Capítulo 15

El segundo día en Interterra comenzó como el primero, Perry y Suzanne se mostraron evasivos el uno con el otro con respecto a la noche anterior y a la vez ansiosos por ver lo que les traía el nuevo día, Donald parecía menos entusiasmado y bastante taciturno, Richard y Michael estaban tensos y silenciosos, y sólo hablaban de salir de allí, Donald tuvo que acallarlos cuando llegó Arak.

Una vez reunidos en la misma sala del día anterior, Arak y Sufa comenzaron una sesión educativa que duró varias horas y que consistió principalmente en una charla científica sobre la energía geotérmica empleada en Interterra; el mantenimiento del clima, incluyendo los mecanismos utilizados para generar lluvias nocturnas; el empleo de la tecnología bioluminiscente para crear la iluminación interior y exterior; la gestión del agua, oxígeno y dióxido de carbono, y el crecimiento hidropónico de plantas fotosintéticas y quimiosintéticas.

Cuando se desvaneció la imagen de la pantalla y la sala se iluminó de nuevo, los únicos que prestaban atención eran Suzanne y Perry, Donald estaba absorto en sus pensamientos y Richard y Michael profundamente dormidos, cuando por fin se encendieron todas las luces, los buceadores se despertaron y, junto con Donald, fingieron haber estado escuchando todo el rato.

—Como conclusión de la sesión de hoy —dijo Arak—, estoy seguro de que tendréis una idea más clara de por qué hemos permanecido aquí, en este mundo subterráneo, a diferencia de lo que sucede en la superficie, aquí hemos podido construir un entorno perfectamente estable, sin fluctuaciones climáticas como períodos glaciares u otros desastres relacionados con el clima, es un entorno de energía ilimitada y no contaminante, y con unos recursos alimentarios adecuados y reabastecibles.

—¿Es el plancton vuestra única fuente de proteínas? —preguntó Suzanne, fascinada igual que Perry con aquellas revelaciones científicas.

—Es la fuente principal, también contamos con proteínas vegetales, antes consumíamos ciertas especies de pescado, pero lo dejamos porque nos preocupaba la capacidad de los grandes animales marinos de mantener una población estable, por desgracia los seres humanos de segunda generación se niegan a aprender esta lección.

—Sobre todo con las ballenas y el bacalao.

—Exacto, —Arak miró en torno a la sala—, ¿alguna pregunta, antes de que volvamos a realizar una salida de campo?

—Yo tengo una pregunta —dijo Donald.

—Adelante —indicó Arak complacido, hasta entonces Donald había mostrado muy poco interés en participar.

—Me gustaría saber por qué nos habéis traído aquí.

—Esperaba que me preguntaras algo sobre lo que hemos estado hablando.

—No puedo concentrarme en temas técnicos sin saber por qué estoy aquí.

—Ya veo, —Arak habló unos momentos en susurros con Sufa y los Black—, por desgracia, no puedo contestar del todo a tu pregunta —dijo por fin—, puesto que me han prohibido revelar la razón principal de vuestra presencia, pero una cosa puedo decir: uno de los motivos ha sido impedir las perforaciones en el puerto de salida de Saranta, objetivo que ha sido logrado, también os puedo asegurar que hoy sabréis la razón principal, ¿te basta con eso, de momento?

—Qué remedio, pero si lo vamos a saber de todas formas, no veo por qué no puedes decirlo tú.

—Es una cuestión de protocolo.

Donald asintió de mala gana.

—Habiendo sido oficial de la marina, supongo que tendré que aceptarlo.

—¿Alguna otra pregunta sobre la presentación de hoy?

—Yo de momento estoy un poco abrumado —admitió Perry—, pero ya se me irán ocurriendo preguntas a lo largo del día.

—Muy bien, entonces vamos a comenzar con la excursión, después de lo que habéis aprendido hoy, ¿qué os apetece visitar primero?

—¿Qué tal el museo de la superficie terrestre? —sugirió Donald.

—¡Sí! —Exclamó Michael—, ¡el edificio del Corvette!

—¿Queréis ver el museo? —preguntó Arak perplejo, Sufa también parecía sorprendida.

—Creo que sería interesante.

—Yo también —convino Michael.

—Pero ¿por qué? perdonad nuestra sorpresa, pero con todo lo que os hemos estado contando, es muy extraño que prefiráis mirar hacia atrás y no hacia delante.

Donald se encogió de hombros.

—Puede que nos sintamos nostálgicos.

—Viendo las exposiciones tendremos una idea del concepto que tenéis de nuestro mundo —apuntó Suzanne, el museo no le interesaba tanto como los otros lugares que había descrito Arak, pero estaba dispuesta a apoyar a Donald.

—De acuerdo, el museo de la superficie terrestre será nuestra primera parada.

Por primera vez Donald se mostró interesado, sobre todo cuando salieron, quiso saber cómo se utilizaban los aerotaxis, Arak le enseñó a llamarlos y luego le hizo poner la mano en la mesa negra de la nave para dar la orden de destino.

—Es muy fácil —comentó Donald mientras el aerotaxi se elevaba.

—Claro, está pensado para que lo sea.

Todos encontraban aquellos trayectos fascinantes, no se cansaban de la vista de la ciudad y los alrededores, estiraban el cuello para avistarlo todo, pero era difícil: había mucho que ver y el vehículo se movía a gran velocidad, al cabo de unos momentos se encontraban delante del museo, a pocos metros del oxidado Chevrolet Corvette.

—Me encantaba ese coche —suspiró Michael mientras bajaba del aerotaxi—, por aquel entonces salía con Dorothy Drexier, y no sé cuál de los dos tenía un cuerpo mejor.

—¿Los dos necesitaban la llave de contacto para ponerse en marcha? —se burló Richard.

Michael quiso darle un golpe, pero su compañero lo esquivó sin dificultad y se puso a dar saltitos como un boxeador profesional.

—Nada de peleas —terció Donald interponiéndose.

—Puede que tu Corvette estuviera bien para ti y para Dorothy —dijo Suzanne—, pero a mí me da un poco de vergüenza que los interterranos piensen que esto simboliza nuestra cultura.

—Sí, se ve que nos consideran bastante superficiales —convino Perry—, además de oxidados y en mal estado.

—Superficiales y materialistas —añadió Suzanne—, lo cual es cierto, supongo.

—Estáis haciendo demasiadas interpretaciones, la razón de que esté aquí delante del museo es mucho más sencilla, puesto que ahora sólo podemos observaros de lejos para que no nos detectéis, el automóvil es lo que más vemos, desde cierta distancia, casi parece que los coches son la forma de vida dominante en la superficie, los seres humanos secundarios parecen robots encargados de cuidar de ellos.

Suzanne apenas pudo evitar una carcajada, aunque cuando se paró a pensarlo comprendió que a Arak no le faltaba razón.

—Lo que es más simbólico es el diseño del museo en si —prosiguió este.

El edificio rezumaba un aura sepulcral, tenía cuatro o cinco pisos de altura, y se componía de segmentos rectilíneos incrustados o sobresaliendo en ángulos rectos para crear una complicada figura geométrica, la mayoría de los segmentos contaban con numerosas ventanas cuadradas.

—El edificio simboliza la arquitectura urbana de los seres humanos de segunda generación —explicó Arak.

—Pues es bastante feo, parece una caja.

—Es verdad, no es agradable a la vista, como tampoco lo son la mayoría de vuestras ciudades, que por lo general se componen de rascacielos con forma de caja dispuestos en manzanas cuadradas.

—Hay algunas excepciones.

—Sí, unas pocas, pero por desgracia la mayoría de las lecciones de arquitectura que los hombres de la Atlántida legaron a vuestros antepasados se han perdido.

—Es enorme —comentó Perry, de hecho el edificio ocupaba el espacio equivalente a una manzana en una ciudad moderna.

—Tiene que serlo, tenemos una gran colección de objetos de la superficie, recordad que la hemos estado reuniendo durante millones de años.

—Así que el museo no sólo está dedicado a la cultura humana…

—En absoluto, también tenemos una colección de muestras de toda la evolución sobre la superficie terrestre, por supuesto estamos más interesados en los últimos diez mil años, por razones obvias, aunque ese período de tiempo representa un breve instante a escala cósmica, nuestras colecciones se concentran en él.

—¿Y los dinosaurios?

—Tenemos una pequeña exposición de especímenes. ¡Unas criaturas tan violentas! —añadió moviendo la cabeza, como sí sintiera nauseas.

—Me encantaría ver esa exposición —declaró Perry—, siempre he querido saber de qué color eran los dinosaurios.

—En general eran de un anodino verde grisáceo, bastante feo, la verdad.

—Entremos —propuso Sufa.

El vestíbulo era una sala enorme de basalto negro, la luz surgía de las aberturas en el alto techo que se entrecruzaban en la penumbra como linternas en miniatura para iluminar los objetos expuestos, de esta sala central salían múltiples pasillos.

—¿Por qué no hay nadie? —preguntó Suzanne, todos los pasillos estaban vacíos y su voz resonó repetidas veces en aquel silencio sepulcral.

—Siempre está vacío, aunque el museo es muy importante, eso no significa que sea popular, a casi nadie le gusta recordar la amenaza que vuestro mundo supone para nosotros.

—¿La amenaza de que os detectemos?

—Exacto.

—Aquí parece muy fácil perderse —comentó Perry.

—En realidad, no, —Arak señaló hacia la izquierda—, empezando desde aquí, con las algas verdiazules, la exposición evolutiva es cronológica, —luego señaló a la derecha—, y a este lado tenemos la cultura de los seres humanos secundarios, comenzando con los primeros homínidos africanos hasta llegar al presente, en cualquier punto del museo puede uno orientarse para llegar a la entrada, simplemente siguiendo la dirección de los especímenes cada vez más viejos.

—Me gustaría ver la exposición de nuestros tiempos modernos —pidió Donald.

—Muy bien, seguidme, tomaremos un atajo a través de los primeros cinco o seis millones de años.

Echaron a andar detrás de Arak y Sufa como niños en una visita de colegio, Suzanne y Perry tuvieron que hacer un esfuerzo por no detenerse delante de cada vitrina, sobre todo cuando llegaron a las exposiciones sobre Egipto, Grecia y Roma, nunca habían visto nada parecido, era como si alguien hubiera retrocedido en el tiempo para seleccionar los objetos de cada cultura, Suzanne se entusiasmó sobre todo con la ropa clásica que se exponía en maniquís de tamaño natural.

—Veréis que nuestras colecciones varían enormemente de dimensiones —explicó Arak—, tenemos muy poco material moderno, cuanto más retrocedemos en vuestra historia, más extensas son las exposiciones, hace mucho tiempo solíamos viajar nosotros mismos a la superficie con trajes de aislamiento para recoger materiales para el museo, claro que al final tuvimos que renunciar por miedo a ser detectados, una vez que vuestros antepasados descubrieron la escritura.

—¡Arak! —llamó Sufa, varias galerías más adelante—, Donald, Richard y Michael van muy deprisa, y no me quiero separar de ellos.

—Muy bien, ve tú delante, nos encontraremos en la entrada dentro de una hora.

Sufa se despidió con un gesto.

—¿Por qué os preocupaba que os vieran nuestros antepasados? no tenían la tecnología necesaria para causaros ningún problema.

—Es verdad, pero sabíamos que algún día la tendrían, y no queríamos que quedaran testimonios escritos de nuestras visitas, ya teníamos bastante problema con el experimento fallido de la Atlántida, aunque tampoco nos preocupaba tanto puesto que los hombres de primera generación involucrados se habían hecho pasar por humanos secundarios.

Suzanne se volvió hacia un elaborado vestido minoico que dejaba los pechos al descubierto.

—De este período de vuestra historia moderna tenemos muchos objetos —dijo Arak—, ¿queréis verlos?

Perry se encogió de hombros.

—Sí —contestó Suzanne.

Arak se desvió hacia una galería lateral llena de exquisita cerámica griega, luego se dirigió a otra esquina y subió por unas escaleras, en el piso superior salieron a una gigantesca galería con material de la segunda guerra mundial, desde los objetos más pequeños, como placas de identificación e insignias de uniforme, hasta los más grandes, como un tanque Sherman, un bombardero b-24 liberator y un submarino alemán intacto, era evidente que todos los objetos expuestos habían pasado algún tiempo hundidos en el mar.

—¡Cielos! —exclamó Perry—, esto, más que un museo, parece un desguace.

—Se ve que nuestra última guerra contribuyó en gran medida a vuestra colección —dijo Suzanne, aquella no era la exposición que le interesaba.

—Así es, objetos como los que veis aquí estuvieron cayendo al fondo del océano durante cinco años, durante los últimos cientos de años de vuestra historia, nuestra única fuente de material ha sido el suelo oceánico.

Suzanne echó un vistazo al submarino.

—¿No os preocupaba los avances de tecnología submarina?

—Sólo los referentes al sonar, sobre todo cuando se combine con los mapas de contorno pelágico, por eso decidimos cerrar los puertos de entrada, como el que utilizasteis vosotros.

Mientras Suzanne y Arak hablaban, Perry recorrió toda la galería de la segunda guerra mundial, algunos objetos parecían estar en perfectas condiciones, mientras que otros estaban cubiertos de bálano, como el Corvette de la entrada, al final del pasillo se asomó a una ventana orientada al este y vio las inmensas columnas que servían de soporte a las Azores.

Perry bajó la vista hacia el patio y dio un respingo, el Oceanus, el sumergible del Benthix Explorer, se encontraba en lo que parecía un remolque enganchado a un enorme aerotaxi.

—¡Suzanne! ¡Mira!

Suzanne y Arak se acercaron a mirar por la ventana.

—¡Vaya! ¡Pero si es nuestro sumergible! ¿Qué hace ahí abajo?

—Ah, sí, se me había olvidado mencionarlo, los encargados del museo están muy interesados en él, creo que piensan pediros permiso para ponerlo en exposición.

—¿Está dañado? —quiso saber Perry.

—Sólo tiene daños mínimos, varios clones obreros especializados han reparado las luces exteriores y el brazo manipulador.

También ha sido descontaminado, pero por lo demás está intacto, ¿tú conoces los componentes del submarino?

—Más o menos, pero no sabría hacerlo funcionar, Suzanne sabe más que yo, que sólo he estado a bordo dos veces.

—El experto es Donald, conoce el submarino como la palma de su mano.

—Excelente, porque queremos hacerle algunas preguntas sobre el sonar, que es todavía más sofisticado de lo que imaginábamos.

—¿Qué es ese remolque? —preguntó Perry.

—Un carguero aéreo.

*****

Michael no quería separarse de Donald, que atravesaba el museo como si quisiera hacer ejercicio en lugar de contemplar las colecciones, cada pocos pasos, Michael tenía que echar a correr, Sufa y Richard se habían quedado muy atrás.

—¿Adónde coño vas tan deprisa? ¿Te crees que estás en una carrera?

—No tienes por qué seguirme el paso —le espetó Donald sin detenerse, estaban atravesando una galería con esculturas y pinturas del renacimiento.

—Richard y yo pensamos que deberíamos marcharnos de Interterra lo antes posible —atinó a decir Michael, sin aliento.

—Eso ya lo habéis dejado claro en el desayuno, —Donald dobló otra esquina y entró en una enorme sala enmoquetada.

—Pero es que estamos preocupados.

—¿Preocupados por qué?

—Porque… bueno… tenemos un problema, sí, tenemos problemas con un par de interterranos.

—No me interesan vuestros problemas.

—Pero es que ha habido un accidente, bueno, dos accidentes.

Donald se frenó en seco e hizo un brusco gesto con la mano, esbozando una mueca de desdén.

—¡Oye, cretino! Vosotros decidisteis confraternizar con los interterranos, y ahora no quiero saber nada de los problemas que podáis tener con ellos, ¿entendido?

—Pero…

—¡Nada de peros! Estoy pensando en la manera de salir de aquí, y no quiero que me distraigan un par de idiotas.

—Vale, vale, Me alegro de que estés en ello, yo lo único que quiero es salir de aquí cuanto antes, te ayudaré en todo lo que pueda.

—Ya —replicó Donald con sorna.

—¿Tienes alguna idea?

—Va a ser difícil —admitió Donald—, habrá que encontrar a alguien que nos dé respuestas reales, la información es la clave, lo mejor, por supuesto, sería encontrar a alguien que no esté a gusto aquí, pero que lleve bastante tiempo para saber cómo salir.

—Pero aquí todo el mundo parece sentirse muy a gusto —comentó Michael—, si parece que viven en una fiesta perpetua…

—No hablo de los interterranos, Arak ha dado a entender que varias personas de nuestro mundo han terminado aquí abajo, seguro que algunas tienen ganas de volver, y no estarán tan apegados a los interterranos como Ismael y Mary, es muy humano resistirse a la coacción, una persona así me gustaría encontrar.

—¿Y cómo piensas hacerlo?

—No lo sé, hay que tener los ojos bien abiertos para cuando surja la oportunidad, desde luego es mucho mejor estar aquí en la ciudad, porque allí metidos en la maldita sala de conferencias sí que no vamos a encontrar a nadie.

—Pero este sitio está desierto —protestó Michael, mirando los pasillos vacíos.

—Yo no he venido a este maldito museo para conocer a nadie, sino con la esperanza de encontrar algún arma, pero la verdad es que no he visto ni una, es ridículo que no haya armas en un museo sobre la historia humana, el pacifismo de estos interterranos me pone negro.

—¿Armas? —Exclamó Michael, a él no se le había ocurrido—. ¡Excelente idea! joder, no me imaginaba por qué estabas tan empeñado en venir al museo.

—Pues ahora ya lo sabes, e incluso podrías ayudar, porque este sitio es enorme, si nos separamos podremos cubrir más terreno.

Pero nada más decir esto, Donald advirtió algo que no había visto en ninguna otra sala: una puerta cerrada con el rótulo de entrada restringida, los dos se acercaron con curiosidad, y pudieron leer otro cartel más pequeño: solicitar permiso de entrada al consejo de ancianos.

—¿Qué demonios es el consejo de ancianos? —Preguntó Michael.

—Una especie de órgano de gobierno, imagino, —Donald empujó la puerta, estaba abierta, como todas las que había visto en Interterra—. ¡Bingo! —exclamó nada más vislumbrar lo que había en la sala.

Michael lanzó un silbido al entrar.

—No me extraña que no hayamos visto armas —comentó Donald—, parece que tienen su propia galería secreta.

La sala era estrecha pero muy larga, las estanterías de cada lado estaban atestadas de armas.

Los dos recorrieron la galería hasta la mitad, justo frente a la entrada había una ballesta medieval con un carcaj lleno de dardos afilados como agujas, Michael la cogió y silbó de nuevo.

—Joder, esto tiene buena pinta —comentó, dando un golpe al mango con los nudillos, luego hizo vibrar la cuerda, que resonó con un ruido apagado, y miró a lo largo del mango—, seguro que todavía funciona.

Donald había echado a andar hacia la derecha, pero se dio cuenta de que, cronológicamente, iba en la dirección equivocada, las armas eran cada vez más antiguas, delante de él se veía una colección de espadas cortas griegas y romanas, arcos y lanzas.

Michael seguía entretenido con la ballesta, intentando tensar la cuerda con una manivela.

—Todavía tiene mucha fuerza —comentó, cuando por fin consiguió tensarla, colocó un dardo en la guía y la alzó para que Donald la viera—, ¿qué te parece?

—Tiene posibilidades —contestó el otro con vaguedad, más animado al ver los primeros arcabuces primitivos—, aunque yo esperaba encontrar algo más efectivo que una ballesta.

Michael apoyó el dedo en el gatillo y sin querer disparó, el dardo rebotó contra la pared de basalto con un chasquido, pasó junto a la oreja derecha de Donald y se clavó en un estante de madera.

—¡Maldito palurdo! —Gritó Donald—. ¡Casi me atraviesas con esa mierda!

—Lo siento, apenas he tocado el gatillo.

—¡Suelta eso, antes de que mates a alguien!

—Por lo menos sabemos que funciona.

Donald se tocó la oreja, por suerte no tenía sangre, al cabo de un momento echó a andar de nuevo por la galería, murmurando improperios, no tardó en llegar a la colección de armas de la segunda guerra mundial, pero descubrió consternado que se encontraban en muy mal estado, sobre todo por haber estado bajo el agua, siguió caminando, cada vez más desanimado, hasta llegar a una Luger alemana, a primera vista parecía en excelentes condiciones.

Donald la cogió, sí, parecía perfecta, abrió la recámara con expectación, y esbozó una sonrisa, ¡el cargador estaba lleno!

—¿Has encontrado algo? —preguntó Michael.

Donald volvió a meter el cargador, que se cerró con un tranquilizador chasquido metálico.

—Esto era lo que estaba buscando.

—¡Guau!

Donald dejó la Luger en su sitio.

—¿Qué haces? ¿No te la llevas?

—Ahora no, me la llevaré cuando sepa lo que voy a hacer con ella.

*****

Richard se frenó en seco, no podía creer lo que estaba viendo, era una sala atestada de tesoros, en su mayoría antiguos: incontables copas, cuencos e incluso estatuas de oro macizo, todas iluminadas con focos de luz ocultos, en un rincón había varios cofres llenos de doblones.

Lo que le resultaba más increíble era que aquella colección de valor incalculable estaba al alcance de cualquiera, puesto que los objetos no estaban protegidos por ninguna vitrina, ¡y eso que en el museo no había ningún vigilante!

—¡Esto es alucinante! —Atinó a decir—. ¡Es fantástico! ¡Lo que daría por tener una carretilla ahora mismo!

—¿Te gustan estos objetos? —preguntó Sufa.

—¿Que si me gustan? ¡Me encantan! No había visto nunca una cosa así. ¡No creo que tengan tanto oro ni en Fort Knox!

—Pues tenemos almacenes llenos, no sabes la cantidad de barcos cargados de oro que se han hundido a lo largo de los siglos, si quieres haré que te envíen a tu habitación una colección similar, para tu uso particular.

—¿Cosas como estas que estamos viendo?

—Sí. ¿Prefieres las estatuas grandes o los objetos más pequeños?

—Lo que sea, no tengo manías —contesto Richard—. ¿Y joyas? ¿También tenéis joyas en el museo?

—Claro, pero la mayoría son de vuestros tiempos antiguos. ¿Quieres verlas?

—¿Por qué no?

De camino a la galería de joyas antiguas, Richard advirtió, entre las curiosidades del siglo XX, un objeto que le hizo sonreír, en un alto pedestal se exhibía un frisbee cuidadosamente iluminado, como si también fuera un objeto precioso.

—¡Qué gracia! —Murmuró Richard, advirtió que en los bordes del frisbee se veían las marcas de dientes caninos—. ¿Qué demonios hace esto aquí? —pregunto.

Sufa se acercó a él.

—No sabemos exactamente qué es —admitió—, pero hay quien dice que podría ser un modelo de uno de nuestros vehículos antigravitatorios, como los aerotaxis o los cruceros interplanetarios, durante algún tiempo nos preocupó que pudierais habernos detectado.

Richard se echó a reír de buena gana.

—¡Venga ya! ¡No lo dirás en serio!

—Claro que sí, tiene una forma muy sugerente, y si se arroja girando puede capturar un colchón de aire que imita a una nave anti gravitatoria.

—¡Qué va a ser un modelo! —Exclamó Richard—. ¡Es un frisbee!

—¿Para qué sirve?

—Para jugar, se tira girando, como tú dices, y entonces alguien lo coge, ya verás, —Richard arrojó el platillo al aire en ángulo, el juguete se elevó y volvió, Richard lo atrapó en el aire—. Eso es todo, es fácil, ¿no?

—Supongo —contestó Sufa.

—Mira, yo te lo tiro y tú lo coges, —Richard echó a correr por la galería, después de alejarse unos metros lanzó el frisbee hacia Sufa, ella intentó atraparlo, pero el juguete le rozó la mano y cayó al suelo.

Richard puso los ojos en blanco y le mostró de nuevo cómo hacerlo, pero sus esfuerzos fueron en vano, en el segundo lanzamiento Sufa se mostró todavía más torpe que en el primero.

—Aquí no os van mucho las actividades físicas, ¿verdad? —Dijo Richard con desdén—, nunca había conocido a nadie incapaz de jugar al frisbee.

—¿Cuál es el propósito del juego?

—Ninguno, divertirse, nada más, es un deporte, así corre uno un poco y hace algo de ejercicio.

—Pues yo no veo qué sentido tiene eso.

—¿Es que aquí en Interterra nadie hace ejercicio?

—Claro que sí, nos gusta sobre todo nadar, y también pasear y jugar con nuestros homids, y por supuesto siempre está el sexo, como seguramente te habrán demostrado Meeta, Palenque y Karena.

—¡Yo estoy hablando de deportes! —Exclamó Richard—, el sexo no es un deporte.

—Para nosotros sí, y desde luego se hace mucho ejercicio.

—¡Pero yo hablo de deportes en los que se intenta ganar!

—¿Ganar? —preguntó Sufa.

—Sí, competiciones —replicó Richard irritado—. ¿Es que aquí no tenéis competiciones?

—¡Desde luego que no! Esas tonterías acabaron hace muchísimo tiempo, cuando eliminamos las guerras y la violencia.

—¡Joder! ¡No tienen deportes! O sea que no hay hockey, ni fútbol, ni siquiera golf, ¡bah! ¡Y pensar que Suzanne dice que esto es el paraíso!

—Cálmate, por favor —le apremió Sufa—. ¿Por qué estás tan agitado?

—¿Te parezco agitado? —preguntó Richard con aire inocente.

—Sí, mucho.

—Supongo que necesito hacer ejercicio, —Richard chasqueó nervioso los nudillos, sabía que estaba tenso, no dejaba de pensar que en cualquier momento un clon obrero daría con el cuerpo de Mura metido en su nevera.

—¿Por qué no te llevas el frisbee? —Ofreció Sufa—, tal vez Michael o alguno de los otros quiera jugar contigo.

—¿Por qué no? —replicó Richard sin mucho entusiasmo.

*****

—Muy bien, todo el mundo —llamó Arak, estaban reunidos en la terraza frente al museo, después de más de una hora de visita, todos hablaban de lo que habían visto, excepto Richard, que se había quedado aparte, lanzando una y otra vez el frisbee—, para el resto de la mañana, Sufa acompañará a Perry a las instalaciones de construcción y reparación de aerotaxis, creo que eso es lo que querías ver.

—Sí, eso es —contesto Perry.

—Ismael y Mary irán con Donald y Michael a la central de información.

Donald asintió…

—¿Y tú, Richard? ¿Qué te apetece más?

—Me da igual —contestó el buceador, sin dejar de jugar con el frisbee.

—Tienes que elegir una cosa o la otra.

—Vale, pues iré a la fábrica de taxis.

—¿Y Suzanne? —preguntó Perry.

—La doctora Newell vendrá conmigo a una reunión del consejo de ancianos.

—¿Ella sola? —Perry miró a Suzanne con aire protector.

—No pasa nada —le aseguró ella—, mientras vosotros subíais al submarino alemán de la galería, Arak me comentó que los ancianos querían hablar conmigo como oceanógrafa.

—¿Pero por qué tienes que ir tú sola? ¿Y por qué no yo? al fin y al cabo presido una empresa oceanográfica.

—Me parece que lo que les interesa no es el lado económico del asunto, no te preocupes.

—¿Estás segura?

—Que sí, hombre.

—Entonces vámonos —terció Arak—, nos reuniremos de nuevo en el palacio de visitantes esta tarde.

Haciendo una señal a los demás, Arak rodeó el viejo corvette y bajó por las escaleras hacia los aerotaxis.

*****

A Suzanne le pareció extraño estar a solas con Arak en el vehículo, era la primera vez que se separaba de los demás, excepto cuando se retiraba a dormir a su bungalow. Arak la miro sonriente, teniéndolo tan cerca, todavía le parecía más atractivo.

—¿Estás disfrutando de estas sesiones de introducción? —Preguntó él—. ¿Te resultan lentas o demasiado rápidas?

—Más que nada abrumadoras, ni lentas ni rápidas, la verdad.

—Tu grupo es todo un reto, no es fácil planear cuál es la mejor forma de orientaros, sois todos tan diferentes… a los interterranos eso nos resulta fascinante, pero a la vez difícil, nosotros, gracias a los procesos de selección y adaptación, somos muy parecidos, como ya te habrás dado cuenta.

—Sois todos muy agradables —replicó Suzanne, aunque se pensó que había dicho una trivialidad, hasta entonces no se le había ocurrido, pero Arak tenía razón, no sólo eran todos muy atractivos, con una belleza clásica, sino que también eran igualmente elegantes, inteligentes y de trato fácil, sus personalidades apenas diferían unas de otras.

—Agradables —repitió Arak—, una palabra bastante neutra, espero que no te aburras con nosotros.

Suzanne se echó a reír.

—Es difícil que me aburra, con tanta cosa que asimilar, no, te aseguro que no me aburro, —Suzanne contempló la increíble vista sobre la ciudad, con el enjambre de taxis volando sobre ella, nada más lejos que el aburrimiento, aunque de pronto entendió lo que quería decir Arak, al cabo de un tiempo, Interterra podía resultar pesada a causa de tanta homogeneidad, algunos de los aspectos que hacían del lugar un paraíso también lo convertían en algo insulso.

Una enorme estructura se alzaba sobre el resto de la ciudad, se trataba de una gran pirámide negra con la cúspide dorada, el aerotaxi se detuvo sobre ella y descendió sobre un paso elevado que llevaba hasta la entrada, Suzanne se sorprendió al ver el parecido con la gran pirámide de Egipto en Giza, ella misma había estado allí, y calculó que la versión interterrana era más o menos del mismo tamaño, cuando se lo mencionó a Arak, él sonrió con condescendencia.

—El diseño fue uno de nuestros legados a esa cultura, teníamos grandes esperanzas para ellos, puesto que en principio se trataba de una civilización bastante pacífica, enviamos a una delegación que vivió entre ellos en los primeros períodos, con la idea de hacerlos destacar entre los otros pueblos, extremadamente agresivos, que habían evolucionado, el experimento no fue de las mismas dimensiones que el de la Atlántida, y también acabó en fracaso.

—¿Les enseñasteis también a construir las pirámides? —para Suzanne el misterio de la pirámide de Keops era uno de los más fascinantes del mundo antiguo.

—Por supuesto, también les enseñamos el concepto del arco, pero se negaron a creer que podía funcionar y no lo intentaron ni siquiera en un solo edificio, tú primero —añadió Arak en cuanto se abrió la puerta del aerotaxi.

Una vez dentro de la pirámide, desapareció cualquier semejanza con Egipto, el interior era de reluciente mármol blanco, y el espacio era inmenso, no claustrofóbico.

Mientras recorrían un pasillo hacia el centro del edificio, Suzanne se llevó otra sorpresa, Garona salió de un corredor lateral y la estrechó entre sus brazos.

—¡Garona! —Exclamó ella encantada—. ¡Qué alegría! no esperaba verte hasta la noche, bueno, más bien digamos que esperaba verte esta noche.

—No podía esperar —contestó él mirándola a los ojos—, sabía que acudirías hoy al consejo de ancianos, y he venido a recibirte.

—Me alegro mucho.

—Más vale que nos pongamos en marcha —terció Arak—, el consejo espera.

—Muy bien, —Garona cogió a Suzanne de la mano y echó a andar— ¿qué tal ha ido la mañana?

—Ha sido muy instructiva, vuestra tecnología es increíble.

—Hemos tenido una sesión de ciencias —explicó Arak.

—¿Habéis realizado alguna visita?

—Hemos ido al museo de la superficie terrestre —contestó Suzanne.

—¿Ah, sí? —Garona pareció sorprenderse.

—A petición de Donald Fuller —dijo Arak.

—¿Y lo has encontrado instructivo?

—Ha sido interesante, pero la verdad es que yo preferiría haber ido a otro sitio, sobre todo después de lo que aprendimos durante la sesión informativa.

Se acercaban a unas impresionantes puertas de bronce, en ambos paneles estaba grabado el símbolo de Ankh, que en el antiguo Egipto representaba la vida, Suzanne se preguntó cuántas cosas más de su mundo provenían de la avanzada cultura de los interterranos.

En cuanto llegaron las puertas se abrieron en silencio, dando paso a una sala circular de techo abovedado soportado por una columnata, como el resto, era de mármol blanco, aunque los capiteles de las columnas parecían de oro.

Suzanne entró vacilante, en torno a la sala se veían doce sillas de aspecto regio, cada una situada entre dos columnas y ocupadas por miembros del consejo cuyas edades oscilaban entre los cinco y los veinticinco años, Suzanne se quedó perpleja, algunos miembros eran tan jóvenes que no llegaban con los pies al suelo.

—Adelante, doctora Suzanne Newell —la animó uno de los ancianos, con voz de preadolescente, parecía una niña de diez años—, me llamo Ala, y es mi turno como portavoz del consejo, no temas, sé que todo esto resulta bastante impresionante, pero sólo queremos hablar contigo, y si te acercas al centro de la sala podremos oírte mejor.

—No tengo miedo, es que esto ha sido una sorpresa —contestó Suzanne—, pensaba que esto era un consejo de ancianos.

—Así es, el factor que determina ser miembro del consejo es el número de vidas corporales que hayamos pasado, no la edad del cuerpo actual.

—Ya veo, —aunque a Suzanne todavía le resultaba desconcertante encontrarse ante un cuerpo de gobierno compuesto en su mayoría de niños.

—El consejo de ancianos te da la bienvenida.

—Gracias.

—Te hemos traído a Interterra con la esperanza de que nos des cierta información que no hemos podido recabar monitorizando las comunicaciones de la superficie terrestre.

—¿Qué clase de información? —preguntó Suzanne a la defensiva, no olvidaba lo que Donald había dicho: que los interterranos querían algo de ellos y cuando lo obtuvieran los tratarían de forma muy distinta.

—No te alarmes —dijo Ala con voz tranquilizadora.

—Es difícil no alarmarse, sobre todo cuando acabáis de recordarme que mis amigos y yo hemos sido secuestrados, lo cual, tengo que decir, fue una experiencia aterradora.

—Y te pedimos disculpas por ello —replicó Ala—. Quiero que sepas que pensamos premiar vuestro sacrificio, pero somos nosotros los que estamos alarmados, la integridad y seguridad de Interterra son responsabilidad nuestra, sabemos que en tu mundo eres una experta oceanógrafa.

—Creo que eso es exagerar un poco, la verdad es que soy relativamente nueva en este campo.

—Perdón —dijo uno de los ancianos, era un adolescente justo al comienzo de la pubertad—, me llamo Ponu y soy el segundo portavoz. Doctora Newell, sabemos que tus colegas te tienen en muy alta estima, y creemos que este respeto es prueba fiable de la capacidad de cualquier individuo.

—Muy bien, —era un tema que Suzanne no quería discutir, dadas las circunstancias—. ¿Qué queréis preguntarme?

—En primer lugar —comenzó Ala—, quiero estar segura de que te han informado de que en nuestro entorno no existen vuestros virus y bacterias comunes.

—Sí, Arak lo ha dejado muy claro.

—Y supongo que entenderás que si una civilización como la vuestra nos detecta, las consecuencias serían desastrosas.

—Entiendo que os preocupe la contaminación, pero no estoy convencida de que la comunicación entre nuestros mundos sería necesariamente desastrosa, sobre todo si se toman las apropiadas medidas de seguridad.

—Doctora Newell, esto no es un debate, seguramente reconocerás que tu civilización se encuentra todavía en una etapa muy temprana del desarrollo social, vuestra primera motivación es el interés personal, y la violencia es algo cotidiano, de hecho, tu país en concreto es tan primitivo que permite que todo el mundo posea armas.

—Para expresarlo de otra forma —terció Ponu—, lo que mi querida colega quiere decir es que el ansia y la codicia de tu mundo por nuestra tecnología sería tal que se olvidarían nuestras necesidades especiales.

—Exactamente —afirmó Ala—, y no podemos correr ese riesgo, por lo menos hasta dentro de cincuenta mil años más o menos, hasta que los seres humanos secundarios hayan tenido ocasión de civilizarse más, eso suponiendo, claro, que entre tanto no se destruyan a sí mismos.

—Está bien —replicó Suzanne—, como habéis dicho, esto no es un debate, y me habéis convencido de vuestra creencia de que nuestra cultura supone un riesgo para la vuestra, suponiendo que ese sea el caso. ¿Qué queréis de mí?

Se produjo un silencio, Suzanne fue mirando a los ancianos, nadie hablaba, nadie se movía, Suzanne se volvió hacia Arak y Garona, éste sonrió como para darle ánimos.

—¿Y bien? —insistió Suzanne por fin.

Ala suspiró.

—Me gustaría hacerte una pregunta directa, aunque tememos oír la respuesta, verás, en tu mundo habéis comenzado varias operaciones de perforación submarina durante los últimos años, sin seguir ningún patrón en concreto, parecen perforaciones hechas al azar, hemos observado estas operaciones con creciente preocupación, puesto que ignoramos vuestros propósitos, sabemos que no buscáis petróleo ni gas natural, puesto que estas materias primas no se encuentran en las zonas de perforación, hemos estado escuchando las comunicaciones, como siempre hemos hecho, pero seguimos sin saber cuál es el objetivo de las perforaciones.

—¿Queréis saber por qué el Benthix Explorer estaba perforando la montaña submarina? —preguntó Suzanne.

—Sí, nos interesa mucho, estabais perforando justo sobre nuestros viejos puertos de salida, las probabilidades de que eso ocurriera por pura casualidad son mínimas.

—No fue por casualidad —admitió ella, provocando un rumor en la sala—, dejadme terminar, estábamos perforando la montaña para ver si podíamos llegar a la estenosfera, nuestro sonar indicaba que el monte submarino era un volcán apagado con una cámara de magma llena de lava de baja densidad.

—¿Las perforaciones no tenían nada que ver con la sospecha de la existencia de Interterra?

—No, de ninguna manera.

—¿No se debían en absoluto a la idea de la existencia de una civilización submarina?

—Como ya he dicho, estábamos realizando las perforaciones por motivos puramente geológicos.

Los ancianos hablaban entre sí en voz alta, Suzanne se volvió hacia Arak y Garona, que sonrieron para darle ánimos.

—Doctora Newell —dijo Ala por fin—, ¿has oído alguna vez, en tu ámbito profesional, algo que sugiera que alguien sospechaba la existencia de Interterra?

—No en los círculos científicos, pero se han escrito unas cuantas novelas sobre un mundo dentro de la tierra.

—Sí, conocemos la obra del señor Verne y el señor Doyle, pero se trata de ficción, con el único objetivo de entretener.

—Así es, era pura fantasía, a nadie se le ha ocurrido que sus libros estuvieran basados en hechos reales, probablemente estos autores sacaron sus ideas de John Cleves Symmes, un hombre que creía que el centro de la tierra era hueco.

Los ancianos prorrumpieron de nuevo en ansiosos murmullos.

—¿Han influido las creencias del señor Symmes en la opinión científica? —preguntó Ala.

—Hasta cierto punto, pero yo no me preocuparía mucho, puesto que estamos hablando de comienzos del siglo XIX, en 1838 su teoría motivó una de las primeras expediciones científicas de Estados Unidos, bajo el mando del teniente de navío Charles Wilkes, el propósito inicial era encontrar la entrada del centro hueco de la tierra, que, según Symmes, se encontraba debajo del polo sur.

De nuevo se extendieron los murmullos por la sala.

—¿Y cuál fue el resultado de la expedición?

—Nada que pueda preocupar a Interterra, de hecho el propósito de la expedición se modificó antes de comenzar siquiera, en lugar de buscar la entrada al interior de la tierra, para cuando partieron se proponían encontrar nuevas zonas de pesca de focas y ballenas.

—¿Así que nadie hizo caso de las teorías del señor Symmes?

—En absoluto, y la idea no ha vuelto a surgir.

—Es un alivio —afirmó Ala—, sobre todo teniendo en cuenta que el señor Symmes tenía razón en ciertos aspectos, el polo sur era y sigue siendo nuestro mayor puerto interplanetario e intergaláctico.

—Sí que es curioso —replicó Suzanne—, por desgracia es un poco tarde para reivindicar a Symmes, por vuestras preguntas deduzco que queréis saber si vuestro secreto está a salvo, yo creo que sí, pero también debéis saber que, aunque actualmente nadie cree que la tierra sea hueca, siempre ha habido grupos marginales que hablan de alienígenas procedentes de culturas muy avanzadas, y sostienen que estos extraterrestres vienen a visitarnos o están entre nosotros, pero normalmente se refieren a alienígenas del espacio exterior, no provenientes de dentro de la tierra.

—Sí, estamos al corriente de todo eso, y nos conviene mucho que piensen que esos visitantes vienen de otro planeta, nos ha sido especialmente útil en las pocas ocasiones en que alguien ha visto alguna nave nuestra.

—Sólo quisiera mencionar una cosa más —añadió Suzanne—, y es que en nuestra cultura existen mitos sobre la Atlántida, mitos que provienen de la antigua Grecia, pero os aseguro que la comunidad científica los considera puras leyendas, o tal vez el resultado de la destrucción de alguna cultura antigua por una violenta erupción volcánica, nunca ha existido la teoría de que exista una cultura humana bajo el mar.

Los ancianos hablaron de nuevo entre sí, Suzanne se agitó incómoda, Ala hizo un gesto con la cabeza a sus colegas y se volvió de nuevo hacia Suzanne.

—Nos gustaría preguntarte sobre las perforaciones oceánicas realizadas en los últimos años sobre la zona de Saranta, ninguna de estas operaciones se ha centrado en la cima de un monte subterráneo.

—Supongo que os referís a las perforaciones realizadas para confirmar las teorías de que el suelo oceánico se está expandiendo, el único propósito de estas operaciones eran obtener muestras de rocas para fecharlas.

—¿Ha llegado alguien a pensar que la cámara de magma en la que estabais perforando estuviera llena de aire en lugar de lava de baja densidad?

—No que yo sepa, y yo estaba al mando del proyecto.

—Esos puertos de salida deberían de haberse sellado hace mucho tiempo —afirmó un anciano con cierta vehemencia.

—Ahora no es momento de recriminaciones —terció Ala con diplomacia—, tenemos que ocuparnos del presente, —se volvió de nuevo hacia Suzanne—, para resumir, en toda tu vida profesional nunca has oído ninguna indicación de que pudiera existir una civilización bajo el mar, ¿no es así?

—Sólo en los mitos, como ya he mencionado.

—Muy bien, nos queda una última pregunta, cada vez nos preocupa más la falta de respeto de tu civilización hacia los mares, aunque hemos oído que el problema se mencionaba alguna vez en vuestros medios de comunicación, el índice de polución y exterminio de peces es cada vez mayor, puesto que nosotros dependemos hasta cierto punto de la integridad del mar queríamos saber si a vuestra cultura le preocupa de verdad este problema.

Suzanne suspiró, el tema le tocaba muy de cerca, y sabía muy bien que la verdad era bastante desalentadora, en el mejor de los casos.

—Hay quien intenta cambiar la situación —respondió evasivamente.

—Eso sugiere que la mayoría no lo considera un tema importante.

—Puede que no, pero a algunas personas les preocupa muchísimo.

—Pero tal vez el público en general no sea consciente del papel fundamental del mar en el entorno general del planeta, por ejemplo, no sé si saben que el plancton modula tanto el oxígeno como el dióxido de carbono en la superficie de la tierra.

Suzanne se sonrojó, como sí se sintiera responsable del mal trato que recibían los mares.

—Me temo que la mayoría de la gente y de los países consideran que el mar es una fuente inextinguible de recursos, así como un pozo sin fondo para arrojar basura y desechos.

—Es muy triste, y preocupante.

—Los seres humanos secundarios no ven nada porque sólo les mueve el interés personal —apuntó Ponu.

—La verdad es que estoy de acuerdo —dijo Suzanne—, mis colegas y yo estamos trabajando en ello, pero es una batalla muy dura.

—Muy bien, eso es todo, —Ala se levantó y se acercó a Suzanne tendiendo la palma de la mano.

Suzanne frotó palmas con ella, Ala apenas le llegaba a la barbilla.

—Gracias por tus respuestas, por lo menos en lo tocante a la seguridad de Interterra, has disipado nuestros temores, como recompensa te ofrecemos todos los frutos de nuestra civilización, tienes mucho que ver y aprender, y con tu formación, estás muy bien cualificada, mucho más que ningún otro visitante de la superficie. ¡Disfruta de ello!

El súbito aplauso de los ancianos desconcertó por un instante a Suzanne, dio las gracias con un tímido gesto y se decidió a hablar.

—Muchas gracias por darme esta oportunidad de visitar Interterra, lo considero un honor.

—El honor es nuestro —replicó Ala.

Más tarde, Arak, Garona y Suzanne salían de la pirámide, Suzanne se detuvo un momento para volverse a mirar el impresionante edificio, se arrepentía un poco de no haber preguntado al consejo si su visita a Interterra era temporal o si ella y sus compañeros habían pasado a ser residentes cautivos, no había planteado la cuestión en parte por miedo a la respuesta.

—¿Estás bien? —preguntó Garona, interrumpiendo sus pensamientos.

—Sí, —Suzanne echó a andar, lo único que había quedado claro era la razón por la cual estaban en Interterra, los ancianos querían preguntar a una oceanógrafa profesional sobre las posibles sospechas en la superficie de la existencia de Interterra, no pensaba que ahora que los interterranos habían logrado su objetivo, fueran a cambiar el trato hacia ellos, por otra parte, Suzanne se sentía personalmente responsable de su situación, de no haber sido por ella, no los habrían secuestrado.

—¿Seguro que estás bien? Te has quedado muy pensativa.

Suzanne forzó una sonrisa.

—Es normal, tengo muchas cosas que asimilar.

—Has sido de gran ayuda para Interterra —comentó Arak—, te estamos muy agradecidos.

—Me alegro, —Suzanne intentó mantener la sonrisa, pero era difícil, tenía la impresión de que Donald estaba en lo cierto: no les dejarían salir de Interterra, la intuición le decía que el enfrentamiento era inevitable, y teniendo en cuenta la personalidad de algunos miembros de su grupo, la situación podía tornarse muy violenta.