Capítulo 10

El comedor estaba situado en un edificio similar en forma y tamaño a los bungalows, pero sin cama, también se abría al exterior, pero daba al espectacular pabellón central, en lugar de los jardines, la larga mesa central era como la que había en la cueva de descontaminación, así como las sillas acolchadas.

El grupo había llegado desde sus respectivas casas más o menos al mismo tiempo, y todos con ánimo diferente, Richard y Michael no albergaban recelo alguno, estaban entusiasmados como niños sueltos en el parque de atracciones de sus sueños, y pensaban disfrutar de todo cuanto se les ofreciera, Perry también estaba encantado con las posibilidades de aquel nuevo mundo, aunque se mostraba más sereno que los buceadores, Suzanne todavía estaba más desconcertada que otra cosa, todavía se planteaba la posibilidad de estar viviendo una especie de alucinación colectiva, Donald, a diferencia de los demás, seguía convencido de que todo aquello era una trampa, un engaño con algún horrible propósito.

La conversación giró en torno al viaje en platillo y las maravillas de sus habitaciones, Richard y Michael eran los más animados, sobre todo después de saber que el clon obrero de Suzanne había sido una mujer, Richard hizo alusión a los placeres que una criatura tan complaciente podría proporcionar.

Suzanne se mostró escandalizada.

—¡A ver si os comportáis como seres civilizados!

La comida fue parecida a la que habían consumido previamente, con la misma curiosa variación en el gusto, aunque esta vez fue presentada en elaborados platos individuales, la trajeron dos hombres de extrema belleza ataviados con unos monos de satén negro abrochados por delante con una cremallera, ambos llevaban un anillo en la oreja.

De pronto Donald arrojó el tenedor contra su plato de oro, el ruido resonó sorprendentemente en la habitación de mármol, Richard, que en ese momento describía el baño que se había dado en la piscina, con la boca llena de lo que aseguraba ser helado de caramelo, se interrumpió a media frase, Suzanne dio un brinco sobresaltada y dejó caer su propio tenedor, que cayó sin tanto estruendo, Michael se atragantó con el bocado que le estaba sabiendo a patatas.

—¿Cómo demonios podéis comer en estas circunstancias? —gritó Donald.

—¿Qué circunstancias? —preguntó Richard, todavía con la boca llena, mirando alrededor, temeroso de que hubieran invadido la sala.

Donald se inclinó hacia él.

—¿Qué circunstancias? —Repitió con desdén, sacudiendo la cabeza—. ¡Nunca he podido comprender por qué los buceadores de saturación tienen que ser tan idiotas! Tal vez la presión y el gas inerte destruyen las pocas neuronas que tienen.

—¿De qué coño hablas? —saltó Michael.

—¿De qué hablo? te lo voy a decir. ¡Mira! ¿Dónde demonios estamos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Quiénes son estas personas, vestidas como si fueran a una fiesta de disfraces?

Se produjo un silencio, todos evitaban mirarle a los ojos, porque lo cierto es que también se habían planteado esas cuestiones.

—Yo sé dónde estamos —dijo por fin Richard—, en Interterra.

—¡Joder! —Donald alzó las manos exasperado—, estamos en Interterra, ya, y eso lo explica todo, ¿verdad? ¡Pues no! eso no explica nada, no explica dónde estamos, qué hacemos aquí o quiénes son estas personas, y ahora nos tienen convenientemente aislados en diferentes habitaciones.

—Han dicho que nos explicarían todo lo que queramos saber —apuntó Suzanne—, pero nos han pedido que tengamos paciencia.

—¡Paciencia! yo os voy a decir lo que hacemos aquí, ¡somos prisioneros!

—¿Y qué? —saltó Richard.

De nuevo se produjo un silencio, Michael dejó el tenedor, pero Richard siguió disfrutando de su postre, mirando a Donald con descaro, Suzanne, Perry y los clones se quedaron inmóviles.

—Si fuéramos prisioneros —dijo por fin Richard con la boca llena—, me gustaría saber cómo trata esta gente a sus amigos, mirad todo esto, es fantástico, si tú no quieres comer, Fuller, no comas, a mí esto me gusta, ¡y que te jodan!

Donald se levantó de un brinco con intención de lanzarse contra él, pero Perry se interpuso antes de que corriera la sangre.

—¡Ya está bien! —Gritó—, no deberíamos pelear entre nosotros, además, los dos tenéis razón, no sabemos dónde estamos ni por qué estamos aquí, pero nos están tratando bien, puede que demasiado bien.

Soltó a Donald al notar que se tranquilizaba, y miró a los clones obreros para ver si aquel estallido los había inquietado, pero sus rostros seguían tan inexpresivos como siempre.

Donald se alisó la túnica.

—Ya veis lo que quiero decir —gruñó—, incluso han mandado carceleros para que nos vigilen mientras comemos.

—No creo que sea el caso —terció Suzanne—, ¡clones, marchaos, por favor!

Los clones desaparecieron por una de las tres puertas de la estancia.

—¿Ves? Ya no nos vigilan.

—Ya, eso no significa nada —insistió Donald—, probablemente tienen micros y cámaras escondidas por toda la sala.

—Oye —terció Michael de pronto—, mirad estos platos, y los cubiertos, ¿será oro de verdad?

Suzanne sopesó su tenedor.

—Yo también me lo he planteado, y creo que sí.

—¡Joder! —Michael levantó su plato—, pues aquí hay una pequeña fortuna.

—De momento nos tratan bien —dijo Donald, retomando el tema principal.

—¿Tú crees que eso va a cambiar? —preguntó Perry.

—Podría cambiar en cualquier instante, en cuanto hayan obtenido lo que quieren de nosotros, quién sabe qué puede pasar, estamos a su merced.

—Sí, la situación podría cambiar, pero yo no lo creo —terció Suzanne.

—¿Cómo estás tan segura?

—No estoy segura, pero es lógico, mirad todo esto, estas personas están muy avanzadas, no necesitan nada de nosotros, de hecho creo que podemos aprender cosas extraordinarias de ellas.

—Ya sé que hemos estado evitando el tema —admitió Perry—, ¿pero estás sugiriendo que se trata de extraterrestres?

La pregunta los dejó a todos en silencio, nadie sabía muy bien qué pensar.

—¿Gente de otro planeta? —dijo por fin Michael.

—No estoy sugiriendo nada, pero todos hemos visto ese platillo volante, es evidente que tienen una tecnología de la que ninguno de nosotros había oído hablar, además se supone que estamos bajo el mar, cosa que todavía me cuesta aceptar, pero una cosa os aseguro, la discontinuidad Mohorovicic existe, y nadie ha podido dar nunca explicación de ella.

Richard hizo un gesto desdeñoso con la mano.

—Estos no son extraterrestres ni nada. ¿Es que no habéis visto qué tías hay aquí? Yo he visto un montón de películas de alienígenas, y os aseguro que no se parecen en nada a esta gente.

—Podrían haber alterado su apariencia según nuestros gustos.

—Ya —dijo Michael—, eso pensé yo también al principio, que eso de que sean tan guapos son imaginaciones nuestras.

—Pues a mí me importa un carajo —le espetó Richard—, lo que cuenta es lo que hay en mi cabeza, y si a mí me parecen despampanantes es que son despampanantes.

—Lo importante son sus motivos —insistió Donald—, no hemos llegado hasta aquí por casualidad, es evidente que nos atraparon en aquella chimenea submarina, quieren algo de nosotros, os lo aseguro, porque si no estaríamos muertos.

—Creo que tienes razón en una cosa —concedió Suzanne—, en que nos han traído a propósito hasta aquí, Sufa me ha dado cierta información, en primer lugar me confirmó que lo que pasamos abajo en la cueva fue un proceso de descontaminación.

—¿Pero por qué nos han descontaminado?

—Eso no me lo dijo, pero también confesó que han tenido otros visitantes como nosotros con anterioridad.

—Vaya, eso sí que es interesante —comentó Donald—, ¿y te dijo también qué ha pasado con ellos?

—No.

—Bueno, por mí podéis preocuparos todo lo que queráis —afirmó Richard—, ¡clones obreros, venid! —ordenó.

Al instante aparecieron dos humanoides, uno femenino y otro masculino, Richard echó un vistazo a la mujer y miró a Michael con expresión cómplice.

—¡Esto es una mina!

—Richard —dijo Suzanne—, quiero que me prometas que no harás nada que nos avergüence o ponga en peligro al grupo.

—¿Tú te crees mi madre? —Richard se volvió hacia la mujer clónica. ¿Me traes un poco más de postre, cariño?

—A mí también —añadió Michael, golpeando el plato con el tenedor.

Donald quiso levantarse, pero Perry se lo impidió.

—Nada de peleas, no sirve de nada.

Richard sonrió a Donald para provocarle, disfrutando de su rabia.

De pronto una suave campanilla interrumpió la música de fondo, un momento más tarde apareció Arak, con la indumentaria habitual aunque con un pequeño añadido: en torno al cuello llevaba, atada con un sencillo lazo, una cinta de terciopelo azul que hacía juego con el tono de sus ojos.

—Hola, amigos míos —saludó con vehemencia—, confío en que la comida fuera de vuestro agrado.

—Estupenda —respondió Richard—. ¿Pero de qué está hecha? Quiero decir que el sabor no tiene nada que ver con su aspecto.

—Consiste en proteínas de plancton y carbohidratos vegetales, —Arak se frotó las manos con entusiasmo—. ¡Bueno! ¿Qué tal si vamos a la celebración que os he mencionado antes? No os podéis imaginar cuanta gente aquí en Saranía está encantada con vuestra llegada, hemos tenido que rechazar a muchos, el caso es que no solemos recibir demasiadas visitas de vuestro mundo, desde luego muchas menos que la Atlántida, al este, o Barsama, al oeste, todo el mundo está deseando conoceros, lo cual me lleva a la cuestión principal: ¿Queréis venir al pabellón o estáis demasiado cansados después de la descontaminación?

—¿Dónde está el pabellón? —quiso saber Michael.

—Justo allí, —Arak señaló el extremo abierto del comedor—, la fiesta se celebra aquí, en la zona de los visitantes, es más conveniente así, de hecho queda a poco más de cien metros, así que se puede ir andando. ¿Qué decís?

—Yo me apunto —dijo Richard—, nunca me pierdo una fiesta.

—Lo mismo digo —añadió Michael.

—Espléndido, ¿y los demás?

Se produjo un silencio incómodo, por fin Perry carraspeó.

—Arak, la verdad es que estamos un poco nerviosos.

—Yo emplearía otra palabra —terció Donald—, francamente, antes de hacer nada nos gustaría tener alguna idea de quiénes sois y por qué estamos aquí, sabemos que nuestra presencia no es casual, para decirlo claramente, sabemos que hemos sido secuestrados.

—Comprendo vuestras preocupaciones y curiosidad, —Arak extendió las manos en un gesto conciliatorio—, pero, por favor, por una noche dejad que prevalezca mi experiencia, he tratado antes con visitantes de vuestro mundo, no muchos, es verdad, y nunca un grupo tan numeroso, pero los suficientes para saber qué es lo mejor, mañana responderé a todas vuestras preguntas.

¿Por qué esperar? —Insistió Donald—, ¿por qué no lo explicas ahora?

—Ignoras lo estresante que resulta el proceso de descontaminación.

—¿Puedes decirnos por lo menos cuánto duró el proceso? —Preguntó Suzanne.

—Un poco más de uno de vuestros meses.

—¿Estuvimos durmiendo más de un mes? —Michael no se lo podía creer.

—Sí, y resulta estresante tanto para el cerebro como para el cuerpo, mañana recibiréis información todavía más sorprendente, hemos aprendido que es más fácil asimilarla cuando uno está descansado, una noche de sueño os facilitará las cosas, así que, por favor, de momento relajaos todos juntos aquí, por separado en vuestras habitaciones o, mejor aún, con nosotros celebrando vuestra llegada.

Perry le miró a los ojos, el rostro de Arak transmitía una sinceridad innegable.

—Muy bien, de todas formas no creo que pudiera dormir, así que iré a la fiesta, pero espero que mañana cumplas con tu palabra.

—De acuerdo, —Arak se volvió hacia Suzanne—. ¿Y tú? ¿Qué te apetece hacer?

—Yo también voy.

—Maravilloso. ¿Y tú, Donald?

—No, en estas circunstancias me resultaría muy difícil celebrar nada.

—Muy bien, —Arak se frotó las manos encantado—, esto es maravilloso, me alegro de que la mayoría hayáis decidido venir, habría sido una desilusión para mucha gente si llego yo solo, Donald, entiendo tus sentimientos y los respeto, disfruta de tu descanso, los clones obreros te servirán en lo que desees.

Donald asintió con aire taciturno.

—Bueno, vámonos, —Arak señaló el extremo abierto del comedor.

—¿Habrá comida en la fiesta? —preguntó Richard.

—Desde luego, la mejor comida de Saranía.

—Entonces no repetiré del postre, —Richard tiró la cuchara en la mesa, se desperezó y lanzó un sonoro eructo.

Suzanne le miró furiosa.

—Richard, ten un poco de respeto por los demás, aunque no lo tengas por ti mismo.

—No, si ya os tengo respeto, no he querido tirarme un pedo en tan selecta compañía.

Arak se echó a reír.

—Richard, vas a tener un éxito increíble, eres tan primitivo… es maravilloso.

—¿Me tomas el pelo?

—No, no, estarás muy solicitado, te lo aseguro. ¡Venga! ¡Vamos a que os vean!

—Muy bien.

—¡Nos vamos de fiesta! —Richard y Michael se hicieron un gesto con los pulgares hacia arriba.

Suzanne se volvió hacia Perry.

—Es una locura ir a una fiesta en estas circunstancias —dijo él—, pero más vale tomarse las cosas con calma.

—¿Seguro que no quieres venir? —preguntó Suzanne a Donald.

—Sí, seguro, pero si te apetece confraternizar, tú misma.

—Voy a la fiesta porque allí podré aprender más cosas, no para confraternizar.

—¡Vamos! —La apremió Perry desde el otro extremo de la sala.

—Hasta luego.

Donald se quedó pensando en las palabras de Arak, lo único que sabía es que no estaba dispuesto a confiar en él, desde su punto de vista, Arak era demasiado obsequioso, aquella fantástica hospitalidad tenía que ser una trampa, aunque no imaginaba cuál podía ser su propósito, aparte de hacerles bajar la guardia.

El grupo ya iba por el pabellón, sus siluetas se recortaban contra la luz del exterior, Donald miró a los dos clones obreros, que permanecían inmóviles contra la pared, tenían un aspecto tan humano que era difícil creer que fuesen en parte máquinas, como Arak aseguraba, tal vez no era más que otra mentira.

—Obrero, quiero más bebida.

El clon femenino se acercó de inmediato a la mesa con una jarra, tenía el pelo a la altura de los hombros, de color canela, su piel era pálida, casi translúcida.

Cuando comenzó a servir la copa de Donald, este le agarró de pronto la muñeca, pero fue en vano, la mujer terminó de llenar el vaso sin inmutarse, Donald se sorprendió, la fuerza del clon era increíble, no se había zafado de la mano de Donald, y le miraba con rostro inexpresivo, el ex oficial la soltó por fin.

—¿Cómo te llamas?

La mujer no ofreció respuesta alguna, aparte de su rítmica respiración, no se percibía en ella ningún movimiento, ni siquiera parpadeaba.

—¡Clon, habla!

La sala seguía en silencio, el clon macho tampoco respondía.

—¿Por qué vosotros trabajáis y los otros no? Nada.

—Está bien, ¡clones, marchaos!

Al instante los dos trabajadores desaparecieron por la puerta por la que habían entrado, Donald se asomó, una escalera descendía en la oscuridad.

Fue al extremo abierto de la sala, la luz, tan brillante hacía unos momentos, se había desvanecido como en un ocaso de un sol inexistente, desde allí apenas se vislumbraba a Arak y los demás, que se acercaban al pabellón, Donald movió la cabeza, preguntándose una vez más si no estaría soñando, todo era tan extraño, se tocó los brazos y la cara, la sensación fue muy real.

Respiró hondo, sabía que se enfrentaba a la misión más difícil de su carrera y esperaba que su entrenamiento estuviera a la altura, sobre todo su entrenamiento como prisionero de guerra.