como nosotros.

—¿De verdad? —Suzanne se inclinó para verlo por sí misma, pero estaba demasiado atrás.

—No puedo estar seguro, pero creo que llevan la misma ropa de satén, —todos suponían que aquellos extraños atuendos eran uniformes de prisionero.

—Vamos —apremió Richard, más impaciente que nunca—, esto tengo que verlo, ¡venga!

—¿Y por qué nos han vestido como antiguos griegos? —preguntó Suzanne a Donald.

—No tengo ni idea, vamos a averiguarlo.

Perry echó a andar en primer lugar, alzó la cabeza, protegiéndose los ojos con las manos, lo que vio le dejó tan perplejo que se detuvo bruscamente con la boca abierta, Suzanne tropezó con él, y el resto del grupo se apretó contra ella, todos atónitos.

Estaban en una especie de corral, unos cinco metros más arriba había una galería cubierta de cristal, bordeada por una balaustrada de mármol y soportada por columnas aflautadas en cuyos capiteles se veían doradas criaturas marinas, toda la galería estaba atestada de gente que se apretaba contra el cristal mirando hacia abajo con silenciosa e intensa curiosidad, tal como Perry había avistado antes, todos iban vestidos con idénticas túnicas de satén y pantalones cortos.

Aunque ninguno se había hecho una imagen mental de sus captores, imaginaban que tendrían un aspecto fiero, nada más alejado de la realidad, antes de vislumbrar los atuendos de satén, Perry había esperado ver uniformes, así como expresiones severas, si no abiertamente hostiles, sin embargo ahora se encontraba frente al grupo de personas más bellas que había visto jamás, cuyos rostros transmitían una serenidad casi divina, aunque la edad del grupo oscilaba desde niños muy pequeños a vigorosos ancianos, la mayoría se encontraba entre los veinte y los veinticinco años, todos irradiaban salud con sus cuerpos esbeltos, sus ojos brillantes, su pelo lustroso y unos dientes tan blancos que los de Perry parecían amarillos en comparación.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó Richard.

—¿Quién es esta gente? —susurró Suzanne maravillada.

—No había visto gente tan guapa en mi vida —atinó a decir Perry—, ¡todos ellos! Ni siquiera uno sólo parece del montón.

—Pues yo me siento como una rata de laboratorio —comentó Donald entre dientes—, fijaos cómo nos miran, y os recuerdo que las apariencias engañan, no olvidéis que esta gente ha estado jugando con nosotros para su propia diversión, esto podría ser una especie de trampa.

—Pero son de una belleza increíble, —Suzanne iba volviéndose lentamente para verlos a todos—, sobre todo los niños, e incluso los ancianos, ¿cómo iba a ser esto una trampa? bueno, una cosa está clara, ahora si podemos descartar del todo la idea de estar en una base secreta rusa.

—Pues americanos tampoco son —observó Perry—, no hay ni un solo gordo en todo el grupo.

—Esto debe de ser el cielo —comentó Michael maravillado.

—Yo creo que es más bien un zoológico —replicó Donald—, con la diferencia de que los animales somos nosotros.

—Intenta pensar algo positivo —le espetó Suzanne—, la verdad es que para mí esto es un alivio.

—Bueno, por lo menos no veo ningún arma.

—¡Es verdad! —Exclamó Perry—, buena señal.

—Claro que no necesitan armas, teniéndonos aquí abajo encerrados —añadió Donald.

—Ya, supongo que tienes razón, ¿tú qué piensas, Suzanne?

—No puedo pensar, todo esto es surreal, ¿estamos en el cielo?

—Eso parece.

—¿Creéis que existe alguna posibilidad de que nos hayan trasladado hacia el este cuando el Oceanus cayó por la chimenea? Tal vez estemos en una de las islas Azores.

—Sólo podemos saberlo si se deciden a decírnoslo —apuntó Donald.

—¡Qué más da dónde estemos! —Terció Michael—, ¡vaya tías! ¡Vaya cuerpazos! ¿Son de verdad o es mi imaginación?

—Es una idea interesante —comentó Suzanne—, anoche, cuando cenamos, la comida sabía según nuestros deseos, ahora podría estar pasando lo mismo, tal vez estamos viendo lo que queremos ver.

—Eso no puedo concebirlo —dijo Perry—, nunca he creído mucho en lo sobrenatural.

—¡Ah, pero qué más da! ¡Mirad a la tía aquella del pelo castaño! ¡Menudo tipazo! ¡Y me está mirando! —Richard alzó la mano con una sonrisa y saludó con entusiasmo, la mujer sonrió a su vez y pegó la palma de la mano al cristal—, ¡eh! ¡Le gusto!

—Richard le tiró un beso y la mujer sonrió todavía más.

Animado por el éxito de Richard, Michael se volvió hacia una mujer de brillante pelo negro, ella también pegó la mano al cristal, Michael se puso a brincar como un loco, saludando frenético con las dos manos, la mujer se echó a reír.

—Yo no veo ninguna hostilidad —dijo Suzanne a Donald—, todos parecen tan pacíficos…

—Seguro que es una treta para que bajemos la guardia.

Perry apartó la vista de mala gana de aquella gente tan hermosa para hablar con Suzanne y Donald, Richard y Michael proseguían con sus aspavientos, intentando improvisar un lenguaje de signos.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Perry.

—A mí personalmente no me gusta nada estar dando un espectáculo —respondió Donald—, sugiero volver a nuestra habitación y esperar, ahora les toca actuar a ellos, que vengan a vernos a nuestro territorio, por decirlo de alguna manera.

—¿Pero quiénes son? —Dijo Suzanne—, esto es como una película de ciencia ficción.

Perry fue a responder, pero las palabras se le atascaron en la garganta, una de las paredes del recinto se estaba abriendo, detrás apareció una escalera que llevaba a la galería.

—¡Vaya! —Exclamó Suzanne—, como tú decías, Donald, ahora les toca actuar a ellos, y creo que nos están invitando a un encuentro cara a cara.

—¿Qué hacemos? ¿Vamos?

—Sí —contestó Donald—, pero despacio y en grupo, y tú hablarás por todos, Perry, como habíamos decidido.

Richard y Michael, ajenos a lo que sucedía, seguían haciendo el payaso, la multitud respondía con risas a sus aspavientos, lo cual no hacía más que animarles a dar más brincos, al ver las escaleras, sin embargo, salieron disparados hacia ellas, ansiosos por establecer un contacto más íntimo con sus nuevas amigas.

—¡Alto ahí! —Gritó Donald, bloqueándoles el paso—, vamos a subir todos juntos, y el señor Bergman hablará por todos.

—Tengo que conocer a esa tía buena —dijo Richard ansioso.

—Y yo tengo que quedar con esa morenaza —añadió Michael sin aliento.

Intentaron pasar, pero Donald los sujetó con mano de hierro, los buceadores quisieron protestar, pero callaron al ver la expresión del ex militar, Donald tenía los labios apretados en un gesto de determinación y le temblaban las aletas de la nariz.

—Está bien, esperaremos —atinó a decir Richard.

—Sí, ya habrá tiempo de sobra.

Donald hizo un gesto a Perry para que comenzara a subir.

Perry subió los peldaños con más confianza que la que había sentido en el pasillo, había esperado enfrentarse a una escena mucho más terrible, pero ahora se trataba de ir al encuentro de un grupo de hermosos individuos ataviados con ropas similares a las suyas, sin embargo, lo insólito de la situación fue minando su seguridad a medida que avanzaba, se planteó la posibilidad de que aquello fuera una alucinación colectiva, como había sugerido Michael, o una trampa, como aseguraba Donald, pero, con su natural optimismo, le costaba imaginar que se tratara de una trampa, sobre todo teniendo en cuenta que aquella gente no tenía ninguna necesidad de tenderles una encerrona, puesto que tenía control absoluto de la situación.

La gente guapa, como Perry los llamaba mentalmente, se había apiñado en principio junto a las escaleras como un grupo de adolescentes esperando la llegada de una estrella del rock, pero todos se fueron apartando a medida que ellos subían, esto confundió a Perry todavía más, puesto que parecían retirarse como si les tuvieran miedo o un profundo respeto, como haría una multitud normal ante un animal potencialmente peligroso.

Por fin, se detuvo al final de las escaleras, la gente formaba ahora un semicírculo en torno a él, nadie se movía, nadie decía nada, nadie sonreía.

Perry había supuesto que sus captores serían los primeros en hablar, pero finalmente se decidió a romper aquel incómodo silencio.

—Hola.

Su saludo provocó risitas, pero no mucho más, Perry se volvió hacia sus compañeros esperando alguna sugerencia, Suzanne se encogió de hombros, Donald no dijo nada, todavía parecía desconfiado.

—¿Alguien habla inglés aquí? —Preguntó Perry—, ¿o algo de español?

De pronto una pareja se destacó de la multitud, ambos aparentaban unos veinticinco años y, como todos los demás, eran de una belleza alucinante, sus rasgos eran perfectos, a Perry le recordaban los retratos que había visto en camafeos antiguos, el hombre era rubio, con ojos de un azul intenso, la mujer era pelirroja, con marcadas entradas en el pelo y ojos verdes tan brillantes como esmeraldas, su piel era tersa y perfecta, en Los Ángeles se les habría considerado estrellas de cine.

—Hola, amigos, ¿cómo estáis? —Saludó el hombre con perfecto acento norteamericano—, por favor, no tengáis miedo, no se os hará ningún daño, yo me llamo Arak, y esta es Sufa.

—Yo también quiero saludar, ¿cómo os gustaría que os llamaran a vosotros?

Perry se quedó perplejo ante un inglés tan perfecto, era un alivio oír algo tan familiar, después de todo lo que había sucedido desde que se hundió el Oceanus.

—¿Quiénes sois? —acertó por fin a preguntar.

—Somos habitantes de Interterra —contestó Arak, su voz de barítono era similar a la de Donald.

—¿Y dónde demonios está Interterra? —Perry no pudo evitar un tono brusco, se le había ocurrido de pronto que todo aquello podía ser una sofisticada broma de mal gusto, más que una trampa.

—¡Por favor! —exclamó Arak solicito—, sé que estáis desconcertados y cansados, y con toda la razón después de lo que habéis pasado, sabemos muy bien que la secuencia de descontaminación es agotadora, así que por favor, intentad relajaros, os esperan muchas emociones.

—¿Sois norteamericanos expatriados?

Arak y Sufa se llevaron la mano a la boca en un vano intento por contener la risa.

—Perdonadnos, por favor, no queremos ser groseros, no, no somos norteamericanos, pero en Interterra tenemos bastante conocimiento de vuestros idiomas, y el inglés en todas sus variantes es la especialidad de Sufa y mía.

Suzanne se inclinó hacia Perry.

—Pregúntales otra vez dónde está Interterra —le susurró al oído.

—Interterra está debajo de los mares —contestó Arak—, se encuentra entre lo que vuestro pueblo llama la corteza terrestre y el manto, es una zona que vuestros científicos sísmicos llaman el manto de discontinuidad Mohorovicic.

—¿Es un mundo subterráneo? —Suzanne miró perpleja hacia lo que parecía el cielo.

—Submarino sería más correcto —contestó Sufa—, pero, por favor… sabemos que tenéis muchas preguntas, y todas serán respondidas a su debido tiempo, por ahora os suplicamos un poco de paciencia.

—Pero necesitamos saber cómo os tenemos que llamar —añadió Arak.

—Yo soy Perry, presidente de la Benthix Marine, —y a continuación presentó a los demás miembros del grupo.

Arak se acercó a Suzanne y tendió el brazo con la palma de la mano hacia ella.

—Tal vez puedas concederme el honor de un saludo interterrano, presiona tu palma contra la mía.

Suzanne miró un instante a Perry y Donald antes de acceder, su mano era mucho más pequeña que la de Arak.

—Bienvenida, doctora Newell, estamos muy contentos de que hayas venido a visitarnos, —y con una reverencia apartó la mano.

—Vaya, muchas gracias, —Suzanne estaba algo desconcertada, aunque le halagaba que la hubieran destacado a ella de forma personal.

—Ahora os llevarán a vuestras habitaciones, que estoy seguro serán de vuestro agrado.

—¡Un momento, Arak! —Exclamó Richard poniéndose de puntillas—, por ahí anda una chica preciosa que se muere por conocerme.

—Sí, y yo quiero quedar con una morenaza que he visto antes —añadió Michael.

Ambos habían escudriñado la multitud desde que subieron las escaleras, pero no habían podido localizar a sus chicas.

—Habrá tiempo de sobra para relacionarse —dijo Arak—, por ahora es importante que os retiréis a vuestros aposentos, puesto que tenéis que comer y asearos adecuadamente, más tarde habrá una gala para celebrar vuestra llegada, y espero que todos asistáis, por favor, seguidme.

—Sólo será un momento, —Richard quiso pasar entre Arak y Sufa para mezclarse con la muchedumbre, pero Donald le retuvo con fuerza.

—¡Ya está bien! Nos quedamos todos juntos. ¿Entendido?

Richard le miró furioso, estaba tan cerca de aquella preciosa mujer, era tan difícil contenerse… de hecho nunca se le había dado muy bien contenerse, pero la mirada de Donald le hizo vacilar.

—Bueno, la verdad es que también me apetece comer algo.

—Más vale que no te pases —le espetó Donald—, si no quieres vértelas conmigo.

—Que conste que no me asustas.