Capítulo 17

—Se nota que estáis un poco abrumados —comentó Arak.

Arak y Sufa habían convocado una reunión esa misma tarde en la sala de conferencias, para que todos informaran de sus actividades.

Perry estaba furioso con Richard, justo cuando empezaba a progresar con Luna, había aparecido Meeta con los demás, todos presas del pánico, diciendo que Richard se había vuelto loco, conociendo el temperamento violento del buceador, y preocupado de que pudiera causar problemas, Perry había acudido corriendo y se había pasado una hora intentando, sin mucho éxito, calmarle un poco.

Richard guardaba silencio, con aspecto malhumorado, miraba ceñudo a Arak y Sufa como si fueran los culpables de sus problemas.

Suzanne, sentada junto a Perry, intentaba restañar sus heridas, también se sentía responsable de su situación, había explicado a los demás que ella era la causa principal de que los hubieran secuestrado, pidió perdón, y todos le aseguraron que no la consideraban responsable, a pesar de todo, ella se sentía incómoda.

Sólo Donald y Michael parecían tranquilos, Arak lo achacó al éxito de su visita a la central de información.

—Antes de terminar por hoy —dijo mirando a Donald—. ¿Tenéis alguna pregunta o comentario sobre lo que habéis visto hoy?

—Yo tengo una pregunta que estoy seguro nos interesa a todos —replicó Donald.

—Adelante.

—¿Pensáis tenernos aquí prisioneros de por vida?

La sorpresa fue general, sobre todo para Suzanne y Perry, que olvidaron de pronto sus demás preocupaciones, nadie esperaba esa pregunta, y menos teniendo en cuenta que la noche anterior Donald había sugerido no mencionar el tema por miedo a que limitasen sus libertades.

Arak pareció más decepcionado que sorprendido, tardó un instante en responder.

—«Prisioneros» no es la palabras más adecuada, yo preferiría subrayar que no os obligaremos a salir de Interterra, sino que os damos la bienvenida a nuestro mundo y os otorgamos pleno derecho a disfrutar de todos los avances que apenas habéis comenzado a ver.

—Pero no habéis pedido nuestra opinión… —comenzó Perry.

—¡Un momento! —Ordenó Donald—. ¡Dejadme terminar! Arak, vamos a poner las cosas claras, nos estás diciendo que no podremos salir de Interterra aunque queramos.

Arak se agitó incómodo.

—Por lo general, en una etapa tan temprana de la introducción, evitamos hablar de un tema que suscita tantas emociones —terció Sufa—, sabemos por experiencia que los visitantes son más capaces de enfrentarse a esto una vez que se han aclimatado a los beneficios de esta vida.

—Por favor, responded la pregunta —insistió Donald.

—Con un sí o un no —añadió Michael.

Arak y Sufa conferenciaron unos momentos en susurros, Donald se reclinó en su asiento, cruzado de brazos, mientras los demás se agitaban nerviosos y en silencio, estaban en juego sus destinos.

Por fin Arak asintió con la cabeza, alzó la vista y se volvió hacia Donald.

—Muy bien, seremos sinceros, la respuesta a tu pregunta es no, no podréis marcharos de Interterra.

—¿Nunca? —resolló Perry.

—¿Y comunicarnos con nuestras familias? —Quiso saber Suzanne—, tenemos que decirles que estamos vivos.

—¿Para qué? sería una crueldad para ellos, puesto que no volverán a veros y ya se están adaptando a haberos perdido.

—Pero algunos tenemos hijos —exclamó Perry—. ¿Cómo no vamos a poder contactar con ellos?

—Está fuera de discusión —dijo Arak con firmeza—, lo siento, pero la seguridad de Interterra está por encima de los intereses personales.

—¡Pero nosotros no pedimos venir aquí! —Insistió Perry, a punto de echarse a llorar—, nos trajisteis para que os ayudáramos, pues bien, Suzanne os ha ayudado, ¡yo tengo una familia!

—No podemos quedarnos aquí —masculló Richard.

—De ninguna manera —le secundó Michael.

—Todos tenemos seres queridos en nuestro mundo —afirmó Suzanne—, vosotros sois personas sensibles. ¡No podéis esperar que nos olvidemos de ellos sin más!

—Sé que es difícil —terció Arak—, y os comprendemos, pero pensad que las recompensas son infinitas, francamente, me sorprende que a nadie le tienten, pero eso cambiar, siempre sucede, recordad que tenemos miles de años de experiencia con visitantes de la superficie.

—No se trata de que vuestro mundo nos tiente o no —apuntó Donald con altanería—, según nuestra ética, el fin no justifica los medios, el problema es que nos estáis forzando a hacer algo que no queremos y, sobre todo por nuestra herencia como norteamericanos, esto nos resulta intolerable.

—¡Por favor! —Gritó Perry enfadado—, déjate de tonterías patrióticas, esto no tiene nada que ver con ser norteamericanos sino con ser personas.

—¡Calma! —Arak respiró hondo antes de añadir—: es verdad que en cierto modo habéis sido forzados debido a la seguridad de Interterra, pero sería mejor decir que os hemos dirigido, porque este caso es muy parecido a lo que pasa entre padres e hijos, debido a vuestra inocencia primitiva, confundís los intereses a corto plazo con los beneficios a largo plazo, nosotros, que hemos vivido una vida tras otra, tenemos más conocimiento y somos más capaces de tomar una decisión racional, recordad lo que estamos poniendo a vuestro alcance: precisamente la meta de todas vuestras religiones, os hemos traído a un paraíso muy real.

—Muy bien —le espetó Richard—, pero yo no pienso quedarme aquí.

—Lo siento, pero estás aquí y aquí te quedarás —replicó Arak.

Suzanne, Perry, Richard y Michael se miraron nerviosos y enfadados, Donald seguía de brazos cruzados.

—En fin —dijo Arak con un suspiro—, esto no ha ido como estaba planeado, lamento que hayáis insistido en sacar el tema en una etapa tan temprana de vuestra orientación, pero, por favor, creedme: todos cambiaréis de opinión con el tiempo.

—¿Qué tenéis pensado para nosotros? —preguntó Suzanne.

—El periodo de orientación suele durar un mes, dependiendo de las necesidades individuales de cada visitante, durante ese tiempo tendréis ocasión de viajar a otras ciudades, al final del periodo se os destinará a la ciudad de vuestra elección.

—¿Puedes decirnos dónde están esas ciudades? —pidió Donald.

—Por supuesto, —encantado de poder cambiar de tema, Arak apagó las luces y encendió la pantalla del suelo, un momento después apareció un enorme mapa de la zona atlántica de Interterra, donde se veían los océanos y los márgenes continentales, las ciudades eran de color naranja, azul o verde, Sufa se apartó para no tapar la vista.

—Aquí reconoceréis Saranta —comenzó Arak, tocó la consola y el nombre se iluminó en naranja, luego apareció en la pantalla la zona del pacífico—, aquí se ven las ciudades más antiguas, bajo el Océano Pacífico, vais a visitar muchas de ellas, todas tienen su propio carácter particular, podréis vivir en la que queráis.

—¿Significa algo el color naranja? —preguntó Donald.

—Son ciudades con puertos de salida interplanetarios, como el puerto por el que vinisteis vosotros, aunque la mayoría han quedado obsoletos y ya no se utilizan, aquí se ve Calistral, en el océano Índico, es probablemente el único puerto operativo que queda, aunque se usa muy poco, hoy en día sólo empleamos los puertos intergalácticos debajo del polo sur.

—¿Podemos ver de nuevo el otro mapa? —pidió Donald.

—Desde luego.

En un instante volvió a aparecer en la pantalla la zona del Atlántico.

—Así que la ciudad de Barsama, al este de Boston, cuenta con un puerto interplanetario —comentó Donald.

—Así es, pero lleva cientos de años sin utilizarse, Barsama es una ciudad muy acogedora, aunque un poco pequeña.

—Cuando dices que no se ha utilizado, ¿significa eso que ha sido sellado, como el puerto de Saranta?

—Todavía no, pero se cerrará muy pronto, las chimeneas tenían que haberse sellado hace mucho tiempo, como ya os comenté ayer, justamente hoy el consejo de ancianos ha promulgado un decreto para acelerar el proceso.

Donald asintió con la cabeza, se arrellanó en el asiento y se cruzó de brazos.

—¿Alguna otra pregunta?

Nadie se movió.

—Creo que estamos un poco aturdidos para hacer preguntas —dijo por fin Perry.

—Necesitáis pasar un tiempo juntos —terció Sufa—, para ayudaros mutuamente a adaptaros, yo os recomiendo que habléis con Ismael y Mary, estoy segura de que su sabiduría y experiencia os ayudarán mucho.

Nadie dijo nada.

—Muy bien —concluyó Arak—, mañana por la mañana seguiremos con vuestra orientación, después de un merecido descanso, no olvidéis que todavía os estáis recuperando del proceso de descontaminación, sabemos que resulta agotador y no es raro que todavía estéis muy estresados.

*****

Quince minutos más tarde el grupo se dirigía en silencio hacia el comedor, todos absortos en sus propios pensamientos, comenzaba a caer la tarde.

—Tenemos que hablar —dijo Donald de pronto.

—Estoy de acuerdo —contestó Perry—. ¿Dónde?

—Creo que es mejor que nos quedemos fuera, pero vamos primero al comedor, para dejar allí los comunicadores de muñeca, no me sorprendería que fueran también un dispositivo de vigilancia.

—Buena idea, —Perry se había recuperado lo suficiente para estar enfadado.

—Quisiera pediros disculpas otra vez —dijo Suzanne—, me siento muy mal, yo soy la responsable de que estemos aquí.

—Tú no eres responsable de nada —saltó Perry.

—Nosotros no te echamos la culpa —convino Michael—, son estos malditos interterranos.

—Intentemos hablar lo menos posible hasta que nos libremos de los comunicadores —insistió Donald.

Siguieron caminando en silencio, y una vez en el comedor se quitaron los comunicadores y volvieron a salir.

—Ya estaban a unos treinta metros de la piscina del comedor, la luz del interior iluminaba un área del césped.

—No, aquí ya está bien, —Donald se detuvo y los otros se apiñaron a su alrededor—, bueno, ahora ya lo sabemos, y quiero decir que ya os lo advertí.

—Pues no lo digas —gruñó Perry.

—Por lo menos ahora ya sabemos lo que hay.

—Menudo consuelo.

—Fue una sorpresa que te decidieras a preguntarlo —dijo Suzanne—. ¿Por qué cambiaste de opinión?

—Porque teníamos que saber la verdad cuanto antes, si tenemos que escapar de aquí, como es el caso, habrá que hacerlo pronto.

—¿Crees que hay alguna forma de salir?

—Tal vez, lo bueno es que el Oceanus está intacto, si pudiéramos llevarlo hasta el puerto de salida de Barsama y averiguar cómo inundar la cámara y abrir la chimenea, tendríamos suficiente energía para llegar hasta Boston.

—No dará resultado, con lo paranoicos que son los interterranos, seguro que los puertos de salida están vigiladísimos, aunque supiéramos cómo funcionan, no lograríamos escapar.

—Suzanne tiene razón —apuntó Richard—, seguro que un ejército de clones obreros rondando por allí.

—Ya —convino Donald—, no podremos escapar, tienen que dejarnos salir.

—¡Muy listo! —Exclamó Perry—. ¡Pues no nos van soltar Arak lo ha dicho muy claro!

—No nos dejarán ir por voluntad propia, tenemos que ganarles.

—¿Y cómo piensas hacerlo? —Preguntó Suzanne—, estás hablando de una civilización muy avanzada, con poderes y tecnología que ni siquiera podemos imaginar.

—Chantaje —respondió Donald—, tenemos que convencerles de que será más seguro para ellos dejarnos salir que retenernos.

—¿A ver? —dijo Perry con recelo.

—Les aterroriza que los detecten, mi idea es amenazarlos con transmitir a la televisión de la superficie y desvelar la existencia de Interterra.

—¿Tienen equipos para emitir señales de televisión? —quiso saber Perry.

—No, pero sí reciben, Michael y yo hemos encontrado a un tipo que nos ayudará.

—Es verdad —terció Michael—, un tío de Nueva York llamado Harvey Goldfarb, lleva años aquí, pero se pasa la vida metido en la central de información viendo programas de televisión, está deseando salir de aquí.

—Lo importante es que conoce bien el equipo de televisión —prosiguió Donald—, nosotros tenemos dos cámaras de video en el Oceanus que podrían ajustarse para transmitir, Goldfarb dice que hay energía de sobra.

—Hmm —murmuró Perry—, suena prometedor…

—Para mí no, —Suzanne movió la cabeza—, no veo cómo va a dar resultado, entiendo lo de la amenaza. ¿Pero cómo utilizarla para que los interterranos hagan algo que obviamente no quieren hacer?

—Todavía no lo sé —admitió Donald—, tenemos que pensar algo, yo me imagino a Goldfarb con el dedo en el botón, listo para transmitir.

—¿Eso es todo? —Preguntó Perry consternado—, si eso es lo único que has pensado, Suzanne tiene razón, no servirá de nada, los interterranos podrían enviar a un clon para que redujera a Goldfarb o, más fácil todavía, podrían simplemente cortar la luz, si queremos hacerles chantaje, necesitamos algo mucho más complejo.

—Es sólo el principio —repuso Donald—, como ya he dicho, tenemos que pensar.

Suzanne miró a Perry.

—¿A qué te refieres con «algo más complejo»?

—Pues, por ejemplo, a dos amenazas en vez de una, ¿entiendes? si quieren neutralizarnos, tendrán que luchar en dos frentes.

—No es mala idea —convino Donald—. ¿A alguien se le ocurre otra amenaza?

—A mí no —contestó Perry.

—Ni a mí —terció Suzanne.

—Bueno, pues empezaremos con la cámara, y mientras lo organizamos ya se nos ocurrirá algo.

—¿Habéis encontrado armas?

—Una sala llena —contestó Donald—, pero la mayoría son muy viejas, armas rescatadas del fondo del océano desde los tiempos de la antigua Grecia hasta la segunda guerra mundial, lo mejor que encontré fue una Luger.

—¿Tú crees que funcionará?

—Podría ser, el cargador está lleno, y la pistola parecía en buen estado.

—Bueno, ya es algo —afirmó Perry—, sobre todo si funciona.

—Lo que está claro es que no podremos conseguirlo si nos mandan a distintas ciudades.

—Es verdad, así que tenemos menos de un mes.

—Puede que bastante menos —observó Richard.

—¿Por qué lo dices?

—Michael y yo tenemos un problema, y cuando se enteren los interterranos, se va a armar una gordísima.

—¡Richard, no digas nada! —exclamó Michael.

—¿Qué pasa? ¿Qué habéis hecho ahora?

—Fue un accidente.

—¿Qué clase de accidente? —quiso saber Donald.

—Será mejor que vengáis a verlo, igual se os ocurre qué podemos hacer.

—¿Dónde?

—En mi casa o la de Mikey, da igual.

—Vamos —ordenó Donald.

Atravesaron en silencio el césped en dirección al bungalow de Richard y rodearon la piscina, Richard dio una orden para que se abriera la nevera, y apartó varios de los compartimientos, hasta dejar al descubierto la cara helada y pálida de Mura, tenía el pelo pegado a la frente y la espuma ensangrentada le cubría la mejilla.

Suzanne se tapó los ojos.

—Fue un accidente —dijo Richard—, Michael no quería matarla, sólo le metió la cabeza bajo el agua para que no gritara.

—Se volvió loca —explicó Michael—, en cuanto vio el cuerpo del tipo al que mató Richard.

—¿Qué tipo? —preguntó Perry.

—Un chaval que estaba en la fiesta, el que iba con Mura.

—¿Dónde está el cadáver?

—En mi nevera.

—¡Idiotas! —gritó Perry—. ¿Cómo murió el chico?

—Eso no importa —murmuró Donald—, lo hecho, hecho está, Richard tiene razón: en cuanto se descubran los cadáveres, esto va a ser un infierno.

—¡Por supuesto que importa! —Terció Suzanne, mirando furiosa a los buceadores—. ¡No me lo puedo creer! ¡Habéis matado a dos personas pacíficas y amables! ¿Por qué?

—Intentó propasarse conmigo —contestó Richard—, le di un empujón y se golpeó en la cabeza, yo estaba borracho, no quería matarle.

—¡Maníacos de mierda!

—Está bien, está bien —murmuró Perry—, vamos a calmarnos, tenemos que trabajar juntos, si queremos que haya alguna posibilidad de salir de aquí.

—Perry tiene razón, si queremos salir de aquí, tenemos que intentarlo pronto, de hecho, lo mejor es que empecemos esta noche.

—Yo estoy de acuerdo —terció Richard, mientras volvía a meter las cosas en la nevera para ocultar el rostro sin vida de Mura.

—¿Qué podemos hacer esta noche?

—Me parece que mucho.

—Bueno, tú eres el militar. ¿Por qué no asumes el mando?

—¿Qué os parece a los demás? —preguntó Donald.

Richard se incorporó y logró cerrar la nevera empujando con la cadera.

—Por mí, bien, cuanto antes salgamos de aquí, mejor.

—Yo estoy de acuerdo —dijo Michael.

—¿Y tú, Suzanne?

—No puedo creer que haya pasado esto —murmuró ella, con la mirada perdida—, se pasaron un mes descontaminándonos, y aun así hemos conseguido introducir la enfermedad.

—¿Qué demonios estás diciendo? —preguntó Perry.

Suzanne suspiró con tristeza.

—Es como si fuéramos los esbirros de satanás invadiendo el cielo.

—Suzanne, ¿estás bien? —Perry le puso las manos en los hombros y la miró a los ojos, los tenía llenos de lágrimas.

—Estoy asqueada.

—Con tres votos sobre cuatro, la decisión está clara —afirmó Donald, sin hacer caso de Suzanne—, lo que propongo es ir al museo, Richard y yo iremos a ver el sumergible y nos llevaremos una cámara de televisión, Perry, tú y Michael os encargaréis de buscar armas, Michael te enseñará dónde están, coged todo lo que resulte apropiado, pero sobre todo no olvidéis la Luger.

—Muy bien —convino Perry—, ¿y tú, Suzanne? ¿Vienes?

Pero ella no contestó, se llevó las manos a la cara para enjugarse los ojos, no podía aceptar el hecho de que eran responsables de la muerte de dos interterranos, y no sabía cuánto dolor provocaría aquel crimen en Saranta, se habían perdido para siempre dos esencias que habían sobrevivido miles de años.

—Está bien —dijo Perry suavemente—, tú quédate aquí, no tardaremos mucho.

Suzanne asintió con la cabeza, pero ni siquiera se volvió hacia ellos, miraba llorando el armario que ocultaba la nevera, la violenta confrontación que temía estaba a punto de producirse.