—Igual deberíamos haber empezado después de cenar —comentó Richard—, me muero de hambre.
—No es momento de bromas —replicó Perry.
—¡No es ninguna broma!
—Deben de ser ellos —avisó Harvey desde la puerta—, acaba de llegar un aerotaxi.
—¡Atención! —Exclamó Donald—, todo el mundo preparado.
Richard se armó con una espada griega, después de la caída en la piscina, había decidido prescindir de la armadura, Donald sacó por vigésima vez el cargador de la Luger para inspeccionarlo y comprobó que tenía un cartucho en la recámara.
Arak, Sufa, los Black y cuatro grandes clones obreros entraron en la sala.
—Muy bien —comenzó Arak, casi sin aliento—, todo irá bien, calmaos, por favor.
Siguiendo el plan, Harvey cerró las puertas y fue a situarse junto con Perry y Richard, detrás de Donald.
—En primer lugar debéis comprender que no podéis escapar, no podemos permitirlo.
—Vaya, sí que corren las noticias —replicó Donald—, así que Suzanne ya ha hablado con vosotros.
—Nos ha informado el consejo de ancianos, nos llamaron justo después de vosotros, me gustaría pediros que volváis a vuestros respectivos aposentos, os repito que no podéis escapar.
—Eso ya lo veremos, de momento nosotros damos las órdenes.
—Eso no puede ser, —Arak se volvió hacia los clones—, reducidlos sin hacerles daño, por favor.
Donald retrocedió unos pasos blandiendo la pistola.
—¡Que no se acerquen más! —ordeno.
—No creo que sepan lo que es un arma —dijo Perry nervioso.
—Pues lo van a saber muy pronto, —Donald apuntó a la cara del clon que se dirigía hacia él.
—¡Arak! —Exclamó Ismael—, tiene una pistola, Arak…
—¡Alto, por favor! —gritó Donald a los clones.
Pero habiendo recibido la orden de un interterrano, los clones no hicieron caso y siguieron acercándose al grupo, Donald apretó el gatillo y el disparo alcanzó al primer clon en la frente, el androide se tambaleó y cayó de espaldas, un fluido viscoso brotaba de la herida, curiosamente, sus piernas seguían moviéndose, como si todavía quisiera avanzar.
Arak y Sufa resollaron horrorizados.
Los demás clones seguían acercándose, Donald apuntó al que estaba más cerca de Perry y disparó de nuevo, alcanzándolo en la sien.
—¡Alto, por favor! —gritó Arak, pálido y temblando, los dos clones restantes se detuvieron, los que habían caído, dejaron por fin de mover las piernas.
Donald encañonaba a Arak.
—Eso está mejor, y quiero que quede claro: tú serás el próximo.
—¡Por favor! —Gritó Sufa—. ¡Basta de violencia, por favor!
—Mientras obedezcáis mis órdenes no pasará nada, Arak, quiero que hagas unos cuantos contactos con tu comunicador.
*****
Suzanne estaba impresionada con la ecuanimidad de los ancianos a pesar de la gravedad de la crisis, ella, en cambio, estaba cada vez más angustiada, las noticias que llegaban al consejo indicaban que sus compañeros se estaban saliendo con la suya.
Mientras el consejo se reunía, habían ofrecido comida a Suzanne, antes de invitarla a volver a la sala de las columnas, le pidieron de nuevo que se quedara en el centro, igual que esa mañana, aunque en esta ocasión le habían colocado una silla parecida a las que ocupaban los ancianos, sí bien más pequeña, ahora se encontraba de frente a Ala, con las puertas de bronce a la espalda.
—Parece que la crisis empeora —comentó Ala, después de escuchar un momento por el comunicador de muñeca—, el grupo, junto con cuatro rehenes humanos, se acerca a Barsama con el sumergible intacto, Arak espera nuestras órdenes.
—Jamás en todas mis vidas me había enfrentado a una situación como esta —dijo Ponu—, cuatro clones obreros han sido retirados prematuramente, resulta perturbador.
—Pero podréis detenerlos, ¿no? —preguntó Suzanne, la tranquilidad del consejo comenzaba a ponerla nerviosa—, y sin hacer daño a nadie, ¿no?
Ala se inclinó hacia ella.
—Tenemos que estar totalmente seguros de una cosa —dijo con calma—, ya hemos comprobado que tus compañeros tienen muy pocos escrúpulos a la hora de dañar clones obreros. ¿Y a un ser humano? ¿Realmente serían capaces de hacer daño a una persona?
—Me temo que sí, están desesperados.
—Es difícil de creer, después de haber tenido la oportunidad de conocer nuestra cultura —terció Ponu—, hasta ahora todos los visitantes se han adaptado a nuestra vida pacífica.
—Tal vez ellos también se habrían adaptado de haber tenido más tiempo —contestó Suzanne—, pero en este momento son muy peligrosos.
—No sé si creérmelo —dijo otro anciano—, es contrario a nuestra experiencia, como ha señalado Ponu.
Suzanne se estaba poniendo furiosa.
—Puedo demostrar hasta qué punto son capaces de hacer daño —exclamó—, han dejado pruebas de sobra en dos bungalows.
—¿Qué pruebas son esas? —preguntó Ala, con la misma calma que si estuvieran hablando de jardinería.
—Ya han matado a dos seres humanos primarios.
Los ancianos recibieron horrorizados la noticia.
—¿Estás segura? —insistió Ala, por primera vez su voz parecía turbada.
—Vi los cadáveres hace unas horas, uno murió de un golpe; la otra, ahogada.
—Me temo que esta trágica noticia cambia del todo la situación —dijo Ala.
Eso espero, desde luego, pensó Suzanne.
—Recomiendo sellar la chimenea de Barsama de inmediato —sugirió Ponu.
Un murmullo de asentimiento llenó la sala.
Ala alzó el comunicador y dio una breve orden.
—Hecho.
—¿Cuánto tiempo tardarán en conectar la chimenea al centro de la tierra? —preguntó Ponu.
—Unas horas.
*****
Las puertas eran enormes, casi de dos pisos de altura y tres metros de grosor, comenzaron a abrirse hacia dentro en silencio, Arak dirigía la operación con su comunicador de muñeca, estaba en contacto directo con la central de información, Donald le apuntaba por detrás con la pistola.
Perry, Richard y Michael vigilaban a Sufa, Ismael y Mary, Michael se había negado a quitarse la armadura griega, Harvey se encontraba en la cabina de pasajeros del crucero antigravitatorio en el que estaba cargado el Oceanus, estaba listo para meter la nave en la cámara de descontaminación detrás de las grandes puertas.
—Esto me suena —comentó Donald al vislumbrar el interior de acero—, me recuerda la sala en que nos metieron antes de llegar a Interterra.
Un súbito rumor estremeció el suelo durante unos segundos, haciéndoles casi perder el equilibrio.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Perry.
Harvey asomó la cabeza fuera del carguero.
—Tenemos que darnos prisa, deben de estar abriendo una chimenea geotérmica.
—¿Para qué?
—Para sellar la chimenea de salida.
—¡Vamos, Arak! —Ordenó Donald—. ¡Más deprisa!
—No puedo hacer más, además, Harvey tiene razón, no tendréis tiempo, el puerto quedará cerrado.
—No vamos a rendirnos después de haber llegado tan lejos —advirtió Donald—, como no hayamos salido dentro de quince minutos, le pego un tiro a Sufa.
Otra breve vibración sacudió el suelo, las enormes puertas estaban abiertas.
—Ahora es cosa vuestra, —Arak hizo una seña a Harvey—, cuando las puertas interiores se abran, entrad en la zona de lanzamientos, una vez que la sala se inunde, podréis subir por la chimenea.
—De eso nada —replicó Donald—, tú te vienes con nosotros, Arak, y Sufa también.
—¡No! ¡No, por favor! He hecho lo que me has pedido, no podemos exponernos a la atmósfera sin adaptación. ¡Vamos a morir!
—No te lo estoy pidiendo, es una orden.
Arak quiso protestar, pero Donald le golpeó con la pistola en la cara, el interterrano lanzó un grito y se protegió el rostro con las manos, la sangre chorreaba entre sus dedos.
El crucero, manejado por Harvey, se deslizó sin esfuerzo en la cámara de descontaminación.
—Eh, vosotros —llamó Donald a Perry y Richard—, traed a Sufa y dejad a los otros.
En cuanto estuvieron todos dentro, Donald apartó a Arak de Sufa, tenía el ojo hinchado y amoratado.
—Cierra la puerta exterior y abre la interior —ordenó.
Arak murmuró algo en su comunicador de muñeca, otro temblor resonó en la sala, era un segundo terremoto que duró un poco más que el primero.
—Vamos, Arak —apremió Donald—. ¡Date prisa!
—¡Ya te he dicho que no puedo!
—Richard, coge uno de tus cuchillos y córtale un dedo a Sufa.
—¡No, espera! —Gritó Arak—, haré lo que pueda.
Arak dijo algo más al comunicador, y las puertas siguieron cerrándose más deprisa.
—Eso ya está mejor —dijo Donald.
Toda la sala se estremeció un momento cuando las puertas se cerraron del todo, casi de inmediato las puertas interiores comenzaron a abrirse, al otro lado había una enorme caverna parecida a la que había albergado al grupo en su llegada a Interterra, se percibía el mismo olor a salitre.
En cuanto las puertas interiores se abrieron del todo, Harvey metió el carguero en la caverna, los demás corrieron tras él, aunque obstaculizados por el barro.
—¡Maldita sea! —exclamó Perry—, se me había olvidado esto.
—¡Cierra las puertas interiores! —Gritó Donald a Arak, luego le tendió la pistola a Perry—, necesitamos luces, voy a entrar en el sumergible.
—Muy bien, —Perry puso el dedo en el gatillo, era una sensación muy extraña, nunca había empuñado un arma.
Mientras Donald subía al sumergible se produjo otro temblor de tierra, a lo lejos se oía un chisporroteo que anunciaba un géiser de lava.
—¡Mierda! —gritó Richard—. ¡Estamos en un puto volcán! en cuanto cesó el temblor Donald subió los últimos peldaños y desapareció en el interior del Oceanus, un momento más tarde se encendieron las luces exteriores, justo a tiempo, porque en ese momento las puertas interiores se cerraban del todo, la única iluminación eran las luces del submarino y la fuente de lava que, a lo lejos, iba creciendo por segundos.
Donald se asomó por la escotilla.
—¡Todos a bordo! el instrumental está conectado, estamos listos.
Arak y Sufa subieron a la fuerza al submarino seguidos de Harvey, Perry y Michael, el buceador tuvo que quitarse por fin el peto para poder entrar por la escotilla, Richard fue el último en subir, nada más cerrar la escotilla, la caverna comenzó a llenarse de agua que, al chocar con la lava, producía vapor.
Donald ordenó a todos que se sentaran, no sabía cuántas sacudidas sufrirían a medida que la sala se llenara de agua, unos momentos más tarde el Oceanus cabeceaba como un corcho.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Donald a Arak.
—Nada, el agua llevará la nave hasta la chimenea.
—¿Eso significa que lo hemos conseguido?
—Supongo que sí —respondió Arak malhumorado, cogiendo la mano de Sufa.
*****
Ala bajó el brazo poco a poco después de escuchar por el comunicador, aunque los asesinatos de Sart y Mura la habían perturbado, su expresión era de nuevo serena.
—La chimenea de Barsama no se ha cerrado a tiempo —anunció con calma—, el sumergible se encuentra ahora en mar abierto, en dirección oeste.
—¿Y los rehenes? —preguntó Ponu.
—Sólo tienen dos a bordo, Arak y Sufa, Ismael y Mary están a salvo.
—Perdonad —terció Suzanne, lo que estaba oyendo le parecía imposible, suponía que los interterranos, con toda su tecnología, habrían podido detener a sus compañeros.
—Creo que habrá que tratar directamente con esta gente —prosiguió Ala, ignorando de nuevo a Suzanne—, hay demasiado en juego.
—Deberíamos enviarlos de vuelta y acabar de una vez con el problema —propuso alguien.
Suzanne se volvió hacia ella, era una mujer que no aparentaba más de veinticinco años.
—¿Enviarlos de vuelta? —preguntó incrédula, vaya, existiendo una solución tan sencilla no era de extrañar que los ancianos se mostraran tan tranquilos en aquella crisis.
—Sí, estoy de acuerdo —dijo otro anciano, un niño de cinco o seis años.
—¿Estamos todos de acuerdo? —preguntó Ala.
Un murmullo de asentimiento llenó la sala.
—Que así sea, pues, enviaremos a un clon en una nave intergaláctica pequeña.
—Que utilice la mínima energía posible —apuntó Ponu mientras Ala decía algo por su comunicador.
—Ha sido un evento de lo más desafortunado —comentaba un anciano—, una tragedia.
—No sufrirán ningún daño, ¿verdad? —preguntó Suzanne, para su sorpresa, esta vez Ala le prestó atención.
—¿Preguntas por tus amigos?
—Sí.
—No, no sufrirán daño, pero se van a llevar una sorpresa.
—Creo que el sacrificio de Arak y Sufa debería ser reconocido públicamente —dijo Ponu.
—Sí, con todos los honores —convino otro niño.
—¿No los vais a enviar de vuelta también? —Preguntó Suzanne.
—Por supuesto —respondió Ala.
Suzanne se la quedó mirando, totalmente confundida.
*****
—¡Ya se ve la luz! —exclamo Perry, llevaban varias horas en silencio y a oscuras, la única luz provenía de los mandos, estaban agotados.
—¡Es verdad! —gritó Richard, asomado a otro ojo de buey.
—Ya era hora —dijo Donald—, según el indicador estamos a treinta metros de profundidad, y en la superficie está amaneciendo.
—Estupendo, ¿cuánto tiempo queda todavía?
Donald echó un vistazo a la pantalla del sonar.
—Yo diría que en un par de horas tendremos a la vista el puerto de Boston.
—¡Genial! —gritaron Richard y Michael a la vez.
—¿Cuánta energía nos queda?
—Ese es el único problema, vamos muy justos, tal vez tengamos que recorrer nadando los últimos cientos de metros.
—A mí me da igual —aseguró Harvey—, estoy dispuesto a ir nadando hasta Nueva York si hace falta.
—¿Y mi armadura? —exclamó Michael.
—Ese es tu problema —le espetó Donald.
—Yo te echaré una mano con ella, si luego vamos a medias —se ofreció Richard.
—Vete a la mierda.
—¡Nada de discusiones! —exclamó Perry.
Siguieron viajando en silencio unos minutos, hasta que Arak habló.
—Ya tenéis vuestra libertad. ¿Por qué nos habéis traído, sabiendo lo que nos pasaría?
—Por seguridad —contestó Donald—, quería tener la certeza de que el consejo de ancianos no interferiría cuando saliéramos del puerto de Barsama.
—Y además, nos vendrá muy bien teneros por sí algún idiota no quiere creernos —terció Richard.
Michael lanzó una risotada.
—Pero moriremos.
—Os llevaremos al hospital de Massachusetts —contestó Donald con una sonrisa irónica—, sé que les gustan los casos difíciles.
—No servirá de nada, vuestra medicina es demasiado primitiva.
—Bueno, pues no podemos hacer más, —Donald fue a añadir algo, pero se interrumpió con el rostro muy serio.
—¿Qué pasa? —preguntó Perry.
—Algo raro, —Donald ajusto la pantalla del sonar.
—¿Qué es?
—Mira la pantalla, parece que algo se acerca muy deprisa.
—¿A qué velocidad?
—¡No puede ser!
Puede —exclamó Donald—. ¡Los instrumentos indican que viene a más de cien nudos! ¿Es posible? —Preguntó a Arak—. ¿Qué demonios es eso?
—Probablemente una nave interplanetaria interterrana.
—Pero saben que estáis a bordo, ¿no?
—Desde luego.
Donald se giró hacia los controles.
—Esto no me gusta nada, voy emerger.
—No creo que podamos, la nave debe de estar justo encima de nosotros.
El sumergible comenzó a temblar con una vibración de baja frecuencia.
—¿Qué demonios están haciendo, Arak?
—No lo sé, tal vez traten de absorbernos en su cámara estanca.
—Harvey, ¿tienes alguna idea de lo que está pasando?
—No, —Harvey, como los demás, se aferraba a su asiento para no caerse, la vibración crecía por momentos.
Donald apuntó a Arak con la Luger.
—¡Habla con esos hijos de puta para que se detengan de inmediato! ¡Si no eres hombre muerto!
—¡Mirad! —Gritó Perry, señalando la pantalla del sonar lateral—, ya se distingue la imagen de la nave, es como un platillo de dos capas.
—¡Oh, no! —Exclamó Arak—. ¡No es una nave interplanetaria! ¡Es un crucero intergaláctico!
—¿Y eso qué importa? —preguntó Donald, la vibración había crecido hasta el punto que les costaba permanecer sentados, el pesado casco de acero crujía bajo la tensión.
—¡Nos van a llevar de vuelta! ¡Sufa, nos van a llevar de vuelta!
—Es lo único que podían hacer —sollozó Sufa—, lo único. La vibración cesó de pronto, pero antes de que nadie pudiera decir nada, se notó una tremenda aceleración hacia arriba, todos quedaron aplastados contra los asientos con tal fuerza que, sin poder moverse ni apenas respirar, estuvieron a punto de perder la consciencia, la fuerza inercial fue acompañada de una extraña luz que bañó el interior de la nave, al cabo de un instante todo volvió a la normalidad, excepto por los bandazos que daba el submarino, como si las olas lo mecieran.
¡Dios mío! —Exclamó Donald—. ¿Qué coño ha ocurrido?
—Notaba los miembros pesados y torpes, como si el aire se hubiera tornado viscoso, pero el efecto pasó en cuanto flexionó varias veces las articulaciones, luego echó un vistazo a los instrumentos, y le sorprendió ver que funcionaban con normalidad, sin embargo, el indicador de batería señalaba que estaban a punto de quedarse sin energía, en ese momento, Donald advirtió algo sorprendente: ¡Sólo estaban a quince metros de profundidad! No era de extrañar que las olas los bambolearan.
Donald se volvió hacia la pantalla del sonar, la nave interterrana había desaparecido, ahora sólo se veía el fondo del océano, al parecer tenían tierra firme a sólo treinta metros de distancia.
Los demás comenzaban a recuperarse tras el extraño suceso.
—Eso debe de ser lo que sienten los astronautas cuando los lanzan al espacio —gimió Perry.
—¿Ah, sí? pues a mí que no me llamen —protestó Richard.
—Es algo parecido, pero no es igual, claro que vosotros no podéis percibir la diferencia.
—Calla, Arak, ya estoy harto de ti —le espetó Donald.
—Ya, te mereces tu destino.
—Listos para emerger, nos estamos quedando sin energía.
—¡Oh, no! —gritó Perry.
—No pasa nada —los tranquilizó Donald—, estamos muy cerca de tierra firme.
Donald aumentó la flotación utilizando aire comprimido, el impulso del sumergible aumentó considerablemente en cuanto salió a la superficie, mientras les quedaba todavía un poco de energía, Donald intentó en vano determinar su posición por el Loran, luego probó con el Geosat, tampoco funcionaba.
—No lo entiendo —comentó, rascándose la cabeza, no tenía sentido—, que alguien se asome por la escotilla, a ver si reconocemos el paisaje, deberíamos estar cerca del puerto de Boston.
—Ya voy yo —se ofreció Michael—, solía venir mucho por esta zona.
—Ten cuidado con las olas —advirtió Donald.
—¿Acaso crees que no he ido nunca en barco? —se burló el buceador.
Donald apagó todos los instrumentos que no eran de necesidad básica, para conservar la poca energía que les quedaba, pero no sirvió de nada, las baterías estaban agotadas, un instante más tarde se apagó la luz y perdieron impulso.
Michael abrió la escotilla, la pálida luz de la mañana penetró en el submarino, olía a sal y se oían los ásperos graznidos de las gaviotas.
—¡Eso sí que es música! —exclamó Richard.
—Estamos muy cerca de una de las islas del puerto —informó Michael—, pero no sé de cuál.
En ese momento el sumergible tocó fondo con una sacudida, y comenzó a escorarse.
—¡Hay que salir de aquí! —Exclamó Donald—. ¡Esto se hunde!
Mientras todos se apresuraban a levantarse, Arak y Sufa se tocaron las palmas de las manos con ternura.
—Por Interterra.
—Por Interterra.
—¡Eh, vosotros! —les gritó Donald—, el sumergible está a punto de volcar y se inundará.
Arak y Sufa siguieron tocándose las manos con aire ausente, sin hacer ningún caso.
—Haced lo que queráis.
—¡Que alguien me traiga la armadura! —pidió Michael desde la escotilla.
Todos subieron frenéticos por la escalera cuando el submarino se inclinó y un chorro de agua entró por la escotilla, una vez arriba, saltaron al agua y echaron a nadar hacia la orilla, Michael, sin embargo, intentó volver al interior del submarino, pero cambió de opinión cuando la nave volcó por completo, no le fue fácil alejarse nadando.
Harvey necesitó ayuda para llegar a tierra, pero al final se encontraron todos sobre la arena caliente de la playa, Michael fue el último en salir, Richard se burló de él por haber perdido la armadura griega.
El tiempo era magnifico, una cálida y brumosa mañana de verano, el sol brillaba en las olas, anunciando el calor del mediodía, después de tantos esfuerzos, se quedaron allí descansando, respirando el aire fresco, contemplando las gaviotas mientras el sol secaba las túnicas de seda.
—Ahora me dan pena Arak y Sufa —comentó Perry, después de volcar, el Oceanus se había inundado y se alejaba de la playa, arrastrado por las olas.
—Pues a mí no —replicó Richard—, me alegro de que nos hayamos librado de ellos.
—Es una pena haber perdido el submarino —dijo Donald—, acabará en el fondo de la cornisa continental, maldita sea, y yo que pensaba entrar triunfalmente en el puerto de Boston…
En ese momento se alzó una gran ola, y cuando se retiró, el submarino había desaparecido de la vista.
—Bueno, se acabó.
—Seguro que cuando contemos nuestra historia querrán ir a rescatarlo —apuntó Michael—, ya veréis como acaba en el instituto Smithsonian.
—¿Dónde estamos? —preguntó Harvey, incorporándose sobre un codo y mirando en torno a él, sólo se veía arena, conchas y juncias.
—Ya te lo hemos dicho, es una de las muchas islas del puerto de Boston.
—¿Cómo vamos a llegar a la ciudad? —quiso saber Perry.
—Dentro de un par de horas esto se va a llenar de barcos —contestó Michael—, y en cuanto la gente se entere de nuestra historia, se darán de tortas por llevarnos a donde sea.
—A mí lo que más me apetece es un buen almuerzo y saber lo que estoy comiendo —dijo Perry—. ¡Y un teléfono! quiero llamar a mi mujer y mis hijas, y luego voy a dormir cuarenta y ocho horas.
—Sí, yo también —convino Donald—. ¡Venga! vamos andando al otro lado de la isla, será un placer ver Beantown, aunque sea de lejos.
—Muy bien.
Echaron a andar por la orilla cantando a pesar del cansancio, hasta Donald parecía participar de la alegría del grupo.
Al doblar la curva de una pequeña ensenada, se detuvieron de pronto, a unos sesenta metros de distancia había un hombre de pelo cano sacando almejas, había varado en la playa un esquife bastante grande cuya vela flameaba en la brisa.
—Vaya, qué bien —exclamó Perry.
—Ya casi huelo el café y noto las sábanas limpias —dijo Michael—, venga, vamos a convertir a este viejo en un héroe, seguro que lo sacan en la CNN.
Los dos echaron a correr entre vítores, el pescador se asustó al verlos acercarse gritando por las dunas, corrió hacia su barca, echó dentro el cubo y la red e intentó huir.
Richard fue el primero en llegar y se metió en el agua hasta la cintura para sujetar la barca.
—Eh, viejo, ¿a qué vienen tantas prisas?
El pescador soltó la vela e intentó apartar a Richard con un remo, pero el buceador logró arrebatárselo de un tirón, el resto del grupo también se metió en el agua.
—No es un tipo muy amistoso —observó Richard, el pescador los miraba ceñudo.
Harvey recuperó el remo que Richard había tirado.
—No me extraña —dijo Perry—, ¡mirad qué pinta llevamos! ¿Qué pensaríais vosotros si se os echan encima unos tíos vestidos de encajes?
El grupo prorrumpió en carcajadas casi histéricas por el cansancio y la tensión, tardaron varios minutos en recuperar el dominio de sí mismos.
—Lo siento, amigo —comenzó Perry, entre risas—, perdona nuestro aspecto y nuestro comportamiento, pero es que hemos pasado una nochecita de perros.
—Demasiado ron caliente, supongo.
La respuesta del pescador provocó otro ataque de risa, por fin lograron convencer al hombre de que no eran peligrosos y le prometieron una generosa recompensa si les llevaba a Boston.
Fue un trayecto muy agradable, comparado con el tiempo que habían pasado en el estrecho y claustrofóbico submarino, entre el calor del sol, el susurro del viento en la vela y el suave balanceo de la barca, todos quedaron dormidos antes de rodear la isla.
El pescador llevó la embarcación a puerto en poco tiempo, como no sabía dónde querían desembarcar despertó al que tenía más cerca, Perry masculló algo medio dormido, le costaba abrir los ojos, cuando por fin se espabiló un poco, el hombre le preguntó dónde querían quedarse.
—Supongo que da igual, —Perry se incorporó con esfuerzo, tenía la boca seca y pastosa, miró en torno al puerto y se frotó los ojos—. ¿Dónde demonios estamos? —preguntó desconcertado, creía que esto era Boston.
—Y lo es, —el pescador señaló a la derecha—, allí está Long Wharf.
Perry se frotó los ojos de nuevo, temeroso de tener alucinaciones, en el puerto se veían veleros, goletas y coches de caballos en el muelle, los edificios más altos eran de madera y sólo se alzaban cuatro o cinco pisos.
Por fin, casi presa del terror, despertó frenético a Donald.
—¡Ha pasado algo terrible!
El jaleo despertó a los demás, todos quedaron igualmente desconcertados al mirar alrededor, Perry se volvió hacia el pescador que en ese momento bajaba la vela.
—¿En qué año estamos? —preguntó vacilante.
—Es el año de nuestro señor 1791.
Perry miró los barcos con la boca abierta.
—¡Dios mío! ¡Nos han hecho retroceder en el tiempo!
—¡Venga ya! —Exclamó Richard—. ¡Tiene que ser una broma!
—Puede que estén rodando una película —sugirió Michael.
—No lo creo —replicó Donald—, a eso se refería Arak al decir que nos estaban haciendo retroceder.
—La nave intergaláctica debía de contar con tecnología para realizar viajes en el tiempo, supongo que es la única forma de que sea posible viajar a otra galaxia.
—Dios mío —murmuró Donald—, estamos perdidos, nadie se va a creer la historia de Interterra, y no existe la tecnología necesaria para volver allí.
Perry asintió con mirada ausente.
—Van a pensar que estamos locos.
—¿Y el submarino? —Gritó Richard—. ¡Tenemos que volver!
—¿Cómo? nunca lo encontraremos, además, no podríamos rescatarlo.
—Así que al final no volveré a ver a mi familia —sollozó Perry—. ¡Hemos renunciado al paraíso por la américa colonial!
—¿Sabéis? Creo que ya sé de dónde sois —comentó el pescador mientras recogía los remos.
—¿Ah, sí? —preguntó Perry sin interés.
—Seguro, tenéis que ser de la escuela esa de Charles River, vosotros los de Harvard siempre estáis haciendo el payaso.