Capítulo 13

El aerotaxi parecía idéntico al que habían visto el día anterior, pero Arak dijo que era un modelo más nuevo y muy superior, la nave trasladó al grupo con la misma facilidad desde el palacio de visitantes hasta la ajetreada ciudad.

—Los inmigrantes suelen pasar toda una semana en la sala de conferencias antes de aventurarse a salir —explicó Sufa—, todo esto resulta agotador tanto mental como emocionalmente, espero que no os estemos presionando demasiado.

—¿Tenéis algo que decir al respecto? —Preguntó Arak—, estamos abiertos a cualquier sugerencia.

Todos se miraron, esperando que alguien respondiera, como Sufa había mencionado, la situación era abrumadora, sobre todo con el enjambre de aerotaxis que se movían en todas direcciones, sólo el hecho de que no se produjera ninguna colisión ya resultaba increíble.

—¿Alguien tiene algo que decir? —insistió Arak.

—Todo esto es inconcebible —admitió Perry—, así que es difícil formarse una opinión, pero yo, personalmente, cuanto más vea, mejor, con sólo experimentar vuestra tecnología, como aquí en el aerotaxi, todo parece más creíble.

—¿Qué nos vais a enseñar? —Preguntó Suzanne.

—Ha sido una decisión difícil, por eso hemos tardado tanto en hacer los preparativos, no sabíamos por dónde empezar.

Antes de que Arak pudiera terminar, la nave se detuvo y comenzó a descender, un momento más tarde apareció el puerto de salida donde antes no se había visto ni una juntura.

—¿Cómo puede abrirse una puerta de esa forma? —quiso saber Perry.

—Es una transformación molecular de la materia —contestó Arak, mientras indicaba que podían descender.

Perry se inclinó hacia Suzanne.

—Pues menuda explicación.

Se encontraban frente a una estructura no muy alta, sin ventanas, de basalto negro, como todos los edificios, los lados medían unos treinta metros de longitud y seis metros de altura, y se torcían en un ángulo de sesenta grados para crear una pirámide truncada, se veían muy pocos transeúntes, pero en el momento en que los seres humanos secundarios bajaron del vehículo comenzó a congregarse una multitud.

—Espero que no os importe ser famosos, pero es que desde anoche toda Saranta está entusiasmada con vuestra llegada.

La multitud era bulliciosa pero cortés, los más cercanos tendían las manos, ansiosos por tocar las palmas de los visitantes, Richard y Michael respondían encantados, en particular a las mujeres, Arak tuvo que hacer las veces de perro pastor para guiar al grupo hacia las puertas, sobre todo a los buceadores.

—Cada vez me gusta más este sitio —comentó Richard.

—Me alegro —respondió Arak.

—Todo el mundo es tan amistoso…

—Claro, es parte de nuestra naturaleza —explicó Sufa—, además, vosotros sois muy divertidos.

Suzanne se volvió hacia Donald para ver su reacción, él se limitó a hacer un movimiento casi imperceptible con la cabeza, como sí sus sospechas se hubieran confirmado.

Una vez dentro, se encontraron en una gran sala cuadrada con el interior negro, en lugar del blanco habitual, no tenía ninguna decoración, muebles ni puertas, aparte de la entrada, varios interterranos estaban de cara a las paredes, pero al ver llegar al grupo se animaron de súbito.

Arak se abrió paso hasta una parte de la pared y murmuró unas palabras en su comunicador de muñeca, para sorpresa del grupo, la pared se abrió, Arak los hizo pasar a un pequeño cubículo.

—En algún momento me gustaría que me explicaras cómo funciona esto de las puertas que se abren y se cierran —dijo Perry, tocando las paredes, por la textura y la conducción del calor, parecían algo similar a fibra de vidrio.

—Desde luego, —Arak volvió a decir algo por el comunicador y un momento más tarde la pared volvió a cerrarse y el cubículo comenzó a caer.

Todos se agarraron por reflejo al que tenían más cerca.

—¡Joder! —Exclamó Michael—, ¡la habitación se está cayendo!

—Es sólo un ascensor —explicó Arak.

Todos rieron, algo avergonzados.

—¿Y cómo lo iba yo a saber? —protestó Michael, pensando que se reían de él.

—Volviendo al tema de mostraros nuestro mundo, Sufa y yo hemos decidido hacer lo contrario de lo que haríais vosotros en la superficie, en lugar de mostraros la vida desde el nacimiento hasta la muerte, os vamos a mostrar el proceso inverso.

—Debemos de estar bajando mucho —comentó Suzanne, demasiado preocupada con la situación para responder a las palabras de Arak, aunque no se oía nada ni se percibía movimiento alguno, la sensación de ligereza que sentían indicaba la velocidad del descenso.

—Así es, y os advierto que hará un poco de calor allá abajo.

Por fin se detuvieron, todos se tensaron de nuevo, Perry tocó la pared y notó calor antes de que se abriera, Arak y Sufa salieron los primeros.

Tres pasillos iluminados se extendían ante ellos: uno hacia el frente y dos a los lados, todos ellos parecían un estudio de perspectiva, otros múltiples pasillos se unían a los principales en ángulos rectos.

Junto al ascensor esperaba un pequeño vehículo suspendido sobre el suelo, Perry y Suzanne subieron con Sufa, Donald vaciló, impidiendo el paso de Richard y Michael, miró hacia los pasillos, que parecían no tener final, como Arak había advertido, el aire era templado, Donald tenía la cabeza perlada de sudor.

—Por favor —indicó Arak, señalando un asiento en el pequeño autobús antigravitatorio.

—Esto parece una especie de prisión —comentó Donald con suspicacia.

—No es una prisión, en Interterra no tenemos prisiones.

Michael miró a Richard y le hizo una señal con el pulgar hacia arriba.

—Si no es una prisión, ¿qué es? —quiso saber Donald.

—Una catacumba, no hay de qué preocuparse, es totalmente segura y sólo vamos a realizar una corta e instructiva visita.

Donald subió por fin al vehículo de mala gana, era evidente que estar en una catacumba le hacía tanta gracia como estar en una prisión, cuando todos estuvieron sentados, Arak dijo algo en el micrófono de la consola, al cabo de un instante se movían por el pasillo como en un silencioso tren expreso.

La necesidad del vehículo se hizo evidente al cabo de unos minutos, viajando a considerable velocidad, amplificada por la proximidad de las paredes, recorrieron una gran distancia en lo que resultó ser un enorme laberinto subterráneo, al cabo de un cuarto de hora y media docena de pronunciadas curvas en ángulo recto, el vehículo se detuvo.

Arak condujo al grupo hasta una de las pequeñas salas que se abrían en el pasillo, Donald se quedó a la entrada, dejando bien claro que no le gustaba nada estar tan aislado.

Las paredes de la salita estaban llenas de nichos, Arak sacó de uno de ellos una caja y un libro.

—Hacía mucho tiempo que no venía —explicó, sacudiendo el polvo de ambos objetos—, esta caja es mi tumba, —era negra, del tamaño de una caja de zapatos—, y este libro contiene las fechas de todas mis anteriores muertes.

¡Seguro! —Exclamó Richard—, ¡ahora quiere hacernos creer que se ha levantado de entre los muertos! Y no sólo una, sino varias veces, ¡venga ya!

Suzanne asintió con la cabeza, ella pensaba algo similar, justo cuando comenzaba a creer todo lo que le habían dicho, Arak salía con una afirmación descabellada, se volvió hacia Perry para ver su reacción, pero él estaba muy ocupado con el libro.

Arak, mientras tanto, abrió con cuidado la caja y la fue pasando para que la examinaran, Suzanne miró de mala gana, dentro sólo había un mechón de pelo.

Arak y Sufa sonrieron, como si les divirtiera la confusión de sus invitados.

—Os lo voy a explicar —dijo por fin Arak—, en la caja hay un mechón de pelo de cada uno de mis anteriores cuerpos, los cuerpos han sido devueltos a la estenósfera fundida, que no está muy lejos de donde nos encontramos ahora mismo, como han de suponer, en Interterra se recicla todo.

—No entiendo este libro —le interrumpió Perry, mirando la columna de números escritos a mano, no guardaban ninguna relación con el calendario gregoriano.

—No es posible que lo entiendas —replicó Arak todavía sonriendo—, todavía no, por lo menos hasta que vayamos a la sala principal de procesamiento.

Al cabo de poco el grupo volvió a subir al vehículo antigravitatorio, el viaje de vuelta pareció más corto que el de ida, y no tardaron en encontrarse junto al ascensor.

—No sé si teníamos que sacar algo de esta visita, pero yo entiendo menos que antes —comentó Suzanne.

—Ya lo entenderéis —aseguró Arak—, tened un poco de paciencia.

Por fin, salieron del ascensor a una sala atestada de gente y algunos clones obreros, tal era la multitud que les costó permanecer juntos, sobre todo porque algunas personas los reconocieron de la fiesta de la noche anterior y se arracimaron en torno a ellos con la esperanza de tocarles las palmas, Richard y Michael estaban especialmente solicitados.

A pesar del gentío, Arak y Sufa lograron por fin conducirlos hacia una gran pantalla, en ella se leían los nombres de cientos de individuos, junto a unas cifras que indicaban números de habitación y fechas, Arak apenas tardó un instante en encontrar un nombre conocido.

—Vaya, vaya —exclamó, haciendo una seña a Sufa—, Reesta ha decidido morir, nos viene de perlas, y ha reservado la habitación treinta y siete, no podría ser más conveniente, es una de las salas nuevas, con todos los aparatos de descarga a la vista.

—Ya era hora de que se decidiera —comentó Sufa—, hace años que venía quejándose de su cuerpo.

—Y será perfecto para nuestros propósitos.

—Muy bien, yo me voy a acercar al centro de generación —anunció Sufa—, así iré preparándolo todo y avisaré a los clones de la visita del grupo.

—Estupendo, llegaremos dentro de una hora, a ver si consigues tener una emergencia para entonces.

—Lo intentaré, y luego podemos llevar al grupo a nuestras habitaciones.

—Sí, esa era la idea, espero que tengamos tiempo.

—Hasta ahora, —Sufa y Arak se tocaron las palmas.

—Muy bien, nosotros debemos seguir juntos, si alguien se separa del grupo, que pregunte por la habitación treinta y siete.

—Arak comenzó a abrirse camino entre la muchedumbre que miraba la pantalla.

Suzanne hizo un esfuerzo por permanecer junto a él.

—¿Significa «morir» lo mismo que en nuestro mundo? —Preguntó.

—No exactamente. Richard y Michael —llamó Arak, los buceadores se paraban a tocar todas las manos que les salían al encuentro—, no os separéis, por favor, ya tendréis tiempo de sobra para frotar palmas esta tarde.

—¿Vamos a presenciar alguna especie de eutanasia? —preguntó Suzanne con aprensión.

—¡Desde luego que no!

—Ismael y Mary dicen que vosotros no morís como nosotros.

—Así es, —Arak tuvo que acercarse a Richard y Michael, que estaban rodeados de gente.

Suzanne se inclinó hacia Perry.

—No tengo ganas de contemplar una escena sórdida.

—Ni yo.

—Tal vez deberíamos haber recibido más seminarios antes de realizar una salida de campo —intentó bromear ella.

Perry lanzó una risa hueca.

Arak consiguió por fin que Richard y Michael se movieran, y se quedó con ellos para apartar a sus entusiastas admiradores, Suzanne y Perry caminaban un poco más atrás, y Donald cerraba la retaguardia, de este modo lograron llegar hasta la habitación 37.

Perry reconoció en la puerta de bronce el perro de tres cabezas, cerbero, que guardaba el inframundo en la mitología griega, sorprendido, se lo mencionó a Arak.

—No lo hemos sacado nosotros de los griegos, sino al revés.

—¿Me estás diciendo que los griegos lo sacaron de Interterra?

—Exacto.

—¿Cómo?

—A partir de un experimento fallido, hace miles de años, un contingente de individuos de mentalidad liberal, procedentes de la Atlántida, se sometieron a la adaptación de la superficie con grandiosos planes de modificar el desarrollo sociológico de la tierra, por desgracia el plan fue una catástrofe, después de varios, cientos de años de trabajo en vano, quedó claro que no había manera de alterar la naturaleza violenta de la segunda generación de seres humanos, de modo que se abandonó el experimento, a pesar de todo, cuando los interterranos hundieron la isla que en principio habían creado, quedaron varios restos, como nuestras formas arquitectónicas, el concepto de democracia y algunos vestigios de nuestra propia mitología primitiva, incluyendo a cerbero.

—Así que la leyenda de la Atlántida tiene cierta base real —terció Suzanne.

—Desde luego, la Atlántida elevó uno de sus puertos de salida, en un monte submarino, para formar una isla justo a la entrada del mar Mediterráneo.

—¡Venga ya! —Exclamó Richard—, ¡déjate de rollos! o entramos o Mike y yo volvemos a la sala principal, que es donde está la acción.

—Está bien, lo siento, —Arak se volvió hacia Suzanne—, ya hablaremos en otro momento del experimento de la Atlántida.

—Sí, me encantaría, —mientras Arak abría la puerta, Suzanne se volvió hacia Perry—, Platón, en sus Diálogos, localizó la isla de la Atlántida fuera del estrecho de Gibraltar.

—¿Sí? —pero Perry se interrumpió al ver la escena que surgió al otro lado de la puerta de bronce, no era nada sórdido, como temía Suzanne, sino una alegre fiesta parecida a la de la noche anterior, aunque no tan concurrida, la habitación, del tamaño de un salón grande, albergaba a un centenar de personas, ataviadas con la ropa habitual excepto por un individuo que contrastaba marcadamente con su atuendo rojo, al fondo de la habitación había un enorme aparato en forma de donut que a Perry le recordó una máquina de resonancia magnética, junto a él había una mesa con una caja y un libro parecidos a los que Arak les había enseñado en la cripta.

—¡Arak! —Exclamó el hombre de rojo—, ¡qué sorpresa!

De inmediato se apartó de la gente con la que estaba hablando y se acercó a la puerta.

—¡Y has traído a los invitados! ¡Sed bienvenidos!

—Dios mío —susurró Suzanne a Perry—, ¡pero si anoche estuve hablando con él! —era uno de los dos hombres que se habían acercado a saludar a Garona—, desde luego no parece que esté a punto de morirse, —de hecho era la misma imagen de la salud y el arquetipo de belleza masculina, con espeso pelo negro, una piel sin mácula y los ojos brillantes, no podía haber cumplido todavía los cuarenta.

—Y esto no parece un velatorio precisamente —comentó Perry.

—Gracias, Reesta —dijo Arak—, pensé que no te importaría que nuestros invitados se asomaran a tu fiesta, ¿los conociste en la gala de anoche?

—Tuve el honor de conocer a la doctora Newell, —Reesta hizo una reverencia ante Suzanne y alzó la palma de la mano.

Suzanne, tímidamente, frotó la mano contra la de él.

—Te presento a Perry, Donald, Richard y Michael —dijo Arak, Reesta se fue inclinando ante cada uno de ellos, Richard y Michael no prestaban mucha atención, más interesados en las mujeres, muchas de las cuales habían estado con ellos la noche anterior.

—Sufa y yo hemos decidido mostrarles algo de nuestra cultura —prosiguió Arak—, todavía no les hemos explicado gran cosa, pero pensamos que esto disminuiría el escepticismo que normalmente encontramos durante la orientación.

—Una idea estupenda, pasad, por favor, —Reesta les hizo un gesto de que entraran—, ¿así que no tienen ni idea del motivo de esta fiesta?

—No.

—Ah, qué inocencia tan maravillosa.

—Pero acabamos de venir de mi nicho —añadió Arak—, aunque no he querido explicarles todo.

—Muy bien pensado —comentó Reesta, con un guiño y un codazo a Arak, luego se volvió al grupo y por fin miró a Suzanne—, hoy es un día muy importante para mí, hoy se muere este cuerpo.

Suzanne dio un respingo, Reesta parecía más sano que una manzana, incluso Richard y Michael prestaban ahora atención.

—Pero no os preocupéis —añadió Reesta con una sonrisa—, aquí en Interterra es un momento bastante alegre, se considera más un inconveniente que otra cosa, y además, a mí ya me tocaba, este cuerpo me ha dado muy mal resultado desde el principio, he tenido que reemplazar varios órganos y las rodillas dos veces, todos los días surge algún problema nuevo, y justo esta mañana me he enterado de que la inactividad ha quedado reducida a sólo cuatro años, debido a la falta de demanda, se ve que últimamente no se muere nadie.

—¡Sólo cuatro años! —Exclamó Arak—, ¡es estupendo! Ya me extrañaba que te hubieras decidido tan repentinamente, la semana pasada decías que igual hacías algo dentro de un par de años.

—Sí, es que parece que nunca es el momento adecuado, tengo que admitir que lo he estado demorando, pero ahora no podía perderme esta oferta de inactividad tan corta.

—Perdonad —terció Perry—, ¿pero cuál es la esperanza de vida media en Interterra?

—Depende —contestó Reesta con una chispa en los ojos—, en términos de tiempo de vida, hay una gran diferencia entre el cuerpo y la esencia.

—Cada cuerpo suele durar unos doscientos o trescientos años —añadió Arak—, aunque hay excepciones.

—Sí, como yo mismo he comprobado, este sólo me ha durado ciento ochenta, es el peor cuerpo que he tenido.

—¿Estáis diciendo que el dualismo mente-cuerpo es una realidad en Interterra? —preguntó Suzanne.

—Desde luego, —Arak sonrió como un padre orgulloso, luego añadió mirando a Reesta—: la doctora Suzanne aprende muy deprisa.

—Ya se nota.

—¿Pero de qué coño estáis hablando? —saltó Richard.

—Si escucharas en vez de hacer el tonto lo sabrías —le espetó Suzanne.

—¡Oh, perdón, señorita! —Se burló Richard.

—¿A qué os referís al hablar de la esencia? —quiso saber Perry.

—A la mente, la personalidad, la totalidad del ser mental y espiritual, todo lo que hace que una persona sea esa persona, y aquí, en Interterra, la esencia vive para siempre, se transfiere intacta de cuerpo a cuerpo.

Suzanne y Perry comenzaron a hablar a la vez, pero Arak alzó las manos.

—Recordad que aquí somos intrusos, ya sé que tendréis muchas preguntas, y ese es precisamente el propósito de la visita, pero no es de buena educación interrumpir una fiesta privada, ya os lo explicaré todo más tarde, —Arak se volvió hacia Reesta—, gracias, amigo mío, no os molestamos más, felicidades, y que descanses.

—No tienes que darme las gracias, para mí es un honor que hayas traído a los invitados, su presencia hace que esta ocasión sea mucho más especial.

—Ya hablaremos más tarde, ¿cuándo vas a morir?

—Dentro de un rato, tenemos la habitación para unas cuantas horas, ¡pero espera!

Arak, que ya se dirigía hacia la puerta, se detuvo.

—Tengo una idea, tal vez a los invitados de segunda generación les apetezca verme morir.

—Es una oferta muy generosa —agradeció Arak—, seria de lo más instructivo, pero no queremos molestar.

—No, si no es ninguna molestia, la verdad es que ya estoy un poco cansado de la fiesta, y además, puede seguir adelante sin mí presencia física.

—Entonces de acuerdo, —Arak hizo una seña a Richard y Michael para que se acercaran, porque los buceadores ya salían de la habitación.

—Espero que no sea algo horroroso —susurró Suzanne.

—Desde luego no en comparación con los espectáculos de vuestro mundo de la superficie —contestó Arak.

Reesta dijo unas palabras por su comunicador de muñeca antes de dar una vuelta por la sala presionando palmas con todos los presentes, la animación crecía por momentos, luego se acercó a la mesa con la caja y el libro, en ese momento la multitud estalló en vítores, primero Reesta se cortó un mechón de pelo que puso en la caja, luego anotó una fecha en el libro, entre el creciente clamor de los invitados.

Una puerta apareció junto a la máquina en forma de donut y dos clones obreros entraron en la sala con unas copas de oro que entregaron a Reesta, el hombre alzó las copas y todo el mundo guardó silencio, luego bebió los contenidos de ambas.

Reesta hizo una reverencia entre aplausos y los dos clones le ayudaron a subir a la abertura de un metro de anchura que había en la máquina, pasó primero los pies y luego se deslizó hacia dentro, en ese momento bajó un espejo para que Reesta pudiera mirar a sus invitados y estos, a su vez, pudieran verle la cara, después de despedirse por última vez, Reesta cerró los ojos y pareció quedarse dormido.

Uno de los clones puso la palma de la mano en un cuadrado blanco a un lado de la máquina, en ese momento se oyó un zumbido seguido de un resplandor rojizo que llenó la abertura del aparato, el cuerpo de Reesta se puso rígido y los ojos se abrieron de golpe, al cabo de unos minutos el cuerpo quedó flácido, los ojos se hundieron en las cuencas y la boca quedó yerta.

La multitud guardó silencio, el resplandor rojizo disminuyó, a continuación se oyó un fuerte ruido de succión, seguido del golpe de una gran válvula al cerrarse y el cuerpo de Reesta desapareció de la vista.

El silencio se alargaba, Suzanne se encontraba desconcertada, la muerte la perturbaba, se volvió hacia Perry, que se alzó de hombros igualmente perplejo.

—¿Ya está? —preguntó Richard.

Arak hizo un gesto para que se callara.

Michael bostezó.

De pronto se activaron todos los comunicadores de muñeca, incluyendo los de los miembros del grupo, aunque Ismael y Mary les habían dado unas sencillas instrucciones para utilizarlos (sólo había que hablar junto a ellos con tono exclamativo), todavía no los habían probado, de modo que cuando se oyó la voz de Reesta, todos dieron un respingo.

—Hola, amigos míos, todo va bien, la muerte se ha producido sin complicaciones, nos veremos dentro de cuatro años, pero no olvidéis comunicaros.

Un clamor estalló entre los congregados, que se tocaron las palmas con entusiasmo.

—Vaya, aquí la muerte no es gran cosa —dijo Michael a Richard.

—Sí, pero creo que tiene que realizarse de esta manera.

—Es un buen momento para marcharnos —anunció Arak.

Intentando molestar lo menos posible Arak los guió hasta el pasillo y luego hacia los ascensores, Suzanne y Perry tenían muchas preguntas, pero Arak los hizo esperar porque estaba demasiado ocupado con Richard y Michael, Donald mantenía como siempre un rostro pétreo.

Hasta que no llegaron al aerotaxi no pudieron hablar.

—Me temo que esta visita ha suscitado más preguntas que otra cosa —comentó Perry incluso antes de que se cerrara la puerta.

Arak asintió con la cabeza.

—Entonces ha sido un éxito, —puso la mano sobre la mesa circular central y dijo—: ¡al centro de generación, por favor!

—La nave se alzó de inmediato.

—¿Qué es exactamente lo que hemos visto? —comenzó Suzanne.

—La muerte del cuerpo de Reesta, —Arak se arrellanó en el asiento, no estaba acostumbrado a la tensión de encontrarse en público con un grupo tan numeroso de seres humanos secundarios no iniciados.

—¿Y adónde ha ido el cuerpo? —preguntó Richard.

—De vuelta a la estenósfera.

—¿Y su esencia? —terció Perry.

Arak guardó silencio un momento, como buscando las palabras adecuadas.

—Es difícil de explicar, pero creo que lo entenderéis si os digo que la impronta de su memoria y su personalidad han sido trasladadas a nuestro centro de información integrada.

—¡Joder! —Exclamó Michael de pronto—, ¡mirad ahí abajo, enfrente de ese edificio! ¡Es un Corvette!

A pesar del interés que despertaban las explicaciones de Arak, no pudieron evitar volverse, se trataba de un viejo Chevrolet Corvette cubierto de bálano, sobre un pedestal de basalto delante de un edificio que parecía una pila de cubos de construcción realizada por niños.

—¿Qué hace aquí un Corvette? —Preguntó Michael—, es del sesenta y dos, yo tenía uno igual, pero verde.

—El edificio es el museo de la superficie terrestre —explicó Arak—, el automóvil es un objeto que normalmente simboliza vuestra cultura.

—Está que da pena —comentó Michael.

—Pasó mucho tiempo bajo el agua antes de que lo rescatáramos, pero volviendo a la pregunta de Perry, cuando el clon obrero inicio la secuencia de la muerte, la mente de Reesta, es decir, su personalidad, sus emociones, la conciencia de sí mismo e incluso su modo de pensar, fueron almacenados en masa y listos para su total recuperación.

El grupo se quedó mirando a Arak sin decir nada.

—No sólo se puede recuperar la esencia de Reesta, sino que mientras tanto puede uno charlar con él a través del comunicador de muñeca, e incluso se le puede ver en su última configuración corporal a través del ordenador que tenéis cada uno en vuestras habitaciones, la central de información crea una imagen virtual que acompaña la conversación que estéis sosteniendo.

—¿Y si alguien muere antes de llegar a esa máquina? —preguntó Richard.

—Eso no pasa, la muerte es una cosa muy planeada en Interterra.

—Todo esto es demasiado —afirmó Perry—, lo que nos dices es tan increíble que de momento ni siquiera sé qué preguntar.

—Es lógico, precisamente por eso Sufa y yo decidimos mostraros las cosas en lugar de hablaros de ellas.

—A mí ya me cuesta creer que la mente pueda ser almacenada —dijo Suzanne—, la inteligencia, la memoria y la personalidad se asocian con conexiones dendríticas en el cerebro humano, y en un número elevadísimo, estamos hablando de billones de neuronas con mil conexiones cada una.

—Sí, es mucha información —convino Arak—, pero no tanta, según medidas cósmicas, tienes razón en una cosa, las estructuras dendríticas son importantes, lo que hace nuestra central de información es reproducir las conexiones dendríticas a nivel molecular utilizando isómeros de átomos de carbono, es como una huella dactilar, nosotros lo llamamos huella mental.

—No entiendo nada —confesó Perry.

—No os preocupéis, pensad que esto es sólo el principio, ya tendréis tiempo de ponerlo todo en su contexto, además, en la visita al centro de generación veréis lo que hacemos con la huella mental.

—¿Qué hay en el museo de la superficie terrestre que acabamos de pasar? —quiso saber Donald.

Arak vaciló, la pregunta había interrumpido el hilo de sus pensamientos.

—¿Qué hay, además del Corvette oxidado?

—Muchos objetos diferentes —respondió Arak con vaguedad—, una selección de objetos que representan la historia y la cultura de los seres humanos secundarios.

—¿De dónde los habéis sacado?

—Casi todos del fondo oceánico, además de las catástrofes marítimas y la guerra, vuestro pueblo ha utilizado el mar cada vez más, y de forma muy inconsciente, como un vertedero de basuras, te sorprendería la de cosas que la basura puede decir sobre una cultura.

—Me gustaría ver el museo.

Arak se encogió de hombros.

—Como quieras, eres el primer visitante que manifiesta ese deseo, teniendo en cuenta las maravillas que Interterra puede ofreceros, me sorprende que te interese el museo, allí no encontrarás nada que no conozcas.

—Cada uno es como es.

Por fin el aerotaxi los dejó ante los escalones de entrada del centro de generación, era un edificio que recordaba al Partenón, con la diferencia de que era negro, cuando Perry mencionó esta semejanza, Arak explicó de nuevo que eran los griegos quienes habían copiado a los interterranos, y no al revés, puesto que el centro de generación tenía muchos millones de años de antigüedad.

Al igual que el centro de la muerte, la estructura estaba situada en una zona menos congestionada de la ciudad, a pesar de todo, en cuanto el grupo apareció se apiñó en torno a ellos una multitud, y de nuevo Arak tuvo que encargarse de dirigir a Richard y Michael hacia el interior, fuera del alcance de las manos de los interterranos.

El interior era la antítesis del centro de la muerte, era blanco y luminoso, como los edificios del palacio de visitantes, aquí se veían además muchos más clones obreros que correteaban ocupados de un sitio a otro.

Arak los condujo hasta una habitación con numerosos pequeños tanques de acero inoxidable que a Suzanne le parecieron biorreactores en miniatura, estaban unidos por una complicada red de tubos en lo que parecía una cadena de montaje de alta tecnología, el aire era húmedo y caliente, varios clones obreros observaban el funcionamiento de válvulas y diales.

—Esto no es lo más interesante —dijo Arak—, pero más vale que empecemos por el principio, en estos tanques hay cultivos de tejido de ovarios y testículos, los óvulos y espermatozoides se seleccionan al azar y los cromosomas se escanean para localizar cualquier imperfección molecular y luego se mezclan microsomáticamente, estos gametos modificados se inspeccionan antes de iniciarse la fecundación, si alguien quiere echar un vistazo, puede emplear el visor, —Arak señaló un visor binocular.

Suzanne fue la única que se acercó a mirar, dentro de una cámara diminuta debajo del objetivo del microscopio se veía un espermatozoide activo penetrando un oocito, el proceso fue muy rápido, un momento más tarde el cigoto había desaparecido y dos nuevos gametos fueron introducidos en la cámara.

—¿Alguien más? —preguntó Arak.

Nadie se movió.

—Muy bien, vamos a la zona de gestación, una fase más interesante.

Pasaron a una sala del tamaño de varios campos de fútbol colocados a lo largo, numerosas hileras de estanterías albergaban una enorme cantidad de esferas transparentes, cientos de clones obreros iban inspeccionando las esferas.

—¡Madre mía! —murmuró Suzanne.

—Los cigotos provenientes del proceso de fecundación vuelven a ser inspeccionados por si hay alguna anormalidad molecular cromosómica —explicó Arak—, una vez que se determina que no tienen ninguna imperfección y que han alcanzado el número de células necesario, se implantan en una esfera para que se desarrollen.

—¿Podemos pasear delante de las esferas? —pidió Suzanne.

—Por supuesto, para eso hemos venido.

El grupo fue caminando lentamente por un pasillo de cientos de metros, flanqueado de esferas, Suzanne se sentía fascinada y horrorizada al mismo tiempo, en la base de cada esfera había una placenta amorfa de color morado oscuro.

—Es todo tan artificial —comentó.

—Desde luego.

—¿Toda la reproducción en Interterra se realiza por ecogénesis?

—Así es, no íbamos a dejar al azar una cosa tan importante como la reproducción.

Suzanne se detuvo delante de un embrión de no más de quince centímetros de longitud, movía los diminutos brazos y las piernas como si estuviera nadando.

—¿Te perturba todo esto? —preguntó Arak.

Suzanne asintió con la cabeza.

—Habéis mecanizado un proceso que yo creo que habría que dejar a la naturaleza.

—La naturaleza es indiferente, nosotros podemos hacerlo mucho mejor, y nos ocupamos de ello.

Suzanne se encogió de hombros, no quería discutir.

—Son como las esferas en que os encontramos —dijo Perry a Richard y Michael.

—¡No jodas!

—¡Por favor! —Exclamó Suzanne enfadada—. ¡Ya me estoy cansando de ese lenguaje!

—Siento haberla ofendido, majestad.

—Estos contenedores son parecidos, pero no iguales —se apresuró a explicar Arak, lo último que deseaba era tener un altercado en el centro de generación.

Suzanne se frenó en seco, mirando horrorizada una de las esferas, dentro se encontraba un niño que aparentaba por lo menos dos años.

—¿Por qué está este niño en la esfera?

—Es perfectamente normal.

—¿Normal? ¿A qué edad… salen? —preguntó, sin saber muy bien qué término emplear.

—Todavía usamos la palabra «nacer» —dijo Arak—, aunque el término más técnico es «emerger».

—Lo que sea, —Suzanne se estremeció viendo a aquel niño prisionero dentro del líquido de la esfera, le parecía algo demasiado frío, calculado y cruel—, ¿a qué edad se les libera?

—Por lo general no antes de los cuatro años, esperamos hasta que el cerebro ha madurado bastante para recibir la huella mental, tampoco queremos que se llene de estímulos naturales no organizados, por lo menos no más de lo necesario.

Suzanne miró a Perry.

—¡Venid! —Llamó Sufa—, tenemos una emergencia inminente, he intentado demorarla lo más posible, ¡deprisa!

Arak guió rápidamente al grupo a través de lo que llamó la sala de improntas, en dirección a la sala de emergencia, Suzanne vaciló en la puerta de la primera sala, abrumada por aquel espectáculo.

La sala era cuatro veces más pequeña que la de gestación, en lugar de esferas con embriones, estaba llena de tanques transparentes que albergaban niños de cuatro años de aspecto angelical, estaban suspendidos en fluidos, pero inmóviles, todavía tenían cordones umbilicales y placentas, a pesar de su avanzada edad.

—No sé si quiero ver esto —dijo Suzanne cuando Arak le indicó que pasara.

Los demás se reunieron en silencio y boquiabiertos en torno al primer tanque, el niño tenía la cabeza inmovilizada, como preparado para una operación cerebral, un retractor de párpados mantenía sus ojos abiertos, los ojos estaban inmovilizados con suturas límbicas, un aparato con forma de pistola disparaba unos rayos de luz que atravesaban el tanque transparente para alcanzar las dos pupilas del niño, los rayos destellaban en una rápida frecuencia alterna.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Perry, aquello parecía una tortura.

—Es completamente seguro e indoloro —aseguró Arak.

—Parece que le están disparando con una pistola de juguete —comentó Michael.

—Viniendo de una cultura tan violenta, es comprensible que pienses así, pero nada más lejos de la verdad, en este momento el niño está recibiendo la huella mental de un individuo cuya esencia estaba almacenada en la central de información, lo que estáis viendo es el proceso de recuperación.

Suzanne se acercó lentamente con la mano en la boca, se sentía como un niño pequeño en una película de miedo: temerosa de mirar pero incapaz de apartar la vista, aquello, pensó estremeciéndose, era un claro ejemplo de la tecnología llevada a limites demenciales.

—Como visteis en el centro de la muerte, sólo se tarda unos segundos en extraer la huella mental, pero implantarla es ya otra cuestión, porque tenemos que recurrir a una técnica primitiva y utilizar un ser de baja energía, puesto que a nadie se le ha ocurrido todavía una vía de acceso mejor que la retina, claro que la retina sigue pareciendo la mejor vía, puesto que es una especie de ventana del cerebro, el sistema funciona, pero no es rápido, de hecho puede llevar hasta treinta días.

—¡Joder! —Exclamó Richard—, ¿el pobre niño tiene que estar ahí atado un mes entero?

—Creedme, el niño no sufre en absoluto —insistió Arak.

—¿Y qué pasa con su propia esencia? —preguntó Suzanne.

—En este mismo momento le estamos dando su esencia, junto con una extraordinaria base de conocimientos y experiencia.

—Arak sonrió con orgullo.

Suzanne asintió, pero no estaba de acuerdo con todo aquello, para ella aquel proceso era mera explotación, una especie de parasitismo: unir un alma vieja a un recién nacido inocente, la huella mental estaba poseyendo el cuerpo del niño.

—¡Deprisa, Arak! —Llamó Sufa desde una puerta al otro extremo de la sala—. ¡Os lo vais a perder!

—Vamos —dijo Arak—, es importante que veáis esto, es el producto acabado.

Suzanne se alegró de apartarse de la inquietante imagen del niño inmovilizado, se apresuró a seguir a Arak, sin querer mirar ningún otro tanque, Donald, Richard y Michael se demoraron, todavía fascinados por todo aquello, Michael alzó el dedo con intención de interrumpir el rayo láser, Donald se lo apartó de un manotazo.

—¡Aquí no se toca nada!

—Sí —dijo Richard echándose a reír—, no vaya a ser que el chaval se pierda la clase de piano.

—Esto es alucinante —dijo Michael, rodeando el tanque por si podía ver el cañón de la pistola láser.

—Mírale el lado bueno —replicó Richard—, es mucho mejor que ir al colegio, si es verdad que no duele, como dice Arak, yo lo habría preferido, odiaba el colegio.

Donald le miró con desdén.

—Ya se nota.

—¡Vamos! —Llamó Arak desde la puerta—, tenéis que ver esto.

En la sala siguiente encontraron a Arak, Sufa, Suzanne y Perry en torno a una zona acolchada en la base de una rampa de acero inoxidable que salía de una pared, la parte superior estaba cerrada con dos puertas correderas, en el centro de la hondonada acolchada había una niña preciosa de unos cuatro años, vestida con el habitual atavío interterrano, era evidente que acababa de descender por la rampa, en la sala había varios clones.

—Bienvenidos —saludó Arak a Donald y los buceadores—, os presento a Barlot —añadió, señalando a la niña.

—Hola, pequeñaja —dijo Richard poniendo voz chillona y tendiendo la mano para darle un pellizco en la mejilla.

—Por favor, —Barlot esquivó la mano de Richard—, es mejor no tocarme durante quince o veinte minutos, porque acabo de salir de la secadora, los nervios del tegumento tienen que adaptarse al entorno gaseoso.

Richard dio un respingo.

—Estos tres hombres son también invitados recién llegados de la superficie —explicó Arak.

—¡Vaya! Esto es toda una ocasión, ¡cinco visitantes de la superficie! me alegro de recibir este honor en mi día de emergencia.

—Estábamos dando la bienvenida a Barlot de vuelta al mundo físico.

Barlot asintió.

—Y es estupendo estar de vuelta, —se examinó las manitas, girándolas y luego estirándolas, luego se miró las piernas y movió los dedos de los pies—, parece un buen cuerpo, por lo menos de momento —añadió con una risita.

—A mí me parece un cuerpo soberbio —convino Sufa—, y tienes unos ojos azules preciosos, ¿tenías los ojos azules en tu último cuerpo?

—No, pero sí en el cuerpo anterior, me gusta cambiar un poco, a veces dejo que el color de los ojos se seleccione al azar.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Suzanne, sabía que era una pregunta tonta, pero en aquellas circunstancias fue lo único que se le ocurrió decir, seguía sorprendida por el marcado contraste entre aquella voz pueril y el lenguaje de adulto que empleaba Barlot.

—Con hambre, más que nada, y estoy impaciente por volver a casa.

—¿Cuánto tiempo llevas en el almacén? —Preguntó Perry—, si es que lo llamáis así.

—Lo llamamos «estar en memoria» —contestó Barlot—, y supongo que he estado durante seis años, por lo menos era el momento de espera que anunciaban cuando me extrajeron, pero para mí es como haber dormido una noche, cuando estamos en memoria nuestras esencias no están programadas para registrar el tiempo.

—¿Te duelen los ojos? —quiso saber Suzanne.

—En absoluto, supongo que lo dices por las hemorragias esclerales que sin duda tengo.

—Así es, —Barlot tenía los ojos totalmente rojos.

—Es por las suturas límbicas de fijación, seguramente me las acaban de quitar.

—¿Te acuerdas de haber estado en la pecera? —preguntó Michael.

Barlot rió.

—Supongo que quieres decir el tanque de implante, pues no, mi primer recuerdo consciente en este cuerpo, y en todos mis cuerpos anteriores, es haberme despertado en la cinta transportadora de la secadora.

—¿No resulta estresante la experiencia de la extracción, memoria y recuperación? —quiso saber Suzanne.

Barlot se quedó un momento pensativa.

—No —contestó por fin—, lo único estresante es que ahora tendré que esperar a la pubertad para poder divertirme de verdad, —Arak, Sufa, Michael y Richard se echaron a reír.

*****

—Esta es nuestra casa —anunció Sufa desde el aerotaxi en cuanto se abrió la puerta, señalando una estructura similar a los bungalows del palacio de visitantes, la única diferencia es que aquí no había grandes extensiones de césped, la zona estaba atestada de edificios similares.

—Arak y yo pensamos que sería instructivo para vosotros ver cómo vivimos, y tal vez os apetezca comer algo, ¿queréis entrar, o estáis demasiado cansados?

—Yo comería algo —dijo Richard ansioso.

—Me encantaría ver vuestra casa —terció Suzanne—, sois muy amables.

Donald se limitó a asentir con la cabeza.

—Yo me muero de hambre —aseguró Michael.

—Entonces está decidido, —Sufa bajó de la nave seguida de Arak y los demás.

El interior de la casa era blanco, de mármol y telas blancos y multitud de espejos, la sala principal, como en los bungalows de los visitantes, tenía una piscina que salía al exterior, había muy pocos muebles, la decoración se limitaba a varias holografías.

—Pasad, por favor.

—Se parece a mi apartamento de Ocean Beach —comentó Michael.

—¡Venga ya! —se burló Richard, dándole una palmada en la cabeza.

—¿Todas las casas de Interterra están abiertas al exterior? —Preguntó Perry.

—Desde luego, aunque parezca una ironía, nosotros que vivimos dentro de la tierra preferimos estar al aire libre.

—Entonces será muy difícil cerrar las casas con llave —observó Richard.

—En Interterra no hay nada cerrado con llave —contestó Sufa.

Arak y Sufa se echaron a reír.

—Perdonad —dijo Arak—, pero es que sois tan divertidos… nunca sabemos por dónde vais a salir, resulta muy estimulante.

—Debe de ser nuestro encantador primitivismo —apuntó Donald.

—Exacto.

—En Interterra no existe el robo —explicó Sufa—, porque hay de sobra para todo el mundo, además, nadie posee nada, la propiedad privada desapareció al principio de nuestra historia, los interterranos sólo utilizamos lo que necesitamos.

En cuanto se sentaron Sufa llamó a los clones obreros, que aparecieron de inmediato junto con uno de los animales que el grupo había visto desde el primer aerotaxi, de cerca tenía un aspecto todavía más extraño, con su curiosa mezcla de perro, gato y mono, nada más entrar en la sala, el animal salió disparado hacia los invitados.

—¡Sark! —Gritó Arak—. ¡Compórtate!

La mascota se detuvo obediente y se quedó contemplando con sus ojos de gato a los seres humanos secundarios con gran curiosidad, alzado sobre sus patas traseras, que parecían las de un mono, con cinco dedos, media casi un metro de altura, su nariz, como la de un perro, se agitaba al olfatear.

—¡Vaya bicho más raro! —comentó Richard.

—Es un homid —dijo Sufa—, un homid magnífico, ¿a qué es encantador?

—¡Ven aquí, Sark! —Ordenó Arak—, no quiero que molestes a los invitados.

Sark se metió de inmediato detrás de Arak, que comenzó a rascarle la cabeza.

—Buen chico.

—Comida para los invitados —pidió Sufa a los clones obreros.

—Sark parece una mezcla de varios animales —dijo Michael.

—Es una forma de decirlo, Sark es una quimera desarrollada hace muchísimo tiempo, y clonada desde entonces, es un animal notable, ¿os apetece ver alguno de sus trucos?

—Claro, —en opinión de Richard aquel animal era un experimento biológico fallido.

Arak indicó a Sark que saliera y pidió a Richard y Michael que le acompañaran fuera, una vez en el jardín, Arak se puso el palo de goma en la mano.

—Ya veréis, no os lo vais a creer.

—Sí, ya veremos —replicó Richard con expresión escéptica, Arak se agachó y Sark cogió el palo muy excitado, emitiendo grititos como un mono, después de tomar impulso lo lanzó al otro extremo del jardín.

Arak se volvió hacia los buceadores.

—¡Menudo lanzamiento, eh!

—No está mal, sobre todo para un homid —admitió Michael.

Richard esbozó una sonrisa sardónica.

—Pues ahora veréis, esperad un momento.

Arak recogió el palo y volvió a dárselo a Sark, el animal volvió a lanzarlo, Arak corrió de nuevo a recogerlo.

—Increíble, ¿eh? Pues el muy bandido se podría pasar todo el día haciendo esto, cada vez que le traigo el palo, lo lanza.

Los dos buceadores se miraron, Michael puso los ojos en blanco y Richard contuvo una carcajada.

—¿Te apetece probar? —preguntó Arak, tendiéndole el palo a Richard.

—Creo que no, además, me muero de hambre.

—Entonces vamos a comer.

—Esto se pone cada vez más raro —susurró Richard a Michael al pasar por la piscina.

—Y que lo digas, no me extraña que no les importara que me llevara las copas anoche, aquí nada es de nadie, te digo que podríamos hacer una fortuna aquí abajo y nadie diría nada.

Además de la comida, los clones obreros habían puesto una mesa plegable rodeada de siete sillas, Sark volvió a subir a la silla de Arak, que comenzó a rascarle detrás de las orejas.

—Pues aquí es donde pasamos la mayor parte del tiempo —comentó Arak después de un silencio, cuando ya todos comían, notaba que sus invitados estaban un poco confusos después de los eventos del día—, ¿tenéis alguna pregunta?

—¿Qué hacéis aquí? —dijo Suzanne, para darles conversación, prefería la charla intrascendente, antes de enfrentarse a las muchas cuestiones que le daban vueltas en la cabeza.

—Disfrutamos de nuestro cuerpo y nuestra mente, leemos mucho y vemos mucho entretenimiento holográfico.

—¿Es que aquí nadie trabaja? —preguntó Perry.

—Hacen lo que quieren, los trabajos menores, que son casi todos, los realizan los clones obreros, todas las tareas de regulación y monitorización están a cargo de la central de información, por lo tanto la gente es libre de hacer lo que le apetezca.

—¿Y a los clones obreros no les importa? ¿Nunca hacen huelga?

—¡Por supuesto que no! —contestó Arak con una sonrisa—, los clones son como… bueno, como vuestros animales domésticos, fueron creados con un aspecto parecido al de los seres humanos por razones estéticas, pero tienen el cerebro mucho más pequeño, sus funciones cerebrales son muy limitadas, de modo que sus necesidades e intereses son distintos, les encanta trabajar y servir.

—Eso me suena a explotación —anotó Perry.

—Supongo, pero para eso son las máquinas, igual que los coches en vuestra cultura, y no creo que penséis que estáis explotando a los coches, la analogía sería mejor si supusiéramos que vuestros automóviles tienen partes vivas, así como partes de maquinaria, y me imagino que si no utilizáis un coche, se estropea, lo mismo pasa con los clones obreros, no soportan estarse quietos, sin trabajo y dirección, se desaniman y se deprimen.

—Pero es que parecen tan humanos que a nosotros se nos hace incómodo —comentó Suzanne.

—No tenéis que olvidar que no lo son.

—¿Existen distintas clases de clones?

—Todos parecen iguales —contestó Arak—, pero hay clones sirvientes, obreros y de entretenimiento, machos y hembras, depende de la programación.

—Con vuestra tecnología, ¿por qué no utilizáis robots? —Preguntó Donald.

—Buena pregunta, hace mucho tiempo teníamos androides, pero las máquinas tienden a romperse, y hay que arreglarías, de modo que necesitábamos androides para arreglar a los androides y así hasta el infinito, era una tontería, hasta que no aprendimos a mezclar lo biológico con lo mecánico no pudimos solucionar el problema, el resultado de estas investigaciones fueron los clones obreros, muy superiores a cualquier androide, pueden cuidar de sí mismos, hasta el punto de repararse y reproducirse para que su población permanezca constante.

El grupo terminó de comer en silencio.

—Tal vez es hora de llevaros de vuelta a vuestros aposentos, necesitáis tiempo para asimilar lo que habéis visto, además, no queremos abrumaros el primer día, siempre hay un mañana —dijo Sufa con una sonrisa.

—Es verdad que necesitamos tiempo —replicó Suzanne—, de hecho ya estoy un poco sobrecargada, sin duda ha sido el día más increíble y desconcertante de mi vida.

*****

Michael vaciló a la puerta de su bungalow, Richard estaba detrás de él.

—¿Tú qué crees que vamos a encontrar?

—¡Joder! ¿Y cómo lo voy a saber hasta que no abras de una puta vez? —le espetó Richard.

Michael abrió la puerta y ambos miraron en torno a la habitación.

—¿Tú crees que ha venido alguien? —preguntó Michael nervioso.

Richard miró al techo.

—¿Tú qué crees, imbécil? la cama está hecha y todo está recogido, mira, incluso han ordenado los platos y las copas que te trajiste de la fiesta.

—Tal vez hayan sido los clones.

—Es posible.

—¿Tú crees que el cuerpo seguirá donde lo dejamos?

—Sí no miramos no lo sabremos.

—Está bien.

—¡Espera! —Richard lo agarró del brazo—, primero veamos si hay moros en la costa.

Richard se acercó a la piscina y miró alrededor, no había nadie.

—Muy bien, vamos allá.

Michael se acercó a los armarios frente a la cama.

—¡Bebidas, por favor! —ordenó, la nevera se abrió, estaba llena de comida y bebida.

—Parece que está como la dejamos.

—Menos mal.

Michael apartó varios compartimientos hasta dejar al descubierto la pálida cara de Sart, sus ojos sin vida le miraban acusadores, Michael cerró la puerta de golpe, Sart era el primer muerto que veía, aparte de su abuelo, pero su abuelo yacía en un ataúd vestido de esmoquin, y además murió a los noventa y cuatro años.

—Bueno, es un alivio —comentó Richard.

—De momento, pero eso no significa que no vayan a encontrarlo esta noche o mañana, ¿no sería mejor enterrarlo ahí fuera?

—¿Y con qué quieres cavar el hoyo, con cucharillas?

—¿Y por qué no lo metemos en tu nevera? A mí me asusta tenerlo aquí.

—No nos arriesgaremos a sacarlo —afirmó Richard—, el fiambre se queda donde está.

—Pues entonces te cambio el bungalow, al fin y al cabo el que lo mató fuiste tú.

Richard le miró entornando los ojos con aire amenazador.

—Ya lo hemos hablado, estamos juntos en esto, o sea que punto final.

—¿Y si se lo decimos a Fuller?

—No, he cambiado de opinión.

—¿Por qué?

—Porque ese gilipollas tampoco sabría qué hacer con el cadáver, además, no creo que tengamos que preocuparnos tanto, ¡si ni siquiera han preguntado por el chaval en todo el día! Por otra parte, Arak nos comentó que aquí no tienen cárceles.

—Ya, pero eso es porque no existe el robo —saltó Michael—, Arak no dijo nada de asesinatos, y con todo lo que nos han enseñado hoy sobre la extracción mental, me da en la nariz que esto no les va a gustar nada, a lo peor nos reciclan, como a Reesta.

—¡Tranquilo, tío!

—¿Cómo quieres que me tranquilice con un cadáver en mi nevera, coño? —gritó Michael.

—¡Cállate, joder! —le espetó Richard—, que te va a oír todo el mundo —añadió en voz más baja—, contrólate un poco, lo primero es salir de aquí a toda pastilla, mientras tanto, Sart se queda en la nevera, que además así no empezará a apestar, si alguien husmea por aquí o empieza a preguntar por él, ya pensaremos en moverlo, ¿de acuerdo?

—Está bien —concedió Michael sin mucho entusiasmo.