—Este sitio me pone los pelos de punta —dijo Michael.
—Es muy raro que esté tan desierto —convino Donald.
Y también que nos dejen rondar por aquí a nuestras anchas.
—Hay que reconocer que son gente confiada.
—Yo diría que son estúpidos.
Se encontraban en la central de información, Ismael y Mary Black los habían acompañado hasta el enorme edificio, pero habían preferido quedarse fuera, nada más entrar, Donald y Michael se encontraron en un enorme laberinto de pasillos y corredores, aquello era como una colmena de habitaciones llenas de arriba a abajo de lo que parecía un impresionante sistema informático, excepto por dos clones obreros que habían visto en una sala cerca de la entrada, no había nadie.
—A ver sí nos vamos a perder —comentó Michael, nervioso y mirando hacia atrás, todos los pasillos parecían iguales.
—Me acuerdo muy bien del camino —replicó Donald.
—¿Seguro? mira que nos hemos desviado muchas veces.
Donald se detuvo en seco.
—Escucha, cretino, si estás tan preocupado. ¿Por qué coño no te largas?
—Vale, vale, ya estoy más tranquilo.
—¿Tranquilo? ¡Una mierda!
—De todas formas, ¿para qué querías venir? —preguntó Michael al cabo de un momento.
—Por curiosidad.
—Es como una pesadilla, o como una película de terror futurista, —Michael se estremeció.
—Por una vez estoy de acuerdo contigo, es como si las maquinas hubieran conquistado el poder.
—¿Para qué servirá todo este equipo?
—Arak indicó que desde aquí se gobierna todo, por lo visto el centro lo vigila todo y almacena las esencias vitales, Dios sabe cuánta gente hay aquí ahora mismo encerrada.
Michael se estremeció de nuevo.
—¿Tú crees que saben que están aquí?
—Ni idea.
Siguieron caminando en silencio.
—¿Has visto ya suficiente? —preguntó por fin Michael.
—Supongo, pero voy a seguir un poco más.
—¿Crees que todo esto se mantiene y se repara solo?
—Si es así habría que preguntarse quién está más vivo, esta máquina o esta gente que tiene tan poco que hacer.
De pronto Donald alzó una mano para detener a Michael.
—¿Qué pasa?
Donald se llevó un dedo a los labios.
—¿Has oído eso? —susurró.
Michael ladeó la cabeza y escuchó con atención, a lo lejos se oía algo: unos débiles sonidos que hendían el silencio.
—¿Lo oyes? —insistió Donald.
—Sí, parece una risa.
Donald asintió con la cabeza.
—Una risa muy rara, se oye a intervalos muy regulares.
—¿Sabes lo que me parece? Risa en lata, como la que se oye en las comedias de la tele.
Donald chasqueó los dedos.
—¡Eso es! A mí ya me sonaba…
—Pero cómo puede ser…
—¡Vamos a averiguarlo!
Echaron a andar con creciente curiosidad, se detenían en la entrada de cada pasillo para orientarse, poco a poco el ruido fue subiendo de volumen, y cada vez era más fácil dirigirse hacia él, por fin doblaron en una curva y vieron que el sonido provenía de una habitación a la izquierda, a esas alturas ya estaban convencidos de que lo que oían era una comedia de televisión, incluso se distinguían los diálogos.
—Parece una reposición de cosas de casa —susurró Michael.
—¡Calla!
Donald se pegó a la pared junto a la puerta y avanzó poco a poco, en efecto, aquello parecía la sala de control de un estudio de televisión, en la pared había más de cien monitores, todos encendidos y sintonizados con diversos programas, aunque en algunos se veían cartas de ajuste.
Donald se inclinó más y vio a un hombre sentado en una silla blanca en el centro de la sala, de cara a los monitores, no se parecía en nada al interterrano típico: tenía el pelo cano y desgreñado, y comenzaba a ralear, en el monitor frente a él aparecían los personajes de cosas de casa.
Donald se pegó de nuevo a la pared y miró a Michael.
—¡Tenias razón! es un episodio antiguo de cosas de casa.
—Reconocería las voces en cualquier parte.
Donald se llevó de nuevo el dedo a los labios.
—Hay alguien viendo el programa, y no parece interterrano.
—¡No jodas! —Siseó Michael.
—Esto sí que no me lo esperaba —comentó Donald mordiéndose el labio.
—Desde luego, ¿y ahora qué hacemos?
—Vamos a hablar con ese tío, a lo mejor tenemos suerte, pero tú déjame hablar a mí, ¿entendido?
—Muy bien.
—Vamos.
Donald entró en la sala seguido de Michael, intentaban no hacer ruido, aunque la televisión estaba tan alta que el hombre no podía oírlos.
Queriendo llamar su atención sin sobresaltarle, Donald entró en su campo de visión por un lado, la idea no dio resultado, el hombre parecía hipnotizado con el programa, miraba la pantalla sin pestañear, sin expresión alguna en el rostro.
—Perdone —comenzó Donald, pero su voz se perdió en otra explosión de risa enlatada.
Donald tocó con suavidad el brazo del desconocido, el hombre se levantó de un brinco y retrocedió, pero se recobró de inmediato.
—¡Eh! ¡Vosotros sois del grupo de la superficie que acaba de llegar! —Exclamó.
—Así es, aunque no fue precisamente por voluntad propia —replicó Donald—, nos han secuestrado.
El hombre, encorvado y huesudo, no media más de uno sesenta, tenía los ojos húmedos y hundidos y el rostro cubierto de arrugas, era la persona de aspecto más avejentado que habían visto en Interterra.
—¿Lo vuestro no fue un naufragio? —preguntó.
—No, me llamo Donald, este es Michael.
—Encantado, tenía ganas de conoceros, —se acercó para estrecharles la mano—, esto es un saludo como dios manda, estoy hasta las narices de esa tontería de presionar las palmas.
—¿Cómo te llamas?
—Harvey Goldfarb, pero podéis llamarme Harv.
—¿Estás aquí solo?
—Siempre estoy solo aquí.
—¿Qué haces?
—No gran cosa, —Harvey echó un vistazo a los monitores—, ver la tele, sobre todo los programas que se desarrollan en Nueva York.
—¿Es tu trabajo?
—Bueno, supongo que sí, pero me ofrecí voluntario, es que me gusta ver Nueva York de vez en cuando.
—¿Qué es esta sala? ¿Sirve sólo de entretenimiento?
Harvey se echó a reír.
—A los interterranos no les interesa la tele, y no la ven mucho, lo que les interesa es la central de información, el centro de información de Saranta es uno de los principales centros de recepción de información de toda Interterra, sigue de cerca los medios de comunicación de la superficie por si se hace alguna referencia a Interterra, —Harvey señaló los monitores con el brazo—, esto está encendido veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
Por cierto, eso me recuerda una cosa, están hablando muchísimo de vosotros en todos los informativos, cuentan que habéis sido víctimas de un volcán submarino.
—¿No se sospecha que haya sucedido nada fuera de lo normal?
—En absoluto, sólo hablan de rollos geológicos, pero en fin, volviendo a lo que hablábamos, os decía que me ofrecí voluntario para controlar algunos de los programas de televisión para los archivos para censurar cualquier rasgo de violencia.
—Pues si quitas la violencia no va a quedar mucha televisión —comentó Donald con una risa cínica—, ¿para qué molestarse?
—Sí, ya sé que parece una tontería, pero si los interterranos quieren ver la tele, no puede haber ninguna violencia, no sé si lo sabéis, pero esta gente no soporta la violencia, se ponen enfermos, pero de verdad.
—Así que tú no eres interterrano.
Harvey soltó una risotada.
—¿Yo? ¿Harvey Goldfarb un interterrano? ¿Acaso parezco interterrano, con esta cara?
—Sí que pareces un poco mayor que los demás.
—Más viejo y más feo, pero así soy yo, me han querido convencer de que les deje meterme mano por todas partes, incluso querían hacer que me creciera el pelo, pero yo me niego, aunque tengo que decir que me tienen sanísimo, de eso no hay duda, aquí ir al hospital es como llevar el coche al mecánico, te ponen nuevo lo que haga falta y se acabó, pero en fin, yo no soy interterrano, soy neoyorquino, tengo una casa estupenda en la mejor zona de Harlem.
—Harlem ha cambiado bastante —replicó Donald—. ¿Cuánto tiempo hace que te marchaste?
—Llegué a Interterra en 1912.
—¿Cómo llegaste hasta aquí?
—Con un poco de suerte y la intervención de los interterranos, me salvaron de ahogarme, junto con otros cientos de personas, nuestro barco chocó contra un iceberg.
—¿Ibas en el Titanic?
—Así es, iba de vuelta a Nueva York.
—Así que en Interterra hay varios pasajeros del Titanic, ¿no?
—Varios cientos por lo menos, pero no todos están en Saranta, muchos se marcharon a la Atlántida y otras ciudades, estaban muy solicitados, es que los interterranos nos consideran muy divertidos.
—Sí, esa es la impresión que tengo —comentó Donald.
—Pues disfrutadlo mientras dure —aconsejó Harvey—, porque una vez que os acostumbréis a esto, ya no os considerarán tan divertidos, creedme.
—Tu experiencia tuvo que haber sido horrible.
—No, la verdad es que aquí estoy muy bien, aunque tiene sus pros y sus contras, claro.
—No; me refiero a la noche que se hundió el Titanic.
—¡Ah, sí! ¡Fue espantoso! ¡Horrible!
—¿Echas de menos Nueva York?
—En parte sí —contestó Harvey con la mirada perdida—, la verdad es que tiene gracia, pero lo que más echo de menos es la bolsa, ya sé que os sonará muy raro, pero yo era broker y me encantaba mi trabajo, es verdad que trabajaba muchísimo, pero me encantaba, —Harvey respiró hondo y se volvió hacia Donald—, pero basta de hablar de mí, ¿y vosotros? ¿De verdad os secuestraron? Porque sí es verdad, sois los primeros que conozco, yo creía que os habían rescatado del volcán submarino que mencionaban en las noticias.
—Sí que hubo una erupción —contestó Donald—, pero creo que fue una tapadera para podernos absorber por uno de los puertos de salida de Interterra, en cualquier caso, nuestra llegada aquí no se debe a una catástrofe natural, nos secuestraron con un propósito que todavía no nos han revelado.
Harvey se los quedó mirando.
—No parece que estés muy contento aquí.
—Todo esto es impresionante, es verdad —contestó Donald—, pero no, no estoy muy contento.
—Hmmmm… pues debes de ser el único, aquí todo el mundo que llega se queda encantado, ¿y tu amigo?
—Michael está en mi misma situación, —el buceador asintió con la cabeza—, el caso es que no nos gusta que nos obliguen a nada —explicó Donald—, por muy bueno que parezca, ¿y tú, Harvey?
Harvey miró un instante a Michael, que en ese momento se reía a la vez que sonaba la risa enlatada de la televisión.
—¿Hablas en serio? ¿De verdad que no os gusta esto, con tanta gente guapa y tantas fiestas?
—Ya te he dicho que no me gusta que me obliguen a nada.
—¿Y de verdad quieres saber mi opinión?
Donald asintió.
—Muy bien. —Harvey se inclinó hacia él y bajó la voz—, digámoslo así: si pudiera marcharme a Nueva York esta misma noche, saldría echando chispas, esto es demasiado tranquilo, demasiado perfecto, es para volver loco a cualquiera.
Donad no pudo evitar una sonrisa, aquel viejo pensaba como él.
—Es que aquí nunca pasa nada —prosiguió Harvey—, la rutina es siempre la misma, un día sí y otro también, no sabéis lo que daría por pasar un día en la bolsa de Nueva York, yo necesito tensión para sentirme vivo, o por lo menos algún que otro problema de vez en cuando, para apreciar lo bueno de la vida.
Michael hizo una señal a Donald con el pulgar hacia arriba, pero el ex oficial no le hizo caso.
—¿Alguna vez se ha marchado alguien de Interterra? —preguntó.
—¡Si estamos debajo del mar, joder! ¿Cómo crees que se puede uno largar? ¿Nadando? Porque si fuera posible te aseguro que yo no estaría aquí sentado intentando ver algo de Manhattan. ¡Yo sería el primero en tirarme al agua!
—Pero los interterranos salen de vez en cuando —apuntó Donald.
—Sí, pero las entradas y salidas están controladas por la central de información, y cuando los interterranos salen, lo hacen bien aislados en sus naves, además, lo normal es que manden fuera a los clones obreros, aquí la gente tiene mucho cuidado de no establecer ningún contacto entre este mundo y el nuestro, te recuerdo que un solo estreptococo sería una catástrofe aquí abajo.
—Parece que tú también has estado pensando en ello.
—Desde luego, pero sólo en sueños.
Donald se volvió hacia las pantallas de televisión.
—Por lo menos en esta habitación puedes sentirte en contacto con la superficie.
—Por eso vengo, esto está muy bien, la verdad es que paso aquí casi todo el día, se pueden ver todos los grandes canales de televisión del mundo.
—¿Se puede transmitir también?
—No; es un sistema pasivo, es verdad que el sistema cuenta con energía ilimitada y con una antena en casi todas las cordilleras de la superficie del planeta, pero no hay ninguna cámara, las telecomunicaciones de Interterra son muy diferentes y mucho más sofisticadas, como ya os habréis dado cuenta.
—Si te diéramos una cámara de televisión analógica. ¿Tú crees que podrías conectarla al equipo sin que nadie se diera cuenta, y que podrías transmitir?
Harvey se rascó la barbilla.
—Puede que sí, con la ayuda de algún clon obrero. ¿Pero de dónde vas a sacar una cámara?
—¡Ya sé lo que estás pensando! —interrumpió Michael con una sonrisa de complicidad—. ¡Estás pensando en la cámara del sumergible! —Perry y Suzanne les habían contado que habían visto el Oceanus en el museo.
Donald miró a Michael ceñudo, el buceador cerró la boca.
—No lo entiendo —dijo Harvey—, ¿para qué queréis una cámara?
—Mira, Harvey, mis amigos y yo no queremos que nos obliguen a quedarnos aquí para servir de entretenimiento a los interterranos, queremos irnos a casa.
—Pues sigo sin entenderlo. ¿Crees que conectando una cámara de televisión podréis salir de Interterra?
—Es posible, de momento no es más que una idea, una pieza de un rompecabezas que todavía no tengo claro, pero en cualquier caso, solos no podremos seguir adelante, necesitamos tu ayuda, puesto que llevas aquí bastante tiempo para conocer el terreno, la cuestión es: ¿Estás dispuesto a ayudarnos?
—Lo siento —replicó Harvey moviendo la cabeza—, comprende que los interterranos no se lo tomarían muy a bien, si os ayudara me convertiría en persona non grata, eso seguro, me entregarían a los clones obreros, a los interterranos no les gusta hacer nada violento, pero a los clones les da igual, ellos simplemente hacen lo que les dicen.
—¿Y por qué te importa lo que piensen los interterranos? —Preguntó Donald— si nos ayudaras te llevaríamos con nosotros, volverías a Nueva York.
—¿De verdad? —A Harvey se le iluminó el semblante—. ¿Lo dices en serio? ¿Me llevaríais a Nueva York?
—Sería lo menos que podríamos hacer.
*****
El frisbee fosforescente surcó el aire, Richard había realizado un excelente lanzamiento, el platillo comenzó a caer justo al alcance del clon obrero a quien Richard había ordenado jugar, pero en lugar de atraparlo, el clon dejó que el frisbee pasara junto a su mano y le golpeara la cabeza, Richard se dio un palmetazo en la frente, desesperado y lanzando palabrotas.
—En tiro, Richard —dijo Perry, disimulando una risa, estaba sentado junto a la piscina con Luna, Meeta, Palenque y Karena, Sufa había llevado a los dos hombres al palacio de visitantes después de su visita a la fábrica de aerotaxis, y antes de que ninguno de los demás volviera de sus respectivas excursiones, al principio Richard recibió encantado a las mujeres, pero su euforia no tardó en disiparse al comprobar que ninguna de ellas era capaz de jugar al frisbee.
—¡Esto es ridículo! —Se quejó el buceador mientras recogía el platillo de los pies del clon—, aquí nadie sabe coger un puto frisbee, y mucho menos lanzarlo.
—Richard parece un poco tenso hoy —comentó Luna.
Perry asintió.
—Lleva así todo el día.
—Anoche también estaba raro —terció Meeta—, nos mandó a casa muy temprano.
—¡Vaya! —Exclamó Perry—. ¡Eso sí que es raro en él!
—¿Tú no puedes hacer algo? —pidió Luna.
—Lo dudo, a menos que salga ahí a jugar a esa tontería.
—Ojalá se calmara un poco.
Perry se hizo bocina con las manos.
—¡Richard! —Llamó—. ¿Por qué no vienes a sentarte aquí un rato? te estás poniendo cada vez más negro, y tampoco hay razón.
Richard le hizo un gesto grosero con la mano, Perry se encogió de hombros.
—Es evidente que no está de muy buen humor —comentó.
—¿Por qué no vas a hablar con él? —sugirió Luna, Perry se levantó con un gruñido.
—Le tenemos preparada una sorpresa para cuando vuelva a su casa —dijo Meeta—, convéncele para que vaya.
—¿Se lo habéis pedido vosotras?
—Sí, pero ha dicho que quería jugar al frisbee
¡Vaya! está bien, voy a hablar con él.
—No le comentes lo que te hemos dicho, tiene que ser una sorpresa.
—Muy bien —gruñó Perry, irritado por tener que separarse de Luna, echó a andar hacia Richard, que en ese momento daba instrucciones al clon—. Estás perdiendo el tiempo —dijo—, aquí no practican nuestros juegos, Richard, no les interesa para nada la destreza física.
Richard se enderezó.
—Ya, es evidente —replicó con un suspiro—, y lo que más me jode es que encima tienen unos cuerpos perfectos, el problema es que no tienen ningún espíritu competitivo, y a mí me hace falta un poco, hasta las tías son demasiado fáciles, coño, este sitio parece muerto, lo que yo daría por un buen partido de hockey.
—Mira, te echo una carrera en la piscina del pabellón. ¿Qué me dices?
Richard le miró un instante antes de tirar el frisbee con violencia, luego ordenó al clon que fuera por él, el androide echó a correr de inmediato.
—No, gracias —contestó por fin el buceador—, tampoco me va a servir de mucho ganarte en la piscina, de hecho, lo único que quiero es largarme de aquí, tengo los nervios de punta.
—Sí, a todos nos preocupa la posibilidad de marcharnos —dijo Perry en voz baja—, y todos estamos nerviosos.
—Pues yo estoy más que nervioso, oye. ¿Tú qué crees que les hacen aquí a los criminales?
—No tengo ni idea, pero creo que aquí no existe el crimen, Arak dijo que no había cárceles. ¿Por qué lo preguntas?
Richard miró a lo lejos, jugueteando con el pie entre la hierba.
—¿Te preocupa lo que puedan hacernos si intentamos marcharnos y nos pillan? —apuntó Perry.
—Sí, eso es —se apresuró a contestar Richard.
—Bueno, tendremos que pensarlo, pero hasta entonces no vamos a conseguir nada preocupándonos.
—Sí, tienes razón.
—¿Entonces por qué no te entretienes con esas chicas tan guapas? —Preguntó Perry, señalando a Meeta, Palenque y Karena con la cabeza—. ¿Por qué no te desfogas un poco con ellas? Podrías llevártelas a tu casa, la verdad es que no lo entiendo, pero están locas por ti.
—No sé si debería llevármelas a casa.
—¿Por qué no? Pero si son como un sueño hecho realidad. ¡Las tres parecen modelos de revista!
—Es muy complicado de explicar.
—Pues sea lo que sea, no me imagino que pueda ser más importante que satisfacer a tres sirenas ansiosas.
—Si, tal vez tengas razón —dijo Richard sin entusiasmo, arrebató el frisbee al clon obrero y volvió al comedor con Perry.
Meeta, Palenque y Karena se levantaron y se acercaron a él tendiendo las palmas.
—¿Quieres retirarte al bungalow? —preguntó Meeta.
—Sí, vamos, pero con una condición, nada de sacar comida ni bebida de la nevera. ¿De acuerdo?
—Claro que sí, si no vamos a tener ganas, no estamos pensando precisamente en comer, —las chicas se echaron a reír, arremolinándose en torno a Richard.
—Lo digo en serio.
—Y nosotras también —replicó Meeta.
Perry se los quedó mirando mientras se alejaban, luego se volvió hacia Luna.
—¿Richard es tan agresivo a causa de su edad? —preguntó ella.
—No, es así por naturaleza, no cambiará dentro de diez años ni de veinte.
—¿Y eso a causa del mal entorno familiar que piensas que tuvo de pequeño?
—Supongo, —Perry no quería entrar en otra discusión sociológica, no se sentía muy aventajado en ese terreno, como quedó de manifiesto la vez anterior.
—Para nosotros es difícil comprenderlo, puesto que no tenemos familias. ¿Pero y sus amigos, sus conocidos, el colegio? ¿No hay nada que pueda contrarrestar la influencia familiar negativa?
Perry intentó centrar sus pensamientos.
—Sí, la educación y los amigos pueden ayudar, pero los amigos también pueden ser una mala influencia, en algunas comunidades la presión social impide que los niños aprovechen la educación que reciben, y por lo general es la falta de educación lo que crea el fanatismo y la estrechez de mente.
—Así que para alguien tan joven como Richard, hay alguna posibilidad de mejora.
—¡Ya te he dicho que Richard no va a cambiar! —Exclamó Perry irritado—. Oye, ¿por qué no hablamos de otra cosa? yo no soy sociólogo, además, Richard no es tan joven, tiene casi treinta años.
—Eso es ser joven.
—Mira quién habla —saltó Perry.
Luna se echó a reír y miró a Perry batiendo los párpados.
—Perry, cariño, ¿tú cuántos años me echas?
—Dijiste que tenías más de veinte —contestó él nervioso—. ¿Veintiuno?
Luna movió la cabeza sonriendo.
—No, tengo noventa y cuatro, y eso sólo en este cuerpo.
Perry la miró boquiabierto y soltó uno de sus agudos chillidos.
*****
Después de advertirles varias veces más que no abrieran la nevera, Richard dejó que las mujeres lo tumbaran en la cama con los brazos abiertos y le dieran un masaje con un aceite que le relajó los músculos y le hormigueó en la piel.
—¡Uf! —Exclamó encantado—. ¡Sois estupendas!
—Y esto es sólo el principio —dijo Meeta, las tres se miraron conteniendo la risa, si Richard hubiera estado más atento se habría dado cuenta de que tramaban algo.
Al cabo de un cuarto de hora, Palenque se apartó sin que Richard se diera cuenta y se acercó al borde del jardín, donde hizo una señal con la mano.
Un momento después dos hombres se acercaban de puntillas a la cama, risueños, y sustituyeron a Karena, de modo que ahora eran ellos dos y Meeta los que acariciaban a Richard, Palenque y Karena se dedicaban a los dos hombres, el propósito era una orgía al estilo de la antigua roma.
—¿Sabéis? —Murmuró Richard—, si no fuera por vosotras, aquí me volvería loco. ¡Y pensar que nunca me habían dado un masaje! ¡Lo que me he perdido!
Los hombres y las chicas se miraron significativamente, estaban llegando a un punto de excitación febril.
—No puedo evitar ser una persona activa —prosiguió Richard, ajeno a lo que estaba sucediendo a su alrededor—, necesito un poco de espíritu competitivo.
Uno de los hombres pasó sus fuertes y masculinas manos por el antebrazo de Richard para acariciarle la palma de la mano, el buceador notó algo extraño, abrió los ojos y vio horrorizado que las manos que le tocaban eran tan grandes como las suyas.
—¿Qué coño…? —Con una brusquedad que sobresaltó a todos, Richard se dio la vuelta y se encontró con cinco rostros enrojecidos, en lugar de los tres que esperaba—. ¿Pero esto qué coño es? —gritó, se levantó de la cama con tal ímpetu que tiró a Palenque al suelo, los demás se incorporaron rápidamente.
—No pasa nada, Richard —dijo Meeta, alarmada ante la súbita furia del buceador—, es una orgia sorpresa que hemos organizado para ti.
—¿Para mí? ¿Qué coño hacen aquí estos tíos?
—Son amigos nuestros, Cuseh y Uruh, nosotras les hemos invitado.
—¿Pero vosotras qué creéis que soy? —bramó Richard.
—Hemos venido para hacerte feliz —dijo el hombre más cercano, acercándose con la mano abierta.
Richard le propinó un fuerte puñetazo al mentón, el hombre cayó contra la pared, todos quedaron espantados ante tal violencia.
—¡Fuera de aquí! —gritó Richard, derribando de un manotazo todas las copas de oro que tenía sobre la mesa, los invitados salieron corriendo mientras él miraba frenético en busca de algo que romper.
*****
Suzanne lanzó un grito de alegría, Garona y ella corrían cogidos de la mano por un sendero a través de un bosque de helechos, al llegar al borde de un lago cristalino se detuvieron, maravillados ante aquel magnifico paisaje y sin aliento después de la carrera.
¡Precioso!
Garona tuvo que descansar un momento antes de poder hablar.
—Es mi lugar favorito —resolló por fin—, vengo muy a menudo, siempre he pensado que es muy romántico.
—Desde luego, —a poca distancia se veían otros lagos entre la frondosa vegetación, y a lo lejos se alzaban abruptas montañas que se confundían con el techo abovedado—. ¿En qué dirección estamos mirando?
—Hacia el oeste, esas montañas son la base de lo que vosotros llamáis la dorsal medio atlántica.
Suzanne movió la cabeza maravillada.
—Es tan hermoso… gracias por compartir esto conmigo.
—Me encanta verte más relajada.
—Sí, sí que lo estoy, por lo menos ahora sé por qué nos habéis traído a Interterra.
—Nos has sido de gran ayuda.
—La verdad es que no he hecho gran cosa.
—¡Claro que sí! Has aliviado nuestros temores.
—Pero hace muchos años que se realizan perforaciones. ¿Por qué ahora os preocupa?
—Porque antes se perforaba en busca de petróleo, lo cual no nos perjudica en nada, de hecho nos beneficia, porque el petróleo es un gran inconveniente, a veces se filtra en los edificios más profundos y provoca grandes daños, no, lo que nos preocupaba eran las perforaciones sin un propósito concreto.
—Bueno, pues me alegro de haberos servido de ayuda.
—Esto hay que celebrarlo, ¿por qué no vienes a mí casa? Estamos muy cerca, podemos absorber caldorfina y luego comer.
—¿A media mañana? —dijo Suzanne, era una persona trabajadora que, como estudiante, apenas había tenido tiempo libre, y por tanto la idea de hacer el amor por la mañana le parecía decadente, aunque a la vez erótica.
—¿Por qué no? —Replicó Garona con aire seductor—, tu esencia resonará de éxtasis.
—Cuando tú lo dices parece tan sensual… —bromeó ella.
—Y lo será, anda, ven.
La casa de Garona quedaba a cinco minutos en aerotaxi, el edificio era similar al de Arak y Sufa, aunque el barrio parecía menos congestionado.
—La estructura es exactamente la misma —comentó Garona—, pero tenemos más espacio puesto que estamos más lejos del centro de la ciudad.
Dicho esto, la cogió de la mano y los dos echaron a correr.
Una vez dentro se comportaron como dos adolescentes impacientes en sus prisas por despojarse de las túnicas de satén y meterse en la piscina, Suzanne echó a nadar con fuertes brazadas, encantada de sentir a Garona detrás, dio la vuelta al llegar al extremo de la piscina y se encontró cara a cara con él, se abrazaron en el agua, Garona le tocó las palmas, radiante de placer, Suzanne se echó a reír.
—Esto es el paraíso —proclamó, hundió la cabeza en el agua un momento—, supera mis sueños más locos.
—Tengo tantas cosas que enseñarte… millones de años de progreso, te llevaré a las estrellas, a otras galaxias…
—Ya lo has hecho.
—Ven, vamos a compartir un poco de caldorfina.
La ayudó a salir del agua, Suzanne se sorprendió de nuevo al comprobar lo relajada que se sentía en su presencia, a pesar de estar desnuda.
—¡Siéntate! —Garona indicó un sofá de satén.
—Pero si estoy empapada.
—No importa.
—¿Seguro? —preguntó Suzanne, el sillón parecía inmaculado.
—Claro que sí, —Garona le tendió un bote de caldorfina, los dos se untaron un poco en las manos y luego unieron las palmas.
Suzanne sintió una oleada de placer que le penetró hasta el centro de su ser, durante la siguiente media hora hicieron el amor en un intercambio sensible y generoso que llegó a un crescendo de pasión antes de fundirse en un maravilloso clímax.
Suzanne nunca se había sentido tan cerca de nadie, nunca en su vida se había abandonado de tal modo, pero no se sentía culpable, aquel paraíso utópico no se regía por las normas convencionales.
El tiempo pareció detenerse, Suzanne se sentía inmersa en una intimidad que no conocía, pero de pronto todo cambió, una suave voz femenina rompió su paz mental y física:
—Si ya habéis terminado de hacer el amor, he preparado un almuerzo estupendo, ha sido maravilloso, he disfrutado mucho viendo vuestra ternura.
Suzanne abrió los ojos sorprendida y se encontró ante el rostro sonriente de una mujer exquisita de ojos muy azules y pelo rubísimo, su expresión era la de una madre orgullosa mirando a sus hijitos.
Suzanne se incorporó de un brinco y se tapó con una colcha, su brusquedad hizo que Garona se diera la vuelta y abriera los ojos.
—¿Qué decías, Alita?
—Que es hora de comer —respondió la mujer, señalando hacia la piscina, donde un clon obrero estaba poniendo la mesa.
—Gracias, cariño, —Garona se incorporó—, estamos muertos de hambre.
—La comida estará enseguida, —Alita se alejó para colocar tres cómodas sillas en torno a la mesa.
Garona se estiró con un bostezo, Suzanne se abalanzó hacia su ropa y se vistió a toda prisa.
—¿Quién es? —susurró.
—Alita, ven, vamos a comer.
Todavía desconcertada, Suzanne se acercó a la mesa, se sentó en la silla que le indicó Garona y dejó que el clon le sirviera, mientras Garona y Alita comían con apetito, ella apenas picó de su plato, se sentía avergonzada y turbada.
—Suzanne ha estado hoy en el consejo de ancianos —explicó Garona a Alita sin dejar de comer—. ¡Nos ha dado muy buenas noticias!
—Estupendo.
Garona se inclinó hacia Suzanne y le dio un apretón en el hombro.
—Nos ha dicho que el secreto de Interterra está seguro.
—Qué alivio, necesitábamos un poco de tranquilidad.
Suzanne sólo acertó a asentir con la cabeza.
Garona y Alita comentaron las necesidades de la seguridad de Interterra, Suzanne no escuchaba, no hacía más que observar a Alita, que a su vez dirigía toda su atención a Garona, era sorprendente que estuviera tan tranquila, Suzanne todavía estaba demasiado avergonzada para hablar o comer.
Poco a poco se fue calmando, lo que más le molestaba era la aparente familiaridad con la que Alita y Garona se trataban, por fin su curiosidad pudo más que ella.
—Perdona, Alita, ¿hace tiempo que os conocéis Garona y tú?
Los dos se echaron a reír de buena gana.
—Perdona —dijo por fin Alita, haciendo esfuerzos por contenerse—, es una pregunta lógica, pero del todo inesperada aquí en Interterra, Garona y yo nos conocemos desde hace muchísimo tiempo.
—Años, supongo —aventuró Suzanne con voz cortante, a pesar de las disculpas de Alita, sus risas le parecieron un poco groseras.
Garona estalló en carcajadas de nuevo, tuvo que taparse la boca con la mano.
—Años, si —contestó Alita—, muchísimos años.
—Alita y yo hemos pasado muchas vidas juntos —explicó Garona, enjugándose las lágrimas.
—Ah, ya, —Suzanne hizo un esfuerzo por no perder la calma—, qué bien.
—Sí, Alita es… bueno, supongo que podríamos decir que es mi mujer permanente.
—O también que Garona es mi hombre permanente —apuntó Alita.
—Sí, las dos cosas.
—Está muy bien que sea mutuo —comentó Suzanne con sarcasmo—. ¿Podríais explicarme qué significa «permanente» en Interterra?
—Sólo que trasciende de una vida corporal a otra —dijo Alita—
Suzanne se mordió el labio para que las emociones no se le desbordaran, estaba a punto de echarse a llorar, después de su entrega incondicional a Garona, en respuesta a sus halagos y su insistencia, se sentía humillada al saber que él ya tenía una especie de compromiso de por vida que ella ni siquiera podía comprender, también se sentía estúpida, había dejado que su intuición la traicionara por completo. ¡Ni siquiera había preguntado a Garona por su estado civil!
—Bueno, todo esto es muy interesante —atinó a decir, dejó en la mesa el tenedor y la servilleta y se levantó—, muchas gracias por la comida y por una información tan reveladora, ahora tengo que volver al palacio de visitantes.
Garona se levantó también.
—¿Tan pronto?
—Sí, —Suzanne se volvió hacia Alita—, ha sido un placer.
—Para mí también, Garona me había hablado tanto de ti…
—¿Ah, sí? qué bien.
—Espero verte muy a menudo —añadió Alita.
—Puede ser, —Suzanne se despidió de Garona con un gesto y se dirigió hacia la puerta.
El salió corriendo tras ella.
—Te acompaño a coger un taxi, o si lo prefieres te acompaño hasta tu casa.
—No te molestes, Alita y tú tendréis muchas cosas que hablar.
—Suzanne, estás muy rara, —Garona aceleró el paso para mantenerse a su lado mientras llamaba a un aerotaxi por su comunicador.
—Pues menos mal que lo has notado.
—¿Pero qué te pasa? —Garona quiso cogerle el brazo, pero ella se apartó y siguió caminando.
—Nada, un pequeño choque cultural.
—Venga, mujer, —Garona la agarró del brazo y esta vez consiguió detenerla—, dime lo que es, no me hagas adivinarlo.
—Sería interesante ver si lo adivinas, aunque creo que la cosa es evidente.
—Supongo que tiene algo que ver con Alita.
—Muy listo, ¿quieres soltarme? Tengo que volver al palacio de visitantes.
—Suzanne, estás en Interterra, aquí las costumbres son distintas, tendrías que adaptarte.
Suzanne se lo quedó mirando a los ojos, quería que la dejara en paz, pero al mismo tiempo deseaba otorgarle el beneficio de la duda, al fin y al cabo, aquello era Interterra, no Los Angeles.
—Es que mi cultura es muy diferente…
—Ya lo sé, pero sólo te pido que no nos juzgues según los criterios de la superficie, intenta no ser egoísta, no hace falta poseer algo para disfrutar de ello, nosotros compartimos nuestro ser con las personas que amamos, y el amor es una fuente inagotable.
—Pues me alegro por vosotros, me alegro de que tengáis tanto amor, por desgracia, yo estoy acostumbrada a compartir mi amor sólo con una persona.
—¿Y no puedes ver las cosas desde el punto de vista de Interterra?
—En este momento, lo dudo.
—Te recuerdo que la moralidad de la superficie es casi siempre egoísta y en último término destructiva.
—Eso desde tu punto de vista, desde el nuestro, es buena para educar a los niños.
—Tal vez —replicó Garona—, pero eso aquí no importa.
—Mira, Garona, —Suzanne le puso la mano en el hombro—, tú eres un interterrano maravilloso, puesto que estamos en Interterra, reconozco que esto es problema mío, no tuyo, soy yo la que tengo que enfrentarme a él.
De pronto apareció el aerotaxi.
—¿Me necesitas para conducirlo? —preguntó Garona.
—Prefiero hacerlo yo.
—Entonces iré a verte esta noche. ¿Te parece bien?
—Como decimos los seres humanos secundarios, creo que necesito un poco de espacio, vamos a dejar pasar un día o dos —contestó ella, sentándose en el taxi.
—Iré de todas formas.
—Haz lo que quieras, —estaba demasiado turbada para discutir—, palacio de visitantes —ordenó, con la mano en la mesa central, se despidió de Garona mientras se cerraba la puerta.