Capítulo 7

Avanzaban muy despacio, Perry volvió a caerse, estaba cubierto de barro.

—Lo primero que voy a pedir es una ducha —comentó, intentando sin éxito levantar los ánimos, nadie contestó.

Esperaban que sus temores fueran infundados, pero no aparecía nadie en la puerta, la luz era tan brillante que no se veía nada al otro lado, incluso era difícil mirar hacia el umbral sin protegerse los ojos.

Cuando se acercaron un poco más vieron que la puerta medía más de medio metro de grosor, al borde tenía una serie de enormes cerrojos, parecía la puerta de una cámara acorazada, era evidente que estaba diseñada para soportar la enorme presión del agua al inundar la caverna.

Suzanne y Perry se detuvieron a unos ocho metros de la pared, reacios a seguir avanzando sin tener una idea más clara de lo que les esperaba, observaron la puerta buscando alguna pista, por lo que podían ver, las paredes, el techo y el suelo de la sala al otro lado eran de acero inoxidable brillante.

Por fin, Donald se acercó y se asomó a la puerta, protegiéndose los ojos con el brazo, estudió la habitación.

—¿Qué? —Gritó Suzanne—. ¿Qué ves?

—Es una sala grande y cuadrada, de metal, hay dos enormes bolas metálicas, muy brillantes, pero nada más, parece que no hay ninguna otra puerta, y no veo de dónde viene la luz.

—¿Hay señales de gente? —quiso saber Perry.

—No, creo que las bolas son de cristal, de un metro y medio de diámetro por lo menos, ¡venid a echar un vistazo!

Perry miro a Suzanne y se encogió de hombros.

—Si, ¿para qué demorar lo inevitable?

Ella se abrazó el cuerpo con un escalofrío.

—Esperaba que al llegar aquí me tranquilizaría un poco, pero todo esto me sigue dando muy mala espina, esto no puede ser una base submarina, sería una hazaña de ingeniería que dejaría las pirámides a la altura del betún.

—¿Entonces qué crees que es?

Suzanne miro hacia el submarino, estaba iluminado por la luz de la puerta, a pesar de la distancia, más allá todo era oscuridad.

—La verdad es que no tengo ni idea.

Donald, al ver que sus compañeros no se acercaban, entró en la sala, tuvo que tender las manos para no caerse, con el barro que tenía en los zapatos, la superficie de metal pulido era tan resbaladiza como el hielo.

Una vez recuperó el equilibrio, volvió a contemplar la habitación, ahora que sus ojos se habían adaptado a la luz, veía mucho mejor, su imagen se reflejaba cientos de veces en todas direcciones, la única puerta era la que servía de entrada, buscó en vano el origen de aquella luz cegadora, cuando por fin miró con detenimiento una de las enormes bolas de cristal dio un respingo, el cristal no era del todo opaco, podía vislumbrarse lo que había dentro.

—¡Suzanne! ¡Perry! —Gritó—, ¡aquí hay dos personas! Pero están encerradas en esferas de cristal, ¡venid!

Un momento después Suzanne y Perry aparecían en la puerta.

—Cuidado al andar —advirtió Donald—, el suelo es muy resbaladizo.

Arrastrando los pies como si llevaran esquíes, Suzanne y Perry se acercaron a Donald, ansiosos por ver de cerca las esferas de cristal.

—¡Dios mío! —Exclamó Suzanne—, están flotando en una especie de fluido.

—¿Los reconoces? —preguntó Donald.

—¿Debería?

—Me parece que son dos de nuestros buceadores.

Ella se quedó mirándolo incrédula, se inclinó hacia una esfera, con las manos en torno a los ojos, la superficie era tan opalescente que reflejaba la brillante luz de la sala.

—Creo que tienes razón, me parece distinguir el logo del Benthix Explorer en el traje de neopreno y el casco.

Perry y Donald se inclinaron como Suzanne sobre la esfera.

—¡Respira! —Exclamó Perry—, ¡está vivo!

—Tiene una especie de cordón umbilical, le sale de un dispositivo conectado a su abdomen —observó Suzanne—, ¿veis adónde va?

—Pasa por debajo de él y va a la base de la esfera.

Ella se inclinó, la esfera descansaba sobre una base plana en la que no se veía ninguna hendidura.

—Esto es tan increíble como la caverna —comentó, levantándose, tocó la esfera con la punta del dedo, el material parecía cristal, pero no estaba segura de que lo fuera.

—¿Cómo demonios han llegado hasta aquí? —exclamó Perry.

—Tenemos muchas preguntas y ninguna respuesta —dijo Donald.

—¿Todavía crees que se trata de una instalación militar? —preguntó Suzanne.

—¿Qué otra cosa podría ser?

—Si estos buceadores están vivos, no puedo ni siquiera imaginar qué tecnología hay detrás de todo esto, parecen dos embriones gigantes, claro que tampoco me explico cómo han hecho la caverna, o esta sala.

—¡La puerta! —gritó de pronto Perry.

Todos se volvieron bruscamente, la puerta se estaba cerrando.

Los tres se precipitaron hacia ella, pero el suelo resbaladizo les impedía correr, para cuando llegaron, la puerta ya se había cerrado, a pesar de que se apoyaron contra ella con todo su peso, fue imposible abrirla, al cabo de un instante oyeron horrorizados el ruido de los pesados cerrojos.

—Alguien está detrás de todo esto —apuntó Suzanne muy seria, mirando en torno a la sala—, estamos atrapados.

—Tienen que ser los malditos rusos —aseveró Donald.

¡Ya está bien con los rusos! —gritó Suzanne—, has estado demasiado tiempo en el ejército, y todo lo interpretas en función de las hostilidades pasadas. ¡Esto no tiene nada que ver con los rusos!

—¿Cómo lo sabes? —Le espetó Donald—, y no te atrevas a denigrar mi servicio a la patria.

—No estoy menospreciando tu servicio en la marina, ¡pero mira a tu alrededor, Donald! Esto no es de este planeta. ¡Mira la luz, maldita sea! No procede de ningún sitio, la iluminación es totalmente regular. ¡No hay ni sombras!

Perry tendió las manos, intentando formar alguna sombra, pero era imposible.

—Es un flujo de fotones uniforme que debe de traspasar de alguna manera las paredes —prosiguió Suzanne—, y yo diría que tiene un fuerte componente ultravioleta.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Perry.

—No lo sé con seguridad, puesto que el ojo humano no capta la luz ultravioleta, pero tengo la impresión de que el azul de nuestros uniformes está distorsionado, como el púrpura de tu chándal.

Perry se miró la ropa, el color le pareció el mismo de siempre.

—¡Las esferas! —exclamó Donald.

La opalescencia de las bolas de cristal había aumentado de tal manera que ahora brillaban, de pronto se oyó un crujido, y las esferas se abrieron por sus ápices como dos enormes flores perdiendo los pétalos, los buceadores cayeron al suelo entre el gorgoteo del fluido.

Donald fue el primero en recuperarse de la sorpresa, se precipitó junto a Richard y, al ver que estaba inconsciente e intentaba respirar, le quitó el casco, Richard estalló en una violenta tos.

Perry se acercó a Michael para quitarle también el casco, este, sin embargo, no respiraba, recordando sus conocimientos de socorrismo, Perry apartó al buceador de los trozos de la esfera rota y, después de asegurarse de que no tenía nada en la boca, le tapó la nariz y le insufló una bocanada de aire, luego levantó la cabeza e inhaló de nuevo, estaba a punto de repetir la operación cuando vio que Michael abría los ojos.

—¿Pero qué coño haces, tío? —Le espetó nada más despertar, apartando el rostro de Perry.

—Respiración artificial, me parecía que no respirabas.

—¡Sí que respiro! —Michael se frotó la boca con el dorso de la mano poniendo cara de asco—, te aseguro que respiro.

Richard dejó de toser de pronto y parpadeó para enjugarse las lágrimas provocadas por la tos, su primera preocupación fue Michael, al ver que su amigo se encontraba bien, miró en torno.

—¿Qué es esto? ¿Qué demonios ha pasado?

—Vaya, la pregunta del millón —replicó Perry.

—¿Dónde coño estamos? —insistió Richard con aspecto perplejo.

—Otra pregunta interesante.

—¿Habíais salido a buscarnos? —terció Donald.

Richard parecía desconcertado, pero la pregunta le hizo recuperar la memoria.

—¡Joder! —Exclamó—. ¡Estábamos a casi trescientos metros de profundidad! ¡No hemos hecho la descompresión! —Se levantó precipitadamente, le temblaban las piernas, sobre todo en aquel suelo tan resbaladizo—, ¡Michael, tenemos que entrar en la cámara!

—Tranquilo —dijo Donald, agarrándole del brazo—, aquí no hay ninguna cámara de descompresión, además, estáis bien, es evidente que no tenéis señales de parálisis.

Richard se encontraba cada vez más confuso, estiró piernas y brazos para comprobar sus articulaciones, volvió a mirar parpadeando en torno a la sala, hasta que advirtió el cordón umbilical que le conectaba a la base de la esfera rota.

—¿Y esto qué coño es? —Agarró el grupo de cables y mangueras, pero lo soltó de inmediato con cara de asco—, ¡aaj! Están blandos, es como tocar intestinos.

—Tiene que ser una especie de soporte de vida —explicó Suzanne—, mirad lo bien que estáis sin haber hecho la descompresión, es evidente que es gracias a esos cables.

Richard tocó de mala gana el artefacto que tenía pegado al estómago, tenía la forma y el tamaño de un desatascador de bañera, en cuanto lo tocó, el artefacto se despegó, Richard vio horrorizado que del extremo salían varios apéndices como gusanos, agitando cabecitas llenas de sangre… su sangre.

—¡Ah! —gritó, tirando al suelo aquella cosa, que inmediatamente se retiró a la base de la esfera como si fuera el cable retráctil de una aspiradora, presa del pánico, abrió la cremallera de su traje de neopreno hasta el pubis, y al verse el estómago lanzó otro grito, tenía seis pinchazos en círculo en torno al ombligo.

Michael se levantó y se miró vacilante el vientre, con la misma expresión de asco de Richard, tocó con el dedo el artefacto que también él tenía pegado, y vio con alivio que la cosa se desprendía, se abrió el traje y descubrió que también tenía seis pinchazos en el ombligo.

—¡Menuda mierda! —Exclamó—, es como si me hubierais apuñalado con un piquete de hielo. ¡No puedo soportar ver sangre!

Richard volvió a abrocharse el traje e intentó dar unos pasos con piernas trémulas, pero enseguida se apoyó contra la pared.

—Joder, me siento como si me hubieran drogado.

—Pues yo como sí me hubiera atropellado un camión —replicó Michael.

—¿Dónde está Mazzola? —preguntó Richard.

—No tenemos ni idea —dijo Donald—. ¿Qué pasó durante la inmersión?

Richard se rascó la cabeza, al principio lo único que recordaba era haber entrado en la cámara de compresión, pero con ayuda de Michael logró reconstruir varios detalles del descenso en la campana y la entrada en el agua.

—¿Nada más? —Preguntó Donald—. ¿No recordáis nada después de salir de la campana?

Los dos buceadores negaron con la cabeza.

—¿Y a vosotros qué os ha pasado? Parecéis salidos de una pocilga, —sin esperar respuesta, Richard examinó de cerca las paredes—. ¿Qué es esto? ¿Un hospital o algo así?

—No es ningún hospital —respondió Donald—, no podemos deciros mucho más, aparte de cómo llegamos hasta aquí.

—Por algo se empieza, dispara.

Donald relató lo sucedido, los buceadores le escucharon con expresión incrédula.

—¡Venga ya! —Se burló Richard—. ¿Qué es esto, una tomadura de pelo? —preguntó, mirando a los otros tres con suspicacia, aquello tenía que ser una broma, Michael estaba de acuerdo con él.

—No es ninguna broma —aseguró Donald.

—Mirad esta sala —apuntó Suzanne.

—Escuchad —dijo Donald, intentando tener paciencia—, ¿no recordáis cómo llegasteis hasta aquí? ¿No visteis a nadie?

Richard movió la cabeza y apartó con el pie algunos trozos de la esfera, el material ya no era rígido, sino blando.

¿Decís que estábamos dentro de esta cosa? ¿Y que parecía cristal? porque ahora no lo parece.

—Pero hace un momento sí.

—Creemos que estamos en una base submarina rusa —informó Donald.

—Ojo, esa es tu opinión —le corrigió Suzanne.

—¿Los rusos? ¡No jodamos! —Richard se enderezó y miró en torno a la sala con renovado interés, tocó las pulidas paredes y dio unos golpes con los nudillos—. ¿Esto qué es? ¿Titanio?

Antes de que Suzanne pudiera responder, fue interrumpida por un siseo, todos miraron hacia las bases de las esferas, un vapor surgía de los agujeros y un olor acre invadió la sala, les lloraron los ojos.

—¡Nos están gaseando! —exclamó Suzanne, antes de sufrir un violento acceso de tos.

El grupo retrocedió aterrado, apretándose contra las paredes de metal en un vano intento por alejarse del gas, pero al cabo de un momento todos tosían y lloraban con los ojos ardiendo.

—¡Al suelo! —gritó Donald.

Todos menos Perry se tumbaron intentando cubrirse la boca y la nariz con las manos, Perry retrocedió a trompicones y comenzó a aporrear la puerta gritando, hasta que se dio cuenta, a pesar del pánico y el tormento físico, de que no se había desmayado, ni siquiera estaba mareado, el gas no obraba el efecto letal que temía.

Contuvo las toses a base de pura fuerza de voluntad y logró abrir los ojos un instante, a pesar de los picores, la sala estaba llena de niebla, no podía ver mucho, pero advirtió que tenía los brazos desnudos.

¿Qué había pasado con las mangas del chándal? Perry aguzó la vista, colgaban en jirones, como si hubiera metido los brazos en ácido, consciente de que tenía todo el cuerpo frío, se tocó el pecho, el chándal entero, toda su ropa, sufría el mismo efecto.

Estaba perdiendo su identidad estructural.

Perry había tenido pesadillas en las que se encontraba desnudo en público, de pronto esas pesadillas se estaban haciendo realidad, intentó sujetar la ropa, pero se le desintegraba en las manos.

—¡La ropa! —Gritó a los demás—. ¡El gas está disolviendo la ropa!

Al principio el miedo no dejó hablar a nadie, Perry repitió lo que había dicho y echó a andar a trompicones en la niebla, casi tropezando con Donald.

—El gas está disolviendo la ropa, pero no noto ningún otro efecto en mí.

Donald se incorporó hasta sentarse, su uniforme había sufrido la misma suerte que el chándal de Perry, aunque no pudo abrir los ojos para verlo, verificó rápidamente con las manos que se estaba quedando desnudo.

—¡Es verdad!

Suzanne logró abrir los ojos un instante, como Perry, también advirtió aliviada que, aunque su ropa se desintegraba, el gas no le había afectado la mente, a pesar de las molestias que sentía en la garganta y el pecho.

Richard y Michael se sentaron, puesto que todavía estaban aturdidos, no supieron si el gas les estaba afectando, tosían con violencia y respirar les costaba más trabajo que a los demás.

—Mi traje de buceo está bien —atinó a decir Richard entre toses, pero cometió el error de pasarse la mano por el hombro, en ese momento el neopreno se deshizo por completo, convertido en diminutas pelotitas.

Michael, que había logrado ver entre parpadeos lo sucedido, no se atrevía a tocarse el traje, pero Richard le dio una palmada en el hombro y el efecto fue instantáneo: el neopreno se desintegró, cayendo por su cuerpo como gotas de agua.

De pronto sonó una alarma y comenzó a destellar una luz roja en la pared opuesta a la puerta, que momentos antes parecía totalmente lisa, a pesar del vapor cáustico, el grupo logró distinguir el perfil de otra puerta debajo de la luz.

Al cabo de unos momentos cesó la alarma, aunque la luz siguió parpadeando, entonces advirtieron un agudo siseo, el aire entraba a presión por un estrecho conducto.

Perry se acercó despacio a la luz y tocó los bordes de la puerta hasta encontrar una corriente de aire, aquello explicaba el siseo, extendió el pie para ver si el suelo seguía plano más allá del umbral, y atravesó la puerta.

El alivio fue inmediato, una rápida corriente de aire cubría la puerta como una cortina, impidiendo la entrada del gas en aquel pasillo, las paredes, el suelo y el techo eran del mismo metal pulido que la sala, aunque la luz era mucho más tenue, a seis metros de distancia se veía otra cámara.

Perry asomó la cabeza por la puerta.

Otra sala —gritó—, y está despejada, ¡deprisa!

Los otros cuatro se levantaron a trompicones, Suzanne tuvo que guiar a Donald, que no soportaba abrir los ojos, al cabo de un minuto estaban todos en el pasillo, sintieron tal alivio que no se preocuparon por la desintegración de la ropa, los cinco iban totalmente desnudos.

—Vamos —dijo Donald, haciendo un gesto a Perry, que ya iba por delante.

Perry se pegó contra la pared.

—Creo que deberías ir tú primero, sigues siendo el capitán de la nave.

Donald asintió y echó a andar, seguido de Perry y Suzanne, los dos buceadores cerraban la retaguardia.

—Es evidente lo que está pasando —anuncio Donald.

—Vaya, me alegro de que lo tengas tan claro —replicó Suzanne.

—Nos están preparando para un interrogatorio, es una técnica muy conocida: despojar al individuo de su sentido de la identidad para quebrar su resistencia, la ropa forma parte de nuestra identidad.

—Pues yo no tengo ninguna resistencia —declaró Perry—, estoy dispuesto a contestar a todo.

—Donald, ¿quieres decir que sabías lo que era ese gas?

—No.

Donald se detuvo en el umbral de la segunda sala y asomó la cabeza, era mucho más pequeña que la primera, aunque del mismo material, desde allí se veía una puerta de cristal y el principio de un pasillo blanco con lo que parecían cuadros en las paredes, el suelo de la cámara caía en pendiente hacia el centro, donde había una rejilla, y el techo subía también hacia el centro, hacia otra rejilla.

—¿Y bien? —preguntó Suzanne.

—Esto ya tiene mejor pinta, hay un pasillo de aspecto relativamente normal detrás de una puerta de cristal.

—Entonces vamos —apremió Richard.

Agarrándose al umbral, Donald avanzó primero un pie y luego el otro, tal como imaginaba, comenzó a deslizarse de inmediato, patinó una distancia de un metro, con los brazos extendidos para guardar el equilibrio, hasta que cesó la pendiente, desde allí se volvió para avisar a los demás.

Todo el mundo entró con cuidado excepto Michael, que se había criado en Chelsea, Massachusetts, donde había jugado al hockey desde los cinco años, y no le preocupaba el suelo resbaladizo, pero la pendiente lo cogió por sorpresa, se cayó nada más dar el primer paso y se estrelló contra los demás como una bola de bolos, todo el grupo acabó en el suelo hecho un ovillo de miembros desnudos.

—¡Por dios! —exclamó Donald, ayudando a Suzanne a levantarse, los demás se pusieron en pie.

Michael no sentía ningún remordimiento, ahora que tenía los ojos abiertos, estaba mucho más interesado en contemplar el cuerpo de Suzanne, Richard le atizó en la cabeza, Michael reaccionó dándole un empujón y los dos acabaron rodando de nuevo por el suelo.

—¡Ya está bien! —gritó Donald, separándolos, Richard y Michael obedecieron, pero sin dejar de mirarse ceñudos.

—¡Dios mío! ¡Mirad! —Suzanne señaló la puerta que acababan de atravesar, se estaba desvaneciendo, como si los bordes se fundieran a la pared, al cabo de unos momentos la abertura había desaparecido sin dejar rastro.

—¡Si no lo veo no lo creo! —Exclamó Perry—. ¡Esto es sobrenatural! ¡De película!

—No puedo ni imaginar qué tecnología están utilizando, me parece que esto descarta a los rusos.

De pronto se oyó un gorgoteo en la rejilla central, todos se volvieron.

—¡Oh, no! ¿Y ahora qué?

Antes de que nadie pudiera responder, de la rejilla del suelo comenzó a surgir un fluido claro que parecía agua, todos se precipitaron hacia la puerta de cristal, pero la pendiente del suelo resbaladizo los obligó a ponerse a gatas, el primero en llegar aporreó el cristal intentando frenéticamente abrir la puerta, detrás de ellos el chorro de agua se había convertido en un géiser, y el nivel subía rápidamente.

Al cabo de unos minutos estaban inundados hasta la cintura, e instantes después flotaban en el líquido, mirando horrorizados cómo el techo se iba acercando, pronto sería imposible respirar, el grupo se había apiñado en el centro, donde el techo se elevaba, Richard y Michael, expertos nadadores, se encontraban directamente debajo de la rejilla, entrelazaron los dedos en ella e intentaron arrancarla en un desesperado intento por encontrar más aire.

Pero sus esfuerzos fueron en vano, el nivel del agua siguió subiendo hasta anegar toda la cámara, en cuanto estuvieron todos sumergidos, el fluido empezó a desaguar a una velocidad extraordinaria, en pocos segundos tenían la cabeza fuera, y al cabo de unos minutos Donald y Richard hacían pie.

De pronto se oyó un fuerte ruido de succión, y el grupo quedó apiñado en la hondonada central de la sala, de momento nadie se movió, entre el pánico, el esfuerzo y el hecho de que todos habían tragado mucha agua, estaban física y emocionalmente exhaustos.

Por fin Donald se incorporó, estaba un poco mareado y tenía la sensación de que había pasado más tiempo del que creían, pensó que tal vez el fluido fuera una droga, cerró los ojos y se frotó las sienes, cuando abrió los ojos de nuevo, todos parecían dormidos.

—¡Dios mío! —exclamó de pronto, ¡Suzanne estaba calva! Donald se pasó la mano por la cabeza, pero hacía años que la llevaba afeitada, el bigote, en cambio, había desaparecido, así como el pelo de las axilas, tampoco tenía pelo en el pecho.

Donald sacudió a Perry y Suzanne, cuando estuvieron bastante despiertos, les explicó lo sucedido.

—¡Oh, no! —Perry se incorporó de un brinco y se tocó ansioso la cabeza, estaba totalmente calva, apartó las manos como si se quemara.

Suzanne mostró más curiosidad que espanto, algo les había dejado sin pelo, ¿cómo había sucedido? ¿Y por qué?

—¿Qué pasa? —Preguntó Richard con voz espesa, en cuanto se incorporó perdió el equilibrio—. Aaah, es como si estuviera borracho.

—Yo también estoy mareado —admitió Perry—, creo que había algo en el agua.

—Sí, nos han drogado —convino Donald.

—Todos hemos tragado mucha agua —terció Richard— era difícil no tragar en esa situación, ha sido peor que las prácticas de huida de un submarino.

—Creo que ya sé lo que está pasando —anunció Suzanne.

—Sí, yo también —dijo Perry—, nos están torturando y humillando.

—Todo técnicas de interrogatorio —apuntó Donald.

—Pues a mí me parece que esto no tiene nada que ver con un interrogatorio —prosiguió Suzanne—, la extraña luz intensa, el gas acre y ahora la depilación sugieren otra cosa.

—¿Qué depilación? —preguntó Richard.

—La de tu cabeza —contestó Perry.

Richard parpadeó mirando a Perry, se tocó la cabeza.

—¡Joder, estoy calvo! —Richard sacudió a Michael, que seguía aturdido—, ¡eh, tú, calvorota! ¡Despierta!

A Michael le costaba abrir los ojos.

—Creo que nos están descontaminando —informó Suzanne—, estoy segura, están eliminando microorganismos como virus y bacterias, nos están esterilizando.

Nadie dijo nada, Perry asintió con la cabeza, si, era posible.

—Pues yo sigo creyendo que nos están preparando para un interrogatorio —insistió Donald—, no entiendo para qué quieren esterilizamos, no sé si son los rusos los que están detrás de esto, pero alguien quiere algo de nosotros.

—Me parece que lo vamos a averiguar muy pronto, —Perry señaló la puerta de cristal, que ahora estaba abierta—, comienza la siguiente etapa.

Donald se levantó tambaleándose.

—Está claro que había alguna droga en el agua, —esperó hasta que le pasó una nueva ola de mareo, y se dirigió hacia la puerta.

Tuvo que avanzar a gatas por la pendiente, pero una vez en el umbral se puso en pie y se asomó, al otro lado se extendía un pasillo blanco de unos quince metros.

—Sí, me siento drogada, pero también tengo un hambre de lobo —dijo Suzanne.

—Justo lo que yo estaba pensando —replicó Perry.

—Escuchad todos, la cosa está mejorando —anunció Donald—, al final del pasillo hay habitaciones, ¡hay que movilizarse!

Suzanne y Perry se levantaron mareados.

—Supongo que eso significa que hay camas, lo cual me parece estupendo, además, quiero salir de aquí lo antes posible, no vaya a entrar de nuevo el agua.

—Totalmente de acuerdo —convino Perry.

Richard y Michael se habían quedado dormidos, Suzanne los sacudió, pero no logró despertarlos.

—La droga del agua les ha afectado más que a nosotros.

—Bueno, ya se sentían drogados cuando salieron de las esferas, —Perry tiró de Michael hasta lograr sentarlo, Michael no hacía más que gruñir que lo dejaran en paz.

—¡Vámonos! —Ordenó Donald—, no quiero que se cierre esta puerta antes de que hayamos salido todos.

La advertencia sacó a Richard y Michael de su sopor, en cuanto se movieron, su estado mental mejoró considerablemente, para cuando el grupo se reunió detrás de Donald, los buceadores hablaban incluso.

—Esto no está nada mal —comentó Richard, inspeccionando el pasillo, las paredes y el techo no eran de metal, sino de un laminado blanco muy brillante, en las paredes se veían cuadros tridimensionales enmarcados, una moqueta blanca cubría el suelo.

—Esos cuadros son increíbles —observó Michael—, ¡tan realistas! Parece que puede uno ver hasta treinta kilómetros dentro de ellos.

—Son holografías —informó Suzanne—, pero nunca había visto ninguna holografía con colores tan vividos y naturales, son espectaculares, sobre todo en este entorno tan blanco.

—Parecen escenas de la antigua Grecia —dijo Perry—, no sé quiénes nos están torturando, pero por lo menos son civilizados.

—¡Vamos! —Ordenó Donald impaciente—, tenemos que tomar algunas decisiones tácticas.

—Decisiones tácticas —se burló Perry en un susurro—, ¿es que este hombre nunca se relaja?

—No muy a menudo —contestó Suzanne.

En cuanto atravesaron el pasillo, quedaron perplejos ante la escena que se abría ante ellos, después de las anteriores salas, asépticas y desnudas, la suntuosidad de la habitación los dejó sin habla, la decoración era futurista, con multitud de espejos y mármol blanco, el ambiente era tranquilo, acogedor, junto a las paredes se alineaba una docena de camas con dosel, cinco de ellas estaban abiertas y sobre las almohadas se veía ropa limpia doblada, de fondo se oía una suave música ambiental.

En el centro de la estancia se alzaba una enorme mesa rodeada de sillas más parecidas a divanes, muy acolchadas, la mesa estaba puesta para comer, con fuentes cubiertas y jarras de bebidas heladas, los platos y el mantel eran blancos, la cubertería de oro.

—Si esto es el cielo yo no estoy preparado —aseveró Perry cuando recuperó el habla.

—Yo no creo que la comida huela tan bien en el cielo, y acabo de darme cuenta de que tengo más hambre que sueño, —Richard se precipitó hacia la mesa seguido de Michael.

—¡Un momento! —Exclamó Donald—, no sé si deberíamos probar nada, la comida puede estar drogada o algo peor.

—¿De verdad? —Richard vaciló, mirando a Donald y luego hacia la mesa.

—Y esos espejos —prosiguió el ex militar señalando los enormes azogues que formaban el otro extremo de la habitación—, estoy seguro de que son transparentes, lo cual significa que nos están observando.

—¿Y a quién coño le importa? —Le espetó Michael—, yo voto por comer.

Suzanne miró la ropa doblada en las camas, no la había advertido antes porque era blanca, como casi todo lo demás, y se confundía con el entorno, ahora cogió las prendas más cercanas, eran dos piezas sencillas de satén blanco, curiosamente sin costuras: una túnica de manga larga abierta por delante, y unos pantalones cortos.

—¡Caramba! ¡Pijamas! —Exclamó—, vaya, cuánta consideración, —se puso los pantalones cortos de inmediato, la túnica llegaba hasta la rodilla y se ataba con una trenza dorada, a los lados tenía varios bolsillos.

Esto despertó la timidez de todo el mundo, los cuatro hombres se apresuraron a vestirse, Michael se miró en el espejo del fondo.

—Bueno, no es que me guste mucho, pero es cómodo, Richard se echó a reír.

—Pareces un maricón.

—¡Igual que tú, gilipollas!

—¡Ya basta! —gritó Donald—, nada de peleas entre nosotros, eso lo dejaremos para cuando sepamos a quién nos enfrentamos, y por cierto, habrá que establecer turnos de guardia.

—¿Pero qué coño estás diciendo? —Saltó Richard—, ni que esto fuera una maniobra militar, yo pienso comer y luego echarme a dormir, no voy a hacer ninguna guardia.

—Todos estamos cansados —concedió Donald—, pero habría que vigilar esa puerta, sobre la que no tenemos ningún control.

Todos se volvieron hacia ella, era una puerta blanca sin picaporte ni bisagras.

—Tenemos que estar alerta —prosiguió Donald—, no quiero que los rusos, o quienquiera que sean, entren mientras dormimos, podrían hacer lo que quisieran con nosotros.

—A juzgar por las molestias que se han tomado por acomodarnos, me parece que tus paranoias no están justificadas —replicó Suzanne—, y pensaba que ya estaba claro que esto no es cosa de los rusos.

—Bueno, por mí podéis seguir discutiendo —terció Richard, que había comenzado a levantar las tapas de las fuentes que había en la mesa, un delicioso aroma llenaba la habitación.

—¿Qué es eso? —preguntó Michael.

—Ni puta idea.

La humeante comida era de color crema y consistencia pastosa, como cereales calientes.

—Parece crema de trigo y huele de maravilla, —Richard probó una cucharada—. ¡Coño! —Exclamó—. ¿Sabéis qué? Sabe como mi plato favorito: filete de ternera.

Michael probó también.

—¿Carne? Tú estás chiflado, esto sabe a patatas.

—¡Venga ya, tío! ¡Tú y tus patatas! —Richard se sentó a la mesa y se sirvió una generosa ración de comida—, siempre hablando de patatas.

Michael se sentó frente a él.

—Perdona, tío —replicó con sarcasmo—, pero es que resulta que a mí me gustan las patatas.

Suzanne y Perry se acercaron con curiosidad, tenían un hambre irresistible.

—Es increíble —exclamó Suzanne al probar la comida—, esto sabe a mango.

—Me cuesta creerlo —dijo Perry—, porque a mí me sabe exactamente a maíz fresco.

Suzanne tomó otra cucharada.

—Pues para mí es mango, sin duda alguna, yo creo que esto hace que nuestros cerebros interpreten el sabor según nuestras predilecciones.

Hasta Donald estaba intrigado, probó una cantidad ínfima y sacudió la cabeza incrédulo.

—Sabe a galletas, galletas de mantequilla —afirmó, sentándose a la mesa—, y la verdad es que yo también me muero de hambre.

Todos repitieron de aquella misteriosa comida, descubrieron también que la bebida helada obraba un efecto similar: les sabía distinto a cada uno, según sus preferencias.

Cuanto calmaron su hambre feroz, se sintieron de nuevo exhaustos y más somnolientos que antes, esforzándose por mantener los ojos abiertos, se retiraron a las camas, y en cuanto se taparon con las mantas, todos menos Donald cayeron en un sueño profundo, Donald intentó resistirse, esperando hacer guardia, pero fue imposible, al cabo de unos minutos también él dormía.

En cuanto Donald cerró los ojos, una diminutas luces rojas aparecieron en el dosel de cada cama, al mismo tiempo un resplandor emanó de los doseles, envolviendo a todos en un brillante halo violeta.