El techo de la caverna subterránea se oscureció poco a poco, imitando un atardecer, Suzanne y Perry contemplaban maravillados las seudo estrellas que comenzaban a titilar, Donald, tan malhumorado como siempre, miraba taciturno las sombras entre los matorrales, se encontraban los tres en el césped, a unos doce metros del comedor, dentro los clones obreros ponían la mesa, Richard y Michael ya se habían sentado, ansiosos por comer.
—Esto es increíble —comentó Suzanne.
—¿El qué, las estrellas bioluminiscentes?
—Todo, incluyendo las estrellas.
Acababa de salir de su bungalow, donde se había dado un baño en la piscina e incluso había intentado dormir una siesta, aunque le había resultado imposible, tenía demasiadas cosas en la cabeza.
—Hay varias cosas sorprendentes —admitió Donald.
—No se me ocurre nada que no lo sea, —Suzanne miró hacia el pabellón donde se había celebrado la fiesta la noche anterior—, para empezar, el hecho de que este paraíso esté enterrado bajo el mar, tiene gracia que se me ocurriera mencionar viaje al centro de la tierra de Julio Verne cuando bajamos con el submarino, porque ahí es donde hemos terminado.
Perry se echó a reír.
—Sí, muy apropiado.
—Y alucinante, sobre todo ahora que parece que todo lo que Arak y Sufa nos han dicho es verdad, por fantástico que suene.
—Sí, es difícil negar la tecnología que estamos viendo, estoy deseando conocer más detalles, como la biomecánica de los clones obreros o el secreto de los aerotaxis, con la patente de cualquiera de estas cosas nos haríamos multimillonarios, ¿y el turismo? ¿Te imaginas la demanda que habría para venir aquí abajo?
Perry rió de nuevo.
—De cualquier forma la Benthix Marine se va a convertir en el Microsoft del nuevo siglo.
—Las revelaciones de Arak son extraordinarias —convino Donald de mala gana—, pero estáis tan alucinados que habéis pasado por alto un par de lagunas.
—¿Cómo qué? —preguntó Perry.
—A ver si dejáis de verlo todo de color rosa, por lo que a mí respecta, todavía no se ha hablado de la cuestión más importante: ¿qué estamos haciendo aquí? a nosotros no nos salvaron del naufragio de una goleta, como a los Black, a nosotros nos succionaron a propósito por lo que llaman su puerto de salida, y me gustaría saber el motivo.
—Es verdad —dijo Suzanne, pensativa de pronto—, con todas las emociones se me ha olvidado que al fin y al cabo somos víctimas de un secuestro.
—Pero nos están tratando muy bien —terció Perry.
—De momento —replicó Donald—, pero como ya he dicho antes, la situación podría cambiar en cualquier instante, no creo que os deis cuenta de lo vulnerables que somos.
—Sé muy bien que somos muy vulnerables, —Perry estaba levemente irritado—, qué demonios, con lo avanzada que está esta gente, podrían librarse de nosotros en un segundo, Arak ha hablado de viajes interplanetarios e incluso intergalácticos, pero les caemos bien, yo lo tengo muy claro, y creo que deberíamos estar un poco más agradecidos y menos paranoicos.
—¡Qué les caemos bien! —Se burló Donald—, para ellos somos pura diversión, ¿cuántas veces nos lo han dicho? encuentran encantador nuestro primitivismo, como si fuéramos mascotas, estoy harto de que se rían de mí.
—No nos tratarían tan bien si no les gustáramos —insistió Perry.
—Mira que eres ingenuo, te niegas a admitir que somos prisioneros a todos los efectos, nos han secuestrado a la fuerza y nos han manipulado en el centro de descontaminación, nos han traído aquí por alguna razón que todavía no nos han dicho.
Suzanne asintió con la cabeza, recordaba que Arak había dado a entender, el día anterior, que estaban esperando su llegada, en aquel momento le inquietó la idea pero, distraída con todos los acontecimientos, lo había olvidado.
—Tal vez necesiten nuestros servicios —apuntó Perry.
—¿Para qué?
—Bueno, a lo mejor se están tomando tantas molestias por enseñárnoslo todo para prepararnos para ser sus representantes.
A Perry cada vez le gustaba más su idea.
—Tal vez hayan decidido que es el momento de ponerse en contacto con nuestro mundo, y quieren que seamos sus embajadores, y francamente, yo creo que podríamos hacer un buen trabajo, sobre todo a través de la Benthix Marine.
—¡Embajadores! —Exclamó Suzanne—, ¡muy interesante! a ellos no les gusta adaptarse a nuestra atmósfera porque no son inmunes a nuestros virus y bacterias, y tampoco quieren pasar por el proceso de descontaminación necesario para volver a Interterra.
—Exacto, si nosotros fuéramos sus representantes, ellos no tendrían que moverse de aquí.
—¿Embajadores? ¡Por dios! —masculló Donald, alzando las manos exasperado.
—¿Y ahora qué pasa? —Perry se estaba enfadando de nuevo, Donald comenzaba a irritarle.
—Ya sabía que erais unos optimistas, pero esto de ser embajadores es ya el colmo.
—Pues a mí me parece muy razonable —insistió Perry.
—Escucha, señor presidente de la Benthix Marine, estos interterranos no piensan dejarnos marchar, y si no fueras tan ingenuo lo comprenderías.
Suzanne y Perry guardaron silencio, aquel era un tema en el que no querían pensar, y mucho menos discutir.
—¿Crees que piensan tenernos aquí para siempre? —preguntó Suzanne por fin, era cierto que ni Arak ni Sufa habían mencionado su posible vuelta al barco.
—Así es, no creo que nos dejen marchar.
—Pero ¿por qué? —terció Perry con voz suplicante.
—Es lo lógico, esta gente ha evitado durante miles de años que detectemos Interterra, ¿cómo nos iban a dejar marchar, sabiendo lo que sabemos?
—Dios mío —susurró Suzanne.
—¿Tú crees que Donald tiene razón?
—Me temo que su postura tiene lógica, la contaminación debe de preocuparles tanto ahora como en el pasado, y todavía deberían estar más inquietos con nuestra avanzada tecnología, puede que les divierta nuestro primitivismo, pero me temo que les aterra la violencia de nuestra cultura.
—Pero siempre se refieren a nosotros como «invitados» —protestó Perry—, nos alojan en el palacio de invitados, y los invitados no se quedan para siempre, además —añadió sin pensar—, yo no puedo quedarme aquí para siempre, tengo una familia, ya es bastante que ni siquiera haya podido avisarles que me encuentro bien.
—Ese es otro punto —observó Donald—, saben mucho de nosotros, saben de nuestras familias, con toda su tecnología nos podrían haber ofrecido la oportunidad de comunicar a nuestros seres queridos que no hemos muerto, pero no lo han hecho, lo cual, yo creo, demuestra que tienen intenciones de retenernos aquí.
—En eso tienes razón —suspiró Suzanne—, justo hace un momento anhelaba un teléfono para llamar a mi hermano, es la única persona que me echará de menos.
—¿No tienes más familia?
—No, perdí a mis padres hace años, y todavía no me he casado.
—Yo tengo mujer y tres hijos —dijo Donald—, claro que eso no significa gran cosa para los interterranos, para ellos el concepto de paternidad es una cosa muy anticuada.
—¡Mierda! —Exclamó Perry—, ¿qué vamos a hacer? Tenemos que salir de aquí, ¡tiene que haber alguna manera!
—¡Eh, vosotros! —Les llamó Michael desde el comedor—, ¡la cena está lista!
—Por desgracia son ellos los que tienen la sartén por el mango —prosiguió Donald sin hacer caso a Michael, que volvió al comedor—, de momento no podemos hacer nada aparte de tener los ojos bien abiertos.
—Lo cual significa aprovecharnos de su hospitalidad.
—Hasta cierto punto, a mí nunca me ha gustado confraternizar con el enemigo.
—Eso es lo que me desconcierta, que no se comportan como enemigos, son tan corteses y pacíficos, no me los imagino haciendo daño a nadie.
—¡A mí me han separado de mi familia! —replicó Perry, y eso ya es hacerme daño.
—No desde su punto de vista —explicó Donald—, aquí la reproducción se realiza mecánicamente, y niños de cuatro años reciben la mente y personalidad de los adultos, aquí no hay familias, y es posible que no entiendan lo que eso significa para nosotros.
—¿Pero qué demonios hacéis ahí a oscuras? —Gritó Michael de nuevo—, los clones obreros os están esperando, ¿no vais a comer?
—Yo tengo hambre —dijo Suzanne.
—Yo creo que no, después de esta conversación.
De todas formas echaron a andar hacia la luz.
—Tiene que haber algo que podamos hacer —insistió Perry.
—Sí, evitar ofenderles —opinó Donald—, podría ser vital.
—¿Y con qué podríamos ofenderles?
—No hablo de nosotros, sino de esos idiotas, los buceadores.
—¿Por qué no hablamos con ellos directamente? ¿Por qué no le preguntamos a Arak cuándo nos van a dejar marchar? Así lo sabríamos con seguridad.
—Podría ser arriesgado, creo que no deberíamos demostrar interés en marcharnos, porque cabe el peligro de que limiten nuestras libertades, de momento, teóricamente, podemos llamar a un taxi con nuestros comunicadores e ir y venir, no quiero perder ese privilegio, porque podría hacernos falta si tenemos alguna ocasión de salir de aquí.
—Sí, también en eso tienes razón —convino Suzanne—, pero no veo por qué no podemos preguntar para qué nos han traído, tal vez la respuesta nos indique si piensan o no tenernos aquí para siempre.
—No es mala idea —reconoció Donald—, pero deberíamos preguntarlo sin mostrar ninguna ansiedad, yo mismo sacaré el tema mañana, en la sesión que tenemos con Arak.
—Muy bien, ¿tú qué opinas, Perry?
—Ya no sé qué pensar.
—¡Venga, daos prisa! —les espetó Michael en cuanto entraron al comedor—, este gilipollas de clon no nos deja tocar nada hasta que no estemos todos, y es más fuerte que un toro.
El clon se encontraba junto a la mesa central, con las manos sobre las cubiertas de las fuentes de comida.
—¿Y cómo sabes que nos estaba esperando a nosotros? —Preguntó Suzanne.
—Bueno, no es seguro, puesto que el tío no habla, pero era lo que suponíamos, me muero de hambre.
En cuanto todos se sentaron, el clon obrero destapó las fuentes.
—¡Bingo! —exclamó Richard.
Guardaron silencio un rato, Richard y Michael estaban demasiado ocupados comiendo, los demás absortos en sus propios pensamientos.
—¿Qué hacíais ahí fuera? —Preguntó Richard, después de eructar—, ¿preparando algún funeral? estáis serios como alcachofas.
Nadie contestó.
—Vaya, qué alegría —masculló el buceador.
—Por lo menos nosotros sabemos comportarnos —le espetó Donald.
—Que te den morcilla.
—¿Sabéis? —Terció Suzanne—, esto me parece de lo más irónico.
—¿El qué? ¿Los modales de Richard? —preguntó Michael con una carcajada.
—No, nuestras reacciones.
—¿Qué quieres decir?
—Pensad lo que tenemos aquí, es como estar en el cielo, aunque no nos encontremos entre las nubes, aquí tenemos todo lo que podríamos desear: juventud, belleza, inmortalidad, bienes materiales… es un auténtico paraíso.
—Lo de la belleza es cierto, ¿eh, Mikey? —dijo Richard.
—¿Y qué es lo irónico?
—Pues que estemos tan preocupados ante la posibilidad de quedarnos aquí para siempre, todo el mundo sueña con el paraíso, y a nosotros nos preocupa no podernos marchar.
—¿Cómo que no…? —exclamó Richard.
—A mí no me parece nada irónico —aseguró Donald—. Si tuviera aquí a mi familia sería otra cosa, además, no me gusta que me obliguen a nada, quizá os parezca una tontería, pero valoro en mucho mi libertad.
—Pero vamos a irnos, ¿no? —insistió Richard.
—Según Donald, no.
—¡Pero qué dices!
—¿Tienes mucha prisa por marcharte del paraíso de Suzanne?
—Eh, que yo lo he dicho en general, no como algo personal —protestó ella—, la verdad es que no me ha gustado nada ver cómo consiguen la inmortalidad.
—No sé de qué estáis hablando, pero yo quiero largarme de aquí lo antes posible.
—Yo también —dijo Michael.
De pronto sonó una campanilla que no habían oído antes, todos se miraron sorprendidos, pero antes de que nadie pudiera hablar, se abrió la puerta y aparecieron Mura, Meeta, Palenque y Karena, todas muy animadas, Mura se acercó a Michael, tendiéndole la palma de la mano en el habitual saludo interterrano, luego se sentó en el borde de su silla, Meeta, Palenque y Karena se dirigieron hacia Richard, que se levantó de un brinco.
—¡Nenas, habéis vuelto! —Frotó las palmas de las tres y las abrazó con entusiasmo, las mujeres saludaron con un gesto a Suzanne, Perry y Donald, pero volcaron sus atenciones en Richard, que se derretía de placer, al cabo de un momento le dijeron que estaban deseando darse un baño en su bungalow.
—Claro, —Richard hizo un guiño a Donald antes de salir con su pequeño harén.
—¡Vamos! —dijo Mura a Michael—, vamos nosotros también, te he traído un regalo.
—¿Qué es?
—Un bote de caldorfina, me han dicho que te gusta.
—¿Que me gusta? ¡Me encanta!
En ese instante volvió a sonar la campanilla, esta vez anunciando la llegada de Luna y Garona.
—¡Suzanne! —Exclamó Garona mientras le tocaba la palma de la mano—, estaba deseando que llegara la noche, para volverla a pasar contigo.
—Perry, amor mío —dijo Luna efusiva—, ha sido un día muy largo, espero que no fuera muy estresante para ti.
Ni Suzanne ni Perry sabían si sentirse mortificados o encantados, sobre todo cuando los saludaban con tanto cariño, ambos balbucearon respuestas ininteligibles y se dejaron llevar.
—Supongo que nos vamos —dijo Suzanne a Donald mientras Garona la arrastraba juguetón hacia el extremo abierto de la sala.
Donald les hizo un gesto, pero no dijo nada, al cabo de un momento se encontraba a solas con los mudos clones obreros.
*****
Michael no recordaba haber estado tan excitado en su vida, claro que ninguna mujer tan hermosa y deseable se había interesado nunca por él, iban hacia el bungalow dando brincos y vueltas por el césped, su pelo largo ondeando al viento era una imagen embriagadora, y Michael habría seguido dando vueltas durante horas de no haber intervenido su oído interno.
Por fin se detuvo mareado, aunque el entorno seguía girando alrededor, se tambaleó, incapaz de mantener el equilibrio, y cayó hecho un guiñapo, Mura se dejó caer con él, los dos se reían como locos, por fin se levantaron con las piernas trémulas y echaron a correr hacia el bungalow, llegaron sin aliento.
—Bueno, —Michael respiró hondo, todavía un poco mareado, sólo con mirar a Mura temblaba de deseo—, ¿qué quieres que hagamos primero? ¿Te apetece un baño?
Mura le miró provocativamente.
—No, ahora no me apetece nadar, anoche estabas demasiado cansado para intimar y me echaste antes de que pudiera hacerte feliz.
—Eso no es verdad, estaba muy feliz.
—Ah, ¿es que Sart te hizo feliz?
—¡Qué dices! —Gritó Michael a la defensiva—, ¿qué significa eso?
—No te enfades, —Mura se había quedado perpleja ante su reacción—, no significa nada, además, está bien obtener placer de ambos sexos.
—Pues para mí no está bien, ¡de ninguna manera!
—Michael, por favor, cálmate, ¿por qué te pones así?
—¡No me pongo de ninguna manera!
—¿Hizo Sart algo para enfadarte?
—No —respondió él nervioso.
—Pues estás enfadado por algo, ¿se quedó Sart toda la noche? hoy no lo he visto.
—¡No! ¡No! Se marchó justo después de ti, Richard le pidió disculpas por haberse puesto furioso y ya está, se marchó enseguida, un chaval muy simpático.
—¿Por qué se enfadó Richard con él?
—¡Y yo qué sé! ¿Vamos a estar hablando de Sart toda la noche? Pensaba que habías venido a verme a mí.
—Claro que sí, —Mura le acarició el pecho y notó que tenía el corazón acelerado—, has debido de pasar un día agotador, tienes que relajarte, y yo sé muy bien cómo.
—¿Cómo?
—Túmbate en la cama y te daré un masaje.
—Eso ya me gusta más.
—Y cuando estés más tranquilo presionaremos las palmas con la caldorfina.
—Genial, preciosa, vamos a ello.
—Vale, ahora mismo vuelvo.
Mientras Michael se tumbaba en la cama, Mura se acercaba a la nevera para sacar algo de beber, dio la orden directamente en el receptor, para no molestar a Michael con su voz, Mura sabía que estaba tenso y necesitaba toda su consideración, sabía por experiencia que los seres humanos de segunda generación se enfurecían por las cosas más raras.
—¡Vaya! —Exclamó, sorprendida al ver la nevera tan llena—, ¿pero qué tienes aquí?
Después de la discusión sobre Sart, la pasión de Michael se había apagado considerablemente, en lugar de fantasear allí tumbado, no hacía más que pensar en lo que habían hablado durante la cena, cabía la posibilidad de tener que quedarse para siempre en Interterra, estaba tan sumido en sus pensamientos que no se enteró del comentario de Mura, sólo cuando oyó el ruido de los compartimientos al caer al suelo, seguido de una exclamación, se acordó del cuerpo de Sart, pero ya era demasiado tarde.
—¡Mierda! —Michael se levantó de un brinco, Mura estaba paralizada tapándose la boca con expresión de horror.
El rostro congelado y pálido de Sart aparecía grotescamente enmarcado por la comida y la bebida, Michael se apresuró a abrazar a Mura, que se dejó caer contra él, a punto de desplomarse al suelo.
—¡Escucha! ¡Escucha! ¡Puedo explicarlo!
Mura tendió una mano temblorosa para tocar la mejilla de Sart, estaba dura como la madera y fría como el hielo.
—¡Oh, no! —Mura se llevó las manos a la cara y se estremeció, cuando Michael intentó abrazarla de nuevo, ella lo apartó a un lado para seguir mirando el rostro de Sart, aunque era una visión horrible, no podía apartar los ojos de él.
Michael se agachó para recoger frenético los objetos caídos y volvió a meterlos en la nevera, ocultando de nuevo el rostro del muchacho.
—Tienes que calmarte.
—¿Qué ha pasado con su esencia? —la sangre había vuelto a su rostro, tiñendo sus mejillas de rojo, la conmoción y el horror estaban dando paso a la furia.
—Fue un accidente, se cayó y se golpeó en la cabeza, —Michael tendió la mano hacia ella, pero Mura se apartó.
—¿Pero y su esencia? —preguntó de nuevo, aunque en el fondo ya sabía la horrible verdad.
—¡Está muerto, joder!
—¡Su esencia se ha perdido! —ahora la furia se convertía en dolor, sus ojos esmeralda se llenaron de lágrimas.
—Escucha —comenzó Michael, entre solicito e irritado—, por desgracia el chaval está muerto, fue un accidente, tienes que tranquilizarte.
Mura rompió en sollozos al comprender la magnitud de la tragedia.
—Tengo que decírselo a los ancianos.
—¡No, espera! —exclamó Michael frenético, apresurándose a cortarle el paso—, ¡escúchame! —insistió, agarrándola.
—¡Suéltame! Tengo que informar de esta desgracia.
—No, tenemos que hablar, —Michael la sujetó con más fuerza.
—¡Suéltame!
—¡Calla! —Michael le dio una bofetada, esperando sacarla de su histeria.
Pero en vez de eso, Mura lanzó un grito ensordecedor, asustado, Michael le tapó la boca con la mano, pero ella, una mujer alta y fuerte, logró zafarse y gritó de nuevo, Michael le tapó de nuevo la boca con cierta dificultad, pero por mucho que se esforzaba no había forma de acallaría, por fin la arrastró hasta la piscina y se tiró con ella al agua, tampoco así consiguió poner fin a sus gritos, hasta que le hundió la cabeza.
Ella siguió debatiéndose, y cuando Michael la dejó salir para tomar aire, lanzó otro de sus penetrantes gritos, esta vez Michael le mantuvo la cabeza bajo el agua hasta que dejó de debatirse.
Poco a poco fue apartando las manos, temeroso de que ella emergiera para gritar de nuevo, pero su cuerpo quedó yerto en el agua, con la cabeza hundida.
Michael la sacó de la piscina, de la boca y la nariz rezumaba una mezcla espumosa de moco y saliva, estaba muerta, Michael se estremeció, le castañeteaban los dientes, había matado a una persona… una persona que le importaba.
Se quedó inmóvil unos momentos, sin saber si alguien había oído los gritos de Mura, pero todo estaba en silencio, por fin, presa del pánico, la arrastró hasta la cama y la cubrió con la colcha, luego salió disparado.
El bungalow de Richard estaba a unos cincuenta metros de distancia, y Michael llegó en segundos.
—¡Largo de aquí! —gritó Richard al oír los golpes en la puerta.
—Richard, soy yo.
—¡Me da igual quién sea! estoy ocupado.
—No puedo esperar, Richie, tenemos que hablar.
En el interior se oyó una sarta de improperios, al cabo de un momento la puerta se abrió.
—Más vale que sea importante —gruñó Richard, totalmente desnudo.
—Tenemos un problema.
—Y estás a punto de tener otro, —de pronto se dio cuenta de que Michael estaba chorreando—, ¿qué haces bañándote con la ropa puesta?
—Vamos a mi bungalow.
Notando la ansiedad de su amigo, Richard se volvió para asegurarse de que las mujeres no podían oírles.
—¿Tiene algo que ver con Sart?
—Por desgracia, sí.
—¿Dónde está Mura?
—Ella es precisamente el problema, vio el cuerpo.
—¡Joder! ¿Y cómo está?
—Se puso histérica, tienes que venir.
—Está bien, cálmate, se puso a chillar, ¿no?
—Te lo estoy diciendo, se volvió loca, ¡ven de una puta vez!
—Vale, vale, no grites, voy ahora mismo, primero tengo que deshacerme de las chicas.
Michael asintió mientras Richard le cerraba la puerta en las narices, luego volvió a su casa, se puso ropa seca y empezó a pasearse esperando a Richard.
El buceador llegó en menos de cinco minutos y nada más entrar escudriñó la sala, todo parecía tranquilo, esperaba encontrarse a Mura llorando inconsolable en la cama, pero no se la veía por ninguna parte.
—¿Dónde está? ¿En el baño?
Michael se acercó a la cama y con las manos temblorosas abrió la colcha para dejar al descubierto el cadáver, la piel de Mura, tan perfecta y tersa, comenzaba a amoratarse y la espuma que le salía de la nariz y la boca se estaba tiñendo de rojo.
—¿Pero qué coño…? —Richard se arrodilló para buscarle el pulso en la carótida, cuando se levantó estaba demudado—, ¡está muerta, puta mierda!
—Abrió la nevera y vio el cuerpo de Sart.
—¡Ah, sí, eso ya lo sé! ¿Pero por qué coño la mataste?
—Ya te lo he dicho, se puso como loca, estaba chillando como una posesa y me dio miedo que despertara a toda la ciudad.
—¿Y por qué cojones dejaste que abriera la nevera?
—Me despisté un segundo.
—Pues tenías que haber ido con más cuidado, so imbécil de mierda.
—Te dije que no quería tener aquí el cadáver, tenía que haber estado en tu nevera, no en la mía.
—Está bien, tranquilízate, tenemos que pensar.
—En mi nevera ya no hay sitio, así que tiene que ir en la tuya.
A Richard no le hacía ninguna gracia arrastrar el cadáver hasta su bungalow, pero no se le ocurrió ninguna otra idea, y sabía que tenían que actuar con rapidez, si encontraban a Mura, descubrirían también a Sart.
—Está bien —admitió de mala gana—, terminemos con este desaguisado de una vez.
Envolvieron a Mura en la colcha y, sujetándola por la cabeza y los pies, la llevaron hasta el bungalow de Richard, tuvieron problemas para pasarla por la puerta, que era bastante estrecha.
—Joder, llevar un cadáver es como transportar un colchón, es más difícil de lo que parece.
—Porque es un peso muerto —dijo Richard sin pensar, aunque enseguida se estremeció por el doble significado de la frase.
Soltaron el cadáver en el suelo y, mientras Michael le quitaba la colcha, Richard fue a vaciar la nevera, puesto que ya tenía experiencia, sabía qué hacer.
—Échame una mano.
Por fin metieron a Mura en la nevera, era más alta y pesada que Sart de modo que les costó más trabajo, al final tuvieron que dejar varios compartimientos fuera porque no cabían.
Una vez cerrada la puerta, Richard se enderezo.
—Esta mierda se tiene que acabar.
—¿El qué?
—Esto de irnos cargando a los interterranos, ya no nos quedan más neveras.
—Muy gracioso.
—Oye, no me provoques.
—Ahora sí que tenemos que salir de Interterra cagando hostias, con dos cadáveres en la nevera nos descubrirán.
—Eso tenías que haberlo pensado antes, mamón.
—¡Ya te he dicho que no tuve opción! ¡Yo no quería cargármela, pero es que la muy zorra no cerraba la boca!
¡No grites! tienes razón, hay que largarse de aquí, la única ventaja que tenemos es que el imbécil del almirante piensa lo mismo.
*****
Suzanne no recordaba la última vez que había nadado desnuda, la sensación era de lo más agradable, y aunque todavía se sentía algo tímida, sobre todo con el cuerpo tan perfecto de Garona, tampoco estaba tan tensa como había temido, probablemente era porque Garona la hacía sentirse querida y aceptada tal como era, a pesar de sus imperfecciones físicas.
Al llegar al extremo de la piscina dio media vuelta y echó a nadar hacia el otro lado, donde se encontraba Garona sentado en el borde con los pies en el agua, le cogió por los tobillos y consiguió tirarlo al agua, ambos se sumergieron y se abrazaron.
Al cabo de un rato, cansados de jugar, salieron de la piscina, con la suave brisa que entraba por el lado abierto de la sala, Suzanne notó que se le ponía piel de gallina.
—Me alegro de que hayas venido —dijo.
—Yo también —respondió Garona—, llevaba todo el día esperando este momento.
—No sabía si ibas a volver, bueno, la verdad es que estaba preocupada, anoche me porté de forma muy inmadura.
—¿Por qué lo dices?
—Porque debería haber tomado una decisión más clara, o bien no debería haber dejado que te quedaras, pero no hice ni una cosa ni la otra.
—Yo me lo pasé muy bien, nuestra relación no tenía ningún propósito en concreto, se trataba sólo de estar juntos.
Suzanne le miró en silencio, lamentando que hubiera hecho falta viajar a un mundo mítico y surreal para encontrar un hombre tan sensible, generoso y guapo, pero cuando pensó en llevárselo con ella a la superficie, recordó sobresaltada que no sabía si ella misma podría volver.
—Garona, ¿tú sabes por qué nos han traído a Interterra?
Garona suspiró.
—Lo siento, pero no puedo interferir con Arak, tu grupo está a cargo de él.
—¿Y contestar a mi pregunta sería interferir?
—Así es, por favor, no me pongas en un aprieto, yo quiero ser sincero y abierto contigo, pero sobre ese tema no puedo decir nada, y me molesta tenerte que negar algo.
Suzanne leyó la sinceridad en su rostro.
—Siento haberlo preguntado, —alzó la mano y se frotaron las palmas, Suzanne sonrío contenta: se estaba acostumbrando a aquel abrazo interterrano.
—¿Qué tal lo está haciendo Arak con su introducción? —Preguntó Garona.
—Yo diría que muy bien, Sufa y él son dos anfitriones modélicos.
—Naturalmente, pero han tenido mucha suerte de conseguir un grupo tan interesante, me han dicho que ya os han llevado a la ciudad, ¿lo pasasteis bien?
—Ha sido fascinante, visitamos el centro de la muerte y el de generación, así como la casa de Arak y Sufa.
—Estáis progresando muy deprisa, nunca había oído que un grupo de segunda generación avanzara tan rápido, ¿qué te parece todo lo que has visto? debe de resultarte extraordinario.
—¿Extraordinario? Yo diría más bien increíble.
—¿Has visto algo que te inquietara?
Suzanne reflexiono un momento, no sabía si Garona quería una respuesta sincera o una mentira cortés, finalmente se decidió por la honestidad.
—Pues sí, ya que lo preguntas, —y le explicó lo que había sentido al ver el proceso de implantación.
Garona asintió.
—Comprendo tu punto de vista, es consecuencia natural de tus raíces judeocristianas, que valoran en tanto al individuo, pero te aseguro que nosotros también le valoramos, la esencia del niño no se ignora, sino que se añade a la esencia implantada, es un proceso beneficioso para ambas esencias, una verdadera simbiosis.
—¿Pero cómo puede competir la esencia de un recién nacido con la de un adulto?
—No se trata de competir, ambas esencias se benefician, aunque evidentemente la del niño es la más beneficiada, yo he pasado por ese proceso en incontables ocasiones, y te aseguro que siempre me ha influido en gran medida la esencia de cada cuerpo.
—Eso parece más bien una racionalización, pero intentaré ver las cosas con amplitud de miras.
—Espero que así sea, estoy seguro de que Arak piensa comentar de nuevo este tema en las sesiones didácticas, recuerda que la salida de hoy no era para explicaros las cosas en detalle, sino para acabar con el escepticismo que suelen sentir al principio todos los visitantes.
—Sí, ya lo sé, pero también es verdad que tiendo a olvidarlo, gracias por recordármelo.
—De nada.
—Eres un hombre muy atractivo y sensible, Garona, es un placer estar contigo, —Suzanne pensó lo que sería pasear con él por la playa en Malibú, eso era algo que no había en Interterra: el mar, y, como oceanógrafa, el mar era muy importante en su vida.
—Y tú eres una mujer muy hermosa, y extraordinariamente divertida.
—Gracias a mi encantador primitivismo, —sabía que Garona intentaba hacerle un cumplido, pero habría preferido que no la calificara de «divertida», sobre todo después de las quejas de Donald.
—Sí, tu primitivismo es muy atractivo.
Suzanne acarició la idea de explicar a Garona lo que sentía cuando la llamaba «primitiva», pero se lo pensó mejor, en esa etapa de su relación quería ser positiva.
—Quiero que sepas una cosa sobre mí —dijo por fin.
—Dime.
—Quiero que sepas que no tengo otro amante, tenía uno, pero la relación terminó.
—No importa, lo único que importa es que estás aquí en este momento.
—A mí sí me importa —replicó Suzanne, algo dolida—, me importa mucho.